ULTRAPACO
de derechas sensato
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A diferencia de sus adversarios americanos, los rusos no detonaron ningún artefacto nuclear durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la “necesidad” de estudiar los efectos que tendrían las radiaciones relacionadas con estas explosiones sobre humanos y animales impulsaron a las autoridades de la URSS a detonar en 1954 una bomba atómica, en la provincia soviética de Orenburg. Al menos tres aldeas cercanas – Makhovka, Olkhovka y Yelshanka- resultaron afectadas, y miles de personas murieron durante el experimento y los años siguientes.
A pesar de los terribles e inocultables resultados obtenidos por los estadounidenses cuando en 1945 bombardearon Nagasaki e Hiroshima con sendos artefactos nucleares, los militares rusos querían obtener datos que les ayudasen a comprender que tan efectivas (y nocivas) podían llegar a ser este tipo de bombas. Como ha ocurrido en diferentes países -muchas veces- a lo largo de la historia, se diseñó un experimento secreto para obtener información de primera mano, involucrando a tropas y civiles que no serían informados de los potenciales peligros de la situación que iban a vivir.
El sitio elegido fue un campo de maniobras en Orenburg.
En 1954 se comenzó a preparar lo que sería el primer ensayo nuclear realizado durante un ejercicio militar en la Unión Soviética. Bajo en nombre en código “Joe-8”, el experimento giraba alrededor de la detonación de una bomba atómica de cuarenta kilotones a unos 350 metros de altura sobre el nivel del terreno. El sitio elegido fue un campo de maniobras situado al norte de la aldea de Totskoye, a unos 40 kilómetros de Buzuluk en Orenburg, al sur de los Urales.
Finalmente, la fecha designada para el “ejercicio militar” fue el 14 de septiembre de 1954, y se comenzaron a movilizar las tropas y vehículos necesarios para el desarrollo del evento. Más de 45 mil soldados, 600 tanques, 600 vehículos blindados y un gran número de aviones se dirigieron hacia la zona. Los civiles de las aldeas cercanas ignoraban por completo lo que estaba por suceder, y algunos historiadores sugieren -aunque no hay pruebas irrefutables de esto- que decenas de prisioneros fueron trasladados al lugar para servir de “espécimenes de pruebas”.
Un dispositivo RDS-3 fue arrojado desde los 8000 metros de altura sobre Totskoye.
Las maniobras tenían como objetivo principal conocer de primera mano y en un “entorno controlado” los efectos que tendría un ataque atómico y la forma en que se podrían desarrollar las operaciones bélicas en un escenario de esas características. El sitio para el ensayo había sido elegido cuidadosamente: el terreno de Totskoye tiene una gran similitud con el teatro de operaciones europeo en el que -imaginaban los generales rusos- deberían librar una guerra contra las fuerzas de la OTAN.
El experimento era sumamente importante para esa nación, y un gran número de personalidades asistieron a su desarrollo. Varios Mariscales, el propio Secretario General del partido Nikita Kruschev, el ministro de Defensa Bulganin y el científico responsable del proyecto nuclear soviético Ígor Kurchatov estuvieron presentes el día de la detonación. El artefacto nuclear, un dispositivo conocido como RDS-3, fue arrojado desde los 8000 metros de altura por un bombardero Tu-4, y explotó con toda la potencia de sus 40 kilotones unos 350 metros sobre los campos de Totskoye.
Unos instantes después, cuando la nube en forma de hongo aún no había terminado de elevarse, los aviones de combate y las fuerzas de artillería inauguraron las maniobras, abriendo fuego sobre blancos situados cerca del epicentro de la explosión. Tres horas más tarde, en medio de los incendios provocados por el calor de la bomba y marchando sobre un terreno altamente contaminado por la radiación, las tropas de infantería marcharon hacia la “zona cero”.
En una zona circular de 300 metros de diámetro no había quedado absolutamente nada, solo tierra arrasada. Los cinco kilómetros siguientes eran un infierno de incendios, que afectaron varias aldeas vecinas, como Makhovka, Olkhovka y Yelshanka, que debieron ser evacuadas. El viento, que soplaba a unos 20 kilómetros por hora, contribuyó a diseminar el polvo radioactivo por las zonas circundantes.
No se sabe exactamente cuantos civiles y soldados murieron a consecuencia de este experimento, pero las crónicas dan cuenta que muchos soldados -a pie y sin protección adecuada- estuvieron realizando maniobras de combate a menos de 800 metros del epicentro de la explosión. La Unión Soviética nunca ha sido, y mucho menos en aquellos años, muy amante de proporcionar datos confidenciales a la prensa, pero las estimaciones basadas en el poder del explosivo utilizado y las posiciones de las tropas y de las poblaciones civiles han permitido estimar en “centenares” los muertos en el lapso de unos pocos días.
Miles de personas soportaron graves problemas de salud durante el resto de sus vidas, y se sabe que al menos el piloto y navegante del bombardero encargado de arrojar la RDS-3 murieron a causa de la leucemia y el cáncer oseo. Los campesinos y aldeanos evacuados fueron devueltos rápidamente a sus lugares de origen, donde siguieron cultivando y consumiendo los productos de sus tierras. Muchos de ellos también desarrollaron cáncer.
