¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa?)

Ramiro garcia

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¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? (1-7)

PARTE 1 de 7

Sin duda que Isabel la Católica debería gozar desde hace rato de la gloria de los altares. Sobre su vida y su obra algo ya hemos escrito aquí y aquí.

Ahora, ¿a qué tanta demora para poder honrarla como se debe?

Hace unos días, con ocasión del aniversario del nacimiento de esta mujer ejemplar (22 de abril de 1451), aquí y aquí, han comenzado una campaña para pedir la continuación de su proceso de beatificación, hoy estancado.

Con el permiso de su autora, nuestra amiga y ex-alumna, la Prof. Magdalena Ale, damos a conocer ahora un excelente trabajo de investigación donde se responde a este interrogante, rogándole a Dios que prontamente esta reina santa pueda ocupar el lugar que le corresponde para edificación de la Iglesia militante.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi



HISTORIA DE LA CAUSA DE CANONIZACIÓN DE ISABEL LA CATÓLICA

Prof. Magdalena Ale

Introducción

Hace sesenta años una joven argentina llamada, Bertha Bilbao Richter, escribía una carta a Su Santidad Pío XII, en donde expresaba: “El Cristianismo lo llevo profundamente arraigado en el corazón. Hace muchos años que pienso, medito y pido a Dios… para que se cumpla un acto de justicia con la mujer que mayor gravitación ha tenido en los destinos de la Humanidad, me refiero a la Reina Isabel la Católica cuyo solo recuerdo, estoy segura, conmoverá las fibras más delicadas de su corazón. Quedo en paz con mi conciencia al implorar este mi pedido”.

Dicha carta fue el puntapié inicial para abrir el proceso de canonización de Isabel la Católica. Las líneas que citamos han sido reenviadas a diversos Papas por diferentes personas en petición de la canonización de la mujer que hoy invade estas líneas.

El sinuoso camino de su canonización: sus avances y estancamientos, sus esperanzas y frustraciones, son los temas que colmarán los párrafos del presente artículo, que no tiene otro fin que el de promover la devoción de tan egregia reina y aportar un poco más de luz a la historia de su beatificación.

Un gran devoto de la reina supo escribir:

“Sabemos, porque fuimos promotores de ello, que en la Postulación de la Causa en Roma, se almacenan miles y miles de cartas de todo el mundo cristiano que piden al Santo Padre la beatificación de la Sierva de Dios Isabel la Católica. También nosotros mediante esta publicación queremos unirnos a tantos miles de hermanos nuestros y pedir, rogar y suplicar hasta de rodillas si preciso fuere al Santo Padre, que ordene el estudio de esta Causa y la Reina pueda ser elevada al honor de los altares. Las Causas de otros posibles santos están respaldadas por Institutos y otras órdenes religiosas que apoyan y prestan calor en todo momento, que oran y suplican… Esta Causa quizá no tienen esos respaldos tan valiosos. Somos cristianos anónimos los que oramos, pedimos, y suplicamos a Dios…”[1]

A todas aquellas personas que alberguen en su corazón sentimientos para con la Reina Católica, a todos los interesados en la historia de su proceso canónico, a todos aquellos que alguna vez elevaron una plegaria a reina de España, aquende y allende el mar; los invitamos a leer estas páginas.

I PARTE

LA CAUSA DE CANONIZACIÓN DE ISABEL LA CATÓLICA

Historia de la Causa

La protesta judía

Motivos y protagonistas del congelamiento del Proceso



La Causa de Isabel la Católica
Desde la fin de la Reina hasta el inicio de la causa

“Desaparece una Reina que no ha de tener semejante en la tierra por su grandeza de alma y pureza de corazón”[2].

Corría el año 1504 y en Medina del Campo la fin jugaba con el mundo una partida definitoria. Ésta pretendía llevarse a una mujer que desde hacía unos años marcaba el sendero de casi toda Europa y comenzaba a esbozar el de América. Larga y dura fue la contienda, y en noviembre de ese año la fin jugó su última carta resultando victoriosa. Se llevó así a “la mujer que desde su lecho de fin gobernaba al mundo”[3], según comentó un visitante venido desde Italia para los funerales de la Reina.

Apenas muerta Isabel la Católica, comenzó a correr a diestra y siniestra por todos los caminos de Europa, la voz de su santidad de vida, y la constancia y heroicidad con que practicaba sus virtudes.

Los testimonios de las personas que escribieron o hablaron al respecto conforman lo que se llama la “fama de santidad”, un elemento fundamental para la canonización de cualquier hombre.

Pues bien, la fama de santidad de la ya portadora del nombre de “Católica” comenzó el día mismo de su fallecimiento. Dicen los que vivieron en esa época que no hubo bueno que no la llorase ni malo que no se alegrase por la fin de la Reina. Todo el mundo la proclamaba santa, y sin embargo pasados quinientos años desde su fin el mundo todavía no la reconoce como tal.

Podríamos entonces decir, que la causa de canonización de la Reina Católica, halla sus comienzos en aquella alcoba del palacio de Medina del Campo en donde nuestra protagonista dejaba este mundo para siempre. Hasta ese triste 26 de noviembre hay que remontarse para comenzar a recoger los testimonios de su santidad y comprobar cómo la gente la consideró santa desde aquel mismo día.

Pero, ¿quiénes fueron los que hablaron de su santidad? La mayoría de las personas que estuvieron cerca de ella lo hicieron; como por ejemplo su esposo, sus hijos, sus confesores y los nobles más allegados. Pero también, grandes políticos; ajenos a los intereses españoles y también los Papas. Los poetas la cantaron como a una santa y los sabios han elogiado su vida y la propusieron como modelo para las juventudes.

Citaremos a continuación algunos de los testimonios que nos parecen de un valor inestimable:

Fernando el Católico

...viendo que ella murió tan santa y católicamente como vivió, de que es de esperar que Nuestro Señor la tiene en su gloria, que para ella es mejor y más perpetuo Reyno que los que acá tenía[4].

Cardenal Cisneros

Pues en cuanto Cisneros fue advertido, aunque era varón ejercitado en disimular toda tristeza de ánimo, comenzó a derramar lágrimas de piedad por su Majestad y con voz tan desconsolada como extraña que le era, dijo que el sol jamás volvería a ver una Reina como la que había muerto ese día. Nadie podría, agregó, admirar suficientemente semejante grandeza de ánimo, semejante pureza y pudor, tal fomento de la religión cristiana, semejante diligencia como la que tributaba equitativamente a todos, tal conservación de las leyes antiguas y afán por los deberes temporales, y semejante abundancia de pan como la que su prudencia suscitó en todas partes, primer deber de los reyes para con su pueblo. Luego de haber pronunciado este pequeño discurso sobre sus virtudes, devolvió a su alma la aflicción que el tristísimo anuncio le había producido[5].

Hernando de Talavera (confesor de la Reina)

…tan perfecta y tan llena de toda virtud, como entre las aves el águila[6]. Adornada con los siete dones del Espíritu Santo, brilló sobre todas las mujeres de nuestro tiempo. No hubo efectivamente en nuestra época una mujer como ella en toda la tierra[7].

Cristóbal Colón

Su alma fue siempre católica y santa, y presta a todas las cosas de su santo servicio; por esta razón podemos estar seguros de que está ya en el seno de la gloria de Dios y lejos de los cuidados de este mundo agrio y fatigante[8].

Bartolomé de las Casas

Pluguiese a Dios que todos los católicos Reyes, sus sucesores, tengan la mitad del santo celo y cuidado infatigable que de estos divinos y celestiales bienes (los ha enumerado),Su Alteza la Católica Reyna tenía… Deste santo celo, deste intenso cuidado, deste continuo sospiro, desta grande y meritoria voluntad de la dicha Señora muy alta Reina Doña Isabel, darán testimonio las proviciones reales…”[9] .

Este es un testimonio valiosísimo, tanto más por ser Bartolomé de las Casas quien inició la leyenda negra en torno al descubrimiento de América, que más tarde envolverá también a Isabel la Católica.

El papa Sixto IV (carta a la Reina)

Realmente, en todo cuanto atiene al cuidado de quienes son nuevos en la fe…, hemos visto que escribiste con corrección y prudencia. Las cartas están llenas de tu piedad y de tu singular devoción a Dios… Por tanto, hija carísima, cuando conozcamos tu persona, adornada de regias virtudes y signada por divina tarea, nada más te encomendaremos que esta misma devoción en Dios y este mismo afecto y constancia por la fe ortodoxa. Bendiciendo y aprobando este santo propósito tuyo en el Señor… abrazas la causa de Dios…[10].

El papa Inocencio VIII (carta a la Reina)

Queridísima hija nuestra en Cristo. Con nuestro saludo y bendición apostólica. Cuando por primera vez recibimos tus cartas… nos vino gran satisfacción por tan feliz anuncio. Y si con mayor motivo nos alegramos Nos, para quienes siempre es de sumo gozo la victoria de los cristianos sobre los bárbaros, también deben alegrarse con ello todos los católicos, siendo que tales hechos tanto atañen a la gloria y el honor de nuestra Religión… Sabiendo que en esta materia vuestras Majestades siempre han trabajado con sumo afán y supremo celo de la fe católica, no podemos dejar de alabaros y juzgaros dignos de gran alabanza, pues con tanto ardor os afanáis por la fe cristiana. Os exhortamos para que hagáis igual en el futuro, con la ayuda de Dios… Nos, sin embargo, no pudimos contenernos con esta feliz noticia de celebrar públicamente esta victoria y dedicarla a vuestras Majestades para que, en cuanto podamos, vuestra elogio beneficiemos. Esperamos que más seguidamente debamos hacer esto, en honor de vuestras Serenidades, que continuando con tales victorias, ganarán para sí fama y gloria en todo el orbe cristiano[11].

El papa Julio II

Partes hacia España… Allí intentarás demostrar cuán paternalmente y desde el alma apreciamos su Excelencia [de los reyes católicos]… Advertimos, pues, que no hay Reyes ni Príncipes más religiosos que ellos en fomentando a Dios y a la persona de la Iglesia entre los de nuestro tiempo. Han purgado su reino de herejes, errores y vicios todos. Ellos son quienes mejor y de manera más justa han gobernado en nombre de Cristo y quienes más han propagado la verdad, con sumo peligro y trabajo. Ellos son, en fin, quienes con mayor piedad y reverencia han tratado a la Santa Sede Apostólica. Por esta razón han adoptado con justicia el nombre de Católicos, y de esta manera se han procurado para sí suma gloria entre los mortales, gran dignidad a nuestros ojos, y mayor gracia de cara a Dios[12].

El papa León XIII (S. XIX-XX)

…[que el principio y fin de la empresa fue siempre y sólo el incremento de la religión cristiana] fue bien manifiesto para Isabel, quien había penetrado la mente de este gran hombre mejor que nadie: incluso mucho consta que ella misma, mujer de ingenio viril y grande ánimo, claramente tuvo el mismo propósito[13].

Francisco Franco

En la vida de la Reina Isabel tenéis todas un libro para el estudio. Ella conoció también los tiempos turbulentos y materialistas; ella se vio abandonada también a la corrupción y al vicio. Pero supo mantener la pureza de fe y la pureza de sus virtudes[14].

* * *

La Positio canónica de la Reina al hablar de la fama de santidad de Isabel la Católica cita a 45 personas contemporáneas de la Reina, 17 de los siglos XVII y XVIII y 31 de los siglos XIX y XX; llegando a un total de 93 citas, todas con la autoridad y seriedad que merecen para ser citadas en un documento que intenta probar la santidad de una persona.

Cabe entonces preguntarnos: ¿Qué sucedió desde la fin de Isabel la Católica hasta el siglo XX, que no fue siquiera iniciada la causa para su canonización? Miles de personas de todas las épocas y desde distintos lugares del mundo han llenado de elogios a su persona… pero ¿nadie tuvo intención de canonizarla?

La Positio nos aporta una breve explicación del porqué del retraso. Lo primero que afirman los autores al respecto es: “¿Cómo se explica tanto retraso en introducir su Causa de Beatificación? No nos parece posible dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta”[15]. Y luego continúan:

Tal vez la misma grandeza de la Sierva de Dios y las extraordinarias implicaciones de todo género de su prodigiosa actividad, pudo frenar en un primer momento lo que debería haber sido el deseo espontáneo de un proceso canónico. Pasados después los tiempos inmediatos a la fin, es claro que el proceso tenía que resultar mucho más complejo, a causa de las obvias dificultades del estudio de las fuentes históricas[16].

Es decir, que durante el tiempo inmediato a la fin de la Reina y la generación siguiente de testigos directos fue una causa prudencial la que estorbó el inicio de la causa; o al decir del postulador de la Reina, Anastasio Gutiérrez: “Evidentemente el tiempo inmediato después de su fin no era el más oportuno para proponer una causa de santidad; había que dejar pasar tiempo para que las aguas se calmasen y dar lugar a una decantación de pasiones y sentimientos”[17]. Y pasada esta generación, parece ser que un motivo burocrático habría impedido su llegada a los altares, pues “La causa se hacía cada día más difícil por la necesidad de depurar la inmensa documentación del reinado”[18].

Estas conclusiones del postulador coinciden con la opinión de los peritos históricos en el proceso diocesano, que atribuyen la demora del inicio de la causa al cambio de dinastía (de los Trastámara a los Austrias), a la gran masa de documentos que había que estudiar, a la situación política nacional e internacional respecto a la Santa Sede, la necesidad de sedimentar los sentimientos y pasiones, etc.

Si bien todos estos argumentos no terminan de darnos una respuesta satisfactoria, pues el mismo postulador afirma que no la ha hallado, tenemos aquí la respuesta que nos dan los actuales valedores de la Reina respecto al retraso de la causa que nos entretiene.

¿Hubo otros motivos que frenaron el inicio del proceso? No podemos confirmarlo, pero algo intuimos. ¿El motivo prudencial, que afirma que hay que esperar a que decanten los sentimientos y pasiones que la Reina Castellana despierta, subsistió después de la primera generación y llega hasta el siglo XXI? Veremos…

Lo que sí sabemos y podemos estar seguros de ello, es que ni bien empezado el siglo XX la Reina Católica será recordada y se iniciará su proceso de canonización, en gran parte con la ayuda de América. ¿Cómo comenzó el proceso? ¿Cómo fue su evolución? ¿Fue apoyado por la gente? Estos son algunos de los temas que hablaremos en el presente capítulo.



* * *



[1] Vidal Gonzáles Sánchez, Isabel la Católica y su fama de santidad ¿Mito o realidad? Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias, 2006. P. 24.

[2] Cardenal Cisneros. Positio historica super vita, virtutibus et fama sanctitatis ex officio concinnata» en el Officium Historicum de la Congregación para las Causas de los Santos (1074 páginas, más CXXXIX de introducción, en formato mayor), Sever-Cuesta, Valladolid 1990. P. LII.

[3] Próspero Colonna. Cfr. Walsh, T. William. Isabel la Cruzada. Madrid: Espasa-Calpe, S. A., 1963. P. 212.

[4]Medina del Campo, 26 Nov. 1504. Positio historica super vita, P. 879. La mayoría de estas citas han sido extraídas por el postulador de Vicente Rodríguez Valencia, Isabel la Católica en la opinión de españoles y extranjeros, Valladolid, 1970. Este historiador ha recogido en dos gruesos volúmenes toda la tradición histórica que corrobora la fama de santidad de la Reina. Estos volúmenes figuran en la documentación de la causa (CIC) como vols. XV y XVI, de 566 y 678 páginas respectivamente.

[5] Ibídem, P. 880.

[6] Supra, pp. CIC, III, doc. 228, 105ss. P. 14-38Ibídem, P. 882.

[7] Ibídem, P. LIII.

[8] Walsh, Th. William. Isabel de España. Madrid: Palabra, 2005.

[9]Positio historica super vita, P. 883.

[10] Ibídem, P. 901.

[11]Ibídem, P. 901.

[12]Ibídem, P. 902.

[13]Ibídem, P. 924.

[14] En un discurso pronunciado en Medina del Campo, con motivo de la inauguración de “La Escuela de Mandos” de la sección femenina de la Falange Española y de las JONS; 16 de febrero de 1967. En: Ibídem, P. 931.

[15]Ibídem, P. XX.

[16]Ibídem, P. XX.

[17] Ibídem, P. XX.

[18] Ibídem, P. XX.

PARTE 2 de 7

“Confesamos no comprender cómo no está la Reina Isabel la Católica en la nómina de los escogidos”[1]

Parece que el siglo XX removió las conciencias españolas y americanas, y recordó que la mujer gracias a la cual España podía aún santiguarse no había llegado a los Altares.

¿Por qué el primer siglo del nuevo milenio abriría de este modo los brazos a la Reina Católica? ¿Acaso se acabaron de golpe los motivos prudenciales y burocráticos? No lo creemos así.

Para poder responder a nuestra pregunta, recuramos a la Historia, ¿qué sucedía en la Península Ibérica para aquella época?

El proceso de Isabel la Católica se abrió en el año 1958. Para entonces España vivía una época de reencuentro con ella misma. ¿Reencuentro con ella misma? ¿Qué significa esto?

El siglo XVIII, significó para España un cambio esencial. Hasta ese momento había sido gobernada por diferentes dinastías, cada una con sus matices y sus características propias, pero todas españolas y, sobre todo, cristianas. En este siglo llegará al trono de España una dinastía que no será española y tampoco será del todo cristiana. Hablamos de la casa de Borbón.

Esta casta se asentó en trono de España trayendo una gran influencia de las ideas liberales que por entonces rebullían en Francia. Así, no es de sorprender que cuando en el país vecino estallara la Revolución Francesa a fines del siglo, los borbones hicieron su máximo esfuerzo por empapar a España de las nuevas ideas. Y así poco a poco, España se fue olvidando de sí misma. Se volvió en contra de su rey y de su Dios. El siglo XX la sorprenderá borracha de ideologías y falta de sentido.

Sobrevino para el mundo la Primera Gran Guerra, y con ella la decepción del liberalismo. La realidad había dado por tierra las absurdas ideas de libertad, igualdad y fraternidad. El hambre, la miseria, la fin diaria eran las “ideas” que ahora reinaban. Con la caída del liberalismo, otro enemigo de la fe (y por lo tanto de España) surgiría: en Rusia las ideas de Marx se hacían carne en una cruenta revolución que dejaría secuelas en todo el mundo. Estas ideas llegaron hasta la hispánica Península y entonces parecía que los españoles iban a renegar por completo de su Patria.

Y así es como, cuando España parecía tocar fondo; cuando se insultaba por las calles públicamente a Dios y a la Patria; cuando ridículamente, aquel país que había dado a luz a tantos santos se ponía de rodillas ante el mundo, olvidando a su Dios; surgió un movimiento desde el subsuelo español. Había algo, que hasta entonces dormitaba en las entrañas del otrora Imperio Español. La España de Isabel y Fernando, nunca había muerto y despertaba de a poco, ahora con el nombre de Falange y vestida con una camisa azul.

¿Qué fue la Falange Española? Fue un movimiento, iniciado por José Antonio Primo de Rivera, desde el corazón de la Patria que rescataba nuevamente los valores de la España cristiana. Este movimiento tomaba el mismo símbolo que anteriormente usaran los Reyes Católicos: el yugo y las flechas, indicando así, la verdadera esencia de España.

La Falange logró, junto con otros movimientos nacionalistas y auténticamente españoles, evitar que el marxismo se asentase en el gobierno de España y puso en su lugar a un hombre llamado Francisco Franco, quien en calidad de dictador, llevará a cabo una recuperación material, jovenlandesal y espiritual de España. Esto sucedía en el año 1939 y su estabilidad en el poder duró hasta 1973.

Pues bien, es durante su gobierno que se abre la causa de beatificación de Isabel I, de España.

¿Casualidad? No lo creemos así. Muchas canonizaciones, a lo largo de la historia han estado íntimamente relacionadas con la política. Con la política de los países y con la política de la Iglesia.

¿Política de la Iglesia? Por supuesto. No cualquier Papa hubiera dado inicio a la causa que tantos retrasos prudenciales y burocráticos había tenido. Pío XII lo hizo. Un Papa profundamente enamorado de su fe y de su Dios, que condujo la barca de Pedro por las borrascosas aguas del siglo XX. Fue este Papa quien, poco tiempo antes de morir, quiso reconocer la santidad de la mujer con culpa original más grande que cielo haya dado a la tierra; y así dio inicio a esta causa, que hacía siglos debería haber terminado.

Dos datos fundamentales: la causa de Isabel la Católica fue iniciada durante el gobierno de Franco y bajo el pontificado de Pío XII. A no olvidar las circunstancias, pues, que nos arrojan un rayo de luz bastante clarificador.

Pero dejémonos ya de explicaciones y pasemos a conocer cómo es que la causa de nuestra Reina fue iniciada.

* * *



Estábamos iniciando el siglo XX…

En el año 1904 tenemos la primera noticia de la causa de beatificación. En la ciudad de Santiago de Compostela, el entonces Arzobispo, fray Zacarías Martínez, sugirió (no sabemos si por vez primera)[2] que se abra la causa de beatificación de Isabel la Católica.

