Gurney
Purasangre de la sangre más pura
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Toreo, arte analfabeta
JUAN MANUEL DE PRADA 05/05/2024 a las 19:24h
El Ministerio de Cultura retira el Premio Nacional de Tauromaquia (las mayúsculas que no falten). Se nos antoja una excelente noticia; pues una «arte puramente analfabeta» –como Bergamín definía el toreo– no merece el baldón de los premios oficiales. El toreo, como el cante jondo, es «arte puramente analfabeta» porque nace de abajo y encarna el misterio eternamente fugitivo del arte, ese quid divinum que sopla donde quiere. Pero esta arte que nace de los yacimientos oscuros de la entraña popular es incompatible con la Cultura oficial, concebida como arma de dominio, que propaga los paradigmas ideológicos que interesan al sistema. Para impulsar esta Cultura oficial se crearon los ministerios de la cosa, con sus negociados expendedores de bulas y anatemas, con sus programaciones de pitiminí y sus cánones de obligado cumplimiento, desde donde se apacientan las castas de intelectuales gregarios y artistillas sistémicos. Todo lo que nuestra corrompida época llama «Cultura» es purrela, a veces muy emperifollada, para regodeo de élites, a veces aderezada chabacanamente, para consumo de masas. La primera variante sirve para que una patulea de artistillas esotéricos y polillas del erario público que a nadie interesan viva opíparamente, retozando en el muladar de sus onanismos. La segunda variante sirve para alienar a las masas, brindándoles entretenimientos plebeyos, estereotipados y bajunos.
Esta «Cultura» oficial que hoy todo lo invade, a modo de gas mefítico, no es más que una inmensa colección de baratijas en la que no encaja una «arte puramente analfabeta» como el toreo. Pues, como escribía Foxá, el toreo es «el espectáculo de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá». Y en esto, en pasearse entre el más acá y el Más Allá, ha consistido el arte genuinamente español; lo demás es filfa y pacotilla para mantener aborregada a la «ciudadanía». Dicen los petardos de la izquierda caniche que retiran el Premio Nacional de Tauromaquia porque están comprometidísimos con el «bienestar animal»; pero el único «bienestar animal» que les importa es su bienestar de perritos caniches al servicio de la plutocracia, que se alimenta de las sensiblerías de la borregada.
El toreo, como arte que se pasea tranquilamente entre el más acá y el Más Allá, no se preocupa de la patochada «bienestar», ni humano ni animal, porque es un arte espiritual, aunque la carne –carne gallarda que se expone a la fin, carne dilacerada y sangrante que se vacía de vida— tenga una presencia tan cierta y dolorosa. Pero es carne de un pueblo teológico que no teme la fin, porque cree en la resurrección. Dejemos la «Cultura» para los mequetrefes y cagapoquitos de la izquierda caniche, que, por no tener, no tienen ni sangre en las venas, ni entienden la música trágica del toreo. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh neցro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas!
JUAN MANUEL DE PRADA 05/05/2024 a las 19:24h
El Ministerio de Cultura retira el Premio Nacional de Tauromaquia (las mayúsculas que no falten). Se nos antoja una excelente noticia; pues una «arte puramente analfabeta» –como Bergamín definía el toreo– no merece el baldón de los premios oficiales. El toreo, como el cante jondo, es «arte puramente analfabeta» porque nace de abajo y encarna el misterio eternamente fugitivo del arte, ese quid divinum que sopla donde quiere. Pero esta arte que nace de los yacimientos oscuros de la entraña popular es incompatible con la Cultura oficial, concebida como arma de dominio, que propaga los paradigmas ideológicos que interesan al sistema. Para impulsar esta Cultura oficial se crearon los ministerios de la cosa, con sus negociados expendedores de bulas y anatemas, con sus programaciones de pitiminí y sus cánones de obligado cumplimiento, desde donde se apacientan las castas de intelectuales gregarios y artistillas sistémicos. Todo lo que nuestra corrompida época llama «Cultura» es purrela, a veces muy emperifollada, para regodeo de élites, a veces aderezada chabacanamente, para consumo de masas. La primera variante sirve para que una patulea de artistillas esotéricos y polillas del erario público que a nadie interesan viva opíparamente, retozando en el muladar de sus onanismos. La segunda variante sirve para alienar a las masas, brindándoles entretenimientos plebeyos, estereotipados y bajunos.
Esta «Cultura» oficial que hoy todo lo invade, a modo de gas mefítico, no es más que una inmensa colección de baratijas en la que no encaja una «arte puramente analfabeta» como el toreo. Pues, como escribía Foxá, el toreo es «el espectáculo de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá». Y en esto, en pasearse entre el más acá y el Más Allá, ha consistido el arte genuinamente español; lo demás es filfa y pacotilla para mantener aborregada a la «ciudadanía». Dicen los petardos de la izquierda caniche que retiran el Premio Nacional de Tauromaquia porque están comprometidísimos con el «bienestar animal»; pero el único «bienestar animal» que les importa es su bienestar de perritos caniches al servicio de la plutocracia, que se alimenta de las sensiblerías de la borregada.
El toreo, como arte que se pasea tranquilamente entre el más acá y el Más Allá, no se preocupa de la patochada «bienestar», ni humano ni animal, porque es un arte espiritual, aunque la carne –carne gallarda que se expone a la fin, carne dilacerada y sangrante que se vacía de vida— tenga una presencia tan cierta y dolorosa. Pero es carne de un pueblo teológico que no teme la fin, porque cree en la resurrección. Dejemos la «Cultura» para los mequetrefes y cagapoquitos de la izquierda caniche, que, por no tener, no tienen ni sangre en las venas, ni entienden la música trágica del toreo. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh neցro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas!