Coalición de Carlistas/Franquistas/Provida = Impulso Social: Por la soberania, anti R78, Por los val

Yo tengo otra visión. Opino que una persona puede ser tradicionalista sin que vaya esto acompañado del Tradicionalismo político. Ejemplos en este Foro, Bernal, Siegfried, Ramiro García.... con quienes comparto Principios y por los que siento una enorme afinidad. El Carlismo representa el Tradicionalismo político, no el Tradicionalismo en su totalidad. Opino que, si no todos, si una parte de falangistas pueden decirse tradicionalistas, al menos en el sentido amplio, no estricto, de este concepto. En ciertos aspectos lo son.

Creo que su post puede ser una mezcla de ambas cosas.

Menos Siegfried, todos tienen tendencias progres. A rancio no me gana ni uno.

Pero esto no es tanto porque sean de DN sino porque son españoles. El español siempre ha sido típicamente feo, de toda la vida.

Pos sí, yo soy mu español, cierto :roto2:


Pero no me refería a eso.
 
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Lloro mucho, debería darte pena en lugar de reirte. Bernal tiene tics progres en su concepto del Estado y las libertades personales. Eso es progre, muy progre. Precisamente se supone que los tuyos se levantaron contra eso.

¿Qué parte no entiendes cuando he distinguido entre Tradicionalismo político (en su sentido estricto), del tradicionalismo católico con el que identifico a Bernal? Con él comparto esto último, como comparto su cosmovisión católica, humanismo hispánico, Principios y su profundo anti-liberalismo. Que él no sea monárquico, foralista y tal, no invalida lo anterior, de ahí que lo considere tradicionalista.

¿Qué es un progre? Progre eres tú... Ya que, en mi opinión, todo lo que se aleje de la Tradición lo es. Aceptas el Sistema Liberal surgido de la ruptura con la Tradición, por lo tanto....Así como desprecias el Reinado Social de Cristo. Va a resultar que usamos distintos códigos e interpretamos conceptos de un modo contrapuesto, ¿no crees?


Un montón de cosas. Buenas, claro. Te dejo imaginártelo también. Entre ellas, que además de estar levemente alfabetizado, entiendo lo que leo; hablo de rancios y progres, no de tradicionalistas. Para mí también eres progre en muchas cosas, qué se le va a hacer.

Sigues las miguitas, te estás perdiendo...

Lo que sea o deje de ser para ti... Pues ya ves, no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas...


La realidad es que la tradición es mucho más que eso. Algunas veces peor, a veces mejor. No tiene sentido intentar describirlo porque el tradicionalismo es un movimiento reaccionario, no tiene conciencia de sí mismo hasta que alguien viene a intentar imponer un modo de vida nuevo y entonces se reacciona.

Prefiero la frase que dije antes, sin tanta brasa de curas y demá

La Tradición, así con mayúscula, es lo que es, no es sinónimo de tradiciones, así, con minúscula..

Lo que carece de sentido es que te intentes apropiar de conceptos ya existentes, el Tradicionalismo es lo que es, no lo vas a reinventar a estas alturas... Tú sé todo lo rancio que desees, sé lo que te dé la real gana.... pero nunca serás tradicionalista, lana con lana y seda con seda.


¿En qué se supone que es anti capitalista?

¿Otra vez? Con lo bien explicado que está:

Muy buen hilo.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

Más Sociedad, menos Estado:


capitalismo+contra+propiedad.jp


El capitalismo y el socialismo contra la propiedad. Rafael Gambra y las bases antropológicas de la propiedad humana.

La propiedad capitalista comenzó con el liberalismo económico, con el código napoleónico y la división forzosa de patrimonios, con las leyes desvinculadoras, antigremiales y desamortizadoras. Hoy está escrito en las almas, en las costumbres y en las leyes.

