Algunas verdades incómodas sobre la batalla de Trafalgar

Bender Rodríguez

Madmaxista
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26 May 2010
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Algunas verdades incómodas sobre la batalla de Trafalgar

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"El secreto del cambio es concentrar tu energía, no en acabar con lo antiguo sino en crear lo nuevo".
Sócrates

Hoy hace 211 años, sucedió algo que cambió radicalmente el destino de nuestra nación. No fue un accidente casual, no fue un imprevisto, no fue un conjuro malhadado; fue un gota a gota acumulado, una agonía pilotada por la desidia, un coma inducido por la inoperancia e incompetencia de gentes con golas almidonadas y voz atiplada, de personajes grotescos y tras*lúcidos al sentido común, de unos gobernantes sin meritocracia alguna, cuyos herederos gobiernan aún.

No es posible despertar a la conciencia sin dolor. La búsqueda de las zonas erróneas de nuestra conducta política como nación a través de la historia nos permitiría exorcizar nuestros propios demonios y tender puentes hacia una realidad menos maquillada, a la par que arrojar luz sobre temas que serían fáciles de superar si, en vez de darnos golpes de pecho, nos manejáramos con algo más de humildad. Es el bien común de la nación y de sus ciudadanos lo que realmente importa y, en esencia, lo que está en juego; de otra manera, la idea de España es un concepto vacío, solo apto para ondear banderitas en las fiestas señaladas. Solo así volveremos a ser respetados por nuestro buen oficio, credenciales históricas y capacidades adquiridas por mérito propio y, lo mas importante, apreciar nuestras diferencias para hacer una convivencia más llevadera.

Hace algo más de 200 años, nos encontrábamos en una situación de colapso mientras las nubes de la historia hacían presagiar lo peor

Ya no jugamos en primera division (fútbol aparte), aunque hagamos malabarismos para creérnoslo. Más allá de vivir en un descenso en apariencia imparable, lastrados por tratados de dudosa rentabilidad, por deudas inasumibles que nos devoran e impiden avanzar con el freno de mano puesto, por compromisos internacionales que no nos aportan más que problemas y por la incompetencia de la cada día más alejada clase dirigente que nos desgobierna (y nos enfrenta para su mayor gloria con otros tan desgraciados como nosotros), se hace necesaria una profunda reflexión sobre qué queremos, y adónde vamos, pues ya comienza a ser demasiado tarde.
Antes, como ahora

Esto podría haber sido escrito hace dos siglos y tener la misma vigencia. El mal endémico de la corrosiva corrupción rampante —como entonces—, no permite prestar atención a temas tan esenciales como el bienestar del pueblo, el mantenimiento óptimo de los recursos estructurales del país en el terreno económico, cultural, militar o en la mera investigación que pueda redundar en todas las posibilidades latentes que nuestra nación alberga y que son muchas. Los mejores se van, los que no se van es porque no pueden y los que vienen pensando en un futuro mejor, seducidos por un espejismo desgastado, son despachados sin más miramientos.

Hace algo más de 200 años, nos encontrábamos en una situación de colapso (una vez más) con unos escenarios muy similares a los antes descritos, mientras las nubes de la historia hacían presagiar lo peor.
Antonio Alcalá Galiano.
Antonio Alcalá Galiano.

Una flota sin renovar y con la oficialidad en cuadro llevaba paralizada años por falta de mantenimiento o navegando bajo la acción de las bombas de achique. Una miríada de grandes marinos competentes y sobradamente capacitados que causaban la admiración del mundo (Jorge Juan, Malaespina, Ulloa, Tofiño, Gravina, Churruca, Alcalá Galiano, etc.) veían con desolación cómo la aristocracia comía en vajillas de Sèvres y vestía bellas manufacturas francesas e italianas, mientras el pueblo pasaba hambre etíope y la sopa boba funcionaba a pleno rendimiento. No había que frotar ninguna bola de cristal ni recurrir a una vidente para buscar pronósticos.

Por aquel entonces, Alcalá Galiano —centrifugado en la debacle de Trafalgar—, un marino lúcido y preparado, que tras haber visto mucho era todavía capaz de reírse, estaba atónito en la dársena militar de Cádiz. Veía cómo embarcaban en 'La Bahama' —una hermosa nave temida y temeraria— a una tropilla de desharrapados, una especie de quinta columna de desheredados, de fantasmas hambrientos capturados a lazo en las tabernas y prostíbulos de la ciudad. Se suponía que iban al combate.

Las estimaciones eran más que funestas, no por un derrotismo previo, sino por la apreciación de una realidad objetiva

Una atmósfera opresiva como la que reflejan las marinas de Turner barría la entera ciudad ante la premonición de un masivo funeral. Además, Cádiz ya había pagado un alto tributo recientemente con los estragos de la fiebre amarilla. Las estimaciones eran más que funestas, no por un derrotismo previo, sino por la apreciación de una realidad objetiva. La carcoma de la desidia era estructural. Las iglesias hacían turnos para que los creyentes pudieran orar a destajo por sus familias embarcadas, y la impericia general de las gentes de tierra (que, obligadas por levas forzosas, tenían que defender el pabellón) rayaba en el surrealismo. A la pregunta de un oficial a un expresidiario de cara muy canalla sobre si sabía cómo funcionaba la guerra, el aludido le enseñó su 'arma reglamentaria', una navaja de tamaño natural con hoja de 30 centímetros. Se rozaba el esperpento.