La Real Academia de Historia y de la Universidad de Madrid le brindaron su apoyo incondicional. De manera especial lo hicieron el rector, Pío Zabala y el catedrático de Historia, don Fernando Brieva.

La ciudad de Granada, no podía permanecer indiferente ante semejante iniciativa. Quien recibiera por parte de la Reina la libertad de persignarse no podía menos que acudir y rogar para que su progenitora fuera subida a los altares. Es por esto que Monseñor Casanova, cardenal-arzobispo de la susodicha ciudad, se encargó de los sondeos diplomáticos con Roma, que duraron casi 20 años.

Recién en 1929, con ocasión de celebrarse el Congreso Mariano Hispanoamericano en Sevilla, se planteó de forma pública la beatificación de la Reina Isabel I, de Castilla.

Veinte años más transcurrieron hasta que la causa logró un nuevo avance. En 1951, don José Ibáñez Martínez, ministro de educación para la fecha, viajó al Vaticano para entrevistarse con monseñor Tardini y con monseñor Montini (futuro Pablo VI), a quienes presenta las actas del Congreso Femenino Hispanoamericano, en las cuales numerosas asociaciones de mujeres católicos de los dos continentes comprometidos, pedían la beatificación de la Reina Isabel[3].

Todos estos pedidos llegaban a Roma desde el continente que viera nacer a la Reina que proclamaban santa. Sin embargo, Europa no iba a poder por sí sola alcanzar la quimera que se proponía. Posiblemente si América no se hubiese plegado a la iniciativa, poco y nada se hubiese logrado.

Cinco años más tarde (1956), en la ciudad de Metán, (provincia de Salta, Argentina) una joven scout llamada Bertha Bilbao Richter, comenzó las gestiones burocráticas para pedir desde la Argentina la beatificación de Isabel la Católica.

La muchacha estudiante de Filosofía y Letras, que contaba tan solo con dieciocho años, escribió en la fecha del aniversario de la llegada de Colón a América una extensa carta al entonces Sumo Pontífice, Pío XII, rogando se diera inicio al proceso de beatificación de la Católica Reina Española. En ella expresaba:

El cristianismo lo llevo profundamente arraigado en el corazón (…) hace muchos años que pienso, medito y pido a Dios… para que se cumpla un acto de justicia con la mujer que mayor gravitación ha tenido en los destinos de la Humanidad; me refiero a la Reina Isabel la Católica, cuyo solo recuerdo, estoy segura, conmoverá las fibras más delicadas de su corazón (…) quedo en paz con mi conciencia al implorar este mi pedido[4].

El Papa envió esta carta a Valladolid escribiendo al dorso de la misma: “Postulatoria per Regna Isabella d’Spagna”. El proceso comenzaría.

Los primeros meses de 1957 llegarían sonrientes a Valladolid y febrero traería una magnífica carta desde Roma para el Sr. Arzobispo de la ciudad, Mons. José María Goldázar, en la cual Su Santidad le manifestaba:

…después de haber sondeado ante diversas Cancillerías hispanoamericanas y por indicación de la Cancillería Argentina, tengo el alto honor de dirigirme a su Ilustrísima, para pedirle muy respetuosamente, quiera iniciar los trámites legales para la canonización (…) puede decirse que un Continente ha sido producto de la fe de la Reina Isabel y que veintiuna Naciones libres, soberanas e independientes y democráticas… han heredado su religión y la veneran como a la Reina progenitora de América[5].

Así es como por fin, el 03 de mayo de 1958, se abrió el proceso en Valladolid, por ser éste el lugar de su fin y de esta forma se establece que sea, nombrando a Don Vicente Rodríguez Valencia (canónigo, archivero de Valladolid) postulador oficial de la Causa.

Queremos resaltar y aclarar que sin la carta de la señorita argentina Bilbao, el proceso de beatificación difícilmente hubiese sido abierto[6]. El entonces postulador es quien dio testimonio de ello:

El Sr. Arzobispo, don José García Goldáraz, nos dijo particularmente varias veces, y públicamente en Medina del Campo en 1966, que a pesar de las instancias que estaba recibiendo por entonces en España con este mismo fin, la carta de la señorita argentina Bertha Bilbao, le había inclinado definitivamente a iniciar esta Causa; es decir, a hacer los sondeos que hizo en Roma ese mismo año de 1957 con motivo de su visita “ad Limina” que dieron por resultado la apertura de la Causa en Valladolid, en mayo de 1958[7].

Ese mismo año se constituyó un cuerpo de investigación histórica para examinar todos los documentos necesarios. En total ocho miembros especialistas en historia trabajaron arduamente para revisar todas las fuentes necesarias. Para ello se investigó el Archivo General de la Corona de Castilla, el Archivo de la Corona de Aragón, el Archivo Histórico Nacional de Madrid, el Archivo General de las Indias, Archivos Municipales (Ávila, Burgos, Sevilla, Murcia, Cáceres, etc.), dos especiales archivos del “Patronato Nacional”, el archivo particular de la fortaleza del Duque de Frías, el Archivo Secreto del Vaticano, y se ha indagado en toda aquella documentación dispersa no registrada en archivo alguno, sino en posesión de particulares.

En total se examinaron más de 100.000 documentos, de los cuales 3.160 fueron seleccionados y encuadernados en 27 tomos[8], el primero de ellos con dos volúmenes, que conforman la Documentación de la Causa. Los peritos encargados de la investigación han declarado que si bien puede hallarse nueva documentación sobre la Reina, están seguros de que ésta no afectaría en lo más mínimo el contenido de la pesquisa realizada. Los demás colaboradores también dan testimonio de la seriedad con que se ha trabajado en la investigación, resultando ésta auténtica, íntegra, no adulterada ni interpolada y digna de fe.

El trabajo de los historiadores se vio terminado en el año 1970, (en total duró doce años) dando como resultado los 27 volúmenes ya mencionados. El 26 de noviembre del siguiente año, se constituyó el tribunal diocesano (en Valladolid) y se abrió el llamado Proceso Diocesano. Al año siguiente se concluyó dicho proceso y el postulador, junto con el Dr. Vidal Gonzáles Sánchez, secretario del proceso diocesano, entregaron el Trasunto del Proceso y la documentación histórica a monseñor Frutaz, entonces rector general de la Congregación para las Causas de los Santos.

El 20 de noviembre de 1972 se abrió el Proceso Canónico Apostólico. Unos días antes el Revmo. P. Anastasio Gutierrez (C.M.F) es nombrado Postulador de la Causa. Éste, junto con el R.P. José María Gil, será el autor de la Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis ex officio concinnata[9]. Esta Posición histórica, será realizada a raíz de la extensísima masa documental que rodea la causa de nuestra Sierva de Dios. Ante la imposibilidad de exponer a los miembros de la Congragación los 27 volúmenes que la conforman, es que se ha realizado este “resumen” de los mismos, exponiendo en capítulos el contenido de cada volumen e incluyendo al final de cada uno un apéndice con los documentos más importantes del tema.[10]

El 30 de marzo de 1974 se aprobó la “Positio super scriptis”. Así la Reina es felizmente declarada “Sierva de Dios”.

En 1990 se presentó la Positio histórica super vita, virtutibus et fama sanctitatis ex officio concinnata, y la misma es aprobada como “auténtica, completa y apta para juzgar sobre las virtudes y fama de santidad”, y es elogiada unánimemente por los consultores de la Sección Histórica de la Congregación para las Causas de los Santos.

Desde entonces nuestra causa sufrirá el ostracismo. En 1991 el Arzobispado de Valladolid pidió que se impulsara la causa y lo mismo hizo dos años más tarde el Cardenal Ángel Suquía, presidente de la Conferencia Episcopal Española. Ese mismo año, 22.000 cartas postulatorias de instituciones y particulares llegaron a Roma con el mismo fin. Como respuesta, el postulador recibió una desalentadora carta de la Secretaría de Estado, diciendo: “Por lo que hace a la causa en cuestión, las circunstancias (no aclara cuáles) aconsejan profundizar algunos aspectos del problema, tomando un tiempo conveniente de estudio y reflexión”[11].

En 1997 se reiteró la petición para agilizar la causa de Isabel la Católica. Monseñor Delicado Baeza envío una carta al papa Juan Pablo II en la que “ruega humildemente a V. Santidad que sean reconsideradas las razonas por las que se llegó a la suspensión de la Causa (…), sin tener noticia alguna sobre los motivos de dicha suspensión”[12].

La respuesta que se recibió no fue más alentadora que la anterior: “Debo comunicarle que actualmente subsisten aún los motivos que en su momento aconsejaron posponer por ahora la prosecución de dicha Causa”[13].

Llegó para el mundo un nuevo siglo y la forjadora de cultura Hispanoamericana aún aguardaba su más que merecida beatificación. Las peticiones hacia Roma se renovaron. En el año 2001, con motivo de aproximarse el quinto centenario del fallecimiento de la Reina, el ruego se volvió más insistente. El Arzobispo de Madrid, monseñor Antonio María Rouco Varela, dirigió una nueva carta al Santo Padre: “si lo considera oportuno, tenga a bien ordenar la prosecución de la Causa de canonización de la Sierva de Dios, Isabel I, Reina de Castilla y León”[14] .

Esta vez, la respuesta fue algo más prometedora: “Una vez vista por Su Santidad, ha sido solícitamente transmitida a la Congregación para las Causas de los Santos para el conveniente examen”[15].

La última noticia significativa sobre la Causa vino de Roma por el Vicario General del Arzobispado de Valladolid, Vicente Vara Sanz y el nuevo postulador de la causa, el Padre Rafael Serra Bover, a quienes se les aseguró en su visita a la Congregación de las Causas de los Santos, por boca del cardenal prefecto, Mons. José Saraiva Martins, que la Causa de la Reina Isabel “no está parada, camina”[16].

La Causa, que se encuentra en la página 82 del Index ac Status Causarum se halla pendiente del dictamen de la Comisión Teológica. Si éste fuera favorable, pasaría a la Congregación de Cardenales y Prelados, la cual informaría al Papa para su decisión final[17].

Ni la Positio de la Reina, ni la página web de la Comisión “Isabel la Católica” para la Causa de Beatificación de la Reina, ofrecen noticias recientes acerca del avance o retroceso de la Causa de nuestra Reina.

Considerando que nos hallamos a quince años de distancia de la última noticia, hemos recurrido a diarios, artículos de opinión y diferentes entrevistas para averiguar los interrogantes que fueron planteados como nuestra hipótesis: ¿Qué ha sucedido desde el año 2002 hasta la fecha con la Causa? ¿Qué sucedió en el año 2004, al celebrarse el quinto centenario de la fin de la Reina? ¿Cuáles son los motivos de que el Proceso avance tan lentamente? ¿Avanza el Proceso?

Es a raíz de estas preguntas que nos encontraremos con los hombres pertenecientes a la raza escogida por Dios. El pueblo judío nunca logró entender ni perdonar el accionar de Isabel para con ellos en Castilla.

El resentimiento hacia la Reina, fue trasmitido de generación en generación, y así es que cinco siglos después de tal hecho, se opusieron abiertamente a la canonización de Isabel la Católica, culpándola de antisemita y xenofóbica.

¿Es realmente la opinión del pueblo judío respecto a Nuestra Sierva de Dios el impedimento fundamental para su causa de canonización? ¿Todavía no olvidan los hebreos su expulsión de España en 1492? De estos temas nos ocuparemos en el siguiente capítulo, al tratar de dar respuesta a las preguntas que nos desvelan.

Prof. Magdalena Ale

continuará



[1] Modesto Lafuente. Cfr. Vizcaíno Casas, Fernando. Op. Cit., P. 185.

[2] Posiblemente en los siglos anteriores haya habido intentos de llevar la Reina a los altares, pero no tenemos ninguna noticia sobre esto.

[3] Conf. Vizcaíno Casas, Fernando Op. Cit. P. 185.

[4]Extraído de: Rodríguez Valencia, Vicente. (Octubre, 2012). Así comenzó el proceso. Boletín digital Reina Católica, 31, P. 1.

[5] Ibídem, P. 1-2.

[6] Sin embargo en la Positio Canónica de Isabel la Católica, no se hace mención a la carta al comentar el inicio del proceso. Quizá el actual postulador Anastasio Gutiérrez no la consideró de mayor importancia. El afirma que “el Arzobispo de Valladolid (…) consulta al prefecto de la S. Congregación de Ritos (…) sobre la eventual introducción de la causa de la Reina Católica”. Cf. Positio historica super vita, P. XXI.

[7] Rodríguez Valencia, Vicente. Op Cit. P. 2.

[8] Los tomos I, II, III y XXIV recogen los escritos de la Reina; el tomo IV contiene la documentación de la vida de la Infanta Isabel hasta su casamiento; el tomo V, el matrimonio, la proclamación como Reina y la guerra de sucesión contra Portugal, el tomo VI se trata la paz con Portugal y el perdón a los vencidos castellanos, en el tomo VII las declaratorias hechas por mandato de la Reina en las cortes de Toledo (la recuperación del Patrimonio Real); en el tomo VIII, la reforma religiosa del episcopado, la cruzada de granada y el establecimiento de la Inquisición en Castilla; en el tomo IX, la expulsión de los judíos de Castilla; en el tomo X, la reforma de las Órdenes Religiosas; en el tomo XI, se vuelve al tema de Granada; en el tomo XII, los mudéjares de Castilla; en el tomo XIII, la evangelización del Nuevo Mundo; en el tomo XIV, la libertad del aborigen; en los tomos XV y XVI, la fama de Santidad; en el tomo XVI, la audiencia de los descargos de la conciencia de la Reina; en el tomo XVIII, la austeridad de la corte y de la misma Reina; en el tomo XIX, las cédulas de la Cámara (libros 1-5); en el tomo XX, las cédulas de la Cámara (libro 6); en el tomo XXI, la Corte de Isabel la Católica; en el tomo XXII, la fin de la Reina; en el tomo XXIII, la testamentaría de Isabel la Católica; en el tomo XXIV, el testamento, codicilo y capitulaciones de Santa Fe con Cristóbal Colón; en los tomos XXV y XXVI, las caridades y limosnas de la Reina; y en el tomo XXVII, la política internacional de la Reina.

[9] En un primer momento esta fue encargada al primer postulador, don Vicente Rodríguez Valencia, pero al fallecer en 1982 deja el trabajo en el segundo postulador y el ayudante mencionado, quienes hicieron la mayor parte de la labor.

[10] Este es el documento al cual hemos accedido y del cual nos hemos servido para toda nuestra investigación.

[11] www.reinacatolica.com (página web de la Comisión Isabel la Católica para la Causa de Beatificación de la Reina) Fecha de consulta: 29/01/2015. Las negritas nos pertenecen.

[12] Ibídem.

[13] Ibídem.

[14] Ibídem.

[15] Ibídem.

[16] Ibídem.

[17] Religión en Libertad | Noticias de Religión Fecha de Publicación: 04 de junio del 2014. Fecha de consulta: 29/01/2015.

PARTE 3 de 7

¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? El problema judío y la causa de canonización (3-7)

“De entre los obstáculos para la beatificación de la reina Isabel, la mal llamada expulsión de los judíos tal vez sea el principal”[1].

En la Posición Histórica de la vida de la Reina Isabel, el postulador Anastasio Gutiérrez, analiza seis hechos que podrían resultar “posibles impedimentos” para la Causa: la legitimidad de la sucesión al trono, la dispensa para el matrimonio, las capitulaciones de paz con Alfonso V, la fundación de la Inquisición Española, la expulsión de los judíos y las contiendas con los papas Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI. [2]

Luego de explicar brevemente cómo han sido aclarados a través de estudios rigurosos cada uno de estos posibles impedimentos, el P. Anastasio Gutiérrez afirma:

“En conclusión, según la Comisión histórica vallisoletana, no parece encontrarse hecho alguno de la vida pública de la Reina Isabel que pueda entenderse o apreciarse biográfica o históricamente como efecto de una consciente incorrección jovenlandesal. La línea jovenlandesal de sus hechos se perfila paso a paso en el examen serio y conjunto de toda la amplísima y críticamente bien cimentada documentación”[3].

Es decir, que todos estos temas han sido esclarecidos y no se ha encontrado en ninguna de estas acciones faltas jovenlandesales de la Reina que puedan frenar su Causa. Y sin embargo, cinco siglos después de su fin se continúa cuestionando su santidad.

Pero… ¿Por qué? ¿Por qué, si ya está todo aclarado, la figura de la Reina sigue siendo tan controvertida?

De las seis acusaciones que el postulador dice que podrían hacérsele a Isabel, dos son las que han perdurado en el tiempo, pues solo las cuestiones relacionadas con los judíos son las que conforman hoy los impedimentos para que Isabel la Católica sea canonizada, a saber: la instauración del Tribunal de la Inquisición y la mal llamada expulsión de los judíos.

Para explicar esto vamos a tener que regresar a la historia de la Causa, que habíamos dejado en el año 2002, con las alentadoras palabras de Mons. José Saraiva Martins, cardenal prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos: “la Causa no está frenada, camina” y el inquietante suspenso subsiguiente.

Pero para entender este suspenso, debemos volver el tiempo un poco hacia atrás. Revivamos el año 1991.

1991 y la suspensión del proceso de Isabel la Católica

En el año mencionado muchos valientes y sinceros señores dieron a conocer su opinión acerca de la Reina Isabel:

“El judaísmo no perdonará nunca a la reina el exilio forzado de la gran comunidad de judíos de España, las amenazas y las brutalidades que se cometieron para obligar a los judíos a convertirse y, como corolario los crímenes de la Inquisición”[4], declaraba Jean Kahn, presidente del Consejo representativo de las instituciones judías de Francia en Tribune juive.

Samuel Toledano, portavoz de las comunidades judías de España para la promoción de la tolerancia religiosa expresaba en un artículo del Times, que “la reina de Castilla es un símbolo de intolerancia”[5].

En el mismo artículo el representante de la Sociedad Islámica decía que: “Isabel se parece más a un malo que a un santo”[6].

Le Monde hacía a Isabel “responsable de la persecución de miles de judíos y fiel a la religión del amores”[7].

Mientras tanto, La Croix, ese mismo año quitaba a Isabel su título de “Católica” mencionándola en adelante sólo como Isabel I de Castilla, llamada Católica[8].

¿Qué sucedía ese año para que tantos se envalentonaran contra el silencio en el que dormía Isabel de Castilla?

El historiador francés Jean Dumont nos trae la noticia:

“Todas estas denuncias, degradaciones e ignorancias tuvieron, por desgracia, el apoyo de una decisión romana, que se conoció el 28 de marzo de 1991, el día de jueves santo: la decisión secreta que tomó la Congregación para las Causas de los Santos de “suspender” el proceso de beatificación de Isabel”[9].

Y en otra ocasión comenta:

Una violenta campaña judía y pro-judía ha logrado de Roma la «suspensión» del proceso de beatificación de Isabel la Católica. Suspensión anunciada por el cardenal Felici, Prefecto de la Congregación romana para la causa de los santos, el día 28 de marzo de 1991 y, que inmediatamente, ha motivado las felicitaciones (dirigidas el mismo día o el siguiente) de la célebre organización mundial del lobby judío, la Anti-Diffamation League of B’nai Brith[10].

Sí, el historiador francés nos dice que la causa de Isabel la Católica fue suspendida eternamente en 1991. En esta fecha, al acercarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, las expectativas de la Iglesia Española respecto a la beatificación de la Reina Isabel eran notables. Pero pronto se verían frustradas, por obra insistente de judíos y pro-judíos.

Poco tiempo después de que se diera por suspendido el proceso, el Arzobispo de Valladolid escribía a Roma pidiendo que la Causa se acelerase. Lo mismo hará el Cardenal presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Como respuesta a estos insistentes pedidos, vendrá desde Roma una vaga explicación en aquella carta de la Secretaría de Estado que ya mencionamos donde expresaba: “Por lo que hace a la Causa en cuestión, las circunstancias aconsejan profundizar algunos aspectos del problema, tomando un tiempo conveniente de estudio y reflexión”[11].

La Causa se había suspendido para siempre.

2002: La Causa de la Reina Isabel “¡no está parada, camina!” o las declaraciones de Flavio Capucci.
Las últimas noticias oficiales que tenemos del proceso

El sueño de ver canonizada, para el aniversario del descubrimiento de América (1492-1992), a la Reina más santa que cualquier siglo ha tenido, había desaparecido. Pero un nuevo aniversario se acercaba y en los corazones españoles e hispanoamericanos la ilusión volvió a renacer. Se aproximaba el año 2004, y con él el quinto centenario de la fin de Doña Isabel. Las tentativas de canonizar a la Reina Católica volvían a aparecer.

Con este objetivo en el año 2001 el Cardenal Presidente de la CEE, Antonio María Rouco Varela escribió al Santo Padre rogando: “solicito de V. Santidad que, si lo considera oportuno, tenga a bien ordenar la prosecución de la Causa de Canonización de la sierva de Dios Isabel I, Reina de Castilla y León”[12].

Al año siguiente el mismo cardenal visitó al Santo Padre para su cumpleaños y le llevó de regalo una copia fiel del Testamento y el Codicilo de la Reina Isabel con los comentarios del Dr. Vidal González Sánchez.

