Cuando el éxito es vivir en el centro de Madrid y el fracaso, vivir en Móstoles

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Cuando el éxito es vivir en el centro de Madrid y el fracaso, vivir en Móstoles
En el imaginario colectivo, las periferias son lugares donde uno va cuando no le queda más remedio, un purgatorio. Pero olvidamos que las ciudades no son símbolos de estatus
Foto: Esto es lo que sale cuando buscas Móstoles en Flickr. (Brunch)

Esto es lo que sale cuando buscas "Móstoles" en Flickr. (Brunch)
Por
Héctor García Barnés
23/10/2022 - 05:00
En Móstoles decimos que subimos a Madrid y cuando volvemos, que bajamos a Móstoles. El ascenso y el descenso es la metáfora que refleja eso que muchos piensan pero no se atreven a decir, que la relación entre el centro y la periferia es de ascenso y descenso social, que uno se tiene que ir a Móstoles porque es pobre y no puede permitirse vivir en el centro y que si uno tuviese dinero, viviría en la Puerta del Sol misma. O eso parece desprenderse de la polémica de la semana con Gonzalo Bernardos y las reacciones a la misma. El economista le instó a una chica a irse a vivir a Móstoles si no podía pagarse un piso en el centro y todos hemos opinado con mucha fuerza sobre el asunto.

Lo curioso de Móstoles es que, durante mucho tiempo, nadie era de allí. A Móstoles, como mucho, se iba. En 1971, su población era de 17.000 habitantes; hoy, de más de 200.000. Esas 183.000 personas tuvieron que salir de alguna parte, no se materializaron de la nada. Algunos, como mis padres, lo hicieron, como decía Bernardos, desde Madrid, porque a finales de los setenta les salía mucho mejor comprar un piso de tres habitaciones en Móstoles, con la bañera más grande de Europa, como se promocionaba entonces, que en un barrio de una capital que percibían como decadente. El resto lo hacían desde Andalucía o Extremadura, de donde venían la mayoría de mis compañeros del colegio. El sur llama al sur.

Madurar era salir de Móstoles, escapar del barrio

Sí, hace décadas que la gente se marcha a Móstoles, no es nada nuevo. Pero aun así Móstoles en particular y la periferia en general (y esto incluye todo aquello que no se considere centro-centro, es decir, todo aquello que no esté dentro de la M30) sigue percibiéndose por aquellos que nunca han salido al otro lado como un purgatorio, un lugar de paso al que uno va o se marcha. Sin embargo, olvidan que ahí viven millones de personas que no lo vivieron como una expulsión, sino como una oportunidad de construir algo nuevo.



Como tantos, yo también tenía la estulta idea de que la medida del éxito era salir de Móstoles, abandonar el barrio, ir al centro. Por eso decidí ir a la Complutense y desperdiciar dos horas al día subiendo y bajando (subir y bajar de nuevo) a Madrid antes que ir a la Universidad Rey Juan Carlos: aspiraba a salir de Móstoles, crecer, salir de las cuatro manzanas en las que había hecho toda mi vida. Subir. Madurar era salir de Móstoles de igual manera que para otros hacerse mayor era mudarse a la capital, como si adquirir centralidad fuese la medida de nuestros logros.
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Bajar al barrio. (Santiago López Pastor)

Bajar al barrio. (Santiago López Pastor)
La gente tiene pueblo o ciudad, es de Quintanilla de Onésimo o de Madrid, pero cuando le dices a la gente que eres de Móstoles te miran como si no fueses de ningún sitio, como haber nacido en un taxi. Como bien decía Alberto Olmos de los barrios, a nadie se le ha perdido nada en Móstoles, nadie va a Móstoles por gusto. Como mucho a examinarse del carnet de conducir (aunque eso no sea ni Móstoles ni nada). Para muchos es un no-lugar, un espacio de paso, una utopía nacida de las pesadillas del desarrollismo. Un lugar donde almacenar la gran migración española.

Por lo tanto, volver a Móstoles, o irse a Móstoles, a algunos les suena a aceptar el fracaso. Es lo que parece inscrito en nuestras opiniones clasistas sobre el centro y la periferia, cada vez más radicales a medida que la economía se orienta hacia otro modelo centrado en el conocimiento. Como diría Richard Florida, la juventud creativa, los artistas, publicistas, politólogos, y periodistas, la gente guay, necesitan (necesitamos) poblar los centros para relacionarnos con otras personas creativas como ellos. Es la gran diferencia con la generación de mis padres, que huyeron de Madrid, de sus barrios, porque eran profesores y podían trabajar en los colegios que entonces se empezaron a abrir en lugares como San José de Valderas (Alcorcón). No era una huida, eran oportunidades.