Paradójicamente, uno de los mejores marinos que ha dado nuestra historia era devoto del 'Cristo velato' (de Giuseppe Sanmartino), que hoy habita silente en la capilla de San Severo en el Nápoles antiguo. Este excepcional artista creó en 1753 una escultura en mármol que solo puede calificarse como extremadamente enigmática y de una belleza indescriptible. En ella se refleja nítidamente el sudor de la agonía antes del último trámite vital, y el cuerpo sedente próximo a entrar en la eternidad. El sufrimiento que expresa el doliente, probablemente el más famoso profeta de todos los tiempos, puede ser percibido por el visitante en sintonía con el recogimiento espectral del impactante silencio que habita en la memoria de esta antigua capilla. Es posible que el Cristo humanizado trascendiera lo terrenal y se instalara en algún destino lejano e indeterminado del cosmos abisal, al abrigo de la estulticia humana.
El 'Cristo velado', de Giuseppe Sanmartino.
El 'Cristo velado', de Giuseppe Sanmartino.

Y esto viene a colación porque un marino español de vasta experiencia, sobrado en la cultura del mar y sus intrincadas lecturas, llevaba una réplica reducida esculpida en talla de teca y bajorrelieve de la obra del escultor italiano en su camarote de oficial. El marino en cuestión se llamaba Cosme Churruca, lobo de mar que vivió el dramático honor de morir junto a 400 de sus hombres en el 'San Juan Nepomuceno', en uno de los cambios de guardia de la historia entre dos imperios que llevaban batallando más de 300 años (400 si incluimos los diversos correctivos que les aplicó Castilla en el siglo XIV).
Adiós a España

Una España imperial, con las facciones de un caballero apergaminado o de una dama de arrugas asentadas, con achaques evidentes, envejecida, gobernada por ineptos y con un padre regio y un hijo felón cosiéndose a tortas, moriría como referente mundial en un dramático fin de ciclo frente al Estrecho de Gibraltar, dejando un rosario de 4.000 caídos en una macabra, silenciosa y, tal vez, mágica necrópolis submarina, un 21 de octubre del año del Señor de 1805.

Tan inmortal como llena de falacias es la tergiversada descripción que se ha hecho por parte de algunos historiadores ingleses, eruditos y bienintencionados sin duda alguna, pero con ausencia de consideración hacia los muchos agujeros neցros escamoteados sibilinamente por los ganadores indiscutibles de aquella trágica batalla llamada Trafalgar, a los cuales no se les puede negar el mérito y la habilidad táctica en aquel infausto día para nuestra nación. España quedó preñada de una soledad sin paliativos.

El cuadro era muy feo y, por si esto fuera poco, el pelotilla de Godoy le hacía ojitos a Bonaparte en una conducta cuando menos deplorable e indigna

¿Que pasó por la mente de Gravina cuando descubrió, tres días antes del enfrentamiento, que la pólvora traída desde El Ferrol era de mezcla mansa? ¿O cuando una dura bajada barométrica apuntaba a un desastre contundente de la flota inglesa expuesta en alta marnbsp;Por imperativo del presionado e incapaz almirante francés Villeneuve, tuvieron que salir a presentar batalla en condiciones de inferioridad manifiesta cuando a las claras se pudo y debió evitar el enfrentamiento (propuesto por la clarividente y avezada oficialidad española) y dejar que el océano hiciera su trabajo.

Para el almirante francés, buen marino pero pésimo líder, cualquier opción era mala. Ya se sabía defenestrado por Napoleón, y dar la cara y salir a combatir o quedarse en Cádiz equivalía a un fracaso cierto en ambos casos. A todo esto, no hay que olvidar que la experimentada y aristocrática oficialidad de la marina francesa del Antiguo Régimen había sido enviada al otro mundo por la expeditiva guillotina, que parecía tener personalidad propia. El cuadro era muy feo, y por si esto fuera poco, el pelotilla de Godoy le hacía ojitos a Bonaparte en una conducta cuando menos deplorable e indigna.
Godoy, poniéndole ojitos a Napoleón.
Godoy, poniéndole ojitos a Napoleón.

Como se demostró en aquel lance, España era un país de héroes con sus estrategas anulados por la necesidad de vindicación del almirante francés.

Ello no es óbice para recordar que algunos de nuestros mejores marinos, infantería embarcada y milicias, ya le habían causado al magnífico almirante inglés Horacio Nelson severas derrotas en el Mediterráneo (en las cercanías de Cartagena) y la famosa catástrofe militar y personal (amputaciones) de este ilustre marino británico, en la durísima batalla de Tenerife, en la que los ingleses entregaron bandera.
No es oro todo lo que reluce

Sobre la batalla de Trafalgar, está casi todo dicho por los propios ingleses, y más recientemente algunos de sus historiadores han descorrido el telón tímidamente sobre algunos mitos. Si bien es cierto que la brillante y audaz decisión tomada por Nelson con la contribución del impagable viento a favor (penetrando como una cuchilla entre la flota combinada franco-española) y con la ventaja táctica de disparar simultáneamente por las dos amuras ha quedado como modélica en las academias navales de todo el mundo, no es oro todo lo que reluce.

