Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

Las checas de la II República: así asesinaban los socialistas, y otros republicanos, durante la Guerra Civil
Hay quien cree que las checas eran una franquicia que Stalin concedió al Partido Comunista de España. Pero eso no fue así. De 349 checas que había en Madrid, 49 eran del PSOE.
Javier Paredes 05/08/18 09:00
García Atadell, quien regentaba dos checas: una en la calle de La Montera y otra en la calle Marqués de Cubas

García Atadell, quien regentaba dos checas: una en la calle de La Montera y otra en la calle Marqués de Cubas
Los socialistas están promocionando la fantasía de que ellos crearon una Segunda República democrática y hasta lúdica, que funcionó sin problema alguno hasta que Franco vino a estropearles la fiesta.
Pero como esta versión ni enfervoriza ni convence a quien tenga dos dedos de frente, Pedro Sánchez ha echado mano del tercer método de Juan Negrín, que, como él, también fue socialista y presidente del Gobierno: “Tres sistemas poseemos para hacer que los demás quieran lo que el Gobierno quiere: enfervorizarles, convencerles y, si estos dos recursos resultan insuficientes, aterrorizarles. El terror es también un medio legítimo de gobierno, cuando se trata de la salvación del país”. De manera que, siguiendo las enseñanzas de su predecesor, ahora Pedro Sánchez ha vestido al terror de Comisión de la Verdad.
Lo de Juan Negrín no era un modo de hablar, porque su tercer sistema se concretó en esta palabra: checa. Realidad que nada tiene que ver con el pretendido régimen democrático y lúdico que nunca existió en la Segunda República. Y como el que no sabe su historia —bien porque no la haya estudiado, bien porque haya estudiado la falsa, que para el caso es lo mismo— está condenado a repetirla, vamos a contar el régimen de terror que instalaron los socialistas antaño, no sea que hogaño vayamos a tropezar en la misma piedra.
La checa fue el término con el que se designó a la sanguinaria policía soviética creada tras la Revolución de Octubre de 1917. Por este motivo, hay quien cree erróneamente que lo de las checas eran una franquicia que Stalin concedió al Partido Comunista de España. Pues eso no fue así, porque como ha escrito el especialista de la Guerra Civil, el historiador Ángel David Martín Rubio, “las checas no son una organización exclusiva del Partido Comunista, sino de todas las organizaciones activas en la zona republicana. El uso del término es un indicio más del alto grado alcanzado por la influencia soviética en el caso de la revolución española”.
Las checas fueron cárceles privadas controladas por los partidos políticos, también el PSOE, y organizaciones de izquierda, donde se torturaba y se asesinaba
Las checas fueron cárceles privadas controladas por los partidos políticos y las organizaciones de izquierda, donde se torturaba y se asesinaba, bien dentro de la propia checa bien fuera de ella. La Causa General que se instruyó al final de la contienda, para investigar los crímenes durante la guerra, establece que solo en la ciudad de Madrid hubo 225 checas. Y podría pensarse que la cifra está hinchada, por la procedencia del dato y las circunstancias del momento. Pero los recientes estudios elaborados por un grupo de historiadores de la Universidad del CEU, presentados en 2.000 páginas de una investigación financiada por el Ministerio de la Presidencia en la época de Rodríguez Zapatero, establecen el número de checas de Madrid en 345.
Hubo también otras checas en los pueblos de la provincia, lo que fue general en la zona republicana, pues ya vimos en un artículo anterior que hasta en Valdepeñas había una checa de nombre La Concordia, en la que a pesar de su nombre se tortura a los valdepeñeros, antes de asesinarlos. Pero en este artículo me limitaré a contar unos hechos, referidos solo a la ciudad de Madrid.
Y si a este dato de las 345 checas de la capital de España añadimos que en la ciudad de Madrid había otros 50 lugares para detenidos, además de las 23 prisiones oficiales, las 10 comisarías de distrito y los 25 lugares de ejecución donde se asesinaba a los presos, obtendremos una primera aproximación al paisaje de la represión y del terror del pretendido lúdico y democrático Frente Popular, en el que estaban integrados los socialistas.
