1848: El gobierno de Narváez expulsa al embajador inglés. Ruptura de relaciones con el Reino Unido.

EL CURIOSO IMPERTINENTE

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España no fue del todo ajena a la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848. El gobierno del general Ramón María Narváez, duque de Valencia, era visto con desconfianza por su homólogo británico a causa de las estrechas relaciones de aquel con la monarquía francesa de Luis Felipe de Orleans. El doble enlace nupcial de la reina Isabel y su hermana la infanta Luisa Fernanda, con el duque de Cádiz y el de Montpensier, respectivamente, ahondó aún más esa hostilidad. Tras la caída de la monarquía de Julio en Francia y anticipándose al peligro de contagio revolucionario Narvaéz obtuvo de las Cortes poderes especiales para hacer frente a posibles disturbios.

https://books.google.es/books?id=eJ...LDAC#v=onepage&q=bulwer henry narvaez&f=false

Al igual que en el resto del continente las actividades subversivas eran alentadas por el gobierno de Lord Palmerston y su representante ante la corte de Madrid, el embajador Henry Bulwer. El diplomático británico trató por todos los medios de desestabilizar el gobierno, en connivencia con los grupos progresistas más exaltados y los republicanos. Con insolencia se dirigió a las más altas instancias, advirtiéndole de los terribles males que se abatirían sobre España, incluyendo una nueva guerra civil, si no se destituía a Narváez y se formaba un nuevo gobierno de signo progresista. No era Narváez hombre que se dejara intimidar facilmente (de él se dijo que "en el peligro se crecía algunas pulgadas") y respondió con decisión. Los motines que estallaron en Madrid, Sevilla y Barcelona fueron aplastados. El general fue aclamado como el héroe del momento en toda Europa.

Ante las pruebas contundentes de la implicación del ministro plenipotenciario inglés en las intentonas golpistas España solicitó reiteradamente su remoción, que fue denegada por Palmerston. Finalmente el gobierno perdió la paciencia y le dio al embajador un plazo de 48 hora para que abandonara nuestro país. Esto dio lugar a una suspensión temporal de relaciones diplomáticas, pero no llegó a mayores. Por primera vez en muchos años España tuvo una política exterior autenticamente independiente, sin hipotecarse a las potencias extranjeras.
 
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Algunos meses después, Narváez envía un cuerpo expedicionario a los Estados Pontificios para expulsar a los garibaldinos. Fue la primera intervención militar española en Italia desde la Guerra de Sucesión Austriaca un siglo antes.


momentosespañoles.es - La reposición en el solio de Pío IX

La reposición en el solio de Pío IX



A finales de 1848, los revolucionarios italianos penetran en la Ciudad Eterna. Roma es un botín muy cotizado, pero caro de conseguir. No obstante logran sus objetivos Garibaldi y Mazzini, capitanes de la oleada turística, y ponen sitio al Vaticano regido por el papa Pío IX. El gobierno pontificio es sustituido por un triunvirato y una Asamblea Constituyente sustentado en dos batallones de anárquicos soldados poco menos que de fortuna.

La guardia del Papa era testimonial, por lo escasa y decorativa, ante lo que el pontífice decide llamar al embajador de España, Francisco de Paula Martínez de la Rosa, quien aconseja al solicitante la salida de Roma dada la situación en las calles. El Papa se acoge a Gaeta, el puerto del reino de Nápoles más cercano a Roma, del que era monarca el rey Fernando, tío carnal de la reina de España Isabel II. En Gaeta aguardaba el embajador de España en Nápoles, Ángel María de Saavedra y Ramírez de Baquedano, duque de Rivas, militar y poeta como su colega Martínez de la Rosa.

Pasados unos días, llegó a Madrid noticia exacta de lo sucedido. Presidía el Gobierno el político y militar Ramón María Narváez y Campos, duque de Valencia, quien ordenó comunicar a todas las potencias católicas de Europa los hechos y las consecuencias, pidiendo una reunión urgente del Consejo de embajadores para examinar las circunstancias, pues España iba a intervenir con las amas para restablecer el solio de la cristiandad.

La iniciativa tuvo éxito, pese a las consabidas reservas. Austria, a la que convenía mucho intervenir en el mosaico que era la península itálica, organizó un fuerte ejército; Francia, república presidida por Luis Napoleón Bonaparte, envió una división de siete mil efectivos, reducida en cuanto a número y dotación, al mando del general Oudinot; y España dispuso un Cuerpo expedicionario con el general Fernando Fernández de Córdoba y Valcárcel al frente (cuyo apellido y título: Gran Capitán, sonaba en aquellas tierras con gloria).