Y ya estamos en el año 2002. Una nueva visita se realizó a la Sede de Pedro con el mismo pedido de siempre: La canonización de Isabel la Católica. El Vicario General del Arzobispado de Valladolid, Vicente Vara Sanz y el nuevo postulador de la Causa, el Padre Rafael Serra Bover, junto con el Dr. Vidal González Sánchez visitaron la Sagrada Comisión y pudieron escuchar de labios del Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que la Causa de la Reina Isabel “non é fermata, cammina”[13].

Y después de la promesa… el silencio, el olvido, la indiferencia consiente, el ostracismo.

La página oficial de la Comisión para la beatificación de Isabel no publicó una sola línea más.

Hoy hace trece años de esa declaración y la Causa sigue varada en el mismo lugar que en 1991. ¿Camina la Causa?

Las declaraciones de Mons. Flavio Capucci

Alguien más habló sobre la Causa de Isabel la Católica en el año 2002. Fue Mons. Flavio Capucci, conocido por estar a la cabeza de causa de canonización de José María Escrivá[14] durante 25 años. Él no fue tan optimista con lo que respecta a la Causa de la Reina. Varios diarios esparcieron sus declaraciones:

“El Vaticano desoye la petición del episcopado español ante el rechazo frontal de los judíos. El letrado de la causa de Escrivá cree «muy poco probable» que la reina castellana llegue a santa.”[15].

Comentaba el diario español, El Periódico.

El diario ABC, de España publicó la siguiente declaración de nuestro obispo en cuestión:

…en el trasfondo de la polémica, parece que ciertos sectores judíos habían presionado a la Iglesia católica para paralizar dicho proceso, dos años antes de que se cumpla el V centenario de la fin de la Reina Católica. Algunos apuntan a la negativa del arzobispo de París, cardenal Lustiger (de ascendencia judía) como uno de los motivos principales de este parón[16].

Y en el popular diario El País, se leía:

La parafernalia con que los obispos españoles querían celebrar en 2004 el quinto centenario de la fin de Isabel la Católica acaba de apagarse por donde más quería alumbrar: la beatificación de tan famosa reina y señora. Roma ha dicho que no, al menos de momento, a la causa de beatificación promovida desde el Arzobispado de Valladolid en 1952 y reactivada por la Conferencia Episcopal Española en el plenario de los prelados de marzo pasado. Las causas de este bloqueo, que parece definitivo, las explicó en Madrid este jueves el monseñor romano Flavio Capucci, durante una cena con varios periodistas. (…)Comprometida la Conferencia Episcopal en esa causa, parecía que la polémica beatificación de Isabel la Católica sería imparable y rápida, pero ya entonces el 25% de los obispos se opuso a avivar el proceso. ¿Motivos? Los mismos que ahora insinúa el eficaz postulador del Opus: evitar polémicas con la comunidad judía, que no perdona a la reina bajo cuyo mandato se produjo la expulsión de España de ese pueblo en unas condiciones consideradas ahora como insoportables[17].

Los diarios son lo suficientemente claros: Monseñor Flavio Capucci, en una entrevista que se le realizó en el año 2002, cuando las esperanzas de la posible beatificación se despertaba nuevamente por acercarse el quinto centenario de la fin de la Reina, da por tierra todas las esperanzas.

El diario digital El Periódico es quien publicó de forma más completa las declaraciones de Capucci, que reproduce textualmente: “el Vaticano considera a Isabel I de Castilla un buen ejemplo de reina católica, pero no tiene intención de elevarla a los altares ante el rechazo frontal del lobi judío y del sector más progresista de los católicos. Un santo es un modelo para todos los cristianos, nunca una figura problemática y conflictiva”[18].

Y luego explican los periodistas:

Capucci, (…) cree «muy improbable» que la Santa Sede atienda la reciente solicitud de la Conferencia Episcopal Española y reabra el proceso iniciado en 1958 para elevar a los altares a Isabel la Católica. El 75% de los prelados empujaron esta causa el pasado febrero con el objetivo de que la polémica soberana subiese a los altares coincidiendo con la celebración del quinto centenario de su fin, en el 2004[19].

El obispo, afirma en la misma entrevista: “Si a mí me encargaran este proceso, el único punto en el que creo que habría que concentrar la atención es el de asegurarse de que hay devoción popular. Si ésta no existe la causa no tiene posibilidad de comenzar”[20].

Además remarcó la necesidad de la “existencia de la fama de santidad documentalmente”: “A falta de eso, se juzga con criterios ajenos a una causa de beatificación, bajo criterios espirituales, culturales o de oportunidad pastoral. No sé cuál es el criterio de los obispos españoles para promover este proceso”[21].
La devoción popular.

¿Por qué remarca el cardenal la falta de devoción popular? ¿Es qué no hay un fervor hacia la Reina Católica? Cierto es, que no existe actualmente en nuestra protagonista un halo de popularidad que la rodee, como ocurría, por ejemplo, con San Juan Pablo II, antes de ser beatificado o canonizado. Absurdo sería afirmar tal cosa.

Sin embargo hay algo que se debe recordar: “No se ama lo que no se conoce”. ¿Cómo es posible pretender que la Reina Isabel la Católica goce de una ferviente devoción popular cuando durante cinco siglos su nombre ha sido manchado por mentirosas leyendas ideológicas? ¿Cómo gozará nuestra soberana de un “fervor popular” si los intelectuales, los medios y muchas veces los mismos miembros de la Iglesia Católica se han esforzado por borrar su nombre, o por convertirlo en casi una mala palabra, o reducirlo a su acción como reina, sin destacar su santidad de vida? Teniendo al mundo, a todo el mundo en contra, ¿es posible tener “devoción popular”?

No desatinó Jean Dumont, en llamarla “la Incomparable”. Pese a la anti-propaganda, pese a la leyenda negra, pese a sus poderosos y muchos enemigos, el nombre de la “incomparable” después de cinco siglos de su fallecimiento continúa clamando ser elevado a los Santos Altares de la mano de numerosos cardenales, obispos y fieles. ¿Acaso no decía el diario el Periódico que el 75% de los prelados de la Conferencia Episcopal Española esperaban para el año 2004 la beatificación? ¿Y antes de cerrarse? El proceso estaba

“particionado por un gran número de obispos y cardenales: (…) Castrillón Hoyos, presidente del CELAM (Comité Episcopal de América Latina),(…)López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo, primado de América y sucesor de Mons. Castrillón en la presidencia del CELAM; López Trujillo, prefecto del Consejo Pontificio de Familia; Castillo Lara prefecto de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede; Aponte Martínez, arzobispo de Puerto Rico (…);Mons. Law, cardenal de Boston; Mons. Álvaro Potrillo, prelado del Opus Die, Mons. Amigo, arzobispo de Sevilla”[22].

Y todos ellos sin contar a los postuladores y promovedores de la Causa en la misma España.

Pero… ¿Y antes de abrirse el proceso? ¿Nadie reclamaba la subida de nuestra Reina al más que justo y bien merecido Altar de los Santos?

Parece que sí. Ya en el s. XIX un reconocido teólogo e historiador, Don Modesto Lafuente, reprochaba a la Iglesia española:

Confesamos no comprender cómo no se halla el nombre de Isabel de Castilla entre la nómina de los escogidos, al lado de San Hermenegildo y San Fernando, mayormente cuando, a la luz de la más escrupulosa investigación, no se descubre un solo acto de su vida pública y privada que no sea de piedad y virtud; el no poder venerar a esta Reina en los altares, canonizada por la Iglesia, es cosa que sentimos de corazón[23].

Los pedidos por la beatificación de Isabel fueron constantes durante todo el siglo XX. En 1904, con ocasión del cuarto centenario de la fin de la Reina el fervor popular se reavivó desde varios sectores de la sociedad:

- Desde los púlpitos de las iglesias: El arzobispo de Santiago de Compostela, Fray Zacarías Martínez, predicaría ese año en Medina del Campo:

Me veo en la precisión de hacer un panegírico y no una oración fúnebre, porque Isabel la Católica fue una Santa, aunque por designios inescrutables de Dios, no la veneramos en los altares…Esta mujer descuella entre todas las Reinas que no fueron santas, por las virtudes de su santidad; y entre todas las santas que no fueron reinas por las proezas de su reinado…

Cuando dentro de cien años otro orador suba a esta cátedra sagrada ¿quién sabe si en vez de una oración fúnebre tendrá que tejer el panegírico de una Reina Santa que nació en Madrigal y murió en Medina del Campo?[24]

- Desde las cátedras Universitarias: Fue en este caso el preceptor del entonces rey Alfonso XIII, quien por ser catedrático de la Universidad de Madrid, estuvo a cargo del discurso realizado en homenaje a Isabel la Católica. En él decía:

Saludemos como a progenitora a la mujer gloriosa, cuyo amor vive en el alma encendido y vivirá en las generaciones; y saludémosla así todos los españoles, los de aquende el mar y los de allende, porque a unos y a otros estando para morir nos dejó el corazón como lo más que podía dejarnos[25].

- Desde la academia de Historia: Se celebró aquí un acto público para la fecha de fallecimiento de nuestra Reina. El Conde de Cedillo fue quien estuvo a cargo de los festejos. Él mismo confesaba que al momento de preparar el discurso lo hizo obedeciendo: “de una parte, mi amor, o mejor dicho diré, veneración, a la gran Reina española; y de otra, el mandato de la Academia”[26].

Es cierto, todos estos nombres y discursos que hemos citado, provienen de estudiosos, de historiadores o desde el clero. Por razones obvias estas personas pueden estar más inclinadas a venerar y recordar a la Reina Castellana. Sin embargo el pueblo, la gente sencilla, los simples laicos tanto de España como de Hispanoamérica, también han profesado una ardiente devoción hacia la Reina y han clamado por su subida a los Altares.

Veamos algunos ejemplos…

Allá por el año 1929, se celebró en Sevilla el Congreso Mariano Ibero-Americano. El postulador Anastasio Gutiérrez nos cuenta que allí “al verse juntos en Sevilla los españoles e iberoamericanos, surge espontáneamente entre ellos la idea de plantear ante los prelados allí asistentes, la canonización de la Reina Católica. Como escribió el periódico El Debate, en el congreso de Sevilla resonó sobre todos los nombres de héroes y misioneros del Nuevo Mundo el de Isabel la Católica”[27]. Allí, don Narciso de Estégana y Echeverría, prior de las Órdenes Militares, hizo suyo el clamor de la gente y expuso “su autorizado parecer de que Isabel la Católica merece el honor de los Altares”[28].

Un nuevo congreso sería reflejo de la devoción popular. En el año 1951, durante el Congreso Femenino Latinoamericano se redactó un acta en el cual numerosas asociaciones de damas católicas de España, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, Méjico, Perú, Uruguay y también Filipinas; rogaban por la beatificación de la Reina. Las actas fueron elevadas al Vaticano por el entonces ministro de Educación, Don José Ibáñez Martín[29].

En el año 1956 llegaba a Roma desde la Argentina la carta de la señorita Bilbao (de la que ya hemos hablado) que daría el puntapié final para la apertura de la Causa. Una joven laica y universitaria. ¿Qué es sino devoción hacia la Reina lo que movió a la muchacha a escribir su carta?

En Norteamérica también hallamos ecos del fervor de la gente hacia la Santa Reina. En 1962 la asociación estadounidense Daugthers of Isabella (Hijas de Isabel) en su International Convention Daugthers of Isabella, realizado ese año en Monreal (Canadá) expuso en la resolución nº 2 del Congreso la solicitud de la beatificación de la Reina Isabel de España. A esta resolución se le unieron los cuarenta y cinco grupos de esta misma organización norteamericana.

Desde Méjico llegó a Valladolid en 1964 una carta de un “Caballero de Colón” expresando su deseo de ver beatificada a nuestra protagonista, expresando: “Ninguna mujer desde tiempos pasados hasta nuestros días es tan merecedora a tan alta distinción. Fue una heroína y una santa. Justísima beatificación”[30].

En Ecuador, en el año 1967 el “Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica” y “El círculo femenino de Cultura Hispánica” clamaron también a Roma por la beatificación de Isabel la Católica.

El año anterior Estados Unidos había declarado el 22 de abril el día de la Reina Isabel como fiesta nacional.

El postulador de la Reina, quien nos ofrece todos estos datos afirma: “Imposible detenerse en el mundo hispanoamericano, porque aquí la ambientación de la Causa es tan desbordante, que sería cosa fácil de empezar pero nunca de acabar”[31].

Un nuevo siglo llegó y con él nuevas peticiones de reavivar el proceso de la Sierva de Dios.

En el 2002, El Mundo trae noticias: “Isabel de Castilla podría ascender a los altares. Venerada dentro y fuera de nuestro país, la Conferencia Episcopal ha reactivado su proceso de beatificación. Se le atribuyen dos milagros, pero haber expulsado a jovenlandeses y judíos y rescatado la Inquisición son episodios que podrían aguar su causa”[32].

En el año 2003, el periódico El País nos trae una noticia contundente: “105.600 católicos remitieron cartas al Papa entre 1993 y 1995 (dos años) pidiendo la beatificación de Isabel la Católica, según los archivos de la causa de beatificación de esta reina, cuyo quinto centenario de la fin se celebra el próximo año”[33].

Otro dato: en el año 2006, la página web de la Comisión para la beatificación de Isabel la Católica comenzó a publicar boletines digitales tratando diferentes aspectos de la vida de la Reina. Al final de la revista adjuntan algunos comentarios que la gente les envía agradeciendo favores a la Reina o simplemente comentando su devoción hacia ella. En la actualidad se han publicado 32 boletines. Cada boletín publica de dos a cuatro favores hacia la Reina. Asimismo la revista publica noticias sobre estudios que se llevan a cabo acerca de Isabel, ya sea por grandes historiadores o por simples estudiantes universitarios que se comunican con la página. Como se ve, la devoción existe. La gente visita la página y se interesa, y sobre todo la gente le reza a Isabel la Católica, pues comunican pequeños favores obtenidos por su intercesión.[34]

¿Es la falta de devoción popular la verdadera causa de la suspensión de su proceso?…

No, parece que no; pero también reclamaba Capucci “existencia de la fama de santidad documentalmente”.
Fama de Santidad

Si hay en la Causa de nuestra soberana un terreno firme es justamente la fama de santidad. Si hay en la Causa de la Reina, cuestiones que estudiar más a fondo por no estar del todo claras, no conforma el tema de la fama de santidad precisamente uno de ellos. Ésta, como dijimos al comienzo del trabajo, comenzó incluso antes de su fin.

En la Positio Histórica de la Reina se introduce el capítulo dedicado a su fama de santidad del siguiente modo:

La fama de santidad de la Reina Católica viene corroborada por el testimonio fehaciente de una ininterrumpida tradición histórica recogida en dos gruesos volúmenes por Vicente Rodríguez Valencia, Isabel la Católica en la opinión de españoles y extranjeros, Valladolid, 1970; que figuran en la documentación de la Causa (CIC) como vols. XV y XVI, de 566 y 678 páginas respectivamente[35].

¡Mil doscientas cuarenta y cuatro páginas para recoger su fama de santidad!

No transcribiremos aquí ningún testimonio de la santidad de la reina, puesto que lo hicimos en el capítulo anterior; pero sí nombraremos a todos los testigos de la santidad de Isabel la Católica que el postulador escogió de la investigación de Rodríguez Valencia para la Positio Histórica.

Quizá verlo así, en bruto, en un denso párrafo nos disipe cualquier duda y nos prevenga de malas interpretaciones acerca de los motivos por los cuales la Causa se cierra.

Hablan de su fama de santidad:

Coetáneos españoles: Fernando el Católico, Juan II de Aragón, el Cardenal Cisneros, Carlos V, Hernando de Talavera, Cristóbal Colón, el Dr. Toledo, Gonzalo Fernández de Oviedo, Andrés Bernáldez, Andrés Cabrera, un consejero real, Anónimo franciscano, Fernando de Lucena, Alvar Gómez de Castro, Hernando del Pulgar, Continuador anónimo del Pulgar, Diego Valera, la Crónica Incompleta, Lorenzo Ganíldez de Carvajal, Maese Rodrigo Santaella, Pedro Mexía, Alonzo de Santa Cruz, Jerónimo Zurita, Esteban de Garibay y Zamalloa, Fr. Luis de León, Fr. José de Sigüenza, P. Juan de Mriana, Testimonios de Guadalupe y S. Benito de Valladolid, Fr. Gabriel de Talavera, Pedro de Cartagena, Gómez Manrrique y Diego de S. Pedro, Juan de Encina.

Coetáneos italianos y Papas: Lucio Marineo Sículo, Pedro Mártir de Anglería, El papa Sixto IV, el papa Inocencio VIII, Alejandro VI, Julio II, Andrea Navaggiero, Francesco Guicciardini, Il Conte di Castiglione y Fr. Gilberto Nicolai.

Coetáneos alemanes: Jerónimo Münzer y Fr. Erhard Boppenberger.

Durante los siglos XVII y XVIII: Juan de Palafox, José de Palafox, Francisco Bermúdez Pedraza, Gil Gonzáles Dávila, Anónimo: Biografía de la Reina, Diego de Colmenares, Diego de Saavedra Fajardo, Baltasar Gracián, Francisco Pinel y Monroy, Prudencio de Sandoval, Diego Ortiz de Zúñiga, Monseñor Esprit Flechier, Bernardo Giusyiniani, Santiago Roil, Enrique Flórez, Rafael Floranes, Juan de Ferreras.

Durante los siglos XIX y XX: Juan Antonio Llorente, José Amador de los Ríos, Diego Clemencín, Modesto Lafuente, Vicente de La Fuente, Mariano ****rías, Cánovas del Castillo, Emilio Castelar, Joaquín Costa, William Prescott, Washingtong Irving, León XIII, Marcelino Méndez Pelayo, Alejandro Pidal y Mons. Pío Zabala Lera, Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Salvador de Lara, Antonio Ballesteros Beretta, Marqués de Lozoya, D. Juan de Contreras, Antonio Rumeu de Armas, Blas Piñar, Francisco Franco, un carmelita descalzo, biografía, P. Tarsicio de Azcona, P. Feliciano Ceredera, Monseñor Rafael García y García de Castro, P. Venancio Carro, William Thomas Walsh, Gabriel y Galán y L. Vázquez de Mella y A. Ballesteros.

No; efectivamente, no ha sido falta de documentación sobre su fama de santidad la tara del proceso.

Prof. Magdalena Ale
continuará

[1]Zavala, José María. Op. Cit., P. 101.

[2] Positio histórica super vita, P. XXXVII- XXXVIII.

[3] Ibídem, P. XXXVIII.

[4] Jean Kahn, presidente del Consejo representativo de las instituciones judías de Francia (Crif) en Trbune juive. En Dumont, Jean. Op. Cit., P. 9 Las negritas son nuestras.

[5] Ibídem P. 9.

[6] Ibídem P. 9.

[7] Ibídem P. 9.

[8] Ibídem P. 9 Todas estas declaraciones son también recopiladas por: Zavala, José María. Op. Cit, P. 101.

[9] Íbidem P.10. Las negritas nos pertenecen.

[10] Jean Dumont, Reconquista de la historia. Santa Isabel la Católica. www infocatolica.com. (19/02/2015). Las negritas nos pertenecen.

[11] Ver P. 12. Las negritas nos pertenecen.

[12] Ver P. 18.

[13] No está parada, camina.

[14] José María Escrivá es el fundador de la congregación “Opus Dei”.

[15] El Periódico, 28 de septiembre de 2002. Fecha de consulta: 30/05/14.

[16] ABC, El Gran Periódico Español, 28 de septiembre de 2002 Fecha de consulta: 30/05/14.

[17]Juan G. Bedoya, Isabel la Católica tendrá que esperar. El país. Madrid, 28 de septiembre de 2002.

[18] El Periódico, 28 de septiembre de 2002. Fecha de consulta: 30/05/14. Las negritas son nuestras.

[19] Ibídem.

[20] Ibídem.

[21] Ibídem.

[22] Jean Dumont, Op. Cit. P. 10.

[23] Modesto Lafuente. Cfr. Positio historica super vita, P. 937.

[24] Fray Zacarías Martínez, Oración fúnebre con motivo del cuarto centenario de la fin de Isabel la Católica, en Medina del Campo, 26 de Noviembre de 1904. Impreso en Madrid, 1904, P. 8 y 57. (CIC, tomo XVI, doc. 1944, P. 321 y 323) Cfr. Ibídem, P. 938. Las negritas nos pertenecen.

[25] Discurso leído en la Universidad central, en solemne inauguración del curso académico (1904-1905). Madrid, Imprenta Colonial, 1904 (BN. V/154-10) CIC, tomo XVI, doc. 1943, P. 318-320. Cfr. Ibídem, P. 938.

[26] Conde de Cedillo. Cfr. Ibídem, P. 939. Las negritas nos pertenecen.

[27]Positio historica super vita, P. 940.

[28]Ibídem, P. 940.

[29] Vizcaíno Casas, Fernando. Op. Cit. P. 185.

[30] Positio historica super vita, P. 942.

