Los iberos que habitaban territorios de lo que hoy es Cataluña manifestaban un especial interés por las cabezas de los enemigos. De hecho ese interés les llevaba a decapitarlos y exhibir las cabezas, algo que han hecho diferentes culturas, con mejor y peor prensa, a lo largo de la historia, de los escitas a los dayak.
Los iberos añadían un elemento bastante específico a ese radical tratamiento de las cabezas: enclavaban los cráneos, atravesándolos de arriba abajo con un largo clavo de hierro, y los exhibían en las murallas de sus poblados fortificados. La impresionante práctica es bien conocida y ha sido identificada como un ritual de un culto ibero a los cráneos, que podría haberse centrado en los de los guerreros propios —los héroes de la comunidad— o los del enemigo. Desde inicios del siglo XX se han hallado calaveras enclavadas o con indicios de haberlo estado —como un agujero con herrumbre— en varios puntos de Cataluña: Ullastret (Baix Empordà), cuatro; Puig Castellar (Santa Coloma), dos, y Ca n’Oliver (lechonanyola del Vallès), uno.
Ahora, el nuevo descubrimiento en Ullastret, por primera vez después de 40 años, de otros sensacionales restos craneales pertenecientes a unos siete individuos, entre ellos dos espectaculares cráneos completos atravesados por sendos clavos de grandes dimensiones, viene a aportar nuevas evidencias de la costumbre. Los arqueólogos recalcan que los nuevos cráneos, fruto de “decapitaciones rituales bélicas”, se exhibían fijos en un lugar público “como trofeos de guerra”. Los restos han aparecido en un contexto que parece probar que estaban colgados en la muralla.