EL CURIOSO IMPERTINENTE
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Hombre, como para que no. El tío al que debemos poder beber vino o cerveza y comer jamón, como para no celebrarlo.
No me hago llamar católico. Fui educado en el catolicismo y estoy bautizado, lo cual supongo que me convierte en parte de la comunión católica, pero antes que con el canon mis obligaciones están con la verdad. Y lo cierto es que a la pobre doncella de Orleáns la han usado unos y otros para avanzar sus fines políticos, más que porque fuera realmente una gran católica (al menos san Fernando mataba infieles, pero los ingleses eran tan católicos como los franceses, y eso de apiolar católicos se lleva peor todavía con el dogma que el dudar de la salud mental de algún santo... declarado como loco por la autoridad eclesiástica de su tiempo).
No fuera declarada loca por la autoridad eclesiástica de su tiempo.
Los ingleses serían católicos, pero eran invasores y además extremadamente brutales pues practicaron una política de saqueo y destrucción sistemático allá por donde pasaban. Véase lo que hicieron en Irlanda y Escocia, a modo de ejemplo. Autoridades como San Agustín o Santo Tomás de Aquino reconocían como justa una guerra para echar a un invasor extranjero del suelo patrio aunque aquel profese la misma fe.
LA GUERRA | Ecce Christianus
Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.:Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado.
Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala intención. San Agustín escribe en el libro Contra Faust.: En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras.
Según San Agustín en el libro II Contra Manich., quien empuña la espada sin autoridad superior o legítima que lo mande o lo conceda, lo hace para derramar sangre. Mas el que con la autoridad del príncipe, o del juez, si es persona privada, o por celo de justicia, como por autoridad de Dios, si es persona pública, hace uso de la espada, no la empuña él mismo, sino que se sirven de la que otro le ha confiado. Por eso no incurre en castigo. Tampoco quienes blanden la espada con pecado mueren siempre a espada. Mas siempre perecen por su espada propia, porque por el pecado que cometen empuñando la espada incurren en pena eterna si no se arrepienten.
Este tipo de mandamientos, como dice San Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte, han de ser observados siempre con el ánimo preparado, es decir, el hombre debe estar siempre dispuesto a no resistir, o a no defenderse si no hay necesidad. A veces, sin embargo, hay que obrar de manera distinta por el bien común o también por el de aquellos con quienes se combate. Por eso, en Epist. ad Marcellinum, escribe San Agustín: Hay que hacer muchas cosas incluso con quienes se resisten, a efectos de doblegarles con cierta benigna aspereza. Pues quien se ve despojado de su inicua licencia, sufre un útil descalabro, ya que nada hay tan infeliz como la felicidad del pecador, con la que se nutre la impunidad penal; y la mala voluntad, como enemigo interior, se hace fuerte.
También quienes hacen la guerra justa intentan la paz. Por eso no contrarían a la paz, sino a la mala, la cual no vino el Señor a traer a la tierra (Mt 10,34). De ahí que San Agustín escriba en Ad Bonifacium: No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates.
Los ejercicios militares no están del todo prohibidos, sino los desordenados y peligrosos, que dan lugar a muertes y pillajes. Entre los antiguos tales prácticas no implicaban esos peligros, y por eso se les llamaba simulacros de armas, o contiendas incruentas, como conocemos por San Jerónimo en una de sus cartas.
Santo Tom?s en espa?ol > Cuesti?n 40 - De la guerra
Por el contrario, dice San Agustín (serm. De puero centurionis, Epist. ad Marcel. y cap. Paratus, 23, q. 1): si la disciplina cristiana condenase absolutamente la guerra, el Evangelio daría a todos los militares desde luego este consejo de dejar las armas y apartarse por completo de la milicia; mas se les ha dicho: a ninguno inquietéis, y contentaos con vuestros estipendios; y, puesto que les dice que se contenten con sus estipendios, no les prohibió hacer la guerra.
Sed contra est quod Augustinus dicit, in sermone de puero centurionis, si Christiana disciplina omnino bella culparet, hoc potius consilium salutis petentibus in Evangelio daretur, ut abiicerent arma, seque militiae omnino subtraherent. Dictum est autem eis, neminem concutiatis; estote contenti stipendiis vestris. Quibus proprium stipendium sufficere praecepit, militare non prohibuit.
II-II q. 40 a. 1 co. (arriba)
Responderemos que, para que alguna guerra sea justa, se requieren tres cosas: 1º autoridad del príncipe, por cuyo mandato se ha de hacer la guerra; porque no pertenece a la persona privada promover la guerra, puesto que puede defender su derecho ante el juicio del superior; como tampoco la pertenece convocar a la multitud, lo cual es preciso que se haga en las guerras: mas, estando confiado a los príncipes el cuidado de la república, a ellos pertenece defender la república de la ciudad, o del reino o de la provincia a él sometida. Y, así como, la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores interiores, cuando castigan a los malhechores, según aquello (Rm 13,4), no en vano trae espada, pues es ministro de Dios, vengador en ira contra el que hace lo malo; así también les pertenece defenderla contra los enemigos exteriores con la espada de la guerra. Por lo cual se dice también a los príncipes (Sal 81,4): sacad al pobre, y librad de la mano del pecado al necesitado; y San Agustín dice acerca de esto contra Fausto (lib. 32, c. 75): el orden natural acomodado a la paz de los mortales requiere que los príncipes tengan la autoridad y derecho de emprender la guerra. 2ª Se requiere causa justa, es decir, que los que son impugnados merezcan esta impugnación por alguna culpa; por lo cual dice San Agustín (Qq. sup. Jos. q. 16): suelen llamarse justas las guerras, que tienen por objeto vengar injurias, cuando se trata de castigar a una nación o ciudad, que o no ha querido castigar una acción mala cometida por los suyos, o devolver lo que ha quitado injustamente. 3ª Se requiere que sea recta la intención de los beligerantes, es decir, que se intente o promover el bien o evitar el mal; por lo que dice San Agustín (De Verb. Domini c. Apud, causa 23, q. 1): los verdaderos adoradores de Dios miran como conducentes a la paz (pacata) aun las guerras, que se emprenden, no por codicia o crueldad, sino por deseo de la paz, para reprimir a los malos y ensalzar a los buenos. Puede sin embargo suceder que, aunque la guerra haya sido declarada por legítima autoridad y justa causa, se torne ilícita por la mala intención; pues dice San Agustín (cont. Faust. l. 22, c. 74): el deseo de dañar, la crueldad de la venganza, el ánimo (impacatus) mal avenido con la paz e implacable, la ferocidad del ataque, la pasión de dominar, y otras semejantes (disposiciones) si es que median; estas son las que con razón se condenan en la guerra.
Al 3º que también los que hacen guerra justa, tienen por objeto la paz; y así no contrarían a la paz, sino a la paz, mala, que el Señor no vino a traer al mundo, como se dice (Mt 10); por lo que San Agustín dice a Bonifacio (Epist. 189 ó 205): no se busca la paz, para ejercitar la guerra; sino que se hace la guerra, para adquirir la paz. Sé pues pacífico guerreando, para que conduzcas venciendo a aquellos, a quienes combates, a la utilidad dé la paz.
Summa Theologiae
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