Uritorco
The White Revolution is the only solution.
La participación de los judíos en todo tipo de movimientos o grupos terroristas subversivos y antiestatales (principalmente de carácter anarquista y comunista), es hoy en día un hecho completamente incuestionable e incontrovertible y está ampliamente documentado. «¿Por qué razón —se preguntaba la escritora israelí Marye Syrkin― son los judíos, proporcionalmente, tan numerosos en los movimientos revolucionarios? ¿Cómo explicar la preponderancia de hijos de familias judías de clases medias ricas y elevadas en las filas del SDS y otros grupos extremistas en los Estados Unidos?»[1].
Estas redes y organizaciones criminales han estado controladas siempre, de manera secreta, encubierta y clandestina, por el poder oculto judío y sus sociedades secretas, la masonería especialmente. Una subordinación que incluye también al «yihadismo» (Al Qaeda, Isis, Daesh, etc), el terrorismo árabe «antisionista» y el «antisemitismo táctico» o de falsa bandera. Esto último lo reconoció abiertamente el rabino antisionista Moshe Hirsch, descrito como el «ministro judío» de Yasser Arafat y primo del periodista Abraham Rabinovich, cuando en cierta ocasión declaró «que Israel organiza atentados contra los judíos en todo el mundo para favorecer la inmi gración hacia el Estado sionista»[2].
Durante la Guerra Fría esta labor de tutelaje y asesoramiento se canalizó directamente a través de los más relevantes servicios de espionaje e inteligencia (CIA, MI6, KGB, Mossad, Stasi, etc.), dependientes y meros subsidiarios del supergobierno mundial. Hoy en día se sabe, por ejemplo, que el «embrión» de la banda terrorista ETA se gestó «bajo el mayor de los secretos» a mediados de 1945 en un señorial castillo de los Rothschild bautizado como Cernay-la-Ville («El Valle Secreto»), a unos treinta kilómetros de la capital francesa, conocido como la Brigada Rothschild, supervisado por militares norteamericanos. No deja de ser sugestivo que ya en el profético libro de Los Protocolos de Sión se indique en una línea muy reveladora que «De nosotros procede el terrorismo global».
Pero vayamos directamente a África del sur. Allí se destacó particularmente en su lucha contra los intereses de la raza blanca el legendario activista judío antiapartheid, Joe Slovo (nacido Yossel Mashel), uno de esos amorosos redentores de los neցros. En 1961, este individuo (en la foto), junto con sus hermanos de raza Lionel Berstein, Ruth First, Harold Wolpe, James (“Jimmy”) Kantor (cuñado del anterior), Bob Hepple, Hilliard Festenstein, Denis Goldberg, Raymond Eisenstein y el periodista Hugh Lewin, solo por citar unos pocos, crearon el grupo terrorista Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), también conocido como MK, el «brazo armado» del izquierdista Congreso Nacional Africano (ANC), miembro de la Internacional Socialista.
El ANC, que dirigía Nelson Mandela y Oliver Tambo, estaba dominado por miembros del Partido Comunista de Sudáfrica (que se había unido a la Komintern en 1921). Su comandante militar era el citado Joe Slovo, un judío de origen lituano que era general del KGB y que contaba con una docena de pasaportes. Slovo había llegado a Sudáfrica a mediados de la década de 1930 y con el paso de los años se consagró como uno de los agentes más eficaces dedicados por completo a promover la agenda exterior desestabilizadora de la Unión Soviética, primero en Sudáfrica y luego en el extranjero. Su diabólica e incansable labor consistió en consolidar y dirigir los movimientos de «liberación» neցros, lo que traducido al leguaje vulgar significa fomentar la «guerra racial» contra los blancos, como ya lo había expuesto detalladamente en 1912 el escritor judío Israel Cohen, miembro del PC británico en un libro titulado Un programa racial para el siglo XX. Una receta que se ha venido aplicando por los cuatro rincones del planeta.
