Reencarnación: Doctrina Falsa, Anticristiana y Cruel

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
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El reencarnacionismo aka teodicia del karma es extremadamente popular en el Occidente apóstata actual, incluso entre quienes, en general, carecen de todo interés por lo espiritual. Esto es un síntoma de una colonización esotérica por parte de la India, la cual se estaría vengando así de la colonización exotérica que sufrió a manos de los británicos. Siempre he intuído que algo muy siniestro se esconde tras el reencarnacionismo, pero ahora poseo la erudición necesaria para refutar esta pérfida doctrina pagana que ha infectado a Occidente:

En la época de los Vedas (siglos XIII-X a.C.) los indios creían que el alma sobrevivía a la fin física en otro plano de existencia. Entre hombres y dioses había una distinción absoluta y la idea de una fusión impersonal con la fuente de toda existencia era inconcebible. El muerto era enterrado con ropa y comida para el más allá, y en algunas partes de la India se arrojaba a las viudas a la pira funeraria del fallecido para que lo acompañaran tras la fin, lo que evidencia que creían en la preservación de la identidad personal. De hecho, los familiares fallecidos formaban una suerte de jerarquía en el reino de los muertos. Al fallecido se le adoraba durante un año, tras lo cual se le incluía entre las ofrendas familiares del sraddha, un ritual mensual necesario porque los muertos podían influir negativa o positivamente sobre los vivos. Según los Vedas, el hombre se divide en cuerpo, alma y espíritu. El alma es la suma de las facultades psíquicas (voluntad, razón y emoción), el espíritu es el hálito vital que anima lo inerte. El dios Yama gobernaba las almas de los muertos, recibía las ofrendas de las familias a cambio del bienestar de los difuntos y castigaba a los malvados. La idea de una nueva existencia terrenal apareció con los Brahmanas (IX a.C.), que hablaban de una vida celestial limitada, dependiente de las buenas obras y las ofrendas hechas durante la vida terrenal. Tras agotar su recompensa, los hombres tienen que sufrir una segunda fin en el reino celestial y retornar a la existencia terrenal. Los Upanishads (siglos VII-V a.C.) sitúan la segunda fin no en el cielo sino en la tierra y afirman que la ignorancia (avidya) del verdadero yo (atman) pone al karma en acción, y que la reencarnación (samsara) es la consecuencia. Esto supone un cambio radical en la concepción de la vida de ultratumba desde los Vedas. Los Upanishads abandonaron la idea de morir en comunión con los dioses a través de ofrendas por la fusión impersonal con Brahma a través del conocimiento del atman. Según los Upanishads, la entidad que se reencarna es el yo impersonal (atman), que solo puede ser definido negando cualquier atributo personal. El atman no puede ser portador del progreso espiritual de nadie, pues no puede almacenar nada procedente del reino ilusorio de la existencia personal. El progreso espiritual es almacenado por el karma, en la forma de una reducción de deuda kármica. Al reencarnar de acuerdo al karma, la nueva persona recoge los frutos de «sus» acciones de vidas anteriores y debe hacer todo lo que pueda para escapar del cruel ciclo avidya-karma-samsara. A fin de dar coherencia al samsara, el Vedanta creó el concepto de «cuerpo sutil», una entidad vinculada al atman que porta la deuda kármica. No obstante, este cuerpo sutil no puede preservar elemento alguno de la existencia personal, sino que almacena una suma de tendencias impresas por el karma, que se materializarán en la vida personal sin dar pista alguna sobre su origen. Es imposible transmitir la memoria personal de una vida a otra, pues pertenece al reino ilusorio (maya) y se desvanece con la fin física.