Los historiadores ingleses se han visto obligados a reconocer que quizás la famosa batalla pudo quedar en tablas por las pérdidas cuantiosas de ambas partes

Tanto el almirante José Ignacio González Aller, en su infinita erudición y comedida retórica, como Arturo Pérez Reverte —más vehemente—, en su magistral obra 'Cabo Trafalgar' (relato agitador y vívido, efervescente, cabreado y dramático libro sobre la batalla), dan claves sobresalientes sobre la carnicería y sus responsables. En paralelo, historiadores ingleses adscritos a la academia militar de Sandhurst, como David Chandler o Duncan Anderson, hacen una meritoria y digna reflexión que les honra, pues como revisionistas se han visto obligados a reconocer que quizá la famosa batalla pudo quedar en tablas por las pérdidas cuantiosas de ambas partes y por el número de caídos en ambos bandos, que estos especialistas han sugerido mucho mayor de lo que el almirante Collingwood (segundo de Nelson) propuso en su momento, para escamotear al almirantazgo inglés unas cifras, a toda luz, insultantes.

Según cuenta el historiador Augusto Conte Lacave, comerciantes salidos de Gibraltar en los días posteriores al fatídico lance atestiguaban, ante el embajador español en Lisboa, los enormes destrozos en las embarcaciones británicas y que gran número de ellas estaban íntegramente desarboladas. Asimismo, como testimonios fidedignos, cientos de pescadores locales a lo largo del litoral gaditano, tras la durísima tormenta posterior a la batalla (probable fuerza 8 en la escala Beaufort), recogieron cerca de tres millares de fenecidos en proporciones idénticas de los tres intervinientes —franceses, ingleses y españoles—, lo cual contradice flagrantemente la idea inglesa de que ninguno de sus barcos fue hundido.
Federico Gravina.
Federico Gravina.

Mas allá del resultado de la pérdida de las colonias y del jugoso comercio que representaban, de darle el testigo del control del mundo a Inglaterra, de ir en el vagón de cola en la Ilustración, de perder el tren de la Revolución Industrial, etc., ha quedado la sensación de derrota implacable, cuando el resultado de la batalla, en términos militares y con todos los contratiempos sumados, se puede calificar de dudoso. Se peleó con pasión y con desesperación, algo muy nuestro. La cuestión es que España no se pudo recuperar, mientras que los ingleses metieron la directa.

Si con algo podemos quedarnos de la batalla de Trafalgar —porque resume meridianamente nuestra desolación—, es con el famoso y simbólico cuadro 'El grito', de Munch, ante la magnitud de la carnicería impuesta a un pueblo, no ya masacrado por los ingleses, que hicieron lo que les exigía su deber de soldados, sino por los crápulas indecentes que escuchaban música sacra rodeados de bufones y tonsurados, que, ciegos de humanidad, compasión y visión, mandaron a morir a miles de honorables marinos y a una cantidad ingente de desgraciados a una carnicería memorable.

Somos un pueblo muy antiguo que cada vez se reencarna con más sabiduría

Hoy, fondeados en el olvido de un oscuro lecho marino batido por las corrientes, aquellos héroes, fueran profesionales de la marina o simples convictos, merecen un rato en nuestra memoria y una reflexión sobre su herencia.

La fortaleza de España está basada en su increíble resistencia ante las adversidades que hemos sorteado a través de la historia, parafraseando a Bismarck. Somos un pueblo muy antiguo que cada vez se reencarna con más sabiduría. A pesar de todo y con la que está cayendo, podemos afirmar rotundamente que estamos hechos a prueba de bombas.

Historia: Algunas verdades incómodas sobre la batalla de Trafalgar. Noticias de Alma, Corazón, Vida
 
La causa de que España dejó de ser una gran potencia no fue Trafalgar, fue la oleada turística de España por Napoleón y la pérdida de casi todos los territorios americanos de España después. Los independentistas americanos se sublevaron al ver a España invadida por los franceses, y consiguieron la independencia de sus países con la ayuda del Imperio Inglés y de la masonería. Los antiguos virreinatos españoles pasaron a ser países dentro del área de influencia del Imperio inglés y más tarde muchos de ellos se convirtieron en estados vasallos de USA.
 
Última edición:
Las flotas se perdían siempre, poco a poco o toda de una vez. La guerra en el mar exige un desgaste y una renovación continua. Lo que pasó fue que a partir de 1805 España ya no pudo renovarla. Y eso no fue culpa de los ingleses, sino de Napoleón.
 
Si buscáis el balance final de la batalla (los ingleses reconocen sus pérdidas, es parte de su tradición de heroísmo "iron men on wooden ships") de rositas no se fueron.
 
España fue la primera potencia mundial ininterrumpidamente entre 1492 y 1808.

Esa batalla fue irrelevante para España. No supuso nada. Nuestro hundimiento vino porque Carlos IV era un canelo afrancesado que se creia los cantos de sirena del me gusta la fruta de napoleon. Lo embaucaron, lo timaron, y la pinza anglofranca masona hizo el resto.

