Sobre el tema de los objetivos políticos quiero añadir que Carlos VII y los cortesanos de la facción "posibilista" estaban dispuestos a permitir que los ingleses conservaran sus posesiones de Normandía y Poitou a cambio de que renunciaran al trono de Francia y reconocieran a Carlos como soberano legítimo. Con ello no está nada claro que se hubiera dado una conclusión definitivamente a la guerra de los Cien Años, más bien habría sido una tregua que ambos lados aprovecharían para recuperar fuerzas y prepararse para la siguiente fase de la guerra. La expulsión de los ingleses del continente era la única forma de terminar definitivamente con el conflicto. No había contradicción alguna entre ese objetivo y la búsqueda de la reconciliación con Borgoña.
Lo cierto es que pocas décadas después de la fin de Juana, Inglaterra, a excepción de la ciudad portuaria de Calais, había perdido todos sus territorios continentales (algunos de los cuales ocupaban desde hacía cientos de años) y a finales de siglo el ducado de Borgoña practicamente había dejado de existir como potencia independiente. En 1429 los observadores más "lúcidos" y "objetivos" habrían considerado imposibles tales cambios.
Calais la perdieron los ingleses durante la "luna de miel" entre España e Inglaterra, cuando actuaban unidas contra Francia a mediados del XVI y dicen las malas lenguas que los ingleses siempre echaron la culpa de su pérdida a su alianza con España.
En cuanto a Borgoña, con esos dinastas tan echaos p'alante (no hay nada más que ver los apodos: Felipe el Atrevido, Juan sin Miedo, Carlos el Temerario) era lo menos que le podía pasar. Cuando Carlos la palmó en la batalla de Nancy sin descendencia masculina, el rey de Francia pudo argumentar (documentos en mano, con razón) que el ducado debía volver a la Corona francesa y así ocurrió, dejando al margen algunos "quítame allá esas caricias" con los Habsburgo, que durarán por algún tiempo.
La "guerra moderna" no suponía el abandono de las normas de conducta caballeresca en el trato a los prisioneros, que convenía a todos mantener por multitud de razones. Estas reglas perduraron hasta tiempos recientes. En todo caso las leyes de la guerra fueron forzadas por los ingleses cuando hicieron una matanza con los prisioneros franceses que tomaron después de la batalla de Azincourt (1415). Irónicamente en su famoso drama sobre Enrique V, Shakespeare silenció la matanza de prisioneros cometida por sus compatriotas e inventó un crimen similar atribuyéndoselo al bando contrario.
La "guerra moderna" que se avecinaba era una guerra en la que las armas de fuego (mosquetes, pistolas, cañones, lombardas....) iban a cobrar un protagonismo especial. Socialmente, ese nuevo armamento iba a hacer que el soldado habitual en el campo de batalla ya no fuera el vasallo/cliente del caballero de marras, a menudo paisanos unidos mediante vínculos feudales y reunidos en huestes
part time para incursiones de saqueo estacionales; sino el soldado profesional, a menudo un mercenario sin un lugar donde caerse muerto por el que no valía la pena pedir rescate ni pagarlo, y al cual no se le presuponía ningún tipo de calidad aristocrática. Básicamente, carne de cañón dentro de los nuevos engranajes del Estado moderno.
La matanza de Azincourt se intentó excusar por parte inglesa diciendo que eran tan pocos los soldados expedicionarios y tantos los prisioneros, que les hubiera sido imposible controlarlos. Pero ciertamente, fue un hecho de enorme impacto en Europa, dado que lo presumible es que los aristócratas franchutes hubiera sido liberados tras el cobro del pertinente rescate.
En cuanto a Shakespeare, es complicado atribuirle muchas de las tergiversaciones históricas que aparecen en su obra, dado que a menudo las mismas están ya presentes en las obras historiográficas que fueron fuente para sus dramas. Esto mismo pasa con la negativa imagen de meretriz y bruja que da de Juana de Arco en la Primera parte de Enrique VI, dado que lo único que hace es basarse en crónicas inglesas como la de Holingshed, donde es presentada así. Por cierto, con razón desde una perspectiva británica, dado que en Inglaterra no se tuvo por válido el juicio de rehabilitación montado por Carlos VII de Francia.
En cuanto a Agincourt, es difícil saber qué podía pensar Shakespeare sobre él. Su famoso discurso del día de San Crispín, que nos emociona a todo quisque, es interpretado por Harold Bloom como un discurso hipócrita,que el propio monarca no se cree, hecho por un rey frío y manipulador para exaltar a sus "cándidas" tropas, con lo que Shakespeare estaría poniendo de manifiesto lo rastrero del rey.
Sobre que hubo otras "doncellas" antes y después no sé nada. Hubo sí, visionarias como María de Aviñón (Marie Robine) y otras pero correspondían a una categoría distinta; ni tomaron las armas ni dirigían ejércitos. Ninguna de ellas encajaba con las profecías sobre la "doncella de Lorena" ni pretendían tal cosa.
Parte de la documentación está analizada por Phillippe Contamiente en un artículo cuyo nombre no me acuerdo, pero que apareció en la revista científica Razo.
Los gobernantes ingleses, que no eran orates, no la vieron como un fraude sino como una enemiga muy peligrosa, como un "instrumento del Diablo". Después de su ejecución se enviaron cartas en nombre del rey Enrique VI al emperador Segismundo y a los obispos de Francia para explicar sus motivos para juzgar y condenar a Juana. El duque de Bedford, regente de Francia, escribía a su sobrino Enrique VI, cuatro años después, en 1435, explicándole como desde la aparición de "a disciple and lyme of the feende called the Pucelle, that used fals enchauntements and sorcerie" la guerra había cambiado de curso y la causa inglesa no había experimentado más que reveses.
Este testimonio salido de la pluma de su mayor enemigo es bastante elocuente:
Sin proponérselo Bedford le estaba rindiendo homenaje a la que llamaba "lyme of the fyende" (apéndice del malo).
También de Isabel la Católica se decía que bastaba que apareciera en el campamento castellano para que sus enemigos se dieran ya por derrotados, con la consiguiente pérdida de jovenlandesal. Como dije, no cabe duda que el efecto catalizador de Juana debió ser grande entre las tropas francesas.
En cuanto a lo que pensaban los soldados ingleses (y no sólo los ingleses, y no sólo los soldados) en esa época, era lo normal: cualquier cosa que empezaba a ir regulera en cualquier aspecto se podía achacar con total tranquilidad a brujería. Esto era mejor que reconocer que unas tropas enardecidas por la aparición de una muchacha corriente y moliente les habían dado para el pelo en el campo de batalla. Hay un artículo maravilloso (cuyo autor ahora no recuerdo, sólo que es una mujer) que estudia en detalle el uso con fines políticos de las acusaciones de brujería en el siglo XV en las Cortes europeas, y queda claro que el caso de Juana no fue ni mucho menos un episodio aislado.