El budismo niega la existencia de un yo personal que se reencarna. La ilusión del yo es generada por una coalición de cinco agregados (skandha) en constante mutación: forma, sensación, percepción, pensamiento y consciencia. Estos cinco elementos son impermanentes (anitya), sufren constante transformación y carecen de todo principio unificador. Los hombres piensan que poseen un yo debido a la consciencia, pero, dado que esta cambia constantemente, no puede ser identificada con un yo personal permanente. Buda enseñó que solo el karma pasa de una vida a otra, usando la metáfora de la llama de una vela que prende otra vela aunque no posea sustancia propia: de la misma manera hay renacimiento sin transferencia del yo personal de un cuerpo a otro. El Libro Tibetano de los Muertos describe en detalle las supuestas experiencias que uno tiene entre reencarnaciones, implicando que el fallecido preserva algunos atributos personales. No obstante, estos se desvanecen justo antes del nuevo nacimiento, así que tampoco existe ningún elemento personal transmitido de una vida a otra: el recién nacido no puede recordar vidas previas o su existencia pre-reenarnación. Además, según los Sutras, la probabilidad de reencarnarse como humano es solo de una entre cincuenta mil BILLONES.

El dogma dhármico de la reencarnación llegó a Occidente en el siglo XIX con la Teosofía y la Antroposofía, tras lo cual aparecieron los gurús de la Nueva Era, responsables de su actual popularidad. Esta reencarnación, lejos de ser un tormento del cual debemos escapar a toda costa a través de la extinción del ego, es una suerte de evolución del alma. Esta distorsión, rechazada por los maestros orientales como una herejía corrupta, nace del deseo de adaptar el budismo al pensamiento occidental, pues el concepto de un yo impersonal reencarnándose ad nauseam es demasiado abstracto y pesimista para ser popular en Occidente. Además de asumir la reencarnación como dogma de fe, los nuevaeristas intentan probar que la Biblia contiene tal doctrina. No obstante, un análisis minucioso revela que ignoran sistemáticamente el contexto de los pasajes que usan como «pruebas»:

«Y si queréis recibir, él es aquel Elías que había de venir», «Mas os digo, que ya vino Elías, y no le conocieron; antes hicieron en él todo lo que quisieron: así también el Hijo del hombre padecerá de ellos. Los discípulos entonces entendieron, que les habló de Juan el Bautista» (Mateo 11:14, Mateo 17:12-13). El retorno de Elías fue profetizado en Malaquías 3:1 y Malaquías 4:5-6. En Lucas 1:17, un ángel dice sobre Juan Bautista: «Porque él irá delante de él con el espíritu y virtud de Elías, para convertir los corazones de los padres á los hijos, y los rebeldes á la prudencia de los justos, para aparejar al Señor un pueblo apercibido». Pareciera que estos versículos implican la reencarnación de Elías como Juan Bautista. No obstante, debemos notar que no dice «con el alma de Elías» sino «con el espíritu y virtud de Elías», lo que significa que tanto Juan Bautista como Elías recibían su virtud (gr. dunamis) profética del mismo espíritu: el Espíritu Santo. El propio Bautista negó el reencarnacionismo ante los sacerdotes de Jerusalén: «Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No» (Juan 1:21).

«Y preguntáronle sus discípulos, diciendo: Rabbí, ¿quién pecó, éste ó sus padres, para que naciese ciego? Respondió Jesús: Ni éste pecó, ni sus padres: mas para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Juan 9:2-3). Según el reencarnacionismo, este ciego pecó en otra vida. No obstante, la pregunta de los apóstoles no implica reencarnación, sino que confirma que algunas sectas judías de la época creían que el feto puede pecar de alguna forma. Jesús nunca perdía oportunidad de instruir a los apóstoles en cuestiones espirituales, y la reencarnación sería una doctrina esencial, por lo que habría usado esta oportunidad para hablarles sobre el karma. Por contra, en su respuesta, Jesús rechaza tanto la idea de pecar antes del nacimiento como la del castigo por los pecados de los padres.