Nos invadieron y arrasaron hasta la medula, a la vez que financiaban el independentismo y separatismo en ultramar. Independentismo, de irse de España, y el separatismo, de fragmentar el territorio en mil pedazos para que todo fueran estados fallidos pequeñitos sin poder para la hispanidad.
 
Algunas verdades incómodas sobre la batalla de Trafalgar

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"El secreto del cambio es concentrar tu energía, no en acabar con lo antiguo sino en crear lo nuevo".
Sócrates

Hoy hace 211 años, sucedió algo que cambió radicalmente el destino de nuestra nación. No fue un accidente casual, no fue un imprevisto, no fue un conjuro malhadado; fue un gota a gota acumulado, una agonía pilotada por la desidia, un coma inducido por la inoperancia e incompetencia de gentes con golas almidonadas y voz atiplada, de personajes grotescos y tras*lúcidos al sentido común, de unos gobernantes sin meritocracia alguna, cuyos herederos gobiernan aún.

No es posible despertar a la conciencia sin dolor. La búsqueda de las zonas erróneas de nuestra conducta política como nación a través de la historia nos permitiría exorcizar nuestros propios demonios y tender puentes hacia una realidad menos maquillada, a la par que arrojar luz sobre temas que serían fáciles de superar si, en vez de darnos golpes de pecho, nos manejáramos con algo más de humildad. Es el bien común de la nación y de sus ciudadanos lo que realmente importa y, en esencia, lo que está en juego; de otra manera, la idea de España es un concepto vacío, solo apto para ondear banderitas en las fiestas señaladas. Solo así volveremos a ser respetados por nuestro buen oficio, credenciales históricas y capacidades adquiridas por mérito propio y, lo mas importante, apreciar nuestras diferencias para hacer una convivencia más llevadera.

Hace algo más de 200 años, nos encontrábamos en una situación de colapso mientras las nubes de la historia hacían presagiar lo peor

Ya no jugamos en primera division (fútbol aparte), aunque hagamos malabarismos para creérnoslo. Más allá de vivir en un descenso en apariencia imparable, lastrados por tratados de dudosa rentabilidad, por deudas inasumibles que nos devoran e impiden avanzar con el freno de mano puesto, por compromisos internacionales que no nos aportan más que problemas y por la incompetencia de la cada día más alejada clase dirigente que nos desgobierna (y nos enfrenta para su mayor gloria con otros tan desgraciados como nosotros), se hace necesaria una profunda reflexión sobre qué queremos, y adónde vamos, pues ya comienza a ser demasiado tarde.
Antes, como ahora

Esto podría haber sido escrito hace dos siglos y tener la misma vigencia. El mal endémico de la corrosiva corrupción rampante —como entonces—, no permite prestar atención a temas tan esenciales como el bienestar del pueblo, el mantenimiento óptimo de los recursos estructurales del país en el terreno económico, cultural, militar o en la mera investigación que pueda redundar en todas las posibilidades latentes que nuestra nación alberga y que son muchas. Los mejores se van, los que no se van es porque no pueden y los que vienen pensando en un futuro mejor, seducidos por un espejismo desgastado, son despachados sin más miramientos.

Hace algo más de 200 años, nos encontrábamos en una situación de colapso (una vez más) con unos escenarios muy similares a los antes descritos, mientras las nubes de la historia hacían presagiar lo peor.
Antonio Alcalá Galiano.
Antonio Alcalá Galiano.

Una flota sin renovar y con la oficialidad en cuadro llevaba paralizada años por falta de mantenimiento o navegando bajo la acción de las bombas de achique. Una miríada de grandes marinos competentes y sobradamente capacitados que causaban la admiración del mundo (Jorge Juan, Malaespina, Ulloa, Tofiño, Gravina, Churruca, Alcalá Galiano, etc.) veían con desolación cómo la aristocracia comía en vajillas de Sèvres y vestía bellas manufacturas francesas e italianas, mientras el pueblo pasaba hambre etíope y la sopa boba funcionaba a pleno rendimiento. No había que frotar ninguna bola de cristal ni recurrir a una vidente para buscar pronósticos.

Por aquel entonces, Alcalá Galiano —centrifugado en la debacle de Trafalgar—, un marino lúcido y preparado, que tras haber visto mucho era todavía capaz de reírse, estaba atónito en la dársena militar de Cádiz. Veía cómo embarcaban en 'La Bahama' —una hermosa nave temida y temeraria— a una tropilla de desharrapados, una especie de quinta columna de desheredados, de fantasmas hambrientos capturados a lazo en las tabernas y prostíbulos de la ciudad. Se suponía que iban al combate.

Las estimaciones eran más que funestas, no por un derrotismo previo, sino por la apreciación de una realidad objetiva

Una atmósfera opresiva como la que reflejan las marinas de Turner barría la entera ciudad ante la premonición de un masivo funeral. Además, Cádiz ya había pagado un alto tributo recientemente con los estragos de la fiebre amarilla. Las estimaciones eran más que funestas, no por un derrotismo previo, sino por la apreciación de una realidad objetiva. La carcoma de la desidia era estructural. Las iglesias hacían turnos para que los creyentes pudieran orar a destajo por sus familias embarcadas, y la impericia general de las gentes de tierra (que, obligadas por levas forzosas, tenían que defender el pabellón) rayaba en el surrealismo. A la pregunta de un oficial a un expresidiario de cara muy canalla sobre si sabía cómo funcionaba la guerra, el aludido le enseñó su 'arma reglamentaria', una navaja de tamaño natural con hoja de 30 centímetros. Se rozaba el esperpento.

