Fue hace dos décadas, Yo era un chiquillo, el menor de tres técnicos y una vendedora a los que un propietario argentino y su hermana nos chuleaba cada día. Cobrábamos a chorritos, en cash, “te voy a dar esto que puedo hoy y cuando tenga más te pago más” y así hasta cobrar la nómina, cada mes. El menos protestón tenía meses pendientes por cobrar, pero ninguno quería hacer nada, todos tenían miedo. El jefe era un puñetero mafias. Una tarde, creyéndose sola, su hermana hizo una llamada a Argentina pidiendo a alguien que buscara literalmente a un hambriente: “decile: querés un viajito gratis a españa? A la fiesta todo pagado? …y me lo mandás, pero tené que tener pasaporte, al llegar a España mi hermano se lo retiene y ese firmá lo que mi hermano le ponga. Pero tené que ser un hambriente, pero con pasaporte.”
Esa misma semana fui a donde me dijeron que estaba inspección de trabajo y les canté la traviata, sin escribir nada ni firmar nada, todo de buena fe y actuaron de oficio. Todo fue fino fino, como la seda, rápidos y eficaces. Les cayó la del pulpo, a saber la de cosa que tendrían que tener escondida. Me pagaron lo que me debían y extras, porque en realidad, por contrato y ley, me correspondía más. Cerraron las tiendas y nunca nadie me dijo nada, de la familia, solo la hermana me insultó, si sabían que fui yo porque era el más chulo. Los demás, la comercial me dio las gracias por forzar aquello y empujarla a salir de aquel circulo del que no se salía porque nunca se cobraba todo de un golpe, un técnico vacileta estaba contento con cobrar y con extras, PERO: el asustadizo, un tipo enorme, el que más dinero tenía a deber y el que más cobró, me amenazó por hacerle perder el trabajo (WTF!) y me dijo que no me cruzara con él en un paso de cebra porque no iba a frenar, o algo asi.
En realidad, solemos tener lo que nos merecemos, efectivamente