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Fernando Fernández de Córdoba y Valcárcel

Imagen de ICHM



Aunque el cardenal Antonelli, nuncio de Su Santidad, Martínez de la Rosa y el duque de Rivas acuciaban a Narváez para que enviase la tropa, el jefe de Gobierno español deseaba que llegara la última —después que los franceses se decidieran—, e iba retrasando la partida sin descuidar el operativo.

Embarcó al fin la primera brigada, compuesta por los regimientos de Infantería Inmemorial del Rey, Reina Gobernadora y batallón de Cazadores de Chiclana, más una compañía de Ingenieros y un brillante cuadro de jefes y oficiales.

En Gaeta recibió Pío IX al general Fernández de Córdoba y su ejército con entusiasmo y parada militar de cortesía. Todo muy lucido y fervoroso. El Papa bendijo la bandera del regimiento Inmemorial del Rey, en representación de todo el Cuerpo expedicionario, colgando de su moharra la cinta de tonalidad jovenlandesado de la Orden Piana.

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Pío IX bendice al Cuerpo expedicionario español en Gaeta.

Imagen de ICHM



Los franceses habían desembarcado y puesto sitio a Roma, atacando con tanto brío como desacierto, sumando demasiadas bajas para seguir arremetiendo. Cosa que elevó la jovenlandesal de los revolucionarios que allegaron a sus filas nuevos voluntarios asentando, a la par, sus previas y también las aspiradas conquistas.

La tropa española, a la que prometió unírsele una División napolitana, al mando asimismo del general Córdoba, no podía intentar operación alguna, pues el rey Fernando de las dos Sicilias cambiaba de parecer y plan a cada poco, aturdido por los acontecimientos y retirado al límite de su frontera. Córdoba se ofreció a los franceses para pelear juntos en el cerco de Roma, pero Oudinot opuso que aquello era competencia de la honra y su ejército habría de tomar la ciudad sin más ayuda que la propia.

Pese a lo limitado de los efectivos, la brigada española se puso en marcha el 2 de junio de 1849, para establecerse en Terracina, donde constituyó su base para acometer el terreno que el acuerdo internacional había concertado a los españoles.

A los pocos días, el general Zabala desembarcaba en Gaeta con los batallones de Cazadores de Ciudad Rodrigo, Las Navas, Baza, Simancas y el regimiento de Caballería Lusitania, más dos baterías de montaña y una rodada.

Los franceses, ya reforzados, acababan de entrar en Roma a viva fuerza, después de un furioso bombardeo con cañones de sitio y de Marina, que dio origen a la protesta colectiva de los representantes diplomáticos de todas las potencias residentes en Roma, acusando a Oudinot, en términos amenazadores, de haber faltado al derecho de gentes, a las leyes de la guerra y al respeto que los monumentos romanos merecían. Y sea por la protesta o por el deseo de no indisponerse con los revolucionarios, que los franceses no desarmaron a las huestes de Garibaldi n de los voluntarios internacionales.

Con catorce o quince mil hombres, Garibaldi se retiró libremente de Roma acampando a menos de cuatro leguas de la ciudad, proclamando que se disponía a aplastar a los españoles. Lo que no tuvo efecto quedando en bravata. Los españoles, en lugar de fortificarse, avanzaron al encuentro de los revolucionarios, llegando a Piperno, no lejos de Valmonte, establecimiento de los garibaldinos que viéndolos venir decidieron marchar a Terni, cruzada la cordillera de la Sabina.

Reunida en Piperno la División española, con los generales Lersundi y Zabala, el plan de campaña de Córdoba era atravesar la Sabina, ocupar el desfiladero de Tagliacozzo —que tan importante papel jugó en las guerras del Gran Capitán—, y caer sobre el enemigo que sólo contaba con la opción de hundirse en el mar o perderse en los Abruzos, rodeados por el ejército austriaco.

Dispuestos a ello la tropa, visita el campamento el general Nunciante, jefe del ejército napolitano, para conferencias acerca de la situación en Nápoles. Córdoba le expuso su plan y el napolitano le dio que conduciría a su ejército a la catástrofe ya que la zona era inhóspita y virgen del paso militar a lo largo de la historia; tampoco contaba con postas, salidas o refugios ni posibilidades de suministro.

Respondió Córdoba a tal paisaje que él había superado los habidos en España similares o de mayor dificultad.

En diálogo de estrategias imposibles estaban ambos cuando se les unió el general prusiano Willisen, comisionado por su rey para estudiar la organización de las tropas españolas y asistir a las operaciones, de tanto riesgo como atractivo, con permiso del Gobierno español.

Puso marcha la División de amanecida, con la mínima impedimenta individual y de grupo, ocupando pronto terreno arisco; las diminutas siluetas de los flanqueadores pincelaban las crestas de las montañas. El trazado era pésimo, pero aún era más peligroso el paisanaje.