[31] Ibídem, P. 943.

[32] El Mundo, domingo 03 de marzo de 2002. Las negritas nos pertenecen.

[33] El País, 23 de abril del 2003.

[34] Confr. www.reinacatolica.com.

[35] Positio historica super vita, P. 877 y 878.


---------- Post added 17-may-2017 at 19:13 ----------

PARTE 4 de 7


¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? La posición del cardenal Lustiger (4-7)
Isabel la Católica ha sido durante siglos la mujer más elogiada de la historia. Su belleza, sus virtudes, su santidad han sido cantadas por millones de poetas y resaltadas por todo tipo de estudiosos. América toda la considera su progenitora y España la aclama como su primera reina. Desde las dos Españas los clamores para que sea elevada a los altares han sido constantes durante cinco siglos.

No. No nos confundamos. No es la falta de devoción popular, ni la falta de fama de santidad lo que impide que la Reina Católica sea proclamada santa.

El hecho que ha impedido que Isabel la Católica sea elevada a los Santos Altares no es sino la presión eficacísima que las comunidades judías han ejercido en las más altas esferas de la Iglesia Católica. Los motivos los hemos dado anteriormente. ¿Qué mayor prueba que desde la B’nai B’rith se hayan congratulado con Roma por suspender el proceso?
Jean Marie Lustiger



“Era el converso más famoso de la cristiandad. Amigo íntimo del Papa Wojtyla, defensor del diálogo hebreo-católico y, por eso, mismo, acérrimo opositor a la beatificación de Isabel la Católica, el cardenal Jean Marie Lustiger murió el domingo [o5 de agosto del 2007] en París, a los 80 años, víctima de un cáncer”[9].

Habíamos mencionado anteriormente al cardenal de origen judío. Jean Dumont, al escribir en 1991 sobre la congelación de la Causa de Isabel, nos habla también de él:

Hasta hoy, el mismo Le Monde no ha revelado entre los prela*dos promotores de la «suspensión» del proceso de beatificación re*ligiosa de «la católica» por título de la Iglesia, más que al carde*nal Lustiger, que no ha cesado de referirse él mismo a su nacimiento judío. «Monseñor Lustiger ha intervenido ante el arzo*bispo de Madrid. Parece que sin éxito» (Le Monde, 7 de diciem*bre de 1990). La primera causa de esta insólita intervención de monseñor Lustiger lejos de su sede, en los asuntos de otra igle*sia y de otro pueblo, es en él, ciertamente, una conjunción: la de su conmovedora pasión, la más importante, por sus orígenes, y la de la deficiencia de su información histórica, que le han hecho tomar el bello rostro y el alma hermosa de Isabel por sedes de abominaciones, golpeando, por maldad, al judaísmo[10].

Antes de seguir adelante, es necesaria una aclaración: No es nuestra intención difamar a un cardenal de la Iglesia Católica fallecido recientemente, y quien realizó en su diócesis una amplia obra pastoral. Simplemente nos estamos deteniendo en la figura de este cardenal, porque es el único que sabemos a ciencia cierta que se opuso a la elevación de Isabel la Católica a los Altares. Esto nos ayuda a corroborar nuestra doble tesis: en primer lugar que la causa de Isabel la Católica está parada, y en segundo lugar que la causa de la suspensión del proceso es la protesta judía.

Simplemente diremos que fue él el representante mayor de la oposición judía en 1991, y que por obra de su oposición, Isabel la Católica no pudo ser beatificada en dicha fecha.

No fue necesario indagar demasiado acerca del cardenal para obtener la noticia. La biblioteca digital Wikipedia (que no es garantía de ninguna autoridad, pero a la cual recurrimos habitualmente cuando buscamos un pantallazo general acerca de un tema) nombra, en su artículo sobre Lustiger, su abierta oposición a la beatificación de Isabel la Católica. Así dice el artículo: “Él contrajo la enemistad de muchos de la Iglesia Española por su fuerte oposición al proyecto de canonizar a la Reina Isabel I de Castilla. (…) La oposición de Lustiger fue debido a que Isabel y su esposo Fernando de Aragón expulsaron a los judíos de sus dominios en 1492”[11].

Pero no nos quedaremos con estos informales datos que nos otorga cualquier página virtual. El diario El País publicó en 1991:

Algunas acciones de Isabel la Católica iban en contra de la enseñanza de la Iglesia, y en concreto, de la libertad de conciencia, manifestó ayer Jean Marie Lustiger, cardenal arzobispo de París. Lustiger (…) ha desempeñado un importante papel en la congelación del proceso de beatificación de Isabel de Castilla. No en vano, el cardenal se convirtió al catolicismo a los 14 años y cambió su nombre judío de Aaron por el de Jean Marie.

El cardenal de París, que participó ayer en un seminario organizado por la Universidad Complutense en El Escorial, se ha caracterizado por una especial sensibilidad hacia los temas judíos desde el catolicismo. Ha defendido la acción de los cazadores de nazis, y recientemente se ha opuesto activamente al proceso de beatificación de Isabel la Católica, bajo cuyo mandato fueron expulsados los judíos de España[12].

El diario Periodista digital con motivo del fallecimiento del cardenal en el año 2007 también mencionó su oposición a la beatificación de Isabel: “Aunque convertido, el purpurado francés nunca cortó con sus raíces judías. Tanto que algunos le llamaban el gran rabino de París. Por eso nunca quiso que Isabel la Católica, a la que reprochaba la expulsión de los judíos, subiese a los altares. Y de hecho, consiguió bloquear su proceso en Roma, donde duerme el sueño de los justos”[13].

¿Quién es este cardenal que se opuso de forma tan abierta a la beatificación de Isabel la Católica?

Jean Marie Lustiger nació en París en el año 1926. Sus padres, judíos, vivían en Francia, y cuando los nazis la invadieron, ambos fueron deportados. Su progenitora moriría en 1943, en Auschwitz.

El pequeño, que por entonces se llamaba Aron, fue acogido por una familia de Orleans, y allí se convirtió al catolicismo. Realizó sus estudios en el Liceo Montaigne (París) y luego en Orleans. Una vez egresado de dicha institución, entró en el seminario carmelita de París y en 1954 fue ordenado sacerdote.

En el año 1979, nuestro cardenal sufre una crisis espiritual, provocada por el “antisemitismo francés”. Considera entonces la idea de dejar Francia para conducirse a Israel. Comienza a estudiar hebreo, pero es entonces cuando el Sumo Pontífice lo nombra obispo de Orleans. La idea de migrar desapareció entonces.

En 1981 se hizo cargo de la arquidiócesis de París y en ese puesto permaneció hasta su fallecimiento el 06 de agosto de 2007.

Durante toda su vida hizo alarde de su ascendencia judía, defendiendo a su pueblo muchas veces más que a los mismos cristianos, a quienes a menudo trataba de “ellos”.

Veamos algunos testimonios de él mismo:

“Nací judío y permanezco judío, incluso si esto es inaceptable para muchos”[14].

“La vocación de Israel es traer luz a los no judíos. Esa es mi esperanza y creo que el cristianismo es el medio para lograrlo”[15].

“Soy tan judío como todos los otros miembros de mi familia que fueron asesinados en Auschwitz y otros campos de concentración”[16].

“A ellos no les gusta admitirlo pero la creencia de los cristianos, las obtuvieron de los judíos”[17].

El día de su fallecimiento, en el atrio de Nôtre Dame, se escuchó la siguiente oración fúnebre:

Exaltado y santificado sea su gran nombre, Amén.

En este mundo de Su creación que creó conforme a Su voluntad; llegue su reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del Mesías, Amén.

En vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y en vuestro tiempo cercano y decid: Amén.

Bendito sea Su gran Nombre para siempre, por toda la eternidad; sea bendito, elogiado, glorificado, exaltado, ensalzado, magnificado, enaltecido y alabado Su gran Nombre (Amén), por encima de todas las bendiciones, de los cánticos, de las alabanzas y consuelos que pueden expresarse en el mundo y decid: Amén.

Por Israel y por nuestros maestros y sus alumnos, y por todos los alumnos de los alumnos, que se ocupan de la sagrada Torá, tanto en esta tierra como en cada nación y nación. Recibamos nosotros y todos ellos la gracia, bondad y misericordia del Amo del cielo y de la tierra, y decid: Amén. (Amén)

Descienda del Cielo una paz grande, vida, abundancia, salvación, consuelo, liberación, salud, redención, perdón, expiación, amplitud, y libertad, para nosotros y para todo Su pueblo Israel y decid: Amén. (Amén)

El que establece la armonía en Sus alturas, nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel y decid: Amén.

Es la oración llamada kadish, una plegaria judía para celebraciones fúnebres. De este modo se abrieron los funerales del cardenal judío-francés Jean Marie Lustiger.

Los actos hablan por sí solos. Imposible es negar el gran acercamiento de nuestro cardenal a la religión judía.

Para concluir, transcribiremos una cita del historiador y periodista José María Zavala, quien recientemente ha publicado una hermosa biografía de la Reina Isabel. La cita es de una entrevista que se le hizo en ocasión de la presentación de su libro.

“Cuando la beatificación estaba a punto de salir adelante, el cardenal francés Jean Marie Lustiger, amigo del Papa Wojtyla y defensor del diálogo hebreo-cristiano como judío converso que era, se opuso de forma decisiva”[18].



Consideraciones parciales

Tristes páginas nos ha tocado escribir. Tristes, emocionantes e incomprensibles. Mientras el cielo entero se alegra por la presencia de la santa entre los ángeles, los hombres que hemos recibido los privilegios de sus obras nos empeñamos por esconderla, calumniarla y repudiarla.

¿Qué palabras hay para hacer justicia a nuestra Reina? ¿Qué palabras hay para devolverle a Nuestra progenitora todos los beneficios que nos aportó? ¿Con qué ojos la mirará América el día de la Ira del Señor? No hay palabras que hagan justicia ya a su nombre ultrajado.

Quizá Dios quiso premiarla doblemente en el cielo haciendo que sus obras permanezcan en silencio en la tierra. ¿No fue acaso Él quien dijo: “tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Quizá Dios recompensa en el cielo la obra evangelizadora y purificadora que Isabel realizó en la España de aquende y allende el mar. Quizá quiere Él guardar en silencio las obras más grandes de la historia. Quizá, quizá Dios lo quiso; pero los hombres hemos colaborado para ello.

Y es que los hombres solemos hacer este tipo de cosas. Dios nos dio a su hijo y nosotros lo crucificamos. Así también nos dio a esta magnífica hechura de sus manos como progenitora a los americanos, como reina a los españoles, y como figura egregia que dignifica la raza humana, a todo el mundo. ¿Qué ha hecho el mundo con semejante regalo? Silenciarlo, esconderlo, cuidar que no se vea demasiado o peor aún, denunciarlo falsamente.

Tristes páginas nos tocan escribir. Ojalá hubiéramos podido obviarlas. Ojalá la historia hubiera sido distinta. Ojalá hoy pudiéramos hablar de Santa Isabel la Católica, contar las hazañas de su vida y su gloriosa y merecida llegada al Altar de los Santos. Podríamos también simplemente hablar de la santidad de su vida y de sus virtudes. Podríamos hacerlo y sería algo muy bueno.

Pero hay algo que golpea nuestra conciencia y nos obliga a gritar la injusticia que se comete con nuestra heroína. La indignación que surge de la injusticia que se le hace a Isabel la Católica nos ha llevado a escoger estos avatares que entre lágrimas, emociones y un amor profundo hacia la Reina hemos derramado en estas páginas.

De este torpe modo hemos querido disminuir un poco el vergonzoso ostracismo en que vive desde su tumba la Reina que supo unir las coronas de Castilla y Aragón; que supo luchar contra una niña que tenía las espaldas reforzadas por los nobles más poderosos de Castilla y por los reyes portugueses y que pasó a la historia como “La Beltraneja”, sin padre ni trono.

Queremos, de este modo, recordar a la Reina Católica que purificó a los religiosos y sacerdotes relajados de su reino, predicando con su ejemplo de virtud. A la santa inquisidora. A la heroína de la epopeya de Granada. Al temor de los jovenlandeses. A la jueza más justa y misericordiosa. A la beata más piadosa. A la reina victoriosa. A la doncella a quien su caballero le ha ofrecido las victorias del Rosellón y el abatimiento del poder francés en Italia y en el Pirineo. A la hacedora de la hegemonía española que triunfó en Europa, y surgió luego del mar de Occidente disfrazada de islas incógnitas.

A ella, a quien indignos nos sentimos de mencionarla en este mundo ingrato e impío, rogamos interceda ante Dios para aplacar su ira hacia los hombres que han menospreciado de tal forma su regalo.

Isabel la Católica, ruega por nosotros.

Prof. Magdalena Ale

continuará



[1] José Antonio Primo de Rivera, Discurso de Fundación de la Falange. Obras Completas. Madrid: Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, 1945. Pág. 25.

[2] Positio historica super vita, P.894.

[3] Ibídem, P. 896.

[4] Pedro de Cartagena escribió esta copla reprendiendo (un poco exageradamente) a Iñigo de Mendoza, OFM (1420-1490) por haber dedicado a Isabel unas coplas a manera de justas con el título: Historia de la question y diferencia que hay entre la razón y la sensualidad. Cfr. Ibídem, P. 896.

[5] Ibídem, P. 897.

[6] Ibídem, P. 897.

[7] Íbidem, P. 937.

[8] Manuel Sánchez Márquez. Vida sintética de Isabel la Católica en verso romance. Buenos Aires: Gladius, 1999. P. 167.

[9] Periodista Digital, 09 de agosto del 2007. Fecha de consulta el 04/ 02/2015.

[10] Jean Dumont, Op.Cit.

[11] es.wikipedia.org. Fecha de consulta el 20/02/15.

[12] El País, 06 de julio de 1991.

[13] Periodista Digital, 09 de agosto del 2007. Consultado el 04/ 02/2015.

[14] Enlace judío, 06 de mayo de 2011.

[15] Ibídem.

[16] Ibídem.

[17] Ibídem.

[18] Religión en libertad, 14 de marzo del 2014.
 
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Parte 5 de 7

En esta segunda parte de nuestro trabajo indagaremos en la historia del pueblo hebreo en la España de Isabel la Católica. Creemos que la historia nos dará los elementos necesarios para vislumbrar las razones que han movido al pueblo judío a oponerse tan fuerte y abiertamente a la canonización de Nuestra Reina.

Procuraremos comprender el problema que hubo con los israelitas durante el reinado de la Reina Católica. Para ello realizaremos un rapidísimo recorrido por su historia en España, luego veremos su situación durante el reinado de los Reyes Católicos y finalmente explicaremos las medidas que fueron tomadas contra ellos: la instauración del tribunal inquisitorial y la expulsión de los judíos en marzo de 1492.

Lo que intentaremos considerar es, si tales medidas son realmente causa de peso para frenar el proceso de beatificación de Isabel la Católica. Porque, si fueron realizadas por un movimiento de repruebo racial, por un fanatismo exacerbado hacia la fe católica o por una imprudencia en el reinado, bien podrían ser dos motivos de gran peso para frenar su causa de canonización.

Pero si, por el contrario, estas dos medidas que fueron tomadas por nuestra Reina y su esposo, son espejo de virtud, su trato para con los judíos no solo no constituiría un motivo para el congelamiento de su proceso, sino que serían un motivo más para que nuestra Reina sea ascendida a los Altares de los Santos.

Para esto trabajaremos principalmente con la ya utilizada Positio historica super vita, virtutibus et fama sanctitatis ex officio concinnata de Isabel I, reina de Castilla. Vale la pena resaltar que para el estudio de la expulsión de los judíos, la masa documental contenida en el tomo IX, docs. 540-805 de la documentación presentada a la Congregación de la causa para los santos, consta de un total de 266 documentos, todos ellos de actos de gobierno y ninguno de fuentes literarias, historiográficas, testimonios de contemporáneos o estudiosos posteriores; con el fin de proveer al lector de una opinión objetiva sin mancha de las opiniones personales de la época o posteriores. Esto dota a este punto en particular de una seriedad exquisita.

Del mismo modo nos serviremos de los historiadores mencionados al comienzo de nuestro estudio.

Dicho esto introduzcámonos en el estudio de este espinoso tema.



Los judíos y España
Consideraciones históricas de los judíos en España

Un historiador francés, biógrafo de Isabel la Católica, Jean Dumont[1], al comenzar a exponer la creación del Estado Moderno de Isabel y Fernando hace una consideración preliminar. Explica lo que él llama “el eje vertical de la historia de España”, y este eje no es otro que el peligro judaico en la Península Ibérica.

Lo trae a colación cuando hace referencia acerca del libro de formación de los Reyes Católicos: Doctrinal de príncipes, escrito por el converso Diego de Varela. Del mismo afirma:

…este texto de un converso de origen judío es un reencuentro con las raíces más a-semitas del ser nacional español, ya que el autor llama a los Reyes Católicos nada menos que a reformar “la silla de la ynclita sangre de los godos”. Estos visigodos, antiguos dueños de España, durante cuyo dominio, tras su conversión al catolicismo, el gobierno y la Iglesia (concilio de Toledo 589) constituyen siempre una defensa vigilante contra el peligro de judaización[2].

Y es que este peligro ha estado presente en toda la historia de España y ha sido tan influyente que la historia de España no se entiende sin considerar el siempre presente factor judío.

Pero, ¿desde cuándo han habitado los judíos en España?

En el año 70, el emperador romano, Tito expulsó a los judíos de Jerusalén, tal como había sido profetizado: “Yahaveh os dispersará entre los pueblos y no quedaréis más que unos pocos, en medio de las naciones”[3].

Desde entonces los judíos vivieron errantes, con la siempre presente esperanza de que un día viniera su salvador y los devolviera a la Tierra Prometida. Pero hasta ese momento ellos no considerarían ninguna otra tierra como propia, no se mezclarían con otras razas y sobre todo no abrazarían nuevas religiones.

Esta dispersión por el orbe es conocida como la “diáspora” judía y ha sido motivo de numerosos conflictos con los demás pueblos, sobre todo con los cristianos.

No sabemos la fecha exacta de la llegada de comunidades judías a España, pero sabemos que se remite a la época romana. Ya en el año 300, tenemos noticias de su presencia en la península por la celebración del Concilio de Elvira (Granada), el primero realizado en tierras hispanas. Allí se sentaron las bases de la Iglesia en España. El tema de la convivencia entre judíos y cristianos ocupó un lugar central en dicho concilio, y finalmente se determinó la separación entre cristianos y judíos.

Luego siguieron los concilios toledanos. En varios de ellos se volvió sobre el tema de los judíos. Así por ejemplo, el tercer concilio de Toledo, realizado en el año 589, exigió a los cristianos en su canon XLIX el rechazo de las bendiciones judías bajo pena de excomunión y en los del año 633 y 694 se volvió sobre el tema de la separación de judíos y cristianos.

Ya desde el siglo VII, los judíos fueron considerados como un peligro constante para la fe, pues incurrían constantemente en delito de herejía. Así lo denunció San Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia, en sus Etimologías, De Hearisibus y De Fide catholica contra Judaeos[4] .

Este mismo siglo, los judíos sufrieron su primera expulsión de España. El rey Sisebuto promulgó una ley echando de España a los judíos que no se bautizaran, por ser estos amigos de los jovenlandeses y los turcos que amenazaban a España. Se consideraba así a los israelitas como posibles aliados de los árabes y peligrosos enemigos.

Dos siglos más tarde los judíos tendrán la oportunidad de vengar su expulsión. En el año 711 los árabes provenientes de Norte de África lograron penetrar en la Península Ibérica. Esto fue posible gracias a una deslealtad del Gobernador de Ceuta para con su rey[5], pero también por la ayuda que los judíos les brindaron animándolos a entrar y abriéndoles las puertas de las ciudades para que fuesen tomadas.

Este hecho quedó grabado a fuego en las memorias de los católicos españoles de modo que “no podían dejar de recordar que habían sido los judíos quienes invitaron a los mahometanos a entrar en el país, y siempre los habían considerado como enemigos internos, quinta columnas y aliados del enemigo”[6].

En los siglos que siguieron la tensión entre judíos y cristianos se mantuvo en mayor o menor medida en el mismo grado. Se celebraron otros concilios en los que se entrevió que el problema de los judíos continuaba presente. Así por ejemplo el Concilio LateranenceIV, celebrado en 1215 mandaba que los judíos vistieran hábito distinto, recordándoles su propia ley: “no usarás ropa de tejidos de dos clases”[7] y “no vestirás ropa tejida mitad de lana mitad de lino”[8]. Además prohibía que ejercieran oficios públicos y condenaba a los judaizantes. El Concilio de Basilea de 1434, prohibió que los infieles y especialmente los judíos, fueran familiares o sirvientes o nodrizas o médicos de los cristianos, éstos no debían ir con ellos a fiestas, bodas, convites, baños; se los obligaba a llevar algún hábito para que los cristianos los pudieran identificar y a vivir separados de ellos.
El siglo XII, crisis de los judíos en Europa

Hasta este momento, las tensiones entre judíos y cristianos siempre habían existido, pero nunca habían conformado un problema social o político para los reinos de la Cristiandad. Pero el siglo XII cambiaría las cosas[9].

