M4rk
Madmaxista
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Vengo del Burger King. Hacía años que no comía una hamburguesa de este tipo de antros, pero hoy por circunstancias he decidido comer cosa.
El escenario es dantesco: quinquis, chonis, poligoneros, rellenitos, qué digo rellenitos: ¡morsas, jorobar!, gente que camina sin ganas, sin alma, esperando su sarama de comida con lo que parece ser por sus expresiones de una mezcla entre ascopena y desidia con expectación y salivación pauloviana fruto del hábito dopaminérgico de la inmediatez perenne en absolutamente todos los aspectos de sus perversoss y ñordas vidas.
Entre ellos, me sirve de ejemplo representativo una pareja joven de unos 35 años de rellenitos en chándal y tenis, con abdomenes globulosos no, lo siguiente, caminando con esa pachorra que caracteriza al ser fatigado y triste sin agilidad alguna, esa marcha de dejadez muy probablemente extrapolable al resto de aspectos de sus vidas. Ella, con lorzas gorrináceas y brazos de lipedémica; él, con barriga cervecera de camionero prejubilado, ambos aparentando 10-15 años más de los que deben de tener. He aquí la guinda del pastel (postre apropiado hablando de rellenitos, por cierto): él lleva un glucómetro epidérmico de estos que llevan en el brazo los diabéticos tipo 1. Tócate los huevones.
Y entonces me invade el pensamiento: esta fruta gente traga sin parar, son vagos, descuidados, drojadictos de la dopamina con sus puñeteros móviles, su cine, sus series Netflix y su comida sarama; en definitiva, esclavos conformistas de sus vicios legales y socialmente aceptados. Todo esto lo atestigua su forma ovalada que habla de sedentarismo y drojadicción dopamínica, gente joven que debería estar jugando con sus niños en brazos con energía e ilusión, no tirados como viejos de 85 a punto de morir. Gente que no se cuida, insisto, y que por su juventud, con suerte, se mantienen sanos, pero que tiene los días contados para comenzar tratamientos crónicos que los mantendrant vida y que arrastrarán el resto de sus existencias hasta ir acumulando más y más patologías y tratamientos crónicos hasta perecer de un pie diabético amputado y podrido, de una pancreatitis brutal, de una insuficiencia cardíaca, del tercer infarto de miocardio o ictus derivado de lo tupido de sus arterias o de mil muerdas más por no cerrar el puñetero buzón ni dos horas seguidas de su vida y ya ni digamos correr 100 puñeteros metros.
En suma, más gasto para el remero por la desidia, la decadencia, la grandísima cosa de mundo moderno distópico y vergonzoso milochocientosochentaycuatroide en el que vivimos.
Dios me enseña a amar al prójimo, a sentir cariño hacia mis congéneres humanos... Pero qué complicado es, Señor mío, qué difícil es ver este escenario sin caer en el juicio, en el desprecio, en el ardor de estomago y en la pena... Qué difícil es.
El escenario es dantesco: quinquis, chonis, poligoneros, rellenitos, qué digo rellenitos: ¡morsas, jorobar!, gente que camina sin ganas, sin alma, esperando su sarama de comida con lo que parece ser por sus expresiones de una mezcla entre ascopena y desidia con expectación y salivación pauloviana fruto del hábito dopaminérgico de la inmediatez perenne en absolutamente todos los aspectos de sus perversoss y ñordas vidas.
Entre ellos, me sirve de ejemplo representativo una pareja joven de unos 35 años de rellenitos en chándal y tenis, con abdomenes globulosos no, lo siguiente, caminando con esa pachorra que caracteriza al ser fatigado y triste sin agilidad alguna, esa marcha de dejadez muy probablemente extrapolable al resto de aspectos de sus vidas. Ella, con lorzas gorrináceas y brazos de lipedémica; él, con barriga cervecera de camionero prejubilado, ambos aparentando 10-15 años más de los que deben de tener. He aquí la guinda del pastel (postre apropiado hablando de rellenitos, por cierto): él lleva un glucómetro epidérmico de estos que llevan en el brazo los diabéticos tipo 1. Tócate los huevones.
Y entonces me invade el pensamiento: esta fruta gente traga sin parar, son vagos, descuidados, drojadictos de la dopamina con sus puñeteros móviles, su cine, sus series Netflix y su comida sarama; en definitiva, esclavos conformistas de sus vicios legales y socialmente aceptados. Todo esto lo atestigua su forma ovalada que habla de sedentarismo y drojadicción dopamínica, gente joven que debería estar jugando con sus niños en brazos con energía e ilusión, no tirados como viejos de 85 a punto de morir. Gente que no se cuida, insisto, y que por su juventud, con suerte, se mantienen sanos, pero que tiene los días contados para comenzar tratamientos crónicos que los mantendrant vida y que arrastrarán el resto de sus existencias hasta ir acumulando más y más patologías y tratamientos crónicos hasta perecer de un pie diabético amputado y podrido, de una pancreatitis brutal, de una insuficiencia cardíaca, del tercer infarto de miocardio o ictus derivado de lo tupido de sus arterias o de mil muerdas más por no cerrar el puñetero buzón ni dos horas seguidas de su vida y ya ni digamos correr 100 puñeteros metros.
En suma, más gasto para el remero por la desidia, la decadencia, la grandísima cosa de mundo moderno distópico y vergonzoso milochocientosochentaycuatroide en el que vivimos.
Dios me enseña a amar al prójimo, a sentir cariño hacia mis congéneres humanos... Pero qué complicado es, Señor mío, qué difícil es ver este escenario sin caer en el juicio, en el desprecio, en el ardor de estomago y en la pena... Qué difícil es.
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