Es posible vivir en Móstoles y cerca de tu trabajo si no es un sucedáneo de Madrid

La periferia era entonces un lugar por conquistar y ellos, los pioneros de un mundo que estaba por hacer. Porque ahí es donde nos equivoca Bernardos y sus críticos: se puede vivir en Móstoles y cerca de tu trabajo, siempre y cuando consigamos que las ciudades de la periferia no sean sucedáneos de la capital, ese signo de estatus, sino lugares con entidad propia donde, de hecho, se puede vivir, ser feliz, criar a tus hijos.
La nueva España vacía
Lo que olvidamos, y a veces recordamos los que nos hemos criado en esas ciudades dormitorio, es que las periferias terminan convirtiéndose en sus propios centros y, al mismo tiempo, generando nuevas periferias. Como mi progenitora lleva presumiendo desde hace décadas, hubo un momento en el que Móstoles fue tan autosuficiente que ya no tenían que subir a Madrid a comprar nada, ni a ir al cine, ni a ver ningún espectáculo. Ellos ya no tenían que subir ni bajar: el éxito era precisamente eso, construir algo nuevo en un nuevo lugar.
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Vivir en la mismísima Puerta del Sol. (EFE/Luis Millán)

Vivir en la mismísima Puerta del Sol. (EFE/Luis Millán)
Pero a veces lo nuevo puede agotarse también. Hoy, cuando bajo a Móstoles, me doy cuenta de que está en camino de convertirse en la nueva España vaciada. Es un municipio claramente envejecido, a lo que contribuye que nadie quiera ir a Móstoles, pero sí que muchos nos marchemos. Todo conspira en esa dirección, la de convertir los barrios de los años setenta en un solar cuando sus vecinos desaparezcan. Los cantos de sirena de Madrid en algunos casos, pero también el encarecimiento de la vivienda en Móstoles (sí, también está imposible) que ha terminado provocando que sea difícil pagarse un piso de alquiler, lo que ha expulsado a muchos de mis compañeros de generación a Navalcarnero o Arroyomolinos. Al denostado PAU, donde se encuentran las viviendas de protección oficial.

Basta con echar un vistazo a la pirámide poblacional. Si a mediados de los años setenta abundaban los jóvenes de entre veinte y cuarenta y sus hijos, una pirámide que engordaba por abajo y por el medio, hoy la pirámide ha engordado a medida que la media de edad de los vecinos aumenta. 1,68 años más en un lustro. Lo que cuenta la pirámide poblacional es la historia de un lugar al que la gente ya no va a tener hijos, sino que se queda para envejecer mientras sus descendientes se marchan aún más lejos, a repetir el proceso una vez más. No hay más que darse un paseo por sus calles para comprobarlo: las discotecas han dado paso a las clínicas dentales. La gran pregunta es qué pasará cuando esa generación recién jubilada desaparezca.

Las ciudades del extrarradio no tienen quien las cante

¿De quién será Móstoles entonces? Uno quiere ir al centro de Madrid o al pueblo, a la gran urbe o a la vida pacífica rural, tan anhelada por los urbanitas extremos. Las ciudades dormitorio han pasado de moda, si es que alguna vez lo estuvieron. Son el lugar donde nadie quiere terminar, espacios anónimos a los que solo se les coge cariño si uno ha nacido ahí. Una ciudad con fecha de caducidad, que fue construida con una función muy específica y que tendrá que reinventarse cuando los que la inventaron desaparezcan.

Nos gusta Liverpool porque tenía a Paul McCartney para cantar sobre sus azules cielos suburbiales en 'Penny Lane' (que es mucho menos que la Avenida Alcalde de Móstoles), pero las ciudades del extrarradio no tienen quien las cante. Así que han terminado convirtiéndose en el imaginario colectivo en algo parecido al purgatorio, un lugar al que nadie quiere ir porque nunca hay razones para hacerlo, porque parece un sinónimo de la derrota. Pero se olvida que en esos lugares también se vive, que hay vida más allá de Malasaña y tu pueblo, entre la Castellana y el apartamento de la playa. Una España intermedia que solo se conoce de forma despectiva. Móstoles, el limbo donde uno termina cuando fracasa, piensan muchos, pero cuya historia es en realidad la del éxito de una clase trabajadora que se tuvo que inventar a sí misma.
 
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