En su guerra secreta contra el colonialismo y el apartheid, Joe y su círculo dirigieron gran parte de la lucha armada llevada a cabo por el MK. Durante tres décadas, desde 1961 hasta 1991, la Unión Soviética suministró al MK armas, municiones y equipos, facilitándoles entrenamiento militar a sus cuadros y líderes, muchos de los cuales se trasladaron a la URSS para ampliar sus conocimientos. También la asistencia financiera soviética fue crucial y decisiva para el mantenimiento del ANC en el exilio. Según la prensa norteamericana, el partido liderado por Nelson Mandela recibía anualmente 80 millones de dólares de Moscú[3].
El centro de operaciones del MK estaba ubicado en la granja de Liliesleaf, en Rivonia, a menos de 20 kilómetros al sur de Johannesburgo, propiedad de otro israelita, Arthur Goldreich, que era utilizada como tapadera. Su experiencia militar adquirida en su juventud en Israel, donde fue miembro de las fuerzas militares de élite en la guerra de la independencia de 1947, fue clave para las futuras acciones criminales llevadas a cabo por esta organización, responsable de 156 atentados terroristas y más de 200 muertos. «Durante esa época, Goldreich viajó a China, la Unión Soviética y la Alemania del Este en busca de ayuda militar e información para construir armas. Como ideólogo, trazó un plan para derrocar al gobierno, así como las directrices de una guerra de guerrillas»[4]. Considerado por el gobierno sudafricano como el «pez más grande de la red», Goldreich logró huir del país en 1963 disfrazado de sacerdote junto con su correligionario Harold Holpe (padre de Nicholas Wolpe, administrador del nuevo Lilliesleaf Trust) gracias al apoyo logístico de otro de sus hermanos de raza llamado Barney Simón, trasladándose a Israel. En 1994, finalizado el régimen segregacionista, regresó de nuevo a Sudáfrica.
Por su parte, la escritora judía Nadine Gordimer, Premio Nobel de Literatura en 1991, ayudó a editar el discurso de Mandela en su defensa en el juicio de Rivonia de 1963 donde se le condenó a cadena perpetua. Sus obras son consideradas un «imprescindible y contundente alegato» contra el segregacionismo. Aunque fueron también en su mayoría hebreos los abogados que formaron parte de la defensa de los encausados en dicho proceso: Abram Fischer, Norman Rosenberg, Harry Schwartz, Nat Levy, Joel Joffe, Harold Hanson, Albie Sachs, George Lowen (Loewenthal), Arthur Chaskalson, nombrado en 1994 presidente del Tribunal Constitucional de Sudáfrica, etc. El abogado defensor de Mandela, Israel (“Issy”) Maisels, era igualmente israelita, lo mismo que el fiscal jefe, Percy Yutar, cuya labor fue crucial para salvar a Mandela de la pena de fin.
El diabólico Joe Slovo (primero por la izquierda) vistiendo uniforme sudafricano durante la segunda guerra mundial. En los años 50 fue, junto con sus hermanos de raza Jack Isacowitz y Harry H. Schwartz, uno de los dirigentes radicales de la Torch Commando, una importante organización británica anti-apartheid donde se mezclaban demócratas, liberales y comunistas.
Los medios de comunicación mundiales, esa poderosa máquina de desinformación controlada por el judaísmo tan enemiga siempre de la causa aria, han convertido a Nelson Mandela en un abanderado apóstol de la paz, olvidando convenientemente que el líder neցro lideró un grupo terrorista y fue un estalinista convencido que siempre detestó a los blancos cuando estos han tratado de defender su cultura y su raza. «Estaba furioso con el hombre blanco […], me habría hecho tremendamente feliz que hubiese subido a sus barcos y abandonado el continente», reconoce Mandela en su Autobiografía (Aguilar, 2010, 2ª ed., p. 123).
Mandela había sido en su juventud introducido en el marxismo por un joven judío de 18 años llamado Nathan Bregman, miembro del Partido Comunista de Sudáfrica, «mi primer amigo blanco […] siempre dispuesto a ayudarme», asegura de nuevo el líder neցro (p. 84), cuando ambos trabajaban en el bufete Witkin, Sidelsky y Eidelman, una de las mayores firmas de abogados del país cuyos «socios eran todos judíos». Este despacho «trabajaba tanto para los neցros como para los blancos» y «estaba comprometido con la educación del sur muy sur» a la que donaba dinero, ya que los judíos, por «mi experiencia ―concluye Mandela―, suelen tener una mentalidad más abierta que la mayor parte de los blancos en cuestiones relacionadas con la raza y la política» (p. 81).