De las 345 checas, los socialistas regentaban en exclusiva 49. Y en esto les ganaban los anarquistas, casi empatados con los comunistas, pues tenían el control de 90 y 89 checas respectivamente. Además, había otras 73 checas vinculadas a unidades concretas de las milicias y del ejército popular, en las que también tenían su cuota de dominio los socialistas junto con anarquistas y comunistas. Y lo mismo ocurría en los otros 44 restantes, donde se juntaban los integrantes de los distintos grupos de izquierdas, bajo el paraguas de denominaciones menos conocidas que los partidos políticos.
Una de las piezas más cotizadas por los sabuesos de los chequistas eran los archivos de las agrupaciones religiosas, donde figuraban los datos personales de sus componentes
Las detenciones realizadas por los pistoleros de las checas en buena medida se debían a denuncias anónimas, pero hubo casos en que no fue así. Veamos un par de ellos, realizados por los antecesores políticos de Pedro Sánchez, que además de ilustrar la época de entonces, ayuda a entender la necesidad que tiene el actual presidente de Gobierno de imponernos esa Comisión de la Verdad, para tapar esas páginas de la historia del PSOE que nada tienen que ver con esos cacareados cien años de honradez.
Una de las piezas más cotizadas por los sabuesos de los chequistas eran los archivos de las agrupaciones religiosas, donde figuraban los datos personales de sus componentes. Eso es lo que le sucedió en Madrid con la Asociación de la Virgen de la Milagrosa, cuya lista de congregantes fue robada por Círculo Socialista del Norte. Con esa información, los socialistas asesinaron a cuantos encontraron de dicha asociación.
Otra manera para localizar a sus víctimas fue la utilizada en la checa del Palacio de Eleta, que estaba en la calle Fuencarral número 103. El control de esta checa estaba en manos de la Agrupación Socialista Madrileña que recibía el nombre de Comisión de Información Electoral Permanente (CIEP). Esta agrupación había sido la encargada del estudio del censo de los periodos electorales anteriores, y por lo tanto tenía dibujado en gran medida el mapa ideológico de los madrileños, y a partir de ahí era como pescar en una bañera.
En las checas marileñas fueron asesinadas 1.800 personas, de las que se tiene datos fehacientes. Pero las víctimas totales fueron muchas más
En todas las checas se torturó a los detenidos de mil maneras y con los tormentos más atroces, aunque ya solo el hecho de ingresar en una checa era la peor de las torturas, porque se sabía que la checa era la antesala de la fin. El grupo de historiadores al que antes me he referido ha elaborado una lista de 1.800 personas asesinadas en la ciudad Madrid, solo en las checas. Esas 1.800 personas son de las que constan datos fehacientes. Pero como los asesinos no acostumbran a dejar rastros de sus crímenes hay otras muchas personas asesinadas por el terror del Frente Popular, que no se han podido localizar. Personas que se sabe que los llevaron a las checas, pero una vez dentro se perdió su rastro. En conclusión, los cálculos aproximados de los asesinatos cometidos solo en las checas de la ciudad de Madrid, varían según autores de los 2.600 a los 3.600.
La geografía de la fin: Ciudad Universitaria, la Casa de Campo, la carretera del Pardo y Puerta de Hierro
Hay toda una geografía de las zonas de extermino en el Madrid del Frente Popular. Los comunistas, para asesinar a los detenidos de sus checas, solían elegir la Ciudad Universitaria, la Casa de Campo, la carretera del Pardo y Puerta de Hierro. Los anarquistas solían asesinarlos dentro de la checa. El mismo comportamiento que los anarquistas tuvo el socialista García Atadell, que regentaba dos checas una en la calle de La Montera y otra en la calle Marqués de Cubas, dentro torturaba y asesinaba y, después, abandonaba los cadáveres en las tapias de un cementerio o en la cuneta de una carretera. El socialista García Atadell además era un ladrón y huyó de España con un importante botín que consiguió en los saqueos de sus víctimas. Por su parte los socialistas de la checa de Marqués de Riscal asesinaban a sus víctimas en la Pradera de San Isidro. La checa de la Agrupación Socialista Madrileña de la calle Fuencarral 103, a la que antes me he referido, enterró sus crímenes en una gran fosa de Boadilla.