Paradójicamente, uno de los mejores marinos que ha dado nuestra historia era devoto del 'Cristo velato' (de Giuseppe Sanmartino), que hoy habita silente en la capilla de San Severo en el Nápoles antiguo. Este excepcional artista creó en 1753 una escultura en mármol que solo puede calificarse como extremadamente enigmática y de una belleza indescriptible. En ella se refleja nítidamente el sudor de la agonía antes del último trámite vital, y el cuerpo sedente próximo a entrar en la eternidad. El sufrimiento que expresa el doliente, probablemente el más famoso profeta de todos los tiempos, puede ser percibido por el visitante en sintonía con el recogimiento espectral del impactante silencio que habita en la memoria de esta antigua capilla. Es posible que el Cristo humanizado trascendiera lo terrenal y se instalara en algún destino lejano e indeterminado del cosmos abisal, al abrigo de la estulticia humana.
El 'Cristo velado', de Giuseppe Sanmartino.
El 'Cristo velado', de Giuseppe Sanmartino.

Y esto viene a colación porque un marino español de vasta experiencia, sobrado en la cultura del mar y sus intrincadas lecturas, llevaba una réplica reducida esculpida en talla de teca y bajorrelieve de la obra del escultor italiano en su camarote de oficial. El marino en cuestión se llamaba Cosme Churruca, lobo de mar que vivió el dramático honor de morir junto a 400 de sus hombres en el 'San Juan Nepomuceno', en uno de los cambios de guardia de la historia entre dos imperios que llevaban batallando más de 300 años (400 si incluimos los diversos correctivos que les aplicó Castilla en el siglo XIV).
Adiós a España

Una España imperial, con las facciones de un caballero apergaminado o de una dama de arrugas asentadas, con achaques evidentes, envejecida, gobernada por ineptos y con un padre regio y un hijo felón cosiéndose a tortas, moriría como referente mundial en un dramático fin de ciclo frente al Estrecho de Gibraltar, dejando un rosario de 4.000 caídos en una macabra, silenciosa y, tal vez, mágica necrópolis submarina, un 21 de octubre del año del Señor de 1805.

Tan inmortal como llena de falacias es la tergiversada descripción que se ha hecho por parte de algunos historiadores ingleses, eruditos y bienintencionados sin duda alguna, pero con ausencia de consideración hacia los muchos agujeros neցros escamoteados sibilinamente por los ganadores indiscutibles de aquella trágica batalla llamada Trafalgar, a los cuales no se les puede negar el mérito y la habilidad táctica en aquel infausto día para nuestra nación. España quedó preñada de una soledad sin paliativos.

El cuadro era muy feo y, por si esto fuera poco, el pelotilla de Godoy le hacía ojitos a Bonaparte en una conducta cuando menos deplorable e indigna

¿Que pasó por la mente de Gravina cuando descubrió, tres días antes del enfrentamiento, que la pólvora traída desde El Ferrol era de mezcla mansa? ¿O cuando una dura bajada barométrica apuntaba a un desastre contundente de la flota inglesa expuesta en alta marnbsp;Por imperativo del presionado e incapaz almirante francés Villeneuve, tuvieron que salir a presentar batalla en condiciones de inferioridad manifiesta cuando a las claras se pudo y debió evitar el enfrentamiento (propuesto por la clarividente y avezada oficialidad española) y dejar que el océano hiciera su trabajo.

Para el almirante francés, buen marino pero pésimo líder, cualquier opción era mala. Ya se sabía defenestrado por Napoleón, y dar la cara y salir a combatir o quedarse en Cádiz equivalía a un fracaso cierto en ambos casos. A todo esto, no hay que olvidar que la experimentada y aristocrática oficialidad de la marina francesa del Antiguo Régimen había sido enviada al otro mundo por la expeditiva guillotina, que parecía tener personalidad propia. El cuadro era muy feo, y por si esto fuera poco, el pelotilla de Godoy le hacía ojitos a Bonaparte en una conducta cuando menos deplorable e indigna.
Godoy, poniéndole ojitos a Napoleón.
Godoy, poniéndole ojitos a Napoleón.

Como se demostró en aquel lance, España era un país de héroes con sus estrategas anulados por la necesidad de vindicación del almirante francés.

Ello no es óbice para recordar que algunos de nuestros mejores marinos, infantería embarcada y milicias, ya le habían causado al magnífico almirante inglés Horacio Nelson severas derrotas en el Mediterráneo (en las cercanías de Cartagena) y la famosa catástrofe militar y personal (amputaciones) de este ilustre marino británico, en la durísima batalla de Tenerife, en la que los ingleses entregaron bandera.
No es oro todo lo que reluce

Sobre la batalla de Trafalgar, está casi todo dicho por los propios ingleses, y más recientemente algunos de sus historiadores han descorrido el telón tímidamente sobre algunos mitos. Si bien es cierto que la brillante y audaz decisión tomada por Nelson con la contribución del impagable viento a favor (penetrando como una cuchilla entre la flota combinada franco-española) y con la ventaja táctica de disparar simultáneamente por las dos amuras ha quedado como modélica en las academias navales de todo el mundo, no es oro todo lo que reluce.

