Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

La columna de los 8.000: VIOLENCIA, MALDAD, CRUELDAD, TERROR y fin en Extremadura, el franquismo más letal
Sólo 15 días después del golpe fascista, salieron desde Sevilla hacia Madrid las columnas del comandante Castejón y del teniente coronel Asensio. Atravesaron Extremadura para conquistar Badajoz uniendo los territorios golpistas del sur al norte de España. A su paso por las poblaciones ejecutaban sistemáticamente a todos quienes tenían que ver con partidos, sindicatos, organizaciones Republicanas. A medida que los franquistas avanzaban, miles de Republicanos escapaban del horror y la fin huyendo hacia el último territorio Republicano de la provincia de Badajoz.


A mediados de septiembre de 1936 el oeste de la provincia de Badajoz estaba tomado por los nazionales, salvo la pequeña bolsa Republicana en la zona de Llerena, Jerez de los Caballeros, Fregenal de la Sierra y Villanueva del Fresno, lugares donde se habían concentrado miles de Republicanos de una gran cantidad de pueblos de la provincia de Badajoz. A esta bolsa solo les quedaba luchar hasta la fin o huir. A Fregenal llegaban cientos de personas que huían del horror, triplicando caóticamente la población hasta casi las 6.000 personas. Alojar, alimentar a tantísima gente era un problema sin solución, sabiendo además que en breve esa zona también sería conquistada. Algunos se internaron en Portugal, arriesgándose a ser detenidos por la PIDE portuguesa y devueltos a los franquistas o falangistas, que los fusilaban de inmediato. Un grupo de unas 1.400 personas se salvaron gracias a la solidaridad del pueblo portugués de Barrancos y a la valentía y humanidad del teniente Seixas. Muchos otros no tuvieron tanta suerte.


Hacia el 15 de septiembre muchos desesperados intentaron llegar hasta Azuaga, recorriendo unos 100 km de vías de secundarias, en poder de los Republicanos, donde estarían seguros y tendrán el camino abierto hacia Madrid. Gran parte de la columna estaba compuesta por familias, mujeres, niños y viejos, que llevaban en animales sus escasas pertenencias, gentes sencillas, que huían de sus pueblos por miedo o por sus ideas políticas. Había también personas significadas en el organigrama republicano de sus poblaciones. La columna, de unas 8.000 personas, dió nombre a la expedición. Se internaron hacia Fuente de Cantos, cruzaron la peligrosa Vía de la Plata, de noche, para evitar encuentros con los sublevados. Atravesaron dehesas, padecían falta de agua por la sequedad estival. Se avanzaba difícilmente a marchas forzadas. En la vanguardia algunos milicianos armados con escopetas de caza, fusiles y alguna bomba de mano de fabricación casera. Era una operación arriesgada, la zona estaba en poder de los fascistas.


El plan era conocido por los nazionales de Sevilla, Queipo de Llano había declarado, “Que no quede nadie vivo”. Tenían informadores, incluso un avión de reconocimiento. Sabían perfectamente que era una columna de civiles fugitivos, el limitado armamento que llevaban, pero la atacaron como si tratara de un ejército regular. Al atardecer del 17 de septiembre la columna estaba ya cerca de la zona Republicana, pero los fascistas del comandante Gómez Cobián les esperaban en el Cerro de la Alcornocosa: Una compañía del Regimiento de Granada y 500 voluntarios, falangistas y guardias civiles bien pertrechados tenían preparada la encerrona. Además en Llerena los fascistas tenían unos mil efectivos con la intención de conquistar Azuaga, lo que ocurrió el 24 de septiembre.


Varias ametralladoras estratégicamente preparadas masacraron a todos, hombres, mujeres y niños, prácticamente desarmados. Confusión, gritos, horror, huida en desbandada. Familias que se separaron no volvieron a encontrarse jamás. Se desconoce el número exacto de víctimas. Muchos supervivientes huyeron a las vías del tren, al otro lado se encontraba la zona Republicana, pero los franquistas les esperaban desde una máquina de tren con 2 vagones, desde donde les dispararon a fin. Sin embargo algunos supervivientes pasaron durante la noche y llegaron, heridos y agotados a Azuaga, desde donde salieron hacia Madrid y allí formaron un batallón formado casi enteramente por milicianos extremeños, los Castúos.


Muchos de los que retrocedieron se desperdigaron por las desconocidas sierras vecinas, su futuro era incierto, en sus pueblos les esperaba la fin. Durante meses vagaron sin rumbo de noche, escondidos de día, acosados por fascistas que les diezmaron poco a poco. Quien sabe cuantas y donde están la multitud de fosas comunes, a menudo excavadas en el lugar mismo donde fueron abatidos. En el pozo de San Antonio, cerca de Reina, fueron arrojadas un número indeterminado de asesinados en uno de los ataques. Una batida del teniente de la guardia civil Antonio Miranda Vega asesinó a un grupos de huidos, los enterró allí mismo tan mal que posteriormente animales hurgaban la tierra y sacaban restos humanos a la superficie. Cerdos que llevaban días sin comer por el abandono de los cortijos abandonados se alimentaron de cadáveres allí olvidados.


Unas 2.000 personas fueron hechas prisioneras por el capitán Tassara y conducidas hasta Fuente del Arco, donde tropas de jovenlandeses apostados rodearon a los Republicanos a los que ejecutaron masivamente; los que intentaron escapar por las azoteas fueron detenidos y asesinados. El resto del grupo fue conducido hasta Llerena donde los encerraron en la Plaza de Toros y “La Maltería”, los almacenes de la fábrica de cerveza, separando a mujeres y niños de los hombres. Empezó la “limpieza”: Los vecinos escuchan los lamentos de los presos que un camión trasladaba cada madrugada al cementerio, sabían que les esperaba la fin. En las tapias eran fusilados con una ametralladora y arrojados a fosas comunes cavadas por las mismas víctimas, el repique de disparos se escuchaba en todo el pueblo. El ritual se repitió obstinadamente durante un mes.


Muchos de los cadáveres fueron quemados porque ya no cabían en las fosas. Solo unas pocas muertes fueron inscritas es los registros civiles. Cuando algunos condenados se resistían a traspasar la verja, a culatazos les partían los brazos para soltarlos, y malheridos engrosaban la fosa común. Antes de un mes la mayor parte habían sido fusilados, probablemente mas de un millar. En el cementerio de Llerena existe una zona identificada como “la fosa común”.


El tiempo y la dictadura se encargarían de cubrir de olvido aquella triste aventura iniciada unas semanas antes en las serranías del norte Huelva y sur de Badajoz: Miles de personas entre ellos niños, mujeres y ancianos fueran asesinadas por intentar huir de los carniceros del ejército golpista. Que nadie sepa sus nombres y apellidos, que estos asesinatos no consten en ningún registro, que los asesinos queden impunes.


 
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