Iba de cronista en la expedición el escritor Gutiérrez de la Vega, y de auditor de Guerra, también escritor, Estébanez Calderón, ambos constituidos en cicerones del general prusiano, contagiado de literatura, enviando a la prensa de Berlín artículos de loa hacia los españoles. Le asombraba que tras marchas de seis y siete leguas por terrenos de montaña, llegaran los soldados a los pueblos o a los vivaques con ganas de confraternizar y divertirse al ritmo de la música autóctona.

Al llegar a la ciudad de Enrola, una localidad amplia en comparación a las tras*itadas, cansados de verdad todos, se hallaban dormidos todos cuando se desencadenó una gran tormenta acompañada de vendaval. La noche fue de aúpa y el remojón de órdago; pero la tropa, animosa siempre, pidió "Diana con música", para pasar el mal trance y cobrar impulso. Así fue: charangas, tambores, clarines y trompetas a saludar el Sol.

De Enrola en adelante el camino era otra cosa. Alcanzaron Rieti, sorprendiendo a una población que esperaba a los garibaldinos, pero que supo acomodarse con presteza a los españoles. Ya quedaba poco para el desfiladero de Tagliacozzo, desde cuyas cimas esperaban divisar los campamentos de Garibaldi; quien enterado de la aproximación española escapó hacia la Toscana, perola región ya estaba ocupada por los austriacos, por lo que continuaron la huida hasta el poblado de Narni.

Desde Rieti los españoles marcharon a Terni, superado el desfiladero, y allí quedó el grueso de la tropa pues la pretensión de conquistar Narni venciendo a Garibaldi se esfumó al recibir noticias, luego comprobadas, de que el revolucionario y su hueste, minorada ante la aproximación de los españoles, volvía a huir eludiendo el enfrentamiento. Los españoles regresaron a Rieti a descansar.

Explicaba Garibaldi a quienes prestaban oídos, que él conocía a los españoles, por haberse batido con ellos en Río de la Plata, al lado de los insurgentes, y por tanto los creía capaces de la proeza que se les atribuía al cruzar la cordillera con infantes, jinetes, artilleros y mulos.



De los franceses se supo que Oudinot había enviado al Para, a Gaeta, las llaves de Roma, entrando en ella el Pontífice en olor de triunfo. Y de Nápoles, que el general Nunciante, todavía impresionado por el plan español, había propuesto, en nombre de su país, al Consejo de Embajadores, que la División española quedara guarneciendo indefinidamente a Roma y los Estados pontificios.

El resultado obtenido por el Cuerpo expedicionario español fue el apetecido; y aún mejor, si al éxito se suma la ausencia de bajas por combate (algún estrago causó la malaria y el terreno). Se repuso en el solio a Pío IX; Garibaldi huyó a América; los revolucionarios de diversos países abandonaron la península italiana y los italianos callaron sus ímpetus en espera de ocasión propicia. La iniciativa del Gobierno español fue, pues, de la mayor eficacia para el in perseguido. Y la campaña, realizada sin combatir como se ha expuesto, obligando por la maniobra a que el enemigo se disolviese, demostró que la doctrina militar de aquellas épocas no prescribía la destrucción del enemigo, sino reducirlo a la impotencia por medio de la estrategia y de la táctica.



Al Teniente general Fernando Fernández de Córdoba y Valcárcel le fue concedida la Cruz de 5.º clase, Gran Cruz de San Fernando, por Real Decreto de 4 de marzo de 1850, en virtud de sus distinguidos servicios al mando del Cuerpo Expedicionario Español a los Estados Pontificios del mes de mayo de 1849 a febrero de 1850.
 
Grande el Espadón de Loja. Pueblo cercano a Santa Fé (sic) de donde son oriundos los "piononos", dulces dedicados a san Pío IX (y sí, es santo) cerrando así el círculo.

Desde luego es nuestro particular dictador decimononico, y ademas el unico no mason, porque el resto de contemporaneos para mi desgracia lo eran (excepto Bismarck o Radezky, pero vamos, pecata minuta).
 
Cuando le preguntaron a Narvaez cual era su programa de gobierno dijo que se componia de dos puntos.
acabar a Serrano y darle una patada en el ojo ciego al embajador ingles.
Solo cumplio uno y para eso sin patada.
 
Narváez fue el general que se sublevó contra Espartero, jefe del partido progresista, y lo expulsó del poder. Espartero era partidario del libre comercio, y estaba al servicio de los capitalistas ingleses, mientras que Narváez estaba en contra del libre comercio, por eso el gobierno inglés estaba en contra de él.
 