Los historiadores ingleses se han visto obligados a reconocer que quizás la famosa batalla pudo quedar en tablas por las pérdidas cuantiosas de ambas partes

Tanto el almirante José Ignacio González Aller, en su infinita erudición y comedida retórica, como Arturo Pérez Reverte —más vehemente—, en su magistral obra 'Cabo Trafalgar' (relato agitador y vívido, efervescente, cabreado y dramático libro sobre la batalla), dan claves sobresalientes sobre la carnicería y sus responsables. En paralelo, historiadores ingleses adscritos a la academia militar de Sandhurst, como David Chandler o Duncan Anderson, hacen una meritoria y digna reflexión que les honra, pues como revisionistas se han visto obligados a reconocer que quizá la famosa batalla pudo quedar en tablas por las pérdidas cuantiosas de ambas partes y por el número de caídos en ambos bandos, que estos especialistas han sugerido mucho mayor de lo que el almirante Collingwood (segundo de Nelson) propuso en su momento, para escamotear al almirantazgo inglés unas cifras, a toda luz, insultantes.

Según cuenta el historiador Augusto Conte Lacave, comerciantes salidos de Gibraltar en los días posteriores al fatídico lance atestiguaban, ante el embajador español en Lisboa, los enormes destrozos en las embarcaciones británicas y que gran número de ellas estaban íntegramente desarboladas. Asimismo, como testimonios fidedignos, cientos de pescadores locales a lo largo del litoral gaditano, tras la durísima tormenta posterior a la batalla (probable fuerza 8 en la escala Beaufort), recogieron cerca de tres millares de fenecidos en proporciones idénticas de los tres intervinientes —franceses, ingleses y españoles—, lo cual contradice flagrantemente la idea inglesa de que ninguno de sus barcos fue hundido.
Federico Gravina.
Federico Gravina.

Mas allá del resultado de la pérdida de las colonias y del jugoso comercio que representaban, de darle el testigo del control del mundo a Inglaterra, de ir en el vagón de cola en la Ilustración, de perder el tren de la Revolución Industrial, etc., ha quedado la sensación de derrota implacable, cuando el resultado de la batalla, en términos militares y con todos los contratiempos sumados, se puede calificar de dudoso. Se peleó con pasión y con desesperación, algo muy nuestro. La cuestión es que España no se pudo recuperar, mientras que los ingleses metieron la directa.

Si con algo podemos quedarnos de la batalla de Trafalgar —porque resume meridianamente nuestra desolación—, es con el famoso y simbólico cuadro 'El grito', de Munch, ante la magnitud de la carnicería impuesta a un pueblo, no ya masacrado por los ingleses, que hicieron lo que les exigía su deber de soldados, sino por los crápulas indecentes que escuchaban música sacra rodeados de bufones y tonsurados, que, ciegos de humanidad, compasión y visión, mandaron a morir a miles de honorables marinos y a una cantidad ingente de desgraciados a una carnicería memorable.

Somos un pueblo muy antiguo que cada vez se reencarna con más sabiduría

Hoy, fondeados en el olvido de un oscuro lecho marino batido por las corrientes, aquellos héroes, fueran profesionales de la marina o simples convictos, merecen un rato en nuestra memoria y una reflexión sobre su herencia.

La fortaleza de España está basada en su increíble resistencia ante las adversidades que hemos sorteado a través de la historia, parafraseando a Bismarck. Somos un pueblo muy antiguo que cada vez se reencarna con más sabiduría. A pesar de todo y con la que está cayendo, podemos afirmar rotundamente que estamos hechos a prueba de bombas.

Historia: Algunas verdades incómodas sobre la batalla de Trafalgar. Noticias de Alma, Corazón, Vida
El artículo es muy malo.

El título una parida. Las "verdades" se repitan más o menos en esos términos desde hace doscientos años así que muy incomodas no serán.

La primera parte es la típica de intentar la asimilación con la situación actual. Que malos son los gobernantes, pobrecita España, que bueno el pueblo, vamos al desastre y solo yo lo veo....... ¿El parecido debe estar en que alguien tiene ejércitos en los Pirineos y una flota amenaza nuestros puertos que usamos comunicarnos con los virreinatos?

Luego, el eterno tema de la corrupción, el Mad Max a las puertas y los ricos divirtiéndose. Todo tópicos estúpidos. Debe ser que los ingleses y franceses no eran corruptos y sus ricos comían en vajillas de loza.

Análisis de la situación cero. No sea que el desencadenante de la situación: Napi no quede bien. En efecto solo se cita dos veces y de forma muy marginal. Contexto histórico ¿para qué?

Que los marinos españoles fueran nobles (de vajilla de Sèvres) nos olvidamos. Qué en la marina española el nepotismo era varias veces inferior a la inglesa (donde se vendían los mandos) tampoco lo dice. Porque el nepotismo en opinión de los ingleses funcionaba muy bien al estimular a los "enchufados" a superarse.