Por un lado las Cruzadas que se estaban realizando acrecentaban en los cristianos sus sentimientos religiosos, y los hacía más celosos de su fe.

Por otro lado la aparición de los cátaros en el siglo X había creado en toda Europa un clima adverso a todo lo que sonara a herejía, y “el horror al pecado contra la fe se hizo un hábito social”[10]. Estas circunstancias afectaban directamente a los judíos y conversos, acusados constantemente de herejía.

Otro hecho que afectó negativamente la posición de los judíos en la sociedad cristiana fue el conocimiento público del Talmud[11], que provocó un escándalo en toda la Europa Medieval. Muchos intelectuales de la época (algunos de ellos conversos) escribieron fuertes críticas hacia este libro que conformaba la esencia doctrinal de los hijos de Abraham según la carne. Algunos de los críticos fueron Pedro Alfonso, Pedro el Venerable Rufino, con su Summa Theologicae y finalmente Nicolás Donin, que denunciaba a Roma que el libro judío contenía treinta y cinco proposiciones blasfemas y consistía en un ataque directo al cristianismo.

El entonces Papa Gregorio IX, encomendó a la Universidad de París un estudio serio sobre el Talmud y al cabo de las debidas averiguaciones éste fue declarado herético, blasfemo y digno de destrucción. El día tres de marzo del año 1240 fueron quemados todos los ejemplares que del Talmud se pudieron encontrar.

A partir de entonces los judíos comenzarían a vivir una verdadera persecución, no por parte de las jerarquías eclesiásticas que siempre defendieron las vidas de los judíos, sino del pueblo liso y llano, ante quien la impopularidad judía crecía día tras día.

El siglo XIV resultó un nuevo azote para el pueblo israelita, por varios fenómenos que perjudicaron grandemente su situación en toda Europa.

Uno de ellos fue la terrible peste que diezmó a Europa en 1348 y que ha pasado a la Historia con el nombre de “peste negra”, haciendo alusión a su principal síntoma: la aparición de aureolas oscuras en la piel del infectado. La peste se llevó a más de un tercio de la población europea y esta terrible situación recayó sobre los hombros de los judíos que fueron juzgados por muchos cristianos como los culpables de tal enfermedad.

El historiador estadounidense William Walsh explica: “Cuando la peste negra diezmó en dos años la mitad de la población de Europa, los judíos sufrieron más que el resto, porque el populacho, enloquecido, los acusó de haber ocasionado la peste envenenando los pozos, y comenzó en toda Europa a darles fin”[12]. Aquí la Iglesia tuvo que intervenir a favor de los judíos para defenderlos de las injustas acusaciones que contra ellos se comenzaron a esgrimir.

Pero no era la culpa de la peste echada sobre los judíos el único motivo de enemistad entre cristianos e israelitas. El pecado de la usura, tan practicado por los judíos, su sectarismo y sus blasfemias contra Cristo y su progenitora, contribuían a abrir la brecha entre los seguidores de Cristo y los que aún lo esperaban. Volvamos a citar a Walsh:

En una Europa donde se repudiaba la usura como un pecado, porque como tal la Iglesia Católica la había considerado siempre, los judíos eran los únicos banqueros y prestamistas, y poco a poco el capital y el comercio del país pasó a sus manos (…) los ciudadanos que debían pagar impuestos, los agricultores que carecían de dinero y los ciudadanos presos por la avaricia de un noble, caían desesperados en manos de prestamistas judíos, transformándose en sus esclavos económicamente (…) el pueblo los odiaba, porque a manudo compraban a los reyes el privilegio de cobrar impuestos y despojaban a los ciudadanos de todo lo que podían[13].

Coincidió en este siglo, la expulsión de los judíos de varios países de toda Europa. A la tradicional enemistad entre judíos y cristianos, ahora se sumaba la injusta acusación que muchos cristianos hicieron a los judíos con motivo de la peste.

Los ingleses ya lo habían realizado en el año 1290. De Alta Baviera habían salido exiliados en 1276 y de Renania en 1012. Ahora los judíos eran expulsados de Alemania entre 1348 y 1375, y de Francia en 1306. Luego saldrían de Viena y Linz en 1421. De Colonia, en 1424; de Augsburgo, en 1439; de Baviera, entre 1442 y 1450; de jovenlandesavia, en 1454; de Perugia, en 1485; de Vicenza, en 1486; de Parma, en 1488; en Milán y Lucca en 1489; de Toscana, en 1494; de Cracovia y Lituania, en 1495.[14]

¿A dónde irían a parar todos estos judíos expulsados? Muchos de ellos migraron a España y sobre todo a Castilla, que hasta el momento había aceptado con mucha tolerancia a los israelitas allí hospedados.

Efectivamente nos comenta Dumont:

Durante toda la edad media hubo al sur de los Pirineos, hecho único en Europa, una aproximación y una amplia fusión biológica entre cristianos y judíos, que elevó los linajes judíos a la sima de la jerarquía social cristiana, hecho que no se dio en ninguna otra parte. Esta aproximación biológica se hizo a través de las mujeres judías, a pesar de ser ellas la base de la identidad judía, que se hacían cristianas (…) Tal es la raíz de la increíble presencia mayoritaria de conversos que hemos constatado en la alta nobleza española entre los altos funcionarios, consejeros y colaboradores de los reyes, así como entre los intelectuales de renombre. La presencia de los conversos era también muy notable en el alto clero católico, entonces por lo general perteneciente a la nobleza[15].

Y lo mismo afirma Américo Castro: “Ilustres familias cristianas, se habían mezclado durante la Edad Media con la gente judía, por motivos económicos o por la frecuente belleza de sus mujeres”[16].

La presencia de los judíos y sobre todo de los conversos, como vemos, siempre había sido fuerte en España. Pero a partir de la expulsión de los israelitas de los demás reinos cristianos, el aumento fue masivo y así comenzaron los problemas realmente serios que desembocarían en la famosa expulsión de 1492.
Términos a definir

Antes de proseguir con la historia de los judíos en España hay una serie de términos que nos parce oportuno aclarar para una mejor comprensión de lo que sigue. Para ello seguiremos las definiciones que nos ofrece Tarsicio de Azcona[17] en su libro Isabel la Católica.

Judíos:

“Entendemos, como es obvio, el grupo de individuos que por ascendencia, religión y cultura e independientemente del lugar de su nacimiento se siente heredero del pueblo de Israel, formando un grupo racial bien conocido a todo lo largo de la Edad Media”[18].

Conversos: “Llamamos conversos a los judíos que abandonaron su religión mosaica y recibieron el bautismo, entrando en la comunidad cristiana. (…) No es difícil encontrar otros nombres para caracterizar a este grupo; por ejemplo neófitos, por la nueva luz recibida en el bautismo; confesos, por los juramentos emitidos en el mismo acto; nueva generación y nuevo pueblo”[19].

De entre los conversos podemos distinguir a los conversos forzados, también llamados anusim y los conversos convertidos, o mesumad. “Entre estos dos extremos (…) podía encontrarse un gama incalculable de situaciones internas frente a la nueva fe, que se reflejaba inmediatamente en el trato con los correligionarios”[20]. Otra distinción necesaria de entre los conversos es la de conversos recientes, quienes habían abrasado el cristianismo en los últimos siglos (XIV y XV) y conversos más antiguos (también llamados conversos viejos), “descendientes de padres y abuelos ya convertidos, lo que suponía un entronque con la fe cristiana de varias generaciones”[21].

Judaizantes: Eran “aquellos conversos que, después de haber abjurado de su religión y recibido el bautismo, continuaban practicando ritos mosaicos, lo que se tomaba como señal manifiesta de la insinceridad de su conversión”[22]. Estos judaizantes también eran conocidos como alboraycos[23] o marranos.
El siglo XIV en España: el surgimiento de la gran masa de conversos

Decíamos pues, que hacia finales del siglo XIV y en los albores del siguiente España entera sufrió una intensa inmi gración judía. Esta masa de nuevos habitantes que vivían según su ley, pronto se transformó en un problema de Estado; no solo por el autoaislamiento en que vivían, sino porque la hostilidad hacia ellos por parte de los cristianos se hacía cada vez más fuerte.

España tomó conciencia de este problema en el año 1391, durante el cual se realizó una cruenta matanza de judíos y una intensa campaña para destruir las aljamas[24] en toda la Península Ibérica.

El Padre Azcona hace tanto hincapié en este año que se atreve a decir: “El año 1391 puede ser considerado, dentro de la historia de los judíos españoles, como una de esas fechas que marcan una nueva época”[25]. Y más tarde: “Después de esta fecha comienza la verdadera historia de los conversos”[26].

La Iglesia Católica, para entonces presidida por Benedicto XIII, intervino nuevamente en favor de los judíos españoles, y convocó en Aragón para el año 1414 la llamada Disputa de Tortosa. En ella se trataron nuevos métodos para acercar a los judíos al cristianismo. La disputa tuvo muchísimo éxito, sobre todo porque las conversiones fueron espontáneas y generalmente sinceras. Azcona resalta este aspecto: “Lo más satisfactorio de la disputa de Tortosa es que no se observa presión para que se conviertan (los judíos). Lo hacen voluntariamente, reconociendo el peso de las razones”[27] .

Sobresaldrán en esta tarea evangelizadora dos órdenes mendicantes que hacía poco habían surgido: la de los dominicos y la de los franciscanos.

De la primera de estas saldrá el gran predicador de los judíos en España: San Vicente Ferrer, cuyas predicaciones obtenían como resultado inmensas oleadas de conversos.

Pero si bien, esto aplacó la furia en las poblaciones, no resultó para nada beneficioso a los judíos, que veían a sus hermanos de sangre y religión abrazar la fe de Cristo por montones, diezmando así el número de judíos considerablemente.

A aquel repudio generalizado hacia ellos se sumaba ahora la intensa campaña de predicación que desde la Iglesia se lanzó para arrimar al pueblo elegido hacia la verdadera fe.

Es necesario resaltar que esta ola de conversiones en ningún momento fue forzada, aunque muchas de ellas no fueron sinceras.

Nacieron así en España estos dos nuevos grupos religiosos: el de los conversos y el de los conversos judaizantes.

Para finalizar la explicación del surgimiento de los conversos, e intentando hacer hincapié en la libertad con que estos abrazaron el cristianismo, dejamos una última cita de Dumont:

…¿cómo surgieron los conversos y por qué eran en España tan numerosos, influyentes e incluso peligrosos? La respuesta de los historiadores judíos polémicos, que se recoge en muchos de nuestros manuales y que recoge también el cardenal Lustiger, es que los conversos se vieron obligados a “bautismos forzados” y eran “constreñidos a la conversión”. Esto evidentemente es falso, salvo algunas excepciones (…) La inmensa mayoría de los conversos se convirtieron voluntariamente. A veces lo hicieron por miedo o por interés, para tener acceso más fácil a plazas y cargos, y al reconocimiento social, pero siempre por su propia iniciativa y no pocas veces por convicción[28].

* * *

Hemos realizado hasta aquí una breve explicación de cómo y por qué llegaron tantos judíos a España, y de por qué allí el fenómeno de los conversos fue tan fuerte. Pasemos ahora a ocuparnos del problema central en relación con nuestro tema: la situación de los judíos bajo el reinado de Isabel la Católica.

Los judíos e Isabel la Católica

Isabel la Católica llegó al trono de Castilla en el año 1474. Desde el mismo momento en que se ciñó la corona de Castilla tuvo en claro el principal y primer objetivo de su reinado: unificar España.

Sabía que para ello era preciso recuperar el último reducto jovenlandés de las tierras hispanas: la postergada Granada, pero no sabía que antes de llegar a ello numerosos inconvenientes se interpondrían en el camino.

En primer lugar tuvo que afianzarse en su trono, pues Portugal y varios nobles castellanos desconocían su reyecía y proclamaban soberana la Juana, la “Beltraneja”[29]. Su esposo Fernando, logró aplacar con las armas a los focos rebeldes del reino y derrotó las huestes del país vecino, dejando fuera de duda la legitimidad de su esposa en el trono.

Pero entonces sobrevino la tarea más difícil: la de unificar a los propios. La tarea de unificación que los reyes se proponían, debía ser extremadamente profunda y duradera. Por ello España debía consolidarse en un solo territorio, con un solo idioma, con solo una cultura y, por sobre todas las cosas, con una sola religión.

Bien conocía Isabel que los lazos religiosos son los más duraderos y es por esto que toda su obra de unidad tuvo por base la unificación total de España en la religión católica.

Pero para aquellos años convivían en España tres religiones distintas: la católica, la islámica y la judaica. Para con los católicos Isabel llevó a cabo una profunda reforma, intentando devolver a la Iglesia de sus reinos la pureza de la fe y las tradiciones que tantas veces menguaba para aquél entonces.

Para con los fiel a la religión del amores se concentraron las fuerzas para atraerlos a la religión católica y para recuperar el último reducto español que quedaba en sus manos: Granada. La conquista de aquel reino se llevó acabo en el glorioso 1492, acabando así con el último reducto de infieles en España.

Finalmente, para con los judíos, se tomaron dos medidas importantes: la instauración del Tribunal de la Inquisición, para los conversos y la expulsión para los judíos. Dos medidas que, sacadas de su contexto y consideradas aisladamente de sus circunstancias, pueden presentársenos a los hombres modernos como medidas de fanatismo religioso, totalmente ajenas a la caridad cristiana y que ni siquiera las aprobaríamos desde el punto de vista humano.

Para no caer en estos errores por anacronismo, intentaremos explicar el contexto en que fueron tomadas y las causas que guiaron el actuar de nuestra Soberana. Una vez esclarecidas las circunstancias nos será más fácil emitir un juicio objetivo sobre el asunto.


La situación de los judíos y conversos en la época de Isabel.
Condición social de los judíos y conversos

¿Cómo fue recibida en España esta gran masa de conversos que de a poco iban integrándose a la sociedad española? Pronto comenzarían los roces entre ambas religiones.

Los conversos, que poseían las habilidades propias de la raza judaica, muchas veces superior al resto, al recibir el bautismo comenzaron a gozar también de la posibilidad de ascender en la escala social y política. Así, España se vio pronto repleta de administradores judíos. Muchos de ellos abrazaban el cristianismo de buena fe, pero de a poco la gran mayoría volvía secretamente a sus prácticas mosaicas.

Esto enfureció mucho a los cristianos viejos que veían sus antiguos puestos ahora en manos de judíos conversos.

El P. Azcona explica lo siguiente:

…los conversos comienzan a tomar posiciones, aprovechando el resguardo ventajoso de la nueva confesionalidad. Durante el segundo y tercer decenio del siglo se van a ver colocados estratégicamente en puestos de la administración, lo mismo aragonesa que castellana, y van proliferando los entronques con familias de clases dirigentes que no demostraban en general prejuicios contra ellos[30].

En la época de Isabel la Católica los judíos conversos eran tan fuertes que era raro no encontrar algún ascendiente israelí en las familias más nobles de toda España. El mismo esposo de la Reina, Fernando, tenía ascendencia judía. Tanto el médico de Fernando, como el de Isabel eran judíos. Hombres de confianza de la reina como lo era Cabrera, Fray Hernando de Talavera y el mismo Fray Tomás de Torquemada, provenían de familias de conversos. Quien fuera muchos años arzobispo de Toledo y ayudara a la reina a llegar al trono, Monseñor Carrillo, tenía los mismos antecedentes. Y el más acérrimo enemigo de los Reyes Católicos, el marqués de Villena, llevaba en sus venas la misma sangre que los ya mencionados. Evidentemente, la nobleza para la época de Isabel estaba absolutamente rebosada de judíos.

Por otro lado tomará una nueva fuerza el fenómeno de los judaizantes, que aumentaban en número día tras día. Estos, no solo practicaban el judaísmo a escondidas, renegando de su fe, sino que a menudo blasfemaban y realizaban ritos con palos consagradas que lograban robar, muchas veces con ayuda o con conjunto con los mismos judíos.

Todos estos factores contribuyeron a que, para los años en que Isabel gobernaba Castilla, el ambiente religioso se encontrase sumamente denso.

La situación estalló en Toledo, en el año 1449. Se llevó a cabo una revolución popular para sacar a todos los judíos de los cargos públicos. Varios judíos se vieron muertos durante estos sucesos en manos del populacho embravecido. A partir de entonces las matanzas de judíos por parte del pueblo cristiano se hicieron más frecuentes y violentas.

El postulador de la Reina, Anastasio Gutiérrez explica al respecto:

Las presiones (que se ejercían sobre judíos y conversos) son variadísimas, desde el apedreamiento de techos y ventanas en Trujillo durante la Semana Santa hasta la acción astuta de las autoridades municipales que negaban a las aljamas el concurso de la justicia o restringían los suministros de víveres o la libertad de comercio o insistían tercamente en el apartamiento de ****rías y de los judíos con el cierre de calles y otras maneras o hacían discriminación en la distribución de cargos comunes locales, etc.[31].

El repruebo del pueblo español hacia la raza semita llegó al punto de culpar exclusivamente a los judíos de la corrupción que para entonces sufría la Iglesia Católica[32].

Este denso clima de enemistad entre hispanos e israelitas encontró su punto culmen en un trágico hecho que revolvería los ánimos de los cristianos, aumentando su hostilidad para con los judíos. Tal hecho fue el asesinato de un pequeño niño, en la Guardia, para el viernes santo de 1491 llevado a cabo por una secta judaica durante uno de sus ritos. El niño sacrificado sufrió en su cuerpo tormentos similares a los que sufriera Nuestro Señor en su pasión.

No podemos detenernos aquí en los pormenores del suceso, pero nos basta decir, que aunque actualmente muchos siguen dudando de la veracidad de tales hechos (pues el cuerpo del niño nunca fue encontrado), los documentos y las declaraciones de los acusados nos conducen a inferir la total veracidad de los acontecimientos en la Guardia.

Volvamos a citar al postulador, que al momento de emitir juicios cuida absolutamente de que estén bien documentados, (pues escribe para la defensa de una causa canónica; y no una biografía que bien podría tener tintes novelescos): “El repruebo contra ellos (los judíos) fue creciendo por los caminos misteriosos que estimulan la psicología de las masas, hasta llegar al paroxismo final en el proceso del Niño de La Guardia”[33].

Y más adelante: “El repruebo de los unos y el temor de los otros llegó al paroxismo, como hemos dicho, con la ocasión del proceso del Santo Niño de la Guardia crucificado ritualmente el Viernes Santo”[34].

Estos sucesos atroces crearon un clima insostenible, que si no era remediado pronto acarrearía consecuencias nefastas para el reino, pues “para el espíritu español, inflamado durante siglos de guerra en el repruebo a los judíos por amigos de sus enemigos, no resultó difícil creerlos culpables de los más atroces crímenes. Setenta judíos fueron declarados culpables en 1468 (…) de haber crucificado a un niño cristiano”[35].

Urgía, en España, desde el punto de vista social una solución al problema de judíos, conversos y judaizantes.

Condición jurídica y legal

Antes de analizar la situación legal de los judíos para la época de Isabel, debemos recordar que entonces las leyes de los pueblos estaban íntimamente relacionadas con la religión de los mismos. No existía aún el Estado Moderno, tal como hoy los conocemos, con una constitución y una serie de leyes que deben adoptar todos los que deseen vivir en él.

Las sociedades se regían más bien por las leyes que su cultura, sus antiguas costumbres y su religión les dictaban y en base a ello, luego eran decretadas las leyes civiles.

En la España isabelina tres religiones (y por tanto culturas) fuertes coexistían: la cristiana, la islámica y la judía; y cada comunidad se regía por las leyes muy distintas unas de otras.

Esto constituía un grave problema para los gobernantes, pues albergaban dentro de sus territorios, grandes comunidades que no respondían a las leyes civiles del reino que habitaban.

Es por esto que en los concilios y también en las partidas de Alfonso X, llamado “el Sabio” (base jurídica de España), se trata con tanto detenimiento y de modo particular el modo en que debían vivir aquellos que profesaran otras religiones.

Teniendo en cuenta este estrechísimo lazo entre religión y ley que para entonces regía, prosigamos a analizar la situación jurídica de los judíos para la fecha que nos incumbe.

Respecto a su convivencia con los cristianos

Desde el primer concilio realizado en la Península Ibérica, se manda a los judíos vivir en barrios separados de los cristianos.

Las razones de tal apartamiento respondían por un lado, a las leyes mismas de los judíos, que les aconsejaban apartarse del resto y por otro lado, al hecho de que los judíos practicaban constantemente un proselitismo religioso, que llevaba a muchos cristianos (sobre todo conversos) a renegar secretamente de su fe y a judaizar.

Nos explica Anastasio Gutiérrez: “Los judíos no sólo formaban una comunidad con estatuto propio dentro de cada municipio (aljamas); en todas partes se tendía a la separación material en barrios reservados para ellos (ghetos)[36]”.

Al respecto es necesario aclarar que “mucho antes de que se les obligara a hacerlo, los judíos tuvieron la costumbre de agruparse en barrios propios llamados kahal. Hasta el siglo XIV la existencia de dichos barrios significó para ellos seguridad, necesidad y comodidad a la vez”[37].