 
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Miguel Gila y el 5º Regimiento
Miguel Gila Cuesta
(Madrid, 12 de marzo de 1919 - Barcelona, 13 de julio de 2001)
"Con la mano izquierda se sujeta el fusil a la altura de la cintura, se tira del cerrojo hacia arriba, después se corre hacia atrás, se coloca el cargador, se empuja el cerrojo hacia adelante, se gira hacia abajo y ya tenemos una bala en la recámara. Después se apoya la culata contra el hombro, aseguraos de que la culata esté bien apoyada en el hombro, porque si no lo hacéis así, el retroceso del fusil puede romperos la clavícula. Se apunta con un solo ojo, observando que esta ranura de arriba coincida con el punto de mira, se aprieta el gatillo y de esta forma se dispara. El gatillo tiene dos tiempos, uno que prepara el percutor y otro que golpea en el casquillo de la bala. Cada vez que se termina el cargador, se vuelve a hacer la misma operación. Es muy conveniente durante el combate tener la bayoneta calada por si tenéis que entrar en el cuerpo a cuerpo. ¿Enterados? Bien. ¡Rodilla en tierra! ¡Carguen! ¡Apunten! ¡Fuego!"
"Para lanzar las granadas de mano se aprieta esta palanca, se saca el seguro tirando de la anilla y una vez quitado el seguro, siempre con la palanca apretada, se espera el momento de lanzarla; cuando llega ese momento, antes de arrojarla se suelta la palanca abriendo la mano, contáis diez segundos y la lanzáis. No lo hagáis antes de contar diez segundos porque os la pueden devolver".
Estas fueron todas las instrucciones que recibimos durante cinco días; después, con tres cartucheras llenas de balas, un fusil Mauser con su machete y dos granadas de mano, nos subieron a los camiones. Yo buscaba a Pedro Tabares. No lo veía por ninguna parte.
Adelante milicianos
a luchar con el valor
que nos da nuestro coraje
empujando el corazón.
A aplastar a los fascistas,
la canalla sin igual,
que por no ceder sus fueros
quiere ahogar la libertad.
Camaradas, camaradas,
todos juntos a luchar
en la vanguardia.
Venceremos, venceremos,
que es de acero el Regimiento Pasionaria.
venceremos, venceremos,
nuestra consigna es aplastar,
a traidores y a fascistas,
que jamás han de pasar.

Y me preguntaba yo: si me he alistado en el 5º Regimiento de Líster, ¿qué hago en el Regimiento Pasionaria? ¡Qué más da! Lo importante es luchar contra los fascistas. Hacía mucho calor por aquella carretera en la que apenas había árboles, pero en el camión, con el aire, ni se notaba. Y seguí cantando como todos los demás:
¡Ay, ay, ay tirano burgués!
¡Ay, ay, ay, qué mal te vas a ver!
¡Ay, ay, ay, que viva nuestra unión
que somos comunistas
hasta el corazón!

O sea, que por lo que cantábamos, yo no era socialista, era comunista. Pero, pensaba yo, si pertenezco a las Juventudes Socialistas, ¿quién me ha hecho comunista? En fin, tampoco era momento de cuestionarme si era comunista o era socialista. Ni siquiera sabía cuál era la diferencia entre una cosa y otra.
Y así, subidos a los camiones, íbamos hacia el frente. Ese frente que iba a ser nuestro bautismo de fuego.
Yo seguía tratando de encontrarme con Pedro Tabares, pero alguien me dijo que lo habían destinado al Batallón Alpino. Lo mismo que me pasaba con lo del comunismo y el socialismo, no tenía ni idea de qué quería decir lo de "batallón alpino", si le habían destinado a un pinar o a los Alpes.