Lo de las levas ridículo. ¿De donde piensa que salían los ingleses? La fiebre amarilla no fue un tributo, si no que dejó sin reclutas a la marina. Hubo que tirar de lo que había como se ha hecho siempre. No era mala organización había menos hombres y menos dinero. En cualquier caso los marinos experimentado no abundaban en ningún sitio (salvo en la redacción de El Confidencial claro :XX:)

Dinero, eso era lo que faltaba y dejó la marina sin fondos desde el 95. España estaba en una situación endiablada donde ni el autor ni Pablo nos hubiera sacado.

A España no le interesaba la guerra con ningún bando (como bien sabían Ensenada y Fernando VI salvo que tuviéramos más de la mitad de la marina de Inglaterra y más de la mitad del ejército de Francia). Pero se perdía más del lado francés al perder la comunicación con América.

Es fácil gritar Godoy fistro, traidor y corrupto. Que sí que lo era, pero nadie tenía la magia para resolver la situación. Las opciones de Carlos IV y Godoy eran dos. O perder el comercio con América aliándose con Francia o ser invadidos por Napoleón si nos aliamos con los ingleses. Es posible que se equivocaran pero la otra opción era mala también.

El que se crea que la solución era fácil y que Godoy no se daba cuenta del problema es que estudió en los mismos sitios que este fulastre. Precisamente el motín de Aranjuez es consecuencia de la comprensión final de Godoy que con Napoleón no se negociaba, que lo quería todo. Eso era lo que había que contar no chorradas madmaxistas.

Lo que le pasó a Gravina por la cabeza (chorrada de la pólvora aparte) se sabe de sobra. No quería salir antes de la tormenta. Y además ir dirección Tolón buscando el combate no tenía sentido. Pero se le obligó a salir, por las órdenes y llamándole fistro a él al resto de los marinos que le daban la razón. De nuevo el autor de engendro no habla de lo importante.

Sobre Churruca y el "Cristo velato" corramos un menso velo. Jorge Juan, Ulloa y Tofiño estaban muertos hacía años, Malaspina en el exilio por intrigas políticas. Pero ¿qué shishi está diciendo?:roto2: La “wiki” produce monstruos.

Que cite a Reverte que se inventa un barco en su libro para poder soltar con libertad sus palabrotas inventadas (y que solo dice él) habla del nivel del artículo.

Sobre las pérdidas inglesas se sabe de sobra que fueron mayores (pues los capitanes las falseaban para cobrar las pagas). Pero de los buques perdidos no hay pruebas. Así que quienes lo sostienen deben darlas. Yo estoy dispuesto a creérmelas si son buenas. Que no volvieran al servicio no prueba nada. Las rotaciones eran normales, los barcos ingleses eran menos duraderos, pero hacían muchos más. Con más de 200 navíos de línea, dejar de reparar 10 era normal. Normalmente armados solo estaban entre el 50 y 70 % y a veces menos.

Claro que esto que dice no cuadra con el inicio, si fue un empate, entonces el gobierno no lo hizo tan mal.:pienso::pienso:

Y por supuesto como se ha dicho fue la oleada turística de Napoleón la que hundió la marina.

En resumen un horror de artículo.
 
Última edición:
La Batalla de Trafalgar sí fue determinante para España porque perdió a su oficialidad más destacada en la Real Armada. España se quedó con un imperio inmenso pero imposible de conservar porque ya no tenía suficientes personas capaces en la mar.
 
La Batalla de Trafalgar sí fue determinante para España porque perdió a su oficialidad más destacada en la Real Armada. España se quedó con un imperio inmenso pero imposible de conservar porque ya no tenía suficientes personas capaces en la mar.

No. Las pérdidas no eran tan grandes. Y precisamente la oficialidad de la marina pasó al ejercito en gran número durante la guerra de la Independencia.

Lo que no había era barcos. Un barco de madera sin mantenimiento (y en la guerra no lo hubo) se pierde en pocos años. Los dos mejores navíos españoles, el Príncipe de Asturias y el Santa Ana se perdieron en la Habana en 1812 por ello. Tan mal estaba la cosa que estuvieron años hundidos en poco fondo antes de que se sacaran para que no molestaran en el puerto.
 
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Para 1808, Espña estab ya hecha unos astutas..

Atrasada respecto a Europa, sin centros de producción importantes,dedicada solo a la exportación de materias primas hacia Europa,(como los países subdesarrolados) con dependencia de las minas de Sudamerica, ,grandes terrenos improductivos en manos de la crerigalla y una población pekeña debido al contaste éxodo hacia los territorios ocupados de Sudamérica..

Súmale a esto, la dinastía de reyes endogámicos y castuzos que arrastraba y los líos de familas nobilirias por el poder

---------- Post added 23-oct-2016 at 11:30 ----------

Mr white.. si piensas que España era un superpotencia porqué no pudo mantenerse neutral frente a los bandos?¿Porqué temía las represalias de Francoa o Inglaterra? Lo mismo es que no era tan poderosa... :fiufiu: :fiufiu:
 
Para 1808, Espña estab ya hecha unos astutas..