Por otro lado los judíos debían llevar signos externos que los identificasen. Esto había sido dictado por las partidas de Alfonso X: “mandamos que todos quantos judíos y judías vivieren en nuestro señorío, que trayan alguna señal cierta sobre sus cabezas, que sea por tal que conozcan las gentes manifiestamente qual es judío o judía, pena diez maravedís de oro, e si no los tuviere reciba diez azotes públicamente ”[38].

Había además una serie de trabajos que estaban prohibidos para los judíos. También son las Partidas del Sabio las que mandaban estas prohibiciones: “de manera que ningún judío nunca tuviese jamás lugar honrado nin [sic] oficio público con que pudiese apremiar a ningunt [sic] cristiano en ninguna manera”[39].
Respecto a su condición en los Reinos

Los judíos de Castilla, tenían una situación legal bastante poco común. Permanecían allí como extranjeros tolerados, es decir que los reyes los hospedaban en sus reinos como a invitados, pero no conformaban una parte sustancial de la sociedad castellana. Así lo dictaba el código de las Siete Partidas: “la razón por que la iglesia, et los emperadores, et los otros príncipes sufriron [sic] a los judíos vivir entre los cristianos es esta: porque ellos viviesen como en cativerio [sic] para siempre e fuesen remembranca [sic] a los hombres que ellos vienen del linaje de aquellos que crucificaron a nuestro Sañor Jesu [sic] Cristo”[40].

Por esta condición dependían directamente del Monarca que los recogía en sus reinos como huéspedes, sin derecho a la ciudadanía. Ellos dependían única y directamente del Rey, y por este motivo es que constantemente tenían problemas con las autoridades municipales, porque no estaban para nada subscriptos a ellas.

Respecto a esto comenta Anastasio Gutiérrez:

La voluntad del Soberano era la que les otorgaba el derecho a vivir dentro de sus dominios y esa misma podía hacerles salir de ellos. Los judíos eran vasallos y súbditos personales de los Reyes y no miembros de la comunidad, según el pensamiento medieval (…) Esta situación era común en todos los reinos cristianos (…) y era conforme a la mentalidad judía, naturalmente y por religión, “racista” y auto-segregacionista[41].

A cambio de este permiso para residir en los pueblos cristianos, los judíos debían atenerse a una serie de cláusulas. La principal de ellas era no realizar proselitismo religioso ni con los cristianos ni con los conversos. A partir de la violación de esta condición es que los judíos deberán abandonar los reinos españoles, por incumplimiento de lo acordado con el Rey.

Es por esto que el postulador de la Reina insiste en la incorrección del término expulsión, para hablar del hecho de que los judíos abandonaran España. Él explica que debería decirse más bien suspensión del permiso de residencia, lo que en términos actuales llamamos retención de pasaporte. Ya que los judíos no eran parte de la sociedad española no podían ser expulsados de ella.

Condición política

Recordemos que la historia de España está forjada en el fuego de la guerra contra los infieles. Casi podríamos decir que la historia de España hasta finales del siglo XV, es la historia de la reconquista del territorio que los jovenlandeses habían invadido.

Los jovenlandeses fueron siempre para el español, el enemigo indiscutido. Esta situación política perjudicó en gran medida a los judíos, por haber sido desde siempre amigos y aliados de los hijos de Mahoma.

Cuando la Reina Isabel la Católica revivió en su pueblo el ideal de cruzada y la reconquista fue vuelta a poner en marcha, los judíos se convirtieron en personajes sospechosos y posibles aliados de los jovenlandeses. Tanto más cuando, como comentamos anteriormente, habían sido los mismos judíos quienes instaron a los fiel a la religión del amores a entrar en la Península por vez primera[42].

El historiador y poeta español, José María Pemán, en su Breve Historia de España considera este factor determinante para la expulsión de los judíos en 1492:

Los judíos eran en España verdaderos espías y conspiradores políticos. (…) Estaban organizados en verdaderas sociedades secretas de intriga y conspiración. En esas sociedades se habían preparado crímenes horribles, como el asesinato de un santo obispo de Zaragoza, y el Martirio, en la Guardia, de un niño en que se había reproducido la pasión de Cristo, azotándolo, coronándole de espinas y crucificándolo al fin. También era corriente el robo de palos consagradas de las iglesias, para luego pisotearlas y profanarlas en secreto. Por todo esto los Reyes Católicos, dispuestos a asegurar la unidad religiosa, base de la unidad de España, echaron a los judíos[43].



Por otra parte los reyes se enteraron de que muchos judíos habían apoyado y colaborado a Portugal cuando, en los inicios del reinado de Isabel la Católica, se enfrentaron vivamente a los Reyes de Castilla y Aragón. Así lo cuenta Tarsicio de Azcona: “No faltan indicios documentales para pensar que por lo menos los judíos cacereños se aliaron con el bando Portugués. La diplomacia castellana tuvo que tratar frecuentemente con la portuguesa sobre los judíos y conversos refugiados en el vecino reino”[44].

Prof. Magdalena Ale

continuará

[1] Jean Dumont, “La incomparable Isabel la Católica”. Madrid: Ediciones Encuentro, 1993.

[2] Ibídem, P. 61.

[3] Dt. 4,27.

[4] Ibídem, P. 82.

[5] Cuenta la leyenda que el entonces rey de España, Don Rodrigo, abusó de Florinda, una de las damas más bellas de la Corte. El padre de Florinda, llamado Don Julián, era a la sazón gobernador de Ceuta; y enojadísimo al enterarse de la deshonesta acción del rey para con su hija invitó a los jovenlandeses a que entrasen a la península a modo de venganza para con el rey.

[6] Sáenz, Alfredo. Héroes y santos. Buenos Aires: Ediciones Gladius, 1993. P. 161.

[7] Lv. 19,19.

[8] Dt. 22,11.

[9] Seguiremos aquí el texto ya citado del P. Ramiro Sánez.

[10] Sáenz, Ramiro. Op.C it., P. 67.

[11] El Talmud es el verdadero libro que rige a los judíos. Está compuesto por el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y por una recopilación de leyes y enseñanzas de los rabinos y ancianos del judaísmo. Es “el libro doctrinario que por sí solo expone y explica toda la ciencia y enseñanza del pueblo judío”, enseña Pranaitis, Iustinus Bonaventura en El Talmud desemascarado. Buenos Aires: Editorial Milicia, 1976. P. 15. Este libro contiene un profundo análisis del Talmud como libro base de la religión judaica y expone los artículos del Talmud que hablan del trato que los judíos deben dar a los cristianos. Su autor fue asesinado en 1917, se cree que por revelar los secretos de la ley judía.

[12] Walsh, T. William. Isabel la Cruzada. Madrid: Espasa. Calpe, S. A. 1945. P. 91.

[13]Ibídem, P. 90-91.

[14] Conf. Sáenz, Ramiro. Op. Cit., P. 74.

[15] Jean Dumont. Op. Cit., P.94.

[16] Américo Castro. La realidad histórica de España. Méjico, (sin dato de la editorial), 1974. P. 48. En Ibídem, P. 94.

[17] Azcona, Tarsicio. Op. Cit.

[18] Ibídem, P. 368.

[19] Ibídem, P. 368.

[20] Ibídem, P. 369.

[21] Ibídem, P. 369.

[22] Ibídem, P. 369.

[23] Se les llamaba así en recuerdo de la famosa yegua de Mahoma, en la cual realizó su viaje desde la Meca a Jerusalén pasando por los siete cielos, la cual era más baja que un caballo y más alta que la mula, pero no era ningún animal que se hallase en el libro De naturis animalium; del mismo modo los judaizantes no eran ni judíos ni cristianos; ni una cosa ni la otra.

[24] Las aljamas eran las comunidades de judíos o fiel a la religión del amores.

[25] Ibídem, P. 370.

[26] Ibídem, P. 370.

[27] Ibídem, P. 370.

[28] Jean Dumont. Op. Cit., P.93.

[29] Juana, la “Beltraneja” era hija de su difunto hermano y antiguo rey, Enrique IV, y de su esposa, Juana de Avis, hermana del rey de Portugal. La niña había sido considerada ilegítima para ascender al trono pues se suponía que en verdad no era hija del rey, sino de su favorito, Beltrán de la Cueva. De ahí el mote de “Beltraneja”.

[30] Azcona, Tarsicio. Op. Cit., P.372.

[31] Positio historica super vita, P.652.

[32] Walsh, T. William. Op. Cit., P. 92.

[33] Positio historica super vita, P.651.

[34] Ibídem, P. 652.

[35] Walsh, T. William. Op. Cit., P. 154.

[36] Positio histoica super vita, P.653.

[37] Sáenz, Ramiro. Op. Cit. P. 68.

[38] Alfonso X, el Sabio, Las Siete Partidas, VII, 24, 11. En Ibídem, P. 655.

[39] Ibídem, P. 654.

[40] Ibídem, P. 649.

[41] Positio histórica super vita, P. 649.

[42] Ver P. 50.

[43] Pemán, José María. Breve historia de España. Cádiz: Escelicer.S.L., 1950. P. 180-181.

[44] Tarsicio de Azcona, Op. Cit., P. 383.

Parte 6 de 7

Sobre la inquisición y otras cuestiones

Como el lector podrá advertir el clima de tensión que se había creado alrededor de la comunidad judía cada vez iba tomando mayores dimensiones y clamaban una pronta solución.

Desde el momento en que Isabel llegó al trono castellano adoptó para con los judíos una actitud benévola y maternal. Lejos de ser esta actitud poco sincera o interesada, estaba fundamentada en la caridad hacia el prójimo que la Iglesia Católica ha enseñado siempre, siguiendo las palabras del apóstol: “En Cristo no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos sois uno en Cristo Jesús”[1].

Y esta caridad hacia los judíos la podemos obervar tanto en las palabras como en las obras de Isabel la Católica.

Veamos lo que ella misma declaró durante una de sus estadías en Segovia. Respecto a los judíos afirmaba nuestra Reina: “Tomo y rescibo en mi guarda a los dichos judíos de las dichas aljamas y a cada uno dellos, e a sus personas y sus bienes, e los aseguro de qualesquier persona”[2].

Y en otra ocasión:



Todos los judíos de mis reinos son míos e estan so mi protección e anparo, e a mí me pertenece de los defender e amparar e mantener en justicia, tovelo por bien, e mandeles dar esta mi carta para vos en la dicha rason. Por la qual vos mando a todos e cada uno de vos de aqui en adelante non consintades nin dedes lograr que cavalleros ni escuderos ni otras personas nin personas algunas desa cibdad nin fuera della constrigan e apremien a los dichos judíos (…), ni que sobre ello les fieran nin maltraten nin fagan otro daño alguno contra derecho[3].



Fechada el 12 de agosto de 1490, se recoge la respuesta de Reina a los judíos de Medina de Pomar, que pedían justicia: “De derecho canónico y según las leyes de estos reinos, los judíos son tolerados y sufridos, y nos les mandamos tolerar y sufrir, y que vivan en nuestros reinos, como nuestros súbditos y vasallos”[4].

Pero no fueron solo palabras las bondades que la reina concedía a los judíos. Veamos algunos ejemplos de sus obras.

Pese a que muchos oficios estaban prohibidos para los judíos[5], la Reina Isabel se rodeó en su corte de muchos conversos e incluso de judíos que aún respondían a la ley mosaica.

Sin ir más lejos su esposo, Fernando, encontraba en sus ascendientes maternos elementos judíos. Pero además, el principal tesorero de la Hermandad General y de los caudales para la guerra de Granada, era Abraham Seneor, Gran Rabino de Castilla; el suministro de las tropas durante la misma guerra estuvo a cargo de Samuel Abolafia; Vidal Astori era platero de Fernando; Yusé Abrabanel fue recaudador mayor del Servicio de Ganados; Lope de Conchillos, Miguel Pérez de Almazán y Hernando del Pulgar eran los tres secretarios privados de la Reina (este último era, además consejero y cronista oficial); Lorenzo Badoc, fue médico de Isabel; Jacob Aben Nunnes, lo era de Fernando; y Abraham de los Escudos era el ingeniero real[6]. Todos ellos judíos practicantes o conversos.

Recordemos también que por las leyes dictadas en las Partidas, los judíos debían llevar un signo externo que los identificase del resto de la población. Respecto a esto nos comenta José María Zavala: “En honor a la verdad, los castigos por incumplimiento no fueron severos, y las disposiciones apenas se cumplían. Tan sólo en tres ocasiones, dos en 1478 y una en 1491, los reyes indicaron a las autoridades locales vigilancia, pero siempre se procedió a instancia de parte”[7].

Todas estas medidas, que dan por tierra las acusaciones que muchos hacen a Isabel de xenofóbica e intolerante, nos llevan a reconocer con el postulador de la Reina: “si de algo se podría acusar a los Reyes Católicos es de no haber tenido mucha cuenta de estas disposiciones (las leyes para los judíos)”[8].

* * *

Así y todo, pese a la paciencia y bondades de la Reina, la situación de los judíos y sobre todo de los conversos llegó a un punto que urgía una solución.

Por un lado, la desobediencia al cuasi-contrato que les prohibía realizar proselitismo religioso cada vez se tornó más seria. El número de judaizantes aumentaba a montones y las profanaciones de la Santa Eucaristía se hacían más frecuentes.

Isabel, con su admirable prudencia, intuyó que el problema de los judíos y conversos, no solo resultaba ser político y social, sino, sobre todo, era un problema religioso. Lo que estaba en juego era la pureza de la fe que ella tanto amaba y que de a poco se veía contaminada por la herejía judaizante.

* * *

Para una mejor comprensión del lector, analizaremos por un lado las medidas que tomó Isabel con los falsos conversos y por otro las que tomó con los judíos. Si bien ambos temas están relacionados profundamente, los problemas que causaban a Castilla eran distintos y por ello se tomaron diferentes medidas para cada uno ellos.

Comencemos por el problema de los judaizantes, por haber sido este resuelto antes que el de los judíos.
El Tribunal de la Inquisición

No realizaremos aquí una exégesis acabada sobre el tema de la Inquisición, simplemente trazaremos un breve recorrido por su historia, remarcando los motivos que llevaron a los Reyes a actuar como lo hicieron.

Como habíamos dicho con anterioridad el número de falsos conversos crecía día a día. Así nos lo cuentan las crónicas de la época: “pues veníanse a las iglesias ellos mismos a baptizar y tornados christianos en toda Castilla muy muchos de ellos; y después de baptizados se iban algunos a Portugal e a otro reynos a ser judíos; y pasado algún tiempo se volvían a ser judíos donde no los conocían… ”[9].

Este aumento de judaizantes despertó una gran polémica, acerca de si eran o no eran herejes, pues había quienes decían que no podían ser herejes pues nunca habían sido en su corazón verdaderos cristianos.

El problema llegaría a manos del Pontífice de Roma, que para entonces era Nicolás V, quien no pudo dar una respuesta satisfactoria al complejo problema que se le presentaba,[10]pues no era fácil hallar pruebas de herejía, cuando los mismos conversos negaban sus prácticas mosaicas.

Pero el tema urgía una respuesta y los intelectuales y los prelados no acababan por ponerse de acuerdo. Pero esta incertidumbre contribuyó a acelerar las cosas, tal como afirma el P. Anastasio Gutiérrez:

…el problema de los conversos quedaba en pie y sin solución práctica alguna; el solo hecho de que la curia romana acabase declarándose “anticonversos” pero demostrando su impotencia para atajar el gran malestar que estaba originando en la comunidad cristiana de Castilla la presencia de los “falsos conversos”, venía en cierto modo a exigir prontos y más eficaces remedios, preparando así el terreno a la introducción de la Inquisición en Castilla[11].



Tanto el rey Juan II como Enrique IV (ambos de Castilla), advirtieron este problema. El primero de ellos instaló temporalmente un tribunal inquisidor episcopal en algunos de sus reinos, y el segundo, comenzó las tratativas para establecer en Castilla una Inquisición formal, en la cual pudiera él mismo designar a los inquisidores. Este es el antecedente más directo de la Nueva Inquisición que se instauraría en 1480.

Pero si bien la puesta en marcha del aparato inquisitorial data de esa fecha, no así sucede con la bula pontificia de Sixto IV, Exigis sincere devotionis affectus, que fue emitida el primero de noviembre de 1478.

¿Qué sucedió durante esos dos años, en que existía la bula y el permiso pontificio para instalar la Inquisición y esta no era puesta en marcha?

Durante esos años los Reyes decidieron llevar a cabo una intensa campaña de predicación, dirigida especialmente para los judíos y judaizantes de Castilla.

La campaña se concentró en la ciudad de Sevilla que tradicionalmente había sido semilleros de herejes, y donde los problemas con los judíos eran más graves y frecuentes. La campaña estuvo a cargo de quien fuera por tantos años confesor de la Reina: Fray Hernando de Talavera, descendiente él mismo de conversos. Actuó con él el Cardenal Mendoza, mano derecha de la Reina en gran parte de su reinado. Este último prelado escribió un catecismo especialmente para jovenlandeses y judíos que quisieran abrazar la fe de Cristo.

Pero estas medidas poco éxito obtenían. Así lo explica Anastasio Gutiérrez:

Insensibles a todas las invitaciones que les dirigían, los judaizantes no reaccionaron positivamente; antes por el contrario, se mantuvieron firmes en su actitud provocadora. Incluso un judío anónimo un falso converso, se atrevió a escribir un libelo denigratorio de la religión cristiana, de sus ministros y de su culto, que circuló por toda Sevilla clandestinamente en un intento de contrarrestar la campaña misionera[12].

Y mientras los Reyes se preocupaban por agotar todos los medios antes de la instauración definitiva de la Inquisición, el clero y los prelados Castellanos llamaron la atención fuertemente a los Reyes sobre el peligro en que se encontraba la fe cristiana, hostigada por las herejías judaizantes. Así ha quedado sentado en los documentos:

En el año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil cuatrocientos ochenta, muchos sacerdotes y otros varios celosos y amigos de la religión cristiana y fe católica, y especialmente un religioso prior de Santa Cruz, y don Diego de Merlo, asistente de la ciudad de Sevilla, y Padre Martínez Camaño, secretario del rey Don Fernando, avisaron a los Reyes Católicos cómo había casi por toda España muchos hombres de los judíos que se habían tornado cristianos y después arrepentidos, diciendo mal del nombre cristiano y de su santa doctrina, viviendo en sus ritos judaicos, en sus casas, escondidamente de los cristianos, se volvían a su ley antigua y ceremonias judaicas, menospreciando las cristianas y la fe católica[13].

Y así es que, ante la obstinación de los judaizantes y las constantes llamadas de atención por parte de la Iglesia a los Reyes en salvaguarda de la fe, el Tribunal de la Inquisición se instauró en Castilla en septiembre de 1480.

* * *

Hemos explicado hasta aquí, brevemente, cómo y por qué motivos los Reyes Católicos instauraron la Inquisición en sus reinos.

Nos parece oportuno aclarar ahora algunas de las aristas de esta cuestión que han contribuido a crear la leyenda negra en torno a Isabel y la Inquisición.
¿Isabel la Católica inventó la Inquisición?

No, la Inquisición no es un invento de Isabel la Católica y tampoco en un invento cristiano, ni católico.

De hecho si nos remontamos a los orígenes de la Inquisición como represión de las desviaciones religiosas hallamos sus raíces en la religión judaica.

En efecto, a los judíos se les manda, tanto en la Biblia como en el Talmud apiolar al judío que reniegue de su fe. San Esteban, el primer mártir de la Iglesia Católica, muere apedreado por los judíos por haber abandonado la ley de Moisés.

Al respecto comenta Dumont:

Así por ejemplo, el Deuteronomio (13, 13-17), pieza maestra de la Torah judaica, ordena que si en alguna ciudad los judíos pervertidos sirvieran a dioses desconocidos, los judíos llevarán a cabo una inquisición meticulosa, y si ésta confirma los hechos, “deberán pasar a filo de espada a los habitantes de esa ciudad (…) y prender fuego la ciudad con todos sus despojos, ofreciéndola toda a Yahvé su Dios”. Y no se trata de un texto aislado: la misma ley de Moisés ordena en otra parte (Deuteronomio 17, 2-5) que se someta a los herejes a una “indagación minuciosa” y luego “los sacarás de las puertas de tu ciudad (…) y los apedrearás hasta que mueran”[14].

¿Quién pidió que se instaurara el Tribunal Inquisitorial en España?

Lo hicieron los mismos conversos que, de buena fe, se habían convertido al cristianismo y que se daban cuenta de manera especial del peligro que significaba para la fe la herejía reinante de la judaización.

El postulador nos dice:

Estos (los conversos verdaderos) fueron quienes más aguzaron sus armas y asumieron papeles de auténticos inquisidores contra los falsos conversos. Tanto es ello verdad, que la primera iniciativa del empleo de este medio inquisitorial contra ellos, procedió, según últimos resultados de los actuales estudios, no tanto de los cristianos viejos, cuanto de los aludidos conversos exaltados, dispuestos a erradicarlos por la fuerza[15].

