Franco, ese antiliberal. Ya cuando era oficial en la guerra de jovenlandia leía mucho en sus horas libres, y conocía bien la historia de España y los conflictos internos y externos de la nación. También le gustaba la literatura. No era un erudito ni un intelectual, pero en ningún caso responde a esa imagen que la izquierda fabricó de él. Después de comer y mientras hacía la digestión tenía por costumbre leer y a veces escribir cartas a su novia, dicen que cursilísimas. Siempre antes de entrar en combate, porque no era aconsejable llevar el estómago lleno por si se caía herido; mejor digerir antes. No era un hombre frío, como se dice, sino cálido pero sereno. Vernon Walters lo contaba: "No era el español habitual, charlatán y vociferante; todo lo contrario" Y también Indalecio Prieto, enemigo a fin: "Lo he visto pelear en África, y para mí, el general Franco llega a la fórmula suprema del valor: es hombre sereno en la lucha". Qué le vamos a hacer; a muchos les gustaría seguir con la caricatura que de él hacen, y no soy franquista, pero los hechos son los que son.
Año 1942. Respuesta de Franco a Juanón, padre de Juan Carlos y que a toda costa quería reinar. Muy educadamente Franco le dice que nones y que va a seguir aparcado en Portugal como un sintecho, un
homeless; y además le explica por qué. Aun hoy y visto lo visto cabe decir que los Borbones no merecen otra cosa desde hace más de doscientos años. Hizo bien Franco; tenerlo ahí, mendicante, peor que un paria. ¿Por qué no le pasó una manutención, teniendo en cuenta que el Estado gastaba mucho más en espiarlo y controlarlo? Pues precisamente para eso, para controlarlo mejor, porque si le entregara una pensión, tal y como hacía con su progenitora, que vivía en Suiza y volvía a España cuando quería, Juan de Borbón no se sentiría agradecido sino importante: "me la da para tenerme callado -diría él- así que mejor que pague más si no quiere que le dé problemas". Malcriado, en una palabra, y además sintiéndose fuerte, cosa que no era. Mantenerlo a cuenta del Estado sería mostrar debilidad, tal y como mantenemos a la casta aranista y pronto también a la polonyesa; por debilidad de los gobernantes del Estado.
Esta carta va muy bien para aquellos que niegan el componente de lucha de clases de la guerra civil. Que no fuera determinante no quiere decir que no existiera ese conflicto. Franco lo explica de maravilla, pero como eso a los historiadores liberales no les cuadra en sus anteojeras ideológicas, pues entonces, según ellos, no había tal conflicto de clases. Uno es que la izquierda mienta en cuanto a la cronología de los hechos y sus causas y otro es que la derecha no reconozca que ser revolucionario no es un pecado fruto de la envidia de los que quieren y no pueden; menos aun cuando sucede lo que Franco cuenta al entonces Príncipe:
Bajo aquel sistema fallaban los más firmes propósitos. ¿Cuánto fue el patriotismo y buena voluntad de vuestro amado padre, para mí querido Rey, en el servicio de la Nación y cómo sus buenos propósitos naufragaron en medio de la desasistencia, el egoísmo o los torpes intereses de grupo y de partidos irresponsables, más fuertes y poderosos que la propia Monarquía? ¿Cuántos de los que hoy se llaman monárquicos viven llenos de prejuicios liberales, de bastardas ambiciones o de turbios propósitos y añoran aquellos pasados y desdichados tiempos?
Los sucesos de la Historia están encadenados y no se producen casualmente, sino como resultado de un proceso que, sin embargo, muchas veces no acertamos a descubrir.
La pérdida del arraigo de la Monarquía, la proclamación de la República, los avances del marxismo y comunismo, y la consiguiente rebelión de las masas, son consecuencia directa de otros hechos que no podemos desconocer.
Al dejar de ser la Monarquía para los españoles su amparo y defensa, perdidos con sus ideales sus virtudes guerreras y
verla presidir el nacimiento, la expansión y el dominio del capitalismo, al que llega a honrar y a ennoblecer, el pueblo por éste esclavizado la encasilló entre sus opresores, y ésta fue la verdadera causa de que en la primera coyuntura, sin pena ni gloria, el más ligero viento la haya derrumbado.
El poder de captación del marxismo y el comunismo fue un fenómeno racional. El papel que al Rey en el orden temporal y a la Iglesia en el espiritual correspondían en la defensa de nuestro pueblo contra la nueva esclavitud del capitalismo, que les hubiera creado el calor y el entusiasmo de las masas, no lo supieron ver, y el marxismo y el comunismo, haciendo de esta defensa bandera, logran esa fuerza proselitista que aún hoy se intenta desconocer.
Las masas españolas llevan varios siglos de miserias. Quienes os digan otra cosa os engañan. El treinta y tres por ciento de las viviendas españolas son chamizos o cuevas insalubres; las camas en los sanatorios antituberculosos del Estado no llegan a la vigésima parte del número de los que al año fallecían y nunca podían ser alcanzadas por los humildes.
La vida de nuestras clases modestas y medias es muy inferior a la de los demás países europeos. Los monocultivos y las grandes propiedades creaban un paro estacional de las dos terceras partes del año. La educación profesional tan abandonada que faltando obreros especialistas sobraban centenares de miles de peones. El retiro obrero estaba constituido por una peseta diaria después de cincuenta años de continuo trabajo. Los seguros sociales, atrasados cuando no burlados.
Cuando se tienen cinco o menos pesetas de jornal y varios de familia, y existen la falta de seguridad en el salario y de pan en la vejez, no se puede amar ni siquiera sentir al Régimen que lo preside. Al mirar en cambio al sector privilegiado, veían multiplicarse los bienes y las riquezas y cómo éstas se acumulaban en unos pocos, plenos de derechos y desconociendo las más de las veces los deberes.
¿Creéis que en una España así se puede sentir la solidaridad de los españoles? Yo no sé cómo sienten siquiera a nuestra Patria, don divino tiene que ser cuando perdura a pesar de tantas injusticias. Ésta es la razón de nuestra Revolución que yo con la Falange patrocino.
Correspondencia entre don Juan y Franco.