Comer carne roja

CANCERVERO

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En 'Nutrición Evolutiva. El despertar de la especie', Juan Bola -nutricionista y técnico de Actividades Físicas y Deportivas- denuncia cómo "se han demonizado injustamente alimentos imprescindibles para el ser humano", mientras se han encumbrado otros, como las legumbres, que, al parecer, no nos aportan tantas cosas buenas como nos quieren hacer creer
¿Lo que tenemos que hacer para no enfermar es comer más carne roja y menos garbanzos?

Tras leer la magnífica entrevista que le hizo Cristina Galafate en ZEN, he devorado "Nutrición Evolutiva. El despertar de la especie' (Alienta editorial), el libro en el que Juan Bola -nutricionista y técnico de Actividades Físicas y Deportivas- denuncia cómo "se han demonizado injustamente alimentos imprescindibles para el ser humano, como la carne roja y la sal", abogando por su recuperación en nuestra dieta. En él, Bola no solo argumenta la imperiosa necesidad de nuestro regreso al chuletón, sino que reivindica con contundencia la importancia "de comer huesos, vísceras y casquería de calidad".
En un concienzudo análisis de nuestra forma de alimentarnos, este nutricionista se remonta al principio de los días de los 'Homo sapiens' para sostener la tesis que defiende, con uñas y dientes, en su libro: "Tenemos una genética, que es nuestra esencia como seres, fijada hace aproximadamente 40.000 años, por lo que realizar hábitos de vida similares a los que hacíamos en aquella época puede potenciar realmente nuestra salud".
Según esto, los seres humanos somos genética y fisiológicamente carnívoros, no omnívoros. La mejor prueba de que no estamos 'diseñados' para un elevado consumo de vegetales es que, en estos, hay "una gran cantidad de sustancias que nuestro cuerpo no reconoce y que generan un impacto negativo en el organismo, pudiendo, incluso, llevar a la toxicidad y generar desajustes fisiológicas". Es más, él sostiene que "las enfermedades modernas llegaron con la alimentación moderna".
Enganchados la comida, sobrealimentados, pero desnutridos, no cabe duda, en mi modesta opinión, de que Juan Bola pone el dedo en la llaga al señalar la complicidad 'de unos y de otros' con la poderosa industria alimentaria para diseñar una pirámide nutricional sostenida en su base por esos hidratos de carbono de absorción rápida (dulces, pasta, arroz, etc) que han acabado por 'esclavizarnos', condenándonos a vivir montados en la montaña rusa de las subidas y bajadas de azúcar en sangre.
Enganchados a la efímera energía que nos brinda el azúcar, somos incapaces hasta de movernos sin nuestra 'dosis' correspondiente, según señala este especialista que aboga por la combinación de ayuno intermitente más actividad física (bajo supervisión) como herramienta para trabajar nuestra flexibilidad metabólica.
No obstante, llegados a este punto, confieso que 'me quedé muerta' al leer la lista de alimentos que, tal y como recoge Bola en las páginas de su obra, deberíamos de tratar de limitar e, incluso, eliminar, empezando por una de las categorías más encumbradas por los expertos por sus 'presuntos' múltiples beneficios: las legumbres. Y todo por culpa, principalmente, de las lectinas, un antinutriente cuyo 'propósito' es disuadir a otros animales de que se las coman y que, al parecer, son las que nos provocan todos esos problemas de digestión cuando comemos lentejas, garbanzos y, sobre todo, judías rojas. El tema no es, ni mucho menos, para tomárselo a broma porque, tal y cómo explica Bola, las personas más sensibles a las lectinas pueden experimentar complicaciones de salud de diversa índole.
Derribado el mito de los garbanzos, he de confesar que el de las frutas tampoco me sorprendió tanto. Porque, más allá del chute de fructosa que nos meten para el cuerpo los que él llama 'dulces de la naturaleza', hace hincapié en los 'retoques' genéticos y otros movimientos 'antinatura' que implican nuestros caprichos como consumidores. Vamos, que el tomar sandías cada vez más dulces, seductoramente rojas, sin una sola pepita y en cualquier época del año no sale gratis (y no hablo del precio, que tampoco).

Legumbres, no (o muy pocas). Verduras y frutas, las justas, de cercanía y de temporada. Pescados, con reservas (convertido en el vertedero del planeta, el mar no es, precisamente, el mejor escenario para buscar comida). bemoles, "criados de forma correcta". Y más carne roja. Frente a los que acusan a la chuleta de ser mala para la salud, Bola alega que "existen muy pocos estudios experimentales en humanos sobre el consumo de carne roja y cáncer". También que "los pocos ensayos clínicos controlados, aleatorizados, realizados sobre el consumo de carne roja y el riesgo de enfermedades cardiovasculares demuestran que la ingesta de tres o más porciones de carne roja a la semana no tiene efectos adversos en los factores de riesgo de cardiopatías como el colesterol, los triglicéridos o la presión arterial".
Más carne (huesos y vísceras), pero también más sodio ("esencial para numerosas funciones vitales") y más sol ("nos nutre y nos regula") serían, para el autor de 'Nutrición evolutiva. El despertar de la especie-, los pilares para sacar a relucir nuestra mejor versión. Vamos, justo lo contrario de lo que se nos recomienda por todos los lados. Yo, la verdad, ya no sé a qué atenerme...



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Vaya. ¿Asi que no sabías que los chimpancés comen carne?
Pues nada, una cosa que has aprendido hoy.

El cerebro de los primeros hominidos, comenzo a desarrollarse cuando aumento la ingesta de colesterol. Comian carne y vejetales cuando no habia otra cosa. El aparato digestivo en los humanos, no está preparado para extraer de los vejetales el material necesario para su existencia, fijaros en los rumiantes como lo aprovechan con sus varios estomagos y aún así sus excrementos tiene mucha materia útil para otros animales. Además podeis fijaros en la cara de iluso, cuerpoescombro carencia de neuronas de todes les amaalfalfas.
 
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