Volvamos a citar al historiador francés:

No hay, entonces ninguna tradición castellana de hogueras por cuestiones de religión. Y en el momento en que Isabel comienza su reinado, sólo algunos conversos, cuyos textos hemos citado, aspiran a encenderlas[16].
¿Qué clase de torturas solían usarse en los procedimientos inquisitoriales de Castilla?

Antes que nada hay que aclarar que la tortura no era sino un procedimiento extremadamente excepcional, que para ser utilizada se requería de un permiso especial que debía ser firmado por los inquisidores y el obispo del lugar. “Y en las estadísticas sacadas de los procesos inquisitoriales de Toledo y Valencia en esa época muestran que no hubo tortura más que en 1 o 2% de los casos, y que sólo se aplicaba con los conversos más peligrosos”[17].

Las penas más comunes solían ser peregrinaciones, procesiones, oraciones o visitas continuadas a la Iglesia. También el uso del sambenito era frecuente. Pero como vemos todas estas penas están muy lejos de ser verdaderas torturas.

Podríamos decir que quizá la “tortura” más frecuente que la Inquisición utilizaba era la prisión.
¿Cómo eran las cárceles de la Inquisición?

La pena más frecuente que era la de prisión perpetua, era una pena de prisión por tres a ocho años en una prisión abierta, en la que se confiaba en la buena voluntad del enmendado que podría salir de la prisión, siempre y cuando volviera a ella antes de la caída del sol.

Pero había otras penas en las que el acusado debía permanecer encerrado. Entonces este podía traer su servidumbre (si lo tenía); podía escribir, pues se disponía para él tinta y pluma; e incluso podía trabajar, llevando a prisión los elementos que requería. Así el preso podía incluso continuar manteniendo a su familia desde la guandoca.


¿No fue la Inquisición motivo de roces con el Papa?

Sí, efectivamente, muerto Sixto IV, llega al Trono Pontificio Inocencio VIII, quien prestará demasiados oídos a los rumores que los judíos y conversos hacía circular por Roma con el fin de que el tribunal fuese suspendido.

Pero estas contiendas no afectaron sustancialmente la relación de los Reyes con el Papa y las cartas a él dirigidas son una muestra exquisita de humildad y obediencia hacia la sede de Pedro. Así por ejemplo leemos:

“Muy sancto padre: Vuestra humil [sic] y devota fija reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, etc. beso vuestros pies y sanctas manos y muy omilmente me encominedo en vuestra Santidat”(…) Por ende a vuestra santidat muy omilmente supplico que por lo tanto que en ello va al seruicio de nuestro señor y ahun por euitar los inconuenientes que más el dicho obispo sobresto no sea oydo…”[18]

Y la respuesta del Papa a la reina no está escrita en términos menos afectivos:

Vuestra carta está llena de vuestra piedad y singular devoción hacia Dios. Nos alegramos sinceramente, hija bien amada de nuestro corazón, de que Vuestra Alteza emplee tanto trabajo y diligencia en estos asuntos que tanto nos preocupan (…). Es grato para Nos que os conforméis con nuestro deseo, para castigar las ofensas contra la Divina Majestad con tal cuidado y devoción. Realmente, muy querida hija, vemos que vuestra persona está adornada de muchas virtudes reales, gracias a la magnificencia divina, y alabamos vuestra devoción a Dios y vuestro constante amor por la fe ortodoxa[19].

Por otra parte el Papa, nunca se opuso a la Inquisición como tal, sino que la disputa giraba en torno a la elección de los Inquisidores. Los Reyes comprendían la necesidad de que fueran escogidos por ellos y de que dependieran de la Corona, pues eran ellos quienes conocían a fondo el problema socio-político que les tocaba vivir. El Obispo de Roma, insistió varias veces para que los inquisidores fueran designados y respondieran a él.

* * *

Hemos expuesto hasta aquí a grandes rasgos los motivos y algunos aspectos de la Inquisición que instaurara la Reina Isabel en sus Reinos.

Nos parece oportuno, finalizar con el juicio que sobre la Inquisición ha emitido la Comisión de Investigación Histórica para la causa de Isabel:

La fundación de la Inquisición en Castilla está vinculada al hecho de las desviaciones doctrinales y errores provocados por la presencia judía y su estrecho contacto con la población de “cristianos nuevos, vulgarmente llamados “conversos”; lo cual había creado un grave peligro a la sociedad cristiana. Los Papas, Sixto IV muy particularmente, habían captado perfectamente esta realidad española. Este Papa apoya a los Reyes Católicos y presiona constantemente por una solución rápida del problema. En este contexto papal podrían ser muy secundarios los altos consejos del más selecto equipo asesor que la Reina tenía: el santo fray Hernando de Talavera, su confesor, el sagaz cardenal don Pedro Gonzáles de Mendoza, y después, el cardenal Cisneros. Aún cuando la Reina hubiera querido evitar el Tribunal de la Inquisición y lo intentó de verdad, no lo hubiera conseguido: ni como reina ante sus súbditos, ni menos aún como cristiana ante sus confesores y ante los mismos Papas”[20].

Como vemos, no se ha encontrado durante la investigación falta alguna por parte de Isabel; antes por el contrario, se ha comprobado que el actuar de la Reina Católica fue el de una buena cristiana, atendiendo siempre a la caridad y oyendo los consejos de la Iglesia.

De este modo, la Comisión Histórica que estudió el tema de la Inquisición, revisando todos los documentos necesarios, no ha hallado motivo aquí para frenar la canonización de Isabel la Católica.
La expulsión de los judíos

Con la instauración de la Inquisición en Castilla se halla la solución al problema de los “falsos conversos”. Pero aún quedaba pendiente encontrar una solución al problema de los judíos. Esta era una tarea mucho más complicada, pues los conversos, al estar bautizados formaban parte del Cuerpo Místico de Cristo y por ello Roma podía intervenir en el conflicto.

Pero los judíos escapaban a la jurisdicción del Papa y no podían ser declarados herejes, pues ellos nunca habían sido cristianos. Es por esto que la Inquisición no podía hacer nada con ellos.

Sin embargo en el aspecto religioso, cargaban muchas de las mismas culpas que los judaizantes, como por ejemplo las blasfemias, la instigación para que los conversos abandonaran la fe en Cristo y volvieran a las prácticas judaicas, las intrigas y conspiraciones contra los reyes, el robo frecuente de palos consagradas y finalmente el sacrificio realizado con el Santo Niño de la Guardia.

El Padre Gutiérrez, explica cómo los judíos amenazaban al trabajo de la Inquisición, pues buscaban por todos los medios atraer a los conversos a su antigua religión o al menos a ciertas prácticas judaizantes: “Más delicada era aún la posición del converso en su comunidad judía; era acosado constantemente por los de su raza para hacerle judaizar”[21] .

Por otro lado, el problema político de los judíos se hacía cada vez más insoportable. A diferencia de los conversos, estos se negaban a integrarse al Estado español que comenzaba a surgir bajo el ala de Isabel. La unidad española comenzaba a forjarse para luego dar a luz al Gran Imperio Español. Sabemos que dicha unidad se basaba en el elemento religioso, (¡tan bien sabía la Reina Católica sobre qué bases construir su Estado!) pero el pueblo judío no solo no aceptaba la religión del Estado que comenzaba a nacer, sino que tampoco respetaba sus leyes ni sus autoridades municipales, no se adaptaba a su estilo de vida, no compartía sus fiestas ni costumbres y no se integraba a su sociedad.

Nos dice al respecto el P. Azcona:

Por no gastar palabras diremos al respecto que estaba en juego el problema de la asimilación de la minoría étnica judía, agudizado en los tiempos nuevos por la concepción renacentista del poder y por razones pragmáticas de coexistencia. En último término, ante las dificultades de tal asimilación, se impuso la razón de estado, que dictó la expulsión de cuantos judíos no estaban dispuestos a integrarse en la comunidad castellano-aragonesa, aceptando sobre todo la fe cristiana mediante la recepción del sacramento del bautismo[22].

Recordemos que en enero de 1492, los Reyes Católicos acababan de finalizar la Reconquista de España que desde hacía ocho siglos se venía realizando. A partir de esa fecha, ya todo el territorio peninsular estaba en manos cristianas. Se había logrado la “unidad territorial” y se buscaba ahora la unidad política y religiosa. El problema de los jovenlandeses sería solucionado con el tiempo, pero el de los judíos urgía una rápida solución.

No olvidemos, además que, fue ese mismo pueblo el que instigó a los jovenlandeses para que invadieran el territorio español. Ahora que la medialuna había sido expulsada de la Península Hispánica, ¿qué les garantizaba a los Reyes Católicos que el pueblo judío no volvería a hacer alianza con los hijos de Ismael y ayudarlos a penetrar nuevamente en las tierras granadeses?

Tanto la situación política, social y religiosa clamaban una salida al problema. Es por esto que los reyes, tras minuciosos análisis y largos desvelos, toman la decisión, apoyados en fray Tomás de Torquemada, de expulsar de sus reinos a todos los judíos que no quisieran abrazar la fe cristiana. Este decreto fue promulgado el último día del mes de marzo de 1492.
No fue propiamente una expulsión

Por más que lo hayamos mencionado con anterioridad nos parece de una necesidad apremiante resaltar que, desde el punto de vista jurídico, el hecho de que los judíos abandonaran España, no fue propiamente una “expulsión”; sino un “retiro de permanencia en los reinos”. Esto se debe a que el pueblo de Israel vivía en la condición de “extranjero tolerado”.

La condición fundamental para poder residir en las tierras españolas era la de no practicar proselitismo religioso[23]. Así lo dictaban las partidas del Sabio: “Otrosí se deuen mucho guardar de predicar ningún christiano, que se torne judío, alabando su ley o denostando la nuestra. E qualquier que contra eso fiziere, debe morir por ende, e perder lo que ha”[24].

El postulador explica respecto a la aplicación de esta ley por parte de los Reyes Católicos:

“Estas leyes no fueron absolutamente aplicadas por los Reyes Católicos por las vías ordinarias del gobierno y fuera de los procesos de la Inquisición; no conocemos ningún documento que sancione su aplicación”[25].

Pero ante el incumplimiento sistemático de las leyes del reino, los reyes terminaron optando por privar a los judíos de su permiso de residencia.

Citemos nuevamente al postulador:

“En cuanto al decreto de expulsión no hay que olvidar que obedece a los crímenes que los judíos cometían contra la Ley del Reino y contra el estatuto que estaba a la base de su tolerancia en el mismo reino, especialmente contra la prohibición de proselitismo. (…) Por tanto no parece que pueda decirse que los Reyes suprimieron el judaísmo en cuanto tal y que consiguientemente tuvieron que marchar todos los judíos; fueron los judíos los que tuvieron que ser expulsados como subversivos del orden público y consiguientemente desapareció el judaísmo”[26].

Motivo principal de la expulsión según el edicto: salvaguardar la fe de los Reinos

Explicábamos al inicio del tema los múltiples motivos que llevaron a los reyes a tomar tan difícil decisión.

Sin embargo es importante remarcar el motivo con que ellos mismos argumentan la expulsión en el edicto, que es un claro reflejo de la convicción de que le fe y la religión son el lazo más fuerte para unir una sociedad.

Veamos qué dice el edicto: “Bien sabedles o debedles saver que porque nos fuimos informados que en estos nuestros reynos abia algunos malos christianos que judaiçaban e apostatabn de nuestra santa fee catolica, de los cual hera mucha causa la comunicación de los judíos con los christianos”[27].

Y luego se denuncia el proselitismo: “los quales (los judíos) se prueban que procuran siempre y por quantas vías e maneras pueden de subvertir e subtraer de nuestra santa fee catolica a los fieles christianos e los apartar della e los atraer e perbertir a su dañada creencia e opinión, instruyéndolos”[28].

Los reyes dejan bien en claro en estos y en muchos otros fragmentos que los judíos deben abandonar sus reinos a causa de su pertinaz proselitismo religioso, que conformaba una grave falta contra las leyes del reino y, atentaba contra la integridad de la fe cristiana.

Condiciones de la salida

Las condiciones en que los judíos abandonaron España fueron las más justas y caritativas que se pudieran esperar.

Se permitió a los judíos llevar todos sus bienes (excepto los caballos, fundamentales para la guerra) y su dinero en papel de cambio para poder sacarlo en el exterior.

Desde la promulgación del edicto se concedieron cuatro meses de tolerancia, para que los judíos pudieran vender sus propiedades y llevarse de España todo cuanto les pertenecía. Sobre este tiempo, Fray Tomás de Torquemada, concedió nueve días más, pues ese tiempo tardó el edicto en ser conocido por todos.

Es cierto que habría una injusticia obligada, pues muchos cristianos que debían dinero a los judíos aprovecharon las circunstancias para verse libres de sus deudas o para comprar las propiedades de los judíos a precios bajísimos, sacando ventaja de la necesidad que tenían los judíos de vender.

No obstante, estas circunstancias escapaban de las manos de los reyes. Sin embargo ellos hicieron todo lo que tenían al alcance de sus manos para evitar los abusos contra los hebreos. Así lo explica Dumont: “los reyes hicieron todo lo posible para atenuar estas consecuencias: enviaron a las ****rías a jueces encargados de arbitrar los conflictos de intereses que tenían que ver con la expulsión, y castigaron duramente a los culpables de las injusticias con los judíos”[29].

Reconocimientos

Para concluir este tema remarquemos que, lejos de provocar la expulsión de los judíos un escándalo, fue muy bien acogida en toda Europa y que recibió la aprobación de importantes instituciones de la época.

Este popular reconocimiento en términos generales no es puesto en tela de juicio, ni siquiera por los historiadores que no aprueban las razones del edicto.

Así por ejemplo William H. Prescott[30], uno de los más reconocidos biógrafos de los Reyes Católicos, que califica al edicto de expulsión de los judíos como “desastroso”[31], pero no puede menos que reconocer:

…hasta donde la expulsión de los judíos era conforme con la opinión de los contemporáneos de mayor capacidad e ilustración, se puede desde luego inferir de las alabanzas prodigadas a sus autoridades por muchos de ellos, porque sin contar a los españoles, que sin excepción la celebran como un sublime sacrificio de todos los intereses temporales al principio religioso, los extranjeros más instruidos, asimismo, aun cuando condenan los detalles de la ejecución o lamentan los padecimientos de los judíos, ensalzan la ley, como prueba del celo más vivo y laudable en favor de la verdadera fe[32].

La Universidad de París envió sus felicitaciones a los Reyes Católicos por la expulsión de los judíos y la reconquista de Granada en 1493.

Otro tanto realizó el mismo Papa, para entonces Alejandro VI, quien no solo aprobaba sino que felicitaba a los Reyes por su celo hacia le fe.

Desde la Santa Sede llegó a los reyes el siguiente reconocimiento:

Es muy difícil juzgar sobre qué virtudes prevalecen en Vuestras Majestades, si las que se ejercitan en la guerra o en la paz; pero es cierto en todo caso que vuestra religiosidad y ánimo católico se recomiendan en sumo grado por el empeño constante de custodiar la fe católica en vuestros reinos; y así, del mismo modo que no cesáis de combatir a los enemigos públicamente declarados, así también lo hacéis con los enemigos emboscados al interno, quienes bajo el nombre de cristianos reniegan de Jesucristo y con judaica perfidia y execrable superstición habían infectado el pueblo del Señor. Y para que semejante peste no volviera a nutrirse en delante de raíz tan venenosa, por eso retirasteis el permiso de permanecer en vuestros reinos a los numerosos judíos que en ellos vivían, autorizándoles a llevarse todos los bienes con increíble perjuicio vuestro y quebrando de nuestros pueblos, todo en vista de unas ganancias celestiales[33].

El mismo Alejandro VI al proveer a los reyes de su título de “Católicos”, menciona la expulsión de los judíos como unos de los motivos por el cual eran merecedores del mismo. Así lo explica Jean Dumont: “… el papa y el Consistorio, en su concesión del título de “Católicos” a Isabel y Fernando, hicieron reseñar entre sus grandes méritos en el campo de la fe católica y de la religión cristiana en España, la “expulsión de los judíos”[34].

Vemos así que esta medida de la Reina estuvo en total conformidad con la Iglesia romana de Cristo.

* * *

Para finalizar nuestras consideraciones acerca de la expulsión de los judíos de España, expondremos las sentencias que la Comisión Histórica del tribunal de Valladolid creado para la causa de la reina, ha dictado al respecto:

- El judaísmo sería siempre la fuente que surtiría el criptojudaísmo. Mientras la fuente estuviese allí, el problema subsistiría.

- La medida de la expulsión estaba imperada por exigencias del Estado, con mayores razones que las que hoy existen en los delitos contra la seguridad del Estado y que se substancian en los gobiernos modernos sin contemplaciones.

- El hecho fue preeminentemente de carácter religioso y fue también una inaplazable medida política imperiosamente exigida por la sociedad española y por el pueblo en sus Instituciones más representativas.

- En definitiva, la medida fue tan universalmente popular en toda Castilla y Aragón, que se tiene comúnmente, durante los siglos que siguen, como uno de los grandes servicios que se le computan a los Reyes Católicos[35].

Finalmente sentencian los investigadores:

De notar que los reyes jamás hicieron una política antisemita, antes al contrario, protegieron siempre a las aljamas y se valieron abundantemente de técnicos y economistas hebreos en la administración del Reino. Le expulsión no solo fue concebida en una línea correctísima de intenciones, sino que es jurídicamente incontestable. El Romano Pontífice, con quien extrañamente pero sabiamente, no contaron los Reyes, la aprobó “a posteriori”. Además fue ejecutada del modo más justo, humano y caritativo que se podía desear[36].

* * *

Creemos que quedan dadas las razones suficientes como para desechar desde cualquier punto de vista las acusaciones que se hacen a nuestra Reina respecto a su conducta con los judíos y conversos. No creemos que haya en su procedimiento ningún elemento que pueda considerarse una causa de peso para archivar su proceso canónico de beatificación.


Prof. Magdalena Ale
continuará

[1] Gal. 3,28.

[2] Documento de 1477, amparando a los judíos de Sevilla. En: Jean Dumont. Op. Cit., P. 96.

[3] Carta del 07 de julio de 1447, toma aquí bajo su amparo a los judíos de Trujillo. En: Azcona, Tarsicio. Op. Cit., P. 629. y en: Zavala, José María. Isabel Íntima. Barcelona: Planeta, 2014. P. 105.

[4] Azcona, Tarsicio. Op. Cit., P. 630.

[5] Ver P. 61.

[6] Conf. Zavala, José María. Op. Cit., P.113, 114.

[7] Ibídem, P.114.

[8] Ibídem, P. 113.

[9] A. Bernaldez, Historia de los Reyes Católicos, cap. XLIII, en BAE, tomo LXX (Madrid, 1953), P. 599. En: Positio histórica super vita, P. 302.

[10] Promulgó primero la bula Humani generis, ordenando que no se condenase a los conversos sin antes escucharlos y juzgarlos por jueces competentes. Pero al año siguiente promulgó una nueva bula revocando la anterior.

[11] Positio historica super vita, P. 305.

[12] Ibídem, P. 312.

[13] Ibídem, P. 313.

[14] Jean Dumont. Op. Cit., P. 84.

[15] Positio historica super vita, P. 310.

[16] Jean Dumont. Op. Cit., P. 85.

[17] Ibídem, P. 105.

[18] Carta de Isabel la Católica al Papa Inocencio VIII. En: Positio historica super vita, P. 326.

[19] Ibídem. P.358-359.

[20] Positio historica super vita, P. XXXVIII.

[21] Ibídem, P. 660.

[22] Azcona, Tarsicio. Op. Cit., P. 623.

[23] Tal como aún hoy en varios países fiel a la religión del amores se exige a los cristianos.

[24] Alfonso X el Sabio, Las Siete Partidas, VII, 24, 7. En: Positio historica super vita, P. 664.

[25] Positio historica super vita, P. 664.

[26] Ibídem, P. 668. Las negritas nos pertenecen.

[27] Ibídem, P. 670.

[28] Ibídem, P. 671.

[29] Jean Dumont, Op. Cit., P. 126.

[30] Prescott, William H. Op. Cit.

[31] Ibídem, P 609.

[32] Ibídem, P. 625-626.

[33] Zavala, José María. Op. Cit., P. 102. Las negritas son nuestras.

[34] Jean Dumont, Op. Cit., P. 131.

[35] Positio historica super vita, P. 682.

[36] Ibídem, P. XXXVIII.
 
Conclusiones:

Hemos realizado un veloz recorrido por los puntos fundamentales acerca del drama de los judíos en España y su final expulsión bajo el reinado de Isabel I, de Castilla.

De la mano de la Comisión Histórica encargada de la investigación para el proceso canónico de la Reina, hemos podido advertir que no se encuentra en el accionar de la reina acción alguna digna de reproche; y que por lo tanto, los vidriosos temas de la Inquisición y la Expulsión de los Judíos no conforman motivo alguno para frenar su beatificación.

Pero quisiéramos brevemente arriesgarnos más aún, y comprobar cómo la multitud de virtudes que Isabel la Católica guardaba en su alma se ven reflejadas en estas dos medidas de gobierno.