«No os engañeis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Gálatas 6:7-8). Este «sembrar y recoger» de San Pablo es muy popular entre los reencarnacionistas, pero el siguiente versículo aclara que se refiere a juzgar los efectos de nuestras obras desde la perspectiva de la vida eterna, sin otra existencia terrenal implicada. Para San Pablo el Juez Cósmico es Dios, no el karma impersonal.

Otra tesis nuevaerista afirma que originalmente la Biblia contenía la reencarnación, pero que esta enseñanza fue suprimida en el Concilio de Constantinopla II del año 553, a causa del deseo del clero de manipular al pueblo. En este caso, cabría preguntarse por qué no suprimieron los pasajes que tanto gustan de usar como «pruebas». Además, los nuevaeristas suelen citar al excéntrico Orígenes de Alejandría como «ejemplo» de que los teólogos paleocristianos creían en la reencarnación. No obstante, aunque Orígenes simpatizaba con el platonismo, afirmar que creía en la reencarnación es absurdo. Fue anatemizado como hereje en el citado Concilio por predicar la preexistencia del alma y la apokatastasis (universalismo), pero nunca creyó en la reencarnación como afirman los nuevaeristas. De hecho, Orígenes refutó esta doctrina en su ensayo El Espíritu y la Virtud de Elías, no su Alma, estaban en Bautista:

«No creo que se hable del alma de Elías, no sea que yo caiga en el dogma de la transmigración, que es ajeno a la Iglesia de Dios, no enseñado por los apóstoles, ni aparece en ninguna de las Escrituras, pues está también opuesto al dicho de que «las cosas visibles son temporales», y a «esta edad debe tener una consumación», y a la culminacíon del dicho «los cielos y la tierra pasarán», y «las cosas de este mundo pasarán» y «los cielos perecerán»…», «Pues, observo, no dice en el alma de Elías, en cuyo caso la doctrina de la transmigración podría tener algo de base, sino «en el espíritu y la virtud de Elías»…».

Aparte de Orígenes, Justino Martir rechazó la reencarnación en su Diálogo con Trifo, donde afirma «Según Platón, los malvados son encarcelados en los cuerpos de bestias ferales, y ese es su castigo… ¿Saben ellos, acaso que es por esa razón que están en esas formas, y que han cometido pecado? No lo creo… Entonces no les aprovecha su castigo, como parece: es más, yo diría que no son castigados salvo que sean conscientes de su castigo… Por tanto las almas no pueden ver a Dios ni transmigrar a otros cuerpos, pues no conocerían que están siendo castigadas». En su famoso ensayo Contra Haeresias, Ireneo titula el capítulo XXXIII «Absurdidad de la Doctrina de la Transmigración de las Almas». Todo el capítulo es una crítica que enfatiza la futilidad de una reencarnación vacía de toda memoria de vidas pasadas. En su Ensayo sobre el Alma, Tertuliano traza el reencarnacionismo hasta Pitágoras, al que califica despectivamente como «el sofista de Samos» por esta razón. Gregorio de Nisa, uno de los principales teólogos paleocristianos rechazó la predestinación en su obra Contra Fatum, así como el concepto de la reencarnación en el capítulo XXVIII de su ensayo De la Creación del Hombre. Todos estos Padres de la Iglesia vivieron antes del 553, ergo no puede ser cierto que el reencarnacionismo fue censurado por el clero. La reencarnación nunca ha sido aceptada por el cristianismo porque destruye sus fundamentos básicos, transformando a Dios en un espectador impotente de la tragedia humana, lo que niega Su Rol como Salvador de la Humanidad. Además, un reencarnacionismo coherente implicaría una postura desapegada, amoral, hacia el crimen y las catástrofes, que no serían sino las deudas kármicas pagadas por sus víctimas, cuyo sufrimiento sería el castigo por sus malas obras de vidas pasadas.

Guiados seamos por Jesucristo,
Uriel​
LEER ENSAYO COMPLETO EN:
Destapando la Reencarnación
 
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