Narváez fue el general que se sublevó contra Espartero, jefe del partido progresista, y lo expulsó del poder. Espartero era partidario del libre comercio, y estaba al servicio de los capitalistas ingleses, mientras que Narváez estaba en contra del libre comercio, por eso el gobierno inglés estaba en contra de él.

¿Se refiere a la regencia o al gobierno del bienio progresista? En ambos casos el asunto es mucho mas complejo y el tema de los aranceles bastante secundario.
 
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España no fue del todo ajena a la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848. El gobierno del general Ramón María Narváez, duque de Valencia, era visto con desconfianza por su homólogo británico a causa de las estrechas relaciones de aquel con la monarquía francesa de Luis Felipe de Orleans. El doble enlace nupcial de la reina Isabel y su hermana la infanta Luisa Fernanda, con el duque de Cádiz y el de Montpensier, respectivamente, ahondó aún más esa hostilidad. Tras la caída de la monarquía de Julio en Francia y anticipándose al peligro de contagio revolucionario Narvaéz obtuvo de las Cortes poderes especiales para hacer frente a posibles disturbios.

https://books.google.es/books?id=eJ...LDAC#v=onepage&q=bulwer henry narvaez&f=false

Al igual que en el resto del continente las actividades subversivas eran alentadas por el gobierno de Lord Palmerston y su representante ante la corte de Madrid, el embajador Henry Bulwer. El diplomático británico trató por todos los medios de desestabilizar el gobierno, en connivencia con los grupos progresistas más exaltados y los republicanos. Con insolencia se dirigió a las más altas instancias, advirtiéndole de los terribles males que se abatirían sobre España, incluyendo una nueva guerra civil, si no se destituía a Narváez y se formaba un nuevo gobierno de signo progresista. No era Narváez hombre que se dejara intimidar facilmente (de él se dijo que "en el peligro se crecía algunas pulgadas") y respondió con decisión. Los motines que estallaron en Madrid, Sevilla y Barcelona fueron aplastados. El general fue aclamado como el héroe del momento en toda Europa.

Ante las pruebas contundentes de la implicación del ministro plenipotenciario inglés en las intentonas golpistas España solicitó reiteradamente su remoción, que fue denegada por Palmerston. Finalmente el gobierno perdió la paciencia y le dio al embajador un plazo de 48 hora para que abandonara nuestro país. Esto dio lugar a una suspensión temporal de relaciones diplomáticas, pero no llegó a mayores. Por primera vez en muchos años España tuvo una política exterior autenticamente independiente, sin hipotecarse a las potencias extranjeras.
Bulwer-Lytton fue el autor de "Los últimos días de Pompeya". Al parecer Narvaez llegó a cogerlo de la pechera en su última entrevista.
 
Bulwer-Lytton fue el autor de "Los últimos días de Pompeya". Al parecer Narvaez llegó a cogerlo de la pechera en su última entrevista.

Es posible, Narvaez tenia un genio muy vivo, hay un oscuro incidente en el que se le atribuye la fin de Urbiztondo a espada ante la puerta de la camara de la reina.
 
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Curioso que al final hablen de "los ferrocarriles de los estados danubianos" aludiendo a Valaquia y Moldavia, y es verdad que Salmanca estuvo metido en negocios de ferrocarriles por toda europa llegando sus tentaculos hasta Valaquia :D
 
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Bulwer-Lytton fue el autor de "Los últimos días de Pompeya". Al parecer Narvaez llegó a cogerlo de la pechera en su última entrevista.
¡shishi! ¿ESE Bulwer-Lytton?

Hay un premio en su honor dedicado al peor comienzo de una novela en lengua inglesa. Se debe a que este hombre, aparte de intrigante en la corte española, es el autor del cliché "Era una noche oscura y tormentosa" (It was a dark and stormy night).

The Bulwer-Lytton Fiction Contest
 
Bulwer-Lytton fue el autor de "Los últimos días de Pompeya". Al parecer Narvaez llegó a cogerlo de la pechera en su última entrevista.


Fue su hermano Edward quien la escribió.

Abundando en el tema, la reina Victoria estaba al muy tanto de los manejos de Palmerston, pero no los aprobaba. Nunca le gustó ese hombre aunque sus trapacerías proporcionaron grandes beneficios al imperio británico.
 
Fue su hermano Edward quien la escribió.

Abundando en el tema, la reina Victoria estaba al muy tanto de los manejos de Palmerston, pero no los aprobaba. Nunca le gustó ese hombre aunque sus trapacerías proporcionaron grandes beneficios al imperio británico.

Tiene razón, lo citaba de memoria:´( y mi fuente seguramente estaba confundida.
 
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