Cuando llegamos a Sigüenza, nos dividieron en pelotones y cada pelotón en escuadras de cinco individuos. Vimos gente corriendo de un lado a otro alocadamente. Algunos hombres llevaban escopetas de caza y otros esgrimían armas rudimentarias, sables, hoces, horquillas de hierro de las usadas para recoger las parvas, hachas, azadones, piquetas. Nos dijeron que estaban buscando fascistas. Aquello parecía la escenificación de algún cuadro de El Bosco. Mi escuadra la componíamos Fernando, Fraguas, Medrano, Cabral y yo. Llegamos hasta una casa en la que había un gran revuelo, se oían gritos de mujeres. Entramos, cruzamos el comedor y fuimos hasta la cocina. En la cocina había una puerta trasera que daba a un pequeño campo mezcla de huerta y corral. En el suelo, en un gran charco de sangre, dos cuerpos tendidos, uno de ellos llevaba puesto el uniforme de la Guardia Civil, el otro una camisa y un pantalón, habían sido abatidos a tiros de escopeta; la cara del guardia civil era un amasijo irreconocible, la del otro, la del que vestía camisa y pantalón, tenía el espanto en sus ojos desmesuradamente abiertos, había recibido los disparos en el vientre y sobre la camisa se podían ver sus intestinos. Los hombres que los habían apiolado estaban con sus escopetas bajo el brazo y una sonrisa en el rostro. Nos recibieron en actitud de héroes, con su cara, su boina o su gorra quemadas de sol. Nos miraban a nosotros y a los dos hombres que yacían en aquel charco de sangre, y sujetaban sus escopetas bajo el brazo sin dejar de sonreír, solamente les faltaba poner un pie sobre cada uno de los muertos para hacerse una fotografía, como si hubieran ido a un safari y hubiesen capturado dos leones. Unas mujeres, con los ojos cegados por el llanto, contemplaban a aquellos dos hombres caídos, mientras daban gritos desgarradores. Unos niños se abrazaban a las piernas de las mujeres, en sus caras se reflejaban el terror y la incomprensión.
Uno, nos dijeron los de las escopetas, era el boticario y se llamaba Betegón, el otro era un teniente de la Guardia Civil, los habían cazado, ésa fue la palabra que utilizaron, cuando trataban de huir por la parte trasera de la casa. Eran, nos dijeron, dos fascistas.
La visión de los intestinos del hombre con camisa y pantalón y la cara del guardia civil completamente destrozada me provocaron un vómito que no pude evitar. Comencé a sospechar que la guerra iba a ser dura y sangrienta. Cuando tomé la determinación de alistarme como voluntario no supuse que esa guerra civil iba a ser aprovechada por muchos para realizar una serie de venganzas llevadas a cabo con la disculpa de estar del lado de la derecha o del lado de la izquierda.
Si dijera que al enrolarme lo hice apoyado en un profundo conocimiento de la política o de la ideología, estaría faltando a la verdad. A pesar de mi escuchar, de mi leer y de mi preguntar, tanto mis conocimientos ideológicos como políticos eran muy limitados, tan limitados que no sabía distinguir entre el comunismo y el socialismo, lo único que tenía claro, porque así me lo habían explicado en mi casa, era que los trabajadores corrían el riesgo de perder los derechos conseguidos gracias a la República, y que por eso había que defender la República, aunque para ello fuese necesario jugarse la vida.
Mi ideología se iría formando más adelante, durante los primeros meses de vivir la guerra con todos sus horrores, después de que me llegara la noticia de los fusilamientos de Badajoz, después del bombardeo de Guernica por la aviación alemana, después de los continuos bombardeos de Madrid, donde las mujeres aterrorizadas corrían con sus hijos en los brazos a buscar refugio en las estaciones del metro, y se afirmaría algunos meses antes de terminar la guerra, después de ser testigo directo del cruel comportamiento de los mercenarios traídos por Franco de África, después de las humillaciones que padecí y vi padecer a otros hombres jóvenes como yo en los campos de prisioneros y en las improvisadas cárceles de la dictadura. Porque aunque algunos traten de negarlo, la posguerra fue muchísimo más cruel que la guerra misma. Si durante la guerra hubo muchas venganzas personales, la posguerra la superó con creces en ese tipo de ajuste de cuentas.
Yo, a mis diecisiete años, pensaba que la guerra, aun tratándose de una guerra civil, iba a ser una lucha limpia entre dos bandos con distinta ideología o con distinta forma de pensar. Y de lo que estaba plenamente convencido era de que el levantamiento de Franco contra la República iba a ser cuestión de días.
Miguel Gila
Entonces nací yo. Memorias para desmemoriados
 
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