Estudios muy posteriores, realizados en 1997, demuestran que los habitantes de esa región de Orenburg poseen índices muy altos de enfermedades relacionadas con la radiación. A unos 200 kilómetros del centro de la explosión, aún hoy, tienen lugar más casos de canceres que en el resto del país. Algunas fuentes sostienen que esta tasa es incluso el doble más alta que en los evacuados de la ciudad de Chernobyl en 1986.
A pesar de los terribles e inocultables resultados obtenidos por los estadounidenses cuando en 1945 bombardearon Nagasaki e Hiroshima con sendos artefactos nucleares, los militares rusos querían obtener datos que les ayudasen a comprender que tan efectivas (y nocivas) podían llegar a ser este tipo de bombas. Como ha ocurrido en diferentes países -muchas veces- a lo largo de la historia, se diseñó un experimento secreto para obtener información de primera mano, involucrando a tropas y civiles que no serían informados de los potenciales peligros de la situación que iban a vivir.
El sitio elegido fue un campo de maniobras en Orenburg.
En 1954 se comenzó a preparar lo que sería el primer ensayo nuclear realizado durante un ejercicio militar en la Unión Soviética. Bajo en nombre en código “Joe-8”, el experimento giraba alrededor de la detonación de una bomba atómica de cuarenta kilotones a unos 350 metros de altura sobre el nivel del terreno. El sitio elegido fue un campo de maniobras situado al norte de la aldea de Totskoye, a unos 40 kilómetros de Buzuluk en Orenburg, al sur de los Urales.
Finalmente, la fecha designada para el “ejercicio militar” fue el 14 de septiembre de 1954, y se comenzaron a movilizar las tropas y vehículos necesarios para el desarrollo del evento. Más de 45 mil soldados, 600 tanques, 600 vehículos blindados y un gran número de aviones se dirigieron hacia la zona. Los civiles de las aldeas cercanas ignoraban por completo lo que estaba por suceder, y algunos historiadores sugieren -aunque no hay pruebas irrefutables de esto- que decenas de prisioneros fueron trasladados al lugar para servir de “espécimenes de pruebas”.
Un dispositivo RDS-3 fue arrojado desde los 8000 metros de altura sobre Totskoye.
Las maniobras tenían como objetivo principal conocer de primera mano y en un “entorno controlado” los efectos que tendría un ataque atómico y la forma en que se podrían desarrollar las operaciones bélicas en un escenario de esas características. El sitio para el ensayo había sido elegido cuidadosamente: el terreno de Totskoye tiene una gran similitud con el teatro de operaciones europeo en el que -imaginaban los generales rusos- deberían librar una guerra contra las fuerzas de la OTAN.
El experimento era sumamente importante para esa nación, y un gran número de personalidades asistieron a su desarrollo. Varios Mariscales, el propio Secretario General del partido Nikita Kruschev, el ministro de Defensa Bulganin y el científico responsable del proyecto nuclear soviético Ígor Kurchatov estuvieron presentes el día de la detonación. El artefacto nuclear, un dispositivo conocido como RDS-3, fue arrojado desde los 8000 metros de altura por un bombardero Tu-4, y explotó con toda la potencia de sus 40 kilotones unos 350 metros sobre los campos de Totskoye.
Unos instantes después, cuando la nube en forma de hongo aún no había terminado de elevarse, los aviones de combate y las fuerzas de artillería inauguraron las maniobras, abriendo fuego sobre blancos situados cerca del epicentro de la explosión. Tres horas más tarde, en medio de los incendios provocados por el calor de la bomba y marchando sobre un terreno altamente contaminado por la radiación, las tropas de infantería marcharon hacia la “zona cero”.
En una zona circular de 300 metros de diámetro no había quedado absolutamente nada, solo tierra arrasada. Los cinco kilómetros siguientes eran un infierno de incendios, que afectaron varias aldeas vecinas, como Makhovka, Olkhovka y Yelshanka, que debieron ser evacuadas. El viento, que soplaba a unos 20 kilómetros por hora, contribuyó a diseminar el polvo radioactivo por las zonas circundantes.
No se sabe exactamente cuantos civiles y soldados murieron a consecuencia de este experimento, pero las crónicas dan cuenta que muchos soldados -a pie y sin protección adecuada- estuvieron realizando maniobras de combate a menos de 800 metros del epicentro de la explosión. La Unión Soviética nunca ha sido, y mucho menos en aquellos años, muy amante de proporcionar datos confidenciales a la prensa, pero las estimaciones basadas en el poder del explosivo utilizado y las posiciones de las tropas y de las poblaciones civiles han permitido estimar en “centenares” los muertos en el lapso de unos pocos días.
Miles de personas soportaron graves problemas de salud durante el resto de sus vidas, y se sabe que al menos el piloto y navegante del bombardero encargado de arrojar la RDS-3 murieron a causa de la leucemia y el cáncer oseo. Los campesinos y aldeanos evacuados fueron devueltos rápidamente a sus lugares de origen, donde siguieron cultivando y consumiendo los productos de sus tierras. Muchos de ellos también desarrollaron cáncer.
Estudios muy posteriores, realizados en 1997, demuestran que los habitantes de esa región de Orenburg poseen índices muy altos de enfermedades relacionadas con la radiación. A unos 200 kilómetros del centro de la explosión, aún hoy, tienen lugar más casos de canceres que en el resto del país. Algunas fuentes sostienen que esta tasa es incluso el doble más alta que en los evacuados de la ciudad de Chernobyl en 1986.