Atrasada respecto a Europa, sin centros de producción importantes,dedicada solo a la exportación de materias primas hacia Europa,(como los países subdesarrolados) con dependencia de las minas de Sudamerica, ,grandes terrenos improductivos en manos de la crerigalla y una población pekeña debido al contaste éxodo hacia los territorios ocupados de Sudamérica..

Súmale a esto, la dinastía de reyes endogámicos y castuzos que arrastraba y los líos de familas nobilirias por el poder

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Mr white.. si piensas que España era un superpotencia porqué no pudo mantenerse neutral frente a los bandos?¿Porqué temía las represalias de Francoa o Inglaterra? Lo mismo es que no era tan poderosa... :fiufiu: :fiufiu:
No esperaba menos de usted. ¿sabe que favoreció entre otras cosas la oleada turística francesa? La mejor red de carreteras de Europa. Los generales franceses se aprovecharon a fondo de ello.

Pues claro que temían las represalias. Todo el siglo XVIII se basa en el equilibrio que dos de las tres potencias vencían a la tercera. ¿Ahora se entera?

La diferencia es que Napoleón que contaba con el país más fuerte (con diferencia) pensó que podía superar las guerras del XVIII que se concluían con victorias parciales y derrotas también parciales. Y eso rompió el equilibrio definitivamente.

Lo quería todo y lo perdió todo. Y evitó definitivamente que Francia se convirtiera en la primera potencia mundial a lo que por riqueza y población tenía más opciones que nadie.
 
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No. Fue Napoleón

Francia ha mirado sus intereses siempre, como es justo y normal y como han hecho todos los países. Los pactos de familia del XVIII eran más o menos acertados y justos, pero se hicieron con la libre voluntad de ambos gobiernos. Y en ellos los franceses fueron todo lo leales que se podía esperar.

Pero la diferencia es que la Francia Borbónica no amenzaba a España con la alianza o la oleada turística. Por tanto Godoy y Carlos IV con todos sus defectos tenían que elegir o la guerra con unos o con otros. De hecho dejaron de lado afinidades políticas y familiares para elegir el bando que pensaron menos peligroso.
 
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Para 1808, Espña estab ya hecha unos astutas..

Atrasada respecto a Europa, sin centros de producción importantes,dedicada solo a la exportación de materias primas hacia Europa,(como los países subdesarrolados) con dependencia de las minas de Sudamerica, ,grandes terrenos improductivos en manos de la crerigalla y una población pekeña debido al contaste éxodo hacia los territorios ocupados de Sudamérica..

Súmale a esto, la dinastía de reyes endogámicos y castuzos que arrastraba y los líos de familas nobilirias por el poder

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Mr white.. si piensas que España era un superpotencia porqué no pudo mantenerse neutral frente a los bandos?¿Porqué temía las represalias de Francoa o Inglaterra? Lo mismo es que no era tan poderosa... :fiufiu: :fiufiu:

Los terrenos de la "crerigalla" no estaban improductivos, estaban arrendadas muchas veces a precios medievales, en robadas de vino/aceite, fanegas de trigo, además las técnicas de agricultura habían avanzado mejorando la producción, esos precios medievales se pagaban sin problemas y buena parte de esos descubrimientos se dieron en los monasterios.

El problema de esas tierras vino con la desamortización de Mendizabal, se las robaron a la Iglesia y acabaron en manos de los ricos, de repente los arrendatarios se encontraron con fuertes subidas en las rentas que pagaban o trabajando de jornaleros en las tierras que trabajaban antes para ellos, para rematar también robó todas las tierras comunales con idéntico resultado para los campesinos que las trabajaban. Investiga un poco el tema y verás una de las principales, o la principal causa de las guerras carlistas.
 
Sin duda, siempre hay errores y causas que provocan el fin de un Imperio.

España tiene las suyas. No pudo superar la situación endiablada que suponían las Guerras Napoleónicas.

Inglaterra tuvo las suyas cuando empezó su cuesta abajo a principios del siglo XX. En cuatro días, históricamente hablando, pasaron de ser el Imperio global por excelencia, a un simple apéndice de los americanos.

A toro pasado, los errores se analizan y se corrigen. Se debió hacer esto, o lo otro. La realidad es que, hasta hoy, todos los imperios han decaído primero, para desaparecer después.

España tuvo su momento en el mundo, y tenía que terminar en algún momento. Su momento fue más brillante que el de la mayoría. Son muy pocas las culturas en el mundo que pueden mirar atrás, contemplar lo que hicieron sus antepasados, y asombrarse.

El único error de los españoles ha sido dejar de creer en ellos mismos.

Comprar la propaganda anglo. Dejarse minar desde dentro. Permitir que la cultura que nos unía se haya fragmentado. Olvidar la memoria de sus abuelos.

Ese es nuestro gran error. Que seamos cuatro gatos los que recordemos.

Trafalgar fue un trámite. Tenía que suceder en algún momento. Y nuestros abuelos se condujeron en él con todo el valor y el honor que podía esperarse de ellos. Hay derrotas vergonzantes, y derrotas gloriosas.

No creo que haga falta explicar de qué clase fue la de Trafalgar.
 
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