Los males y abusos del capitalismo no se eliminan con la socialización de los bienes. Eliminar la propiedad privada es cortar definitivamente las bases económicas de la familia y también de otras muchas instituciones que sirven de contrapoderes al Estado y hacen posible la libertad política. En frase de Hilaire Belloc "tal solución sería como, pretender cortar los horrores de una religión falsa con el ateísmo, o los males de un matrimonio desdichado con el divorcio, o las tristezas de la vida con el suicidio (La Iglesia y la propiedad privada). Entregar toda la riqueza posible a un solo administrador universal supone el definitivo desarraigo del hombre, reduciéndolo a su condición, meramente individual. Supone también romper todo vínculo espiritual con las cosas, que dejarán así de ser horizonte o entorno humano para convertirse sólo en fuente indiferenciada de subsistencia. Paradójicamente el colectivismo potencia hasta su máximo el individualismo, y, a través de un proceso minucioso de masificación, elimina del corazón humano toda relación con el mundo circundante que no sea la codicia, la disconformidad y la envidia.

Era una sentencia corriente entre los liberales del siglo pasado que "los males de la libertad con más libertad se curan". Yo he pensado siempre que son "los males de la propiedad los que con más propiedad se curan". Es decir, restituyendo al ejercicio de la propiedad toda su profundidad y sus implicaciones, el marco de significación y de vinculaciones de que fue privada. Cuando la sociedad no era gobernada por ideólogos y políticos de profesión —antes de la revolución política e industrial—, tanto nuestra civilización como toda otra tendieron a dotar a la propiedad de un cierto carácter sacral y patrimonial que hacían posible esa correlación de deberes y derechos en que consiste la justicia. Cuando a mayores derechos corresponden mayores deberes (y a la inversa), las diferencias inevitables de fortuna o posición social se hacen tolerables y aun respetables, precisamente porque no son puramente diferencias económicas sino estatus, que asocian al disfrute de los bienes implicaciones espirituales de lealtades y de deberes.

Como por sarcasmo, fue en nombre de la libertad como se realizó esa limitación de la propiedad a su aspecto más material y menos humano, es decir, como se la tras*formó en ese capitalismo contra el que más tarde se rebelaría el socialismo. Se trataba de desvincular al hombre de los lazos históricos que lo ligaban a su pasado, de los mitos y supersticiones ancestrales que condicionaban su comportamiento, de buscar la libre expansión del individuo y la libre expresión de su voluntad. La casa y los campos "que por ningún precio se venderían", las tierras amortizadas por la piadosa donación, los bosques comunales inajenables por considerarse propiedad de generaciones pasadas, presentes y futuras, era cuanto tenía que ser desvinculado o desamortizado para la mejor explotación y para "la riqueza de las naciones".

Este designio de la revolución económica radica en un tremendo error sobre la naturaleza del hombre y de la condición humana. Estriba en concebir al hombre —a cada hombre— como una especie de encapsulamiento que encierra al verdadero individuó, a modo de un núcleo —bueno, racional y feliz por naturaleza— al que hay que liberar de esa cápsula, hecha de tabús y de opresión que lo deforman y esclavizan. Esta idea está escrita a fuego en el espíritu de la Modernidad. Destruir los prejuicios, desenmascarar los tabús, ha sido el imperativo de casi dos siglos de pedagogía y de política.

El primitivo buscó cuevas donde guarecerse: el hombre moderno se empleó en demoler las mansiones que durante milenios albergaron a su civilización sin pensar que en el término del proceso hallaría la intemperie: aquello precisamente que impulsó a sus antepasados a buscar el refugio, con su angosta entrada, con sus paredes y su bóveda, es decir, un ámbito protector habitable, defendible, decorable (...)

El hombre —cada hombre-—no es un núcleo escondido que haya de "liberarse" o ser despertado rompiendo el cerco de maleza que lo rodea, como a la hermosa durmiente del bosque. Si alcanzáramos a aniquilar cuanto un hombre ha creído y ha amado y realizado a lo largo de su vida daríamos, no con el primitivo sano y feliz o con el hombre al fin liberado y "él mismo", sino con el yermo desertizado o con la inmensa ausencia de una decepción sin límites, tal vez con el desaliento de una incapacidad ya de rehacer.

Porque el hombre —cada hombre— consiste en esa serie de lazos que él mismo —-en buena parte-— ha ido creando con las cosas: todo aquello que considera como suyo, sin lo cual su vicia carecería para él mismo de sentido y aparecería a sus ojos como impensable. El hombre no es su pura naturaleza potencial, ni sus disposiciones natales o heredadas, aunque sea también esto. En tanto que hombre individualizado, actual, irrepetible, se forja en una misteriosa relación de sí mismo con cuanto le rodea, dentro de la cual ejerce su capacidad de entrega (o donación) y de apropiación, edificando así su mundo diferenciado y, con él, su personalidad íntima. Hacer libre a un hombre no consiste en desasirle de su propia labor —de su trabajo— sino conseguir que trabaje en lo que ama o que pueda amar aquello que realiza. Hombres libres no son aquellos que flotan indiferentes o desasidos de cuanto les rodea, sino los que alcanzan a vivir un mundo suyo, aunque no trascienda de su vida interior, aunque haya sido logrado en la ascesis y el esfuerzo.