Efectivamente, las más destacadas plañideras y apóstoles «blancos» antiapartheid en el terreno parlamentario, jaleados por toda la prensa sionista a escala planetaria, fueron en su mayoría individuos de raza judía: Helen Zille, Kane-Berman, Ronnie Kasrils, Tony León, Helen Suzman (Gavronsky), etc., pero sobre todo la poderosa familia Oppenheimer, considerados los «reyes» del oro y de los diamantes, a la cabeza del colosal imperio Anglo-American Corporation & DeBeers, con el que han venido sosteniendo en esa zona del mundo, lo mismo que ha hecho su correligionario George Soros, todas las causas de «integración» racial y pro «derechos» de los neցros, siendo también importantes benefactores del Estado de Israel.
Pero el régimen de Pretoria, completamente infiltrado por organismos y redes financieras internacionales dependientes del CFR, era minado desde el otro lado del Atlántico por quienes eran considerados sus aliados, interesados también en desmantelar el gobierno «blanco» sudafricano y conducirlo a un gobierno de tras*ición democrática que forzase un cambio político de reformas en la sociedad y economías del país[5]. En mayo de 1977, el vicepresidente norteamericano Walter Mondale (CFR) había declarado que el presidente Jimmy Carter (CFR) daría alta prioridad a «aplastar» el Apartheid de Sudáfrica, mientras paralelamente buscaba la normalización de relaciones con la China roja y la Unión Soviética, países ambos campeones de los «derechos humanos».
Así, en 1962, el judío Allard Lowenstein, un destacado liberal estadounidense y activista de los derechos civiles que había servido como presidente de la izquierdista Asociación Nacional de Estudiantes, fue reclutado por la CIA como «experto» en el sur de Africa, donde a lo largo de los años adquirió gran experiencia en los movimientos revolucionarios y grupos de oposición al régimen del apartheid con los que entró en contacto, incluido el ANC de Nelson Mandela. Desde su ventajosa posición en la comunidad de inteligencia defendió una alternativa «anticomunista» en la izquierda con la finalidad de desmantelar la estructura del apartheid sin necesidad de recurrir a la revolución marxista.
Con este objetivo se intentó cortejar al ANC, Inkatha y otras organizaciones similares. Muchos de los desplazamientos y actividades de Lowenstein fueron sufragados con dinero de la Anglo-American Corporation & DeBeers del poderoso y astuto magnate hebreo y conocidísimo francmasón Harry Frederick Oppenheimer Pollock (1908-2000), uno de los hombres más poderosos del planeta y socio de los Rothschild, quien, «más que nadie, ha logrado preservar y fortalecer los lazos económicos que unen a Johannesburgo con los centros financieros occidentales»[6].
A través de su hijo Nicholas, y su nieto Jonathan, esta dinastía ha seguido controlando el 80% del comercio mundial de diamantes, oro y carbón, en cuyas minas trabajaron miles de neցros en condiciones infrahumanas y salarios de miseria. Sin embargo, un importante diario neoyorquino de propiedad judía lo describió como un «defensor del poder neցro» y un «oponente constante de la discriminación racial»[7], no dudando en destinar fondos económicos al partido de Mandela. La prepotente influencia de Harry Oppenheimer, descrito como uno de los hombres más poderosos del planeta, logró que la edición o importación de la obra Los Protocolos de los Sabios de Sión fuesen prohibidas por ley en la República de Sudáfrica, que ha contado con alcaldes judíos en casi todas sus principales ciudades.
Paralelamente ayudó a establecer la Fundación Sudáfrica (uno de cuyos presidentes fue el banquero hebreo Edward E. Hersov), una organización satélite del CFR que pretendía mejorar la imagen de Sudáfrica en el exterior, poco antes de los trágicos acontecimientos de Sharpeville de 1961, y luego, después del levantamiento de Soweto de 1976, la Fundación Urban, que proporcionó millones de dólares en planes de asistencia social y vivienda para los neցros.
