Yo ví esa fábrica con mis propios ojos. Fue en 1982, durante unas vacaciones en Kenia.
Iba con mi primo Mufasa en un cacharro de Iveco alquilado, era la típica vuelta de safari para ver fauna sabariana pero sin guía, el Iveco estaba muy protegido con hierros de manera que si no te bajabas del vehículo estabas seguro.
Circulábamos pues por la sabana keniata, viendo girafas, cebras, koalas y todo tipo de especies endémicas. Esa amplia sabana en realidad es un valle pues está jalonada por elevaciones en sus postrimerías.
Se trata del inmenso Gran Valle del Rift, lugar donde se supone que surgieron los primeros homínidos y que atraviesa una docena de países jovenlandeses.
Dicho valle tiene su origen en una fractura geológica de casi 5000 kilometros longitudinales. Además, debido a la actividad geológica el valle continua creciendo en longitud, también se va anchando y lo más importante: se va hundiendo, va profundizando en las placas tectónicas de la corteza terrestre.
Cuando circulas por el Rift sabes que estás en un valle inmenso dentro de un ecosistema de sabana inequívoco, las guías que nos dieron lo calificaban como el origen de la vida humana, la zona cero, el cocomocho del asunto.
Tras unas horas subiendo el valle decidimos dar la vuelta en redondo para regresar a casa, trazando un buen círculo para intentar volver dirección sur pero sin pisar las mismas rodadas de la ida, por lo que nos colocamos unos cinco kilómetros hacia el eje axial del valle, osease más pal centro.
En nuestra nueva ruta de bajada se notaba que habíamos descendido en altura por encontrarnos más al centro del valle. Hacía más calor, corría menos aire, bebíamos más gaseosa La Pitusa y había más silencio. No se avistaban los rebaños de animales salvajes, no vimos grupos de depredadores ni bandadas de pájaros. Parecía un buen lugar para hacer una parada, pisar tierra, fumarse un farias y miccionar.
Mi primo Mufasa se fue a miccionar a unos arbustos muy cerrados y alejados, algo que nunca hay que hacer según numerosas películas de terror adolescente. Yo no estaba pensando en nada, me había sentado en capot del camioncillo con los pieses apoyados en el parachoques. Miraba como el sol comenzaba a ocultarse tras la línea de montañas del oeste. Además, había abierto un sobre de Peta Zetas y estaba un poco embobado con la boca abierta, escuchando el crepitar de la novedosa gosolina mientras miraba el sol de poniente.
Cuando derrepén, oí un crigir de hursos. Mi primo Mufasa gritaba aterrorizado mientras algo lo arrastraba, un ser de aspecto antropomorfo y atípicamente colorido. Tardé 0, en arrancar el Iveco y alejarme de allí hacia la ruta segura por donde habíamos venido.
Tras dos minutos subiendo en primera y mirando por los espejos, como nadie me seguía y había llegado a una zona elevada del camino con una buena visión, decidí poner el freno de nano y sin parar el motor mirar a la zona de los arbustos xerófilos con los prismáticos.
Copón bendito! Lo que se llevaba a mi primo era humano! Llevaba leggins fosforitos, una camiseta de basket, en la mano izquierda sujetaba con fiereza de Pumba un vaso gigante de Cornelius Fried Chicken. Esa cosa pesaría unos 160kg en canal. Mufasa se retorcia, le habían partido el femur por el muslamen y era de esta pierna echa un Ecce Homor, de la que le arrastraba el ser. Hubo un momento en el que el bicho tropezó, aprovechando mi primo para derribarle e intentar zafarse de él, pero lo único que consiguió fue arrancarle la peluca, dejando ver una extraña cabellera pelomocha. Ese bicho salido de las entrañas de Fondor llevaba un pelucón encima de un pelo rarísimo, con calvas y mechones como setas alienígenas.
Entonces la ví, la Fractura de Rift era real, las leyendas eran ciertas. Era un cortado a 90° oculto en el horizonte por una línea de espesos arbustos, y fuera de la visión aérea gracias al amaje de lineas de árboles sabaneros, acacias y sauces que dan buena sombra cuando el sol castiga el cartón.
Se trataba pues, de una grieta en la tierra, oscura, profunda y bien camuflada según pude ver con el catalejo.
En esos instantes me pareció ver como más de esos seres salían a superficie y agarraban a mi primo desde el resto de las extremidades: la pierna sana, los dos brazos y el purpur. Horrorizado de lo que estaba viendo tiré las palomitas y metí primera ascendiendo piano piano y retomando el semicirculo anteriormente trazado. No obstante, tras unos minutos de marcha y viendo que el peligro no acechaba a mi alrededor, hice una segunda parada con el telescopio.
El lugar era buenísimo en cuanto a visibilidad, pues me permitía ver parte del fondo de la gran zanja o grieta terrestre.
Mufasa ya no estaba, tan solo reconocí una de sus zapatillas J. hayber, esas que te dan en los centros de desintoxicación, y pelucas, muchas pelucas como de mujer, muy pelonchudas, de diferentes colores y cortes. Pardiéz, qué cosa más extraña pensé.
Aunque ya no se veían seres, no iba a quedarme un segundo más ahí, por lo que hice un barrido con el dron para asegurarme de la ausencia de peligros en mi ruta de vuelta, cuando deprón localicé la cadena de oro de mí primo, en el suelo, junto a los arbustos suculentos adaptados a los meses de sequía. No podía dejar eso así porque la cadena era de oro macizo. Procedí a descender, dejé pa luego los Triskys porque meten mucho ruido y empecé a acercarme en silencio, con el motor de la Iveco apagado, con la respiración cortada, siempre sigiloso como un mapache con antifaz.
La noche prácticamente había caído, la luna estaba nueva y había buena oscuridad. Llegué al punto del brutal rapto y con las gafas de visión nocturna enseguida localicé la Golden Cadena.
Mas que contento, pletórico, con la cadena que vendería en Ciudad del Cabo ya en mi bolsillo, decidí asomarme a la grieta pa ver qué había.
Lo de allí abajo era caótico, estaba lleno de esos seres atareados en lo que parecía una factoría steampunk. Mis ojos no podían creer lo que veían, era como una linea de producción de seres: zona de inoculación, de gestación y de alumbramiento. Esta última era la propia tierra, los seres nacían -salían- de agujeros en la tierra, envueltos en una bolsa orgánica transparente. Era horrible, una pesadilla, pero el acabosé fue cuando vi a Mufasa, estaba vivo... encadenado a un potro de madera, una estructura que parecía diseñada para la llegar al nvcleous. Una fila de seres con peluca guardaban su turno, cuando mi primo echó la cabeza para atrás y mirando hacia arriba pudo verme. En silencio, saqué su cadena de oro del bolsillo, la zarandeé para que la viese y le dije moviéndose los labios y con gestos:
_No te preocupes!! Tengo la cadena, ahora es mía!
La situación era crítica y poco se podía hacer, era el momento de arrancar el motor y salir pitando sin mirar atrás. Los precios del oro estaban al alza y debía llegar cuanto antes a Johannesburgo.