Si la suspensión del permiso de residencia en los reinos castellanos y la instauración de tribunal inquisitivo se ven colmadas de bondades y de virtudes de nuestra reina, no solo no son un motivo para frenar su causa sino que son dos escalones más hacia los Santos Altares.

Para realizar la tarea que nos proponemos, nos basaremos principalmente en la Positio histórica que venimos siguiendo hasta el momento. Dicho, pues, esto introduzcámonos en lo que nos compete.

Su conducta con los judíos, un acto de fe

Resalta el P. Anastasio Gutiérrez que no se descubre en la vida de la reina presencia de fenómenos místicos como revelaciones privadas, milagros o visiones. Siendo así, la fe de nuestra reina pasa ser más valiosa aún, porque sin la menor certidumbre divina, estuvo siempre dispuesta a obedecer los designios de Dios que oscuramente se presentaban ante sus ojos.

Esta fe viva de Isabel, se advierte al momento de instalar el Tribunal Inquisitivo, el cual fue implantado con el único objeto de preservar la santa fe católica de la “herética pravedad judaica”. El celo por la fe de España, fue lo que en definitiva la llevó a tomar tan difícil decisión.

Por otro lado el postulador advierte que la decisión fue un acto de fe en la Iglesia de Cristo, que desde hacía tanto tiempo venía advirtiendo el problema de los judaizantes en Castilla: “A nuestra Reina le costó trabajo entrar por la Inquisición, pero cuando Fr. Hernando de Talavera la convenció que no cabía otro remedio, la adoptó y la apoyó por todos los medios”[1].

Más tarde vendrán leves roces con el Papa Inocencio VIII, a causa de ciertos rumores que algunos obispos provenientes del judaismo habían hecho llegar a Roma. Aquí la entereza, la prudencia y la humildad con que la Reina defiende el Tribunal que la Iglesia misma le había pedido implantar, serán asombrosas. A tal punto que el mismo Papa le reconocerá el acierto del siguiente modo: “Ten buen ánimo y no dejes de hacer con gran devoción y diligencia tan pía obra, para Dios y para nosotros tan grata”[2].

El postulador advierte: “La Reina escribió cuatro veces al Papa; las cartas son de un coraje único al enfrentarle con sus responsabilidades, al mismo tiempo que modelos de respeto y veneración”[3].

Respecto a la expulsión de los judíos de España, la Reina intentó por todos los medios antes de su expulsión acercarlos a la santa fe, que tanto amaba. Las predicaciones de Fr. Hernando de Talavera y el catecismo del Cardenal Mendoza, no tenían otro fin que expandir la fe hacia este sector de la sociedad castellana que aún no la había conocido.

Pero al ver tan pocos resultados de estas medidas, los reyes se decidieron por pedir a los judíos que abandonaran España, con el principal fin de salvaguardar la pureza de la santa fe cristiana y lograr la unidad del reino que exigía el Bien Común, del cual como legítimos gobernantes, eran custodios.

Este fervor por la salvaguarda del Bien Común, constituye a nuestra Reina en un excelente modelo de gobernante.

Esto nos da un nuevo motivo para creer en la conveniencia de su canonización.

Recordemos que:

“Cuando la Iglesia canoniza un fiel no quiere solamente asegurar que el difunto está en la gloria del cielo, sino que lo propone como modelo de virtudes heroicas. (…) Para ser considerado santo debe haber ejercitado las virtudes heroicas en el cumplimiento de su misión (…) (lo cual) implica su santidad no sólo en la vida privada, sino también en la vida pública, o sea el ejercicio heroico de la virtud en el cargo que le es propio”[4].

Atendiendo a esto, no podemos menos que reconocer que también en este aspecto nuestra Sierva de Dios ha sobresalido considerablemente, ya que no sólo cumplió su rol de reina como debía, sino que es un modelo seguro de gobernante.
Su conducta con los judíos un acto de caridad

Ya hemos mencionado las bondades de Isabel y las constantes consideraciones que siempre tuvo hacia el pueblo elegido por Dios, pasando por alto muchas veces las leyes castellanas que tan estrictas eran para con ellos[5].

También comentamos el extremado cuidado que tuvo nuestra Reina cuando los judíos estaban por dejar sus Reinos, de que nadie los maltratase ni abusara de ellos en su salida, permitiendo el regreso a los judíos que quisieran abrazar la fe de Cristo[6].

El postulador remarca al respecto la humanidad del Decreto y las muy amplias garantías para su salida: “ya hemos visto ante todo, que (el edicto) fue justo y bien justificado; pero hay que añadir que fue una caridad de la Reina para la Comunidad israelita, en la substancia y en el modo”[7].

En cuanto a las garantías remitámonos a lo proscripto en el edicto:

Por la presente los tomamos e recibimos so nuestro seguro e amparo e defendimiento real e los aseguramos a ellos e a sus bienes para que… puedan andar e estar seguros e puedan entrar e vender e trocar e enajenar todos sus bienes… e que durante dicho tiempo no les sea fecho mal ni daño ni desaguisado alguno en sus personas ni en sus bienes contra justicia so las penas que cayen e incurren los que quebrantan nuestro seguro real (…) E asimismo damos licencia a facultad de dichos judíos e judías que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos e señoríos sus bienes e haciendas por mar e por tierra[8].

Respecto a la Inquisición, recordemos que se tomó como última medida, y que después de haber obtenido la bula para instaurarla se esperaron dos años para ponerla en actividad. Los procedimientos se realizaron con suma escrupulosidad y las penas de fin fueron mínimas.

Vale destacar, que tanto la expulsión de los judíos como la Inquisición fueron medidas tomadas para salvaguardar la fe de Cristo y la Reina las tomó, movida por un ferviente amor a Dios, a su fe y a su Iglesia; y este amor es el más perfecto de todos y su práctica conlleva a la caridad más acabada.
Su conducta con los judíos un acto de prudencia

Tal vez sea esta la virtud que más sobresalga en el accionar de la Reina respecto al pueblo hebreo. Muchos de los que desaprueban la expulsión de los judíos, la “comprenden” por las difíciles circunstancias en que fue tomada y consideran que en ese momento fue una medida prudencial que produjo en España grandes frutos.

Respecto a esta virtud dice el postulador:

- Que fue prudente por las posibles reacciones en la Comunidad cristiana: “En aquel tiempo existía un grave estado conflictivo entre judíos y cristianos, tanto que algunos ilustres escritores creyeron en que fue éste el motivo (…) de la expulsión”[9].

- Que hubo una reflexión previa a la decisión de expulsar a los judíos sobre los motivos que llevaban a los Reyes a actuar de tal manera:

Otra garantía de prudencia la encontramos en la maduración lenta y progresiva de una motivación largamente comprobada; aquí lo fue la comunicación de cristianos y judíos y el pertinaz proselitismo de estos. Tales precisos motivos aparecen ya en los primeros decretos de separación, se repiten en las cortes de Toledo de 1480 y se acentúan en la expulsión de Andalucía (…) No hubo pues precipitación, ni fue fruto de improvisación ante el hecho particular, o de pasión, o de sectarismo, o de antisemitismo que era desconocido.

La separación de los judíos y cristianos como estrategia para salvar la fe del cristianismo, venía siendo exigida por los Concilios y era conforme al principio paulino: “Guardaos de los que se hacen circuncidar”[10].

- Que se buscó la información adecuada: “Los reyes se consultaron con otras muchas personas religiosas y seglares: “con el consejo y parecer de algunos prelados e grandes e cavalleros de nuestros Reinos y de otras personas de ciencia y conciencia de nuestro consejo, abiendo abido sobre ello mucha deliberación, acordamos mandar…”[11]

- Que tuvo un fundamente jurídico: “Entre las motivaciones de garantizar la prudencia (…) es de señalar también la razón de orden estrictamente jurídico (…) la Comunidad judía era simplemente tolerada, sin ciudadanía en el Reino; estaba de precario y siempre subordinada la cumplimiento del estatuto propio; el Soberano podía retirarla (…) sin hacer injuria”[12].

- Que en tal medida no se comprometió a la Iglesia:

Es notable que para promulgar el edicto los Reyes no contaron para nada con el Papa, siendo así que no movían pie ni mano en las cosas religiosas importantes sin su intervención. Evidentemente consideraban el caso como estrictamente político, aunque llevase envuelta le religión. Parece un caso singular, primero por no querer comprometer a la Iglesia en este antipático asunto; segundo por la profunda unión que llevaba en el alma la Reina de lo religioso y lo político[13].


Su conducta con los judíos, un acto de justicia

La perfecta justicia, que llegó por momentos a la misericordia de la Reina, respecto a su accionar con el pueblo judío, la hemos comprobado a lo largo de todo nuestro trabajo. Para no gastar palabras no volveremos a repetir todas las bondades de la Reina para con los hebreos. Baste recordar todos los favores que fueron dispensados a la comunidad judía antes de la expulsión, la justicia que se aplicó en la política de separación, lo justa que fue la reina al regular las leyes de la usura, la perfecta equidad de medidas que los reyes previeron al momento de la salida de los judíos del reino, en la forma del decreto de expulsión, en el cuidado con que se llevaron a cabo los procedimientos inquisitoriales, la justicia con los procesados sin importar su condición en el Reino y la inmensa cantidad de favores que la reina concedió siempre a los judíos y conversos.
Su conducta con los judíos, un acto de fortaleza

La fortaleza interior de la Reina, la podemos ver reflejada en la firmeza de las cartas que escribe a Inocencio VIII, con motivo de las disputas en torno a la Inquisición. Allí con absoluta modestia y discreción es capaz de defender lo que había puesto en práctica con la aprobación y siguiendo el consejo del anterior Papa, Sixto IV.

Con respecto a la expulsión de los judíos, nos dice el postulador que por un lado el edicto iba en contra de los sentimientos naturales de la reina que tenía de verdad estima hacia los judíos. Esto se ve reflejado en la cantidad de medidas previas a la expulsión que nuestra soberana puso en práctica.

Por otro lado la expulsión significaría una gran pérdida económica para los reyes, pues los hebreos pagaban los impuestos directamente a la corona. Esto no nos extraña si tenemos en cuenta que los reyes ya habían rechazado grandes sumas de dinero ofrecidas por ciertos judíos queriendo impedir su expulsión.

Esta fortaleza ante el soborno, aleja asimismo la sospecha de que la medida pudiera haber sido inspirada por un deseo de obtención de riquezas por parte de la corona, cosa que podría haber realizado decretando la expropiación de los bienes de los expulsados.
Isabel la Católica cumplió su deber como reina en el procedimiento con los judíos y conversos

Nuestra Reina, al ser proclamada en Castilla había jurado ser fiel a los preceptos de la Iglesia, y defender todo lo relativo a la fe católica. Así lo explica Anastasio Gutiérrez:

“La expulsión de los judíos fue decretada por un deber religioso de conciencia. La Reina había jurado solemnemente ante el pueblo observar las leyes del Reino, y la “ley del Reino” era la fe cristina; atentar contra la unidad católica era atentar contra la “ley del Reino”. Además había consagrado su reinado a Dios ofreciéndole el estandarte por las manos de un sacerdote en la iglesia de S. Miguel, y había igualmente jurado obedecer los mandamientos de la Iglesia; por eso, retener en aquellas circunstancias a la Comunidad judía en el Reino, lo que dependía solo de ella, era contra el juramento y consagración”[14].

Como vemos en sus medidas para con los judíos, Isabel no hizo sino cumplir con lo que había prometido a sus súbditos al momento de asumir la Corona de Castilla.

* * *

Creemos, por todo esto que el accionar de la Reina Católica respecto a los judíos de su Reino estuvo siempre guiado por la virtud.

No solo no hallamos falta en ellos, sino que creemos que conforman un elemento fundamental para su causa de beatificación, porque pudiendo haber sido mucho más dura en sus medidas sin perjudicar a la justicia, no lo fue.

El accionar de Isabel en este aspecto es intachable y creemos es un motivo más para que nuestra Reina ascienda a su merecido lugar en los Santos Altares.


Conclusión
Isabel la Católica,
“Ipsa laudabitur”[15]

“Las obras de cada uno han dado y darán testimonio de nosotros ante Dios y ante el mundo”[16]. Son estas palabras de nuestra Reina, expresadas en cierta ocasión a su hermano Enrique IV. Al decirlas, quizá, ella nunca pensó que serían finalmente aplicadas a su vida y santidad.

Hemos visto a lo largo de este escrito cómo el mundo ha intentado silenciar las proezas de esta mujer sin igual. Tristemente reconocemos que los hombres no la hemos colmado con los títulos que merece.

Sin embargo, sabemos que esto no disminuye la grandeza de nuestra Reina; que su alma goza en la Eternidad de la visión beatífica, digna tan solo de los amigos de Dios y que nada aumentará más esa gloria. Sabemos también que su cuerpo yace, inmóvil bajo el gélido mármol granadino, coronado con el epitafio Ipsa Laudabitur.

Su urna, dice con más laudable entusiasmo que gusto de estilo el autor de las Memorias de las Reinas Católicas, debe ser adornada con extraordinarios relieves. (…). Manda hacer un gran plano de mármol en la frente de su urna para esculpir el epitafio; pero no te fatigues en discurrir elogios. Yo daré la inscripción. En toda esa gran tabla no has de esculpir más que esto: ISABEL LA CATÓLICA. Pero puedes añadir lo que el Sabio dijo de la temerosa de Dios: Ipsa Laudabitur: por sí misma será ella alabada[17].

Desde la quietud de su sepulcro ella sigue dando testimonio de sus obras ante el mundo. Ella y sus obras no pueden ser calladas.

No puede ser callada España, constituida hoy en Estado gracias a ella. No puede ser callado el infinito Océano que ruge desde el centro del mundo el nombre de quien lo mandara explorar. No puede ser callada América, que en cada palabra pronunciada en límpido castellano, habla de su Reina. No se calla Granada, cristiana por gracia de la Reina; no se calla Roma, defendida tantas veces por nuestra soberana, no se calla Gibraltar, llorando su cautiverio y recordando los días áureos en que formaba parte del Imperio Español.

Por más que los hombres intenten acallar su nombre, el mundo entero lo grita a los cuatro vientos.

Vaya a saber quién, con increíble intuición profética, hizo grabar en la tumba de Isabel el epitafio: Ipsa Laudabitur, que en español significa por sí misma será alabada. ¿Sabía el escultor que los hombres le negaríamos el titulo más merecido que nuestra Reina hubiera podido portar? Probablemente no. Pero, como suele suceder con los artistas, lo escribió dejando guiar su mano por Alguien que le dictada en silencio las atinadas palabras.

Pero, he aquí el misterio de la grandeza de Isabel, que sin sus títulos y honores el mundo la alabe por sí misma, por su alma incomparable, por su caridad ardiente, por su fe fortísima, por su magnanimidad inimaginada, por su corazón lleno de Amor profundo y sincero hacia Dios y hacia los hombres.

¡Qué extremadamente atinado epitafio!

¡Que extremadamente atinado el discurso que en su honor pronunciara don Fernando Brieva y Salvatierra[18] para el Centenario Isabelino en la Universidad de Madrid!

Quédese suspensa la pluma sin dar con el elogio de quien mereció tantas bocas e ingenios tan insignes y varones tan señalados que empleasen en alabarlo. Pero hablen por mí las cosas que acabó y sean pregones de su gloria. Hable la tierra señorial abatida y la realeza levantada; hable la justicia, tan oprimida antes, puesta en su punto y de altos y bajos, poderosos y humildes, recibiendo amoroso acatamiento; hablen las ciudades y los Reinos que, apagados los incendiados odios, volvieron a la paz y concordia; hable la Santa Fe, alumbrando como el sol nuestro cielo sin nieblas que lo oscurecen. Habla tú, Granada y regocíjate, que al cabo de siglos de cautividad, rotas las cadenas, volviste libre al hogar cristiano de la familia española… Hable esta fiesta y esta alegría que a todos nos llena; hable ese mundo, habitación e imperio del hombre, que hoy salta de gozo porque los dos pedazos de él, que por largas edades vivieron apartados, renuevan hoy y estrechan el abrazo de ha cuatrocientos años, cuando el gran Colón besó de rodillas la tierra ignota y clavó en ella la bandera de Castilla y la Cruz redentora. Obra fue este prodigio… de aquella mujer que no desfalleció donde tantos desfallecieron[19].

Vaya pues, nuestro más sincero e insignificante reconocimiento a la Reina más grande que España haya tenido; a la mujer con culpa original más virtuosa que los cielos hayan visto; a la hija más fiel que la Iglesia haya deseado; a la Reina que albergara en su vientre a dos Continentes enteros; en fin, a Isabel I, Reina de Castilla, llamada por los Papas la Católica; quien por sí misma es alabada.

Inmortal, el blanco mármol, nos lo sigue recordando.

Impasible piedra limpia que predijo el gran silencio

en que los hombres tendrían el gran nombre muy honrado

de quien fuera la más digna de el elogio perfecto.



Ni la historia, ni el idioma olvidarán tus portentos

ni los mares, ni los mundos por tus ojos encontrados;

ellos llevan en sí mismos tu nombre compenetrado

ellos laudan con su vida, lo que lloran los ingenuos.



Reina de ambas Españas, forjadora de mil pueblos

allí yaces bajo el mármol, impertérrito por tiempos.

Mutismo que habla a montones.

Sigilo que habla sin miedos.

Mudez de labios sellados, que pregonan el misterio.

Elipsis de mil palabras, ¡innecesarias por cierto!

¿A dónde buscar sonidos, en donde habla el silencio?

El silencio del tallado, del epitafio perfecto

Ipsa laudabitur, canta

para alabarte en el tiempo.



Prof. Magdalena Ale



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[1] Ibídem, P. LXXI.

[2] Ibídem, P. LXXI.

[3] Ibídem, P. LXXII.

[4] Ambas citas corresponden a dos entrevistas realizadas durante el mes de abril de 2014 al reconocido historiador de la Iglesia, el italiano Prof. Roberto de Mattei. Entrevista en Catholic Family News; y www.Ilfoglio.it; http://www.conciliovaticanosecondo.it/. En estas entrevistas el historiador se refiere a la canonización de un Papa, mutatis mutandilo mismo debe decirse de la canonización de un gobernante: implica la santidad de vida en el cumplimiento de su misión propia como gobernante, o sea en la custodia y el logro del Bien Común.



Luego de una serie de siete posts que hemos publicado sobre el por qué Isabel la Católica no ha sido elevada a la gloria de los altares, hemos podido ver que:

1) El tema, por lo polémico que resulta, casi no ha sido tratado en la web.

2) Los comentaristas, incluso los contrarios, valiéndose algunos de la valiosa “Positio canonica“, han terminado de convencerse de las virtudes heroicas de esta reina que suspendió el derecho de residencia de los judíos, expulsó a los jovenlandeses e instauró la inquisición, practicando la prudencia y la caridad y la justicia en grado heroico, incluso con sus detractores.

3) Las fuentes documentales citadas fueron amplias y, sacando alguna que otra excepción, quienes opinaban contra su beatificación, lo hacían temerosos de las consecuencias que su beatificación podría traer para el mundo. Es decir, obraban movidos por el temor del mundo y no por el temor de Dios, alegando incluso que la Iglesia puede cambiar sus creencias sobre ciertos temas con el tiempo.

Nosotros algo ya habíamos escrito, quizás más documentadamente sobre el tema, en ocho entradas, comenzando aquí, pero como sabemos que el tiempo apremia, dejamos este breve resumen para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

“Santa” Isabel la Católica, ora pro nobis

¿Pero realmente hay motivos para beatificar a Isabel la Católica? No uno, sino diez

Por José Castro Velarde

Isabel la Católica nació tal día como hoy, un 22 abril, del año 1451, en Madrigal de las Altas Torres. Aprovechando tal fecha, la asociación Enraizados ha lanzado una campaña de adhesiones al proceso de beatificación iniciado en la Diócesis de Valladolid. En las primeras horas, las adhesiones de todas las partes del mundo superan las 1.500.

El asunto ha despertado polémica, pues algunos no ven con buenos ojos que la reina que expulsó a los judíos de España, en 1492, pueda terminar en los altares. Pero, entre las consideraciones que la Iglesia puede valorar, destaca el fruto mayor de Isabel: la evangelización de todo un continente, una empresa que nadie más ha protagonizado en la Historia. Y fue una mujer, y además nacida en la Edad Media. Aunque fue la empresa que ella protagonizó la elegida para marcar por mucho el paso a la Edad Moderna: el Descubrimiento de América en 1492.

Muchos son los motivos que justifican su beatificación. Los sintetizamos en diez.
1.- Vida de fe y sacramental

Isabel la Católica llevó una vida de fe y asiduidad a los sacramentos. Acudía frecuentemente a la confesión y a la Eucaristía. Colaboró estrechamente con una de sus damas, Teresa Enríquez, muy devota de la Eucaristía, en la creación de asociaciones eucarísticas para acompañar al Santísimo Sacramento.

El comienzo de su testamento es una clara muestra de su fe. En él se encomienda a Dios Padre, a Cristo, a la Virgen y a algunos santos en particular: “Si es cierto que hemos