Es de Saint-Exupéry la frase: "no amo al hombre” amo la sed que lo devora". El hombre más dueño de sí y de su mundo, y con mayor personalidad, suele ser también el más ligado y entrañado en ese mundo propio, porque las raíces son en él las más firmes y exigentes; diríamos, en términos hoy habituales, el menos libre. Al paso que el hombre más libre en este último sentido es el más disponible al viento de la vida y de sus propias pasiones; es decir, el menos capaz de vida interior y de creación, el menos libre en la realidad.

Basta, por lo tanto, con conocer al hombre mismo y a su relación con el mundo circundante para incluir la propiedad privada entre sus más radicales derechos; es decir, para reconocerla como el ámbito de su vivir auto constitutivo. Sin la posibilidad de extender el Yo —y el Super-yo— a las cosas, sin poder hacerlas nuestras y dotarles de un sentido, nunca adquirirá la vida humana su dimensión profunda, ni madurará en sus frutos* ni existirá un motivo para vivirla por muchos medios que se arbitren para facilitarla.

La técnica del "nivel de vida", convertida en soberana y erigida en fin último "social" e individual de una "sociedad de masas", ha dotado al hombre de medios de subsistencia y confort desconocidos por los más afortunados de otras épocas. Pero a la vez, y a un ritmo visiblemente acelerado, le privan de los lazos de compromiso y de apropiación (incorporación a sí mismo) que engendraban para él un mundo propio, diferenciado, y ello hasta desarraigarlo de todo ambiente personalizado y estable, vaciando su vida de sentido humano, de objetivos y de esperanza. M derecho a poseer algo y a serle fiel no figura entre esos "Derechos Humanos" que abren camino al universo socialista.

En rigor, es la Ciudad creada por el fervor a sus símbolos y a sus dioses lo que sostiene al hombre que vive en su seno, y lo preserva del hastío y de la corrupción; porque entre hombre y Ciudad se establece una misteriosa tensión por cuya virtud la corrupción, cuando sobreviene, no está tanto en los individuos como en el imperio que los alberga. Cuando viven en la lealtad y el fervor, hasta sus mismas pasiones los engrandecen; cuando, en cambio, viven juntos para sólo servirse a sí mismos, sus propias virtudes aprovechan a la pereza y al repruebo mutuo.

Porque la Ciudad sostenida por el fervor engendra para el hombre dos elementos necesarios a su sano vivir: de una parte, el sentido de las cosas, que libra al hombre de caer en la incoherencia de un mundo sin límites ni estructuras; de otra, la maduración del vivir, por cuya virtud la obra que el hombre realiza paga por la vida que le ha quitado, y el mismo conjunto de la vida, por ser constructivo, paga ante su eternidad. Ello libra al hombre del hastío de un correr infecundo de sus años y le concilia con su propio morir.

Como ha escrito Salvador Minguijón, "el localismo cultural, impregnado de tradición y fundado sobre la difusión de la pequeña propiedad, sostiene una permanencia vigorosa frente a la anarquía mental que dispersa a las almas. Los hombres pegados al terruño, aunque no sepan leer, disponen de una cultura que es como una condensación del buen sentido elaborada por siglos, cultura muy superior a la semicultura que destruye él instinto sin sustituirlo por una conciencia (...). La estabilidad de las vidas humanas crea el arraigo, que engendrará nobles y dulces sentimientos y sanas costumbres. Estas cristalizan en saludables instituciones que, a su vez, conservan y afianzan las buenas costumbres. No es otra la esencia doctrinal del tradicionalismo".


Obra completa, aquí:

http://www.fundacionspeiro.org/verbo/1980/V-181-182-P-75-82.pdf

Soy consciente que no vale la pena intentarlo -que lo comprendas-, no está hecha la miel para...


Edito: añadir cita.
 
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