Profesor Bastiani
Madmaxista
- Desde
- 5 Sep 2009
- Mensajes
- 1.653
- Reputación
- 4.534
Huyendo de una Guardería asfixiante y salida de progenitora llegué al Atico con la única pretensión personal de aportar mi granito de arena en el día a día de Burbuja y, de esta forma, seguir interactuando con muchos de los buenos compañeros que aquí he encontrado. Y, para mi sorpresa, después de varios hilos abiertos, observo que los malajes de los tag ridiculizantes han seguido mis pasos cual sabuesos babeantes y, cuya única meta en este foro, parece ser que no es otra que seguir depositando sus hediondas deyecciones neuronales en mis hilos.
Lo que quizás ignoran esos rezongadores compulsivos de zarandajas, esos vomitadores de exabruptos, esos rebuznadores de barrabasadas, es que sus alaridos oligofrénicos rebotan sobre mi piel como bolas de ping pong sobre el acero. Porque mi pellejo ha sido forjado en la fragua la justicia, la fortaleza, la prudencia y la templanza, y casi nada me afecta ya a estas alturas. Porque bajo mi pecho habita aún la falcata del íbero. Fuimos los de mi estirpe los que perecimos valerosamente defendiendo la tienda de Viriato cuando los sicarios de Roma atacaron a traición. Fuimos los de mi linaje los que los que manchamos nuestras espadas de sangre cartaginesa en las murallas de Sagunto. Fuimos los héroes de Numancia. Porque yo pertenezco a ese grupo de verdaderos hombres que, bajo las explosiones de los morteros y el fuego cruzado de las ametralladoras, cruzamos los campos de minas para llevar un cartón de leche y varios botes de penicilina a los niños famélicos y hambrientos. Nosotros no tageamos agazapados traicioneramente en las sombras, los de mi estirpe ponemos nuestro valor y nuestra generosidad sobre la mesa en todo momento, como los pusimos en las Navas de Tolosa para construiros un futuro.
Con vuestros tag, además de intentar haceros los graciosos, pretendéis ocasionarme laceraciones emocionales que minen mi irreductible jovenlandesal de de verdadero ser humano que ha conquistado su propia hombría sobre la cumbre de los valores universales; y, por vuestra parte, os limitáis a permanecer apostados vilmente en vuestros parapetos de nuncafollismo crónico y vuestro pagafantismo sin límites, sabedores en todo momento, para vuestra desgracia, desconsuelo y tormento, de que vuestras mujeres me prefieren a mí, de que sus corazones palpitan ante ni presencia, de que se acarician junto al espejo pensando en mí, de que, abstraídas tras el cristal de la ventana, miran hacia ese horizonte donde yo habito. Esta es vuestra mayor desgracia: que, aunque pocos, aún existimos hombres de verdad. Vivís en la ignorancia y en un desconcierto atroz que os repatea el hígado, perdidos como niños en vuestra propia incomprensión del asunto, en el desconocimiento perpetuo de que me prefieren porque he sabido quererlas como nadie. Porque yo les doy lo que vosotros nunca sabréis darle. Más de una ha llorado sobre mi pecho y se ha lamentado amargamente de no haberse casado conmigo. Vosotros, esos gaznápiros tageadores que nunca supisteis darle lo que ellas en verdad necesitaban, eso mismo que yo les doy. Porque, a trasmano ya, a toro pasado, y ante mi incapacidad para cambiar un pasado irreversible, atrapado a este lado de ese muro espacio-temporal que me impide devolverles lo que se perdieron, no puedo hacer otra cosa que hacerles el amor para que se estremezcan una vez más.
Pensáis que podéis fastidiarme el día con vuestros tag, ¡pobres ilusos!, a mí, que con apenas trece años, perdido en la noche y hundido en barro hasta las rodillas, bordeé los límites de la hipotermia calado hasta los huesos bajo el fulgor de los relámpagos de una tormenta terrible; y fui capaz de volver a casa atravesando la oscuridad de la noche sin ayuda de nadie. Cuando vosotros en esos momentos apensas erais capaces de sostener el biberón con vuestras propias manos.
Vuestros tag ofensivos no me definen a mí, sino a vosotros. Cada uno da lo que tiene. No se pueden pedir peras al olmo.
Seguid, seguid tageando, que conozco bien a los de vuestra laya.
Lo que quizás ignoran esos rezongadores compulsivos de zarandajas, esos vomitadores de exabruptos, esos rebuznadores de barrabasadas, es que sus alaridos oligofrénicos rebotan sobre mi piel como bolas de ping pong sobre el acero. Porque mi pellejo ha sido forjado en la fragua la justicia, la fortaleza, la prudencia y la templanza, y casi nada me afecta ya a estas alturas. Porque bajo mi pecho habita aún la falcata del íbero. Fuimos los de mi estirpe los que perecimos valerosamente defendiendo la tienda de Viriato cuando los sicarios de Roma atacaron a traición. Fuimos los de mi linaje los que los que manchamos nuestras espadas de sangre cartaginesa en las murallas de Sagunto. Fuimos los héroes de Numancia. Porque yo pertenezco a ese grupo de verdaderos hombres que, bajo las explosiones de los morteros y el fuego cruzado de las ametralladoras, cruzamos los campos de minas para llevar un cartón de leche y varios botes de penicilina a los niños famélicos y hambrientos. Nosotros no tageamos agazapados traicioneramente en las sombras, los de mi estirpe ponemos nuestro valor y nuestra generosidad sobre la mesa en todo momento, como los pusimos en las Navas de Tolosa para construiros un futuro.
Con vuestros tag, además de intentar haceros los graciosos, pretendéis ocasionarme laceraciones emocionales que minen mi irreductible jovenlandesal de de verdadero ser humano que ha conquistado su propia hombría sobre la cumbre de los valores universales; y, por vuestra parte, os limitáis a permanecer apostados vilmente en vuestros parapetos de nuncafollismo crónico y vuestro pagafantismo sin límites, sabedores en todo momento, para vuestra desgracia, desconsuelo y tormento, de que vuestras mujeres me prefieren a mí, de que sus corazones palpitan ante ni presencia, de que se acarician junto al espejo pensando en mí, de que, abstraídas tras el cristal de la ventana, miran hacia ese horizonte donde yo habito. Esta es vuestra mayor desgracia: que, aunque pocos, aún existimos hombres de verdad. Vivís en la ignorancia y en un desconcierto atroz que os repatea el hígado, perdidos como niños en vuestra propia incomprensión del asunto, en el desconocimiento perpetuo de que me prefieren porque he sabido quererlas como nadie. Porque yo les doy lo que vosotros nunca sabréis darle. Más de una ha llorado sobre mi pecho y se ha lamentado amargamente de no haberse casado conmigo. Vosotros, esos gaznápiros tageadores que nunca supisteis darle lo que ellas en verdad necesitaban, eso mismo que yo les doy. Porque, a trasmano ya, a toro pasado, y ante mi incapacidad para cambiar un pasado irreversible, atrapado a este lado de ese muro espacio-temporal que me impide devolverles lo que se perdieron, no puedo hacer otra cosa que hacerles el amor para que se estremezcan una vez más.
Pensáis que podéis fastidiarme el día con vuestros tag, ¡pobres ilusos!, a mí, que con apenas trece años, perdido en la noche y hundido en barro hasta las rodillas, bordeé los límites de la hipotermia calado hasta los huesos bajo el fulgor de los relámpagos de una tormenta terrible; y fui capaz de volver a casa atravesando la oscuridad de la noche sin ayuda de nadie. Cuando vosotros en esos momentos apensas erais capaces de sostener el biberón con vuestras propias manos.
Vuestros tag ofensivos no me definen a mí, sino a vosotros. Cada uno da lo que tiene. No se pueden pedir peras al olmo.
Seguid, seguid tageando, que conozco bien a los de vuestra laya.