Hans Peter Holzhauser es uno de los más prestigiosos glaciólogos suizos. Ha estudiado con detalle la historia de los glaciares, y a través de sus huellas, sobre todo el el caso del más caudaloso de Europa, el glaciar de Aletsch, puede afirmar que en el siglo I era un poco más reducido que hoy, de lo que podría inferirse un clima ligeramente más cálido. R. Schmidt, C. Kamenik y M. Roth, analizando vestigios de algas silíceas y pólenes de vegetación arbórea, entienden que en la época romana el clima era similar o ligeramente más cálido que el nuestro. Aluden también al hecho, sea o no probatorio, de que los romanos usaban ropa ligera. (A título de curiosidad: fueron los irruptores germanos los que, ya bajo un clima más frío, importaron el pantalón). El relativo calor es un hecho extensible durante la época clásica romana a la mayor parte de Europa, y algunos lo atribuyen a la influencia de los ciclos solares, que pueden haber provocado un cambio en las corrientes marinas y el régimen de vientos. F. Mc Dermott y colaboradores, analizando la proporción de carbono 18 en las estalactitas de cuevas europeas, deducen que por lo menos entre los años 1 y 200 las temperaturas eran tan altas como en el Periodo Cálido Medieval, del que en su momento nos ocuparemos. Otros, como el alemán Niggermann, han llegado a la misma conclusión. Ian Plimer nos sorprende un poco cuando dice que el olivar crecía por entonces en la cuenca del Rin, y que los cítricos y los viñedos se cultivaban en Gran Bretaña hasta la Muralla de Adriano (que señalaba el límite con Escocia). Y añade que «buena parte de Europa disfrutaba de un clima mediterráneo». Parece que no cabe duda: la frontera meteorológico-climática Atlántico/Mediterráneo estaba más al norte de lo que está ahora.
José Luis Comellas "Historia de los cambios climáticos"