La Fundación Sudáfrica recomendó al gobierno de Pretoria el hecho de que considerase diseñar «un futuro seguro y feliz para todos, tanto blancos como neցros». Cuatro semanas antes de que las primeras balas volaran sobre Soweto, Oppenheimer pronunció un discurso en la capital británica. «El tiempo se acaba», dijo a los miembros de la Bolsa de Londres. «Aquellos que creemos que la empresa privada es el mejor sistema para abrir nuevas oportunidades y elevar el nivel de vida, tenemos que mostrar muy claramente que este sistema no lleve la etiqueta “solo para blancos”»[8]. El día de su fin, Mandela expresó públicamente sus condolencias: «Su apoyo a las causas democráticas y filantrópicas fueron, según mi experiencia, siempre altruistas y desinteresadas».
El dinero de la CIA también fluía de forma encubierta a otras organizaciones «anticomunistas» negras como el Congreso Panafricanista, cuyo «brazo armado», el Ejército de Liberación Popular de Azania, realizaba regularmente matanzas y atrocidades contra los blancos. El Programa de Intercambio de Liderazgo entre los Estados Unidos y Sudáfrica (USSALEP), fue otra organización antiblanca que recibió fondos directa e indirectamente de la CIA, la Fundación Ford y el gobierno de los Estados Unidos.
Esta «corporación privada», asociada al Instituto Afroamericano, había sido fundada en 1957 con la finalidad de proporcionar becas, viajes y estudios a muchos líderes jovenlandeses neցros de diversos orígenes tribales para pasar una temporada de «intercambio» con otros líderes neցros de los EE.UU. y Europa. Estos intercambios darían un gran impulso a la lucha antiapartheid facilitando que muchos neցros sudafricanos se incorporasen y se involucrasen en la lucha.
Se sabe que el presidente sudafricano H. F. Verwoerd, quien en 1965 sería víctima de un atentado que le costará la vida, desconfió siempre de esta organización, controlada por un «comité de gestión internacional» compuesto inicialmente por quince estadounidenses (entre ellos cuatro neցros, y el importante judío Harold K. Hochschild, otro «filántropo» presidente de la American Metal Company) y quince sudafricanos, casi todos ellos importantes empresarios y hombres de negocios, como Harry Oppenheimer, sus conraciales Harry Goldberg y Tew Schuman, y representantes del izquierdista Instituto de Relaciones Raciales, fundado en 1929 gracias al mecenazgo del la Corporación Carnegie y el Rhodes Truts[9].
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[1] Marye Syrkin, Los judíos y los movimientos revolucionarios, Secretariado Mundial del Movimiento Sionista Obrero, Tel Aviv, 1973, pp. 2-3. La autora es una de las principales dirigentes del sionismo socialista e hija del fundador de esta corriente, Najman Syrkin.
[2] “EL PAIS”, 06-05-2010.
[3] “The New York Times”, 11 de octubre de 1987.
[4] “EL PAIS”, 06-06-2011.
[5] Otra fuerza que contribuyó eficazmente al desprestigio del régimen del Apartheid, fue la prensa demoliberal. Los principales diarios de habla inglesa que se convirtieron en símbolo de la lucha antiapartheid eran propiedad judía: el consorcio periodístico Argus Group Newspaper, el más importante de Sudáfrica, estaba controlado por Harry Oppenheimer. Su principal diario, “The Star”, tenía como director al judío Richard Stein. El poderoso “Sunday Times”, tuvo durante décadas como responsables a Joseph Levy, Joel Mervis y Charles Bloomberg. El editor del liberal “Rand Daily Mail”, era otro circunciso llamado Benjamin Pogrund, posteriormente jefe de redacción extranjera del diario inglés “The Independent”.
[6] “The New York Times”, 8 de mayo de 1983.
[7] “The New York Times”, Ibídem.
[8] “The New York Times”, 21 de noviembre de 1976.
[9] Dos mujeres judías han figurado al frente de dicho Instituto durante los periodos 1954-1956 y 1991-1993: Ellen Hellmann (nacida Kaumheimer), miembro fundadora del Partido pregresista Liberal, quien ocupó cargos en el Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales; y Hellen Suzman, nominada dos veces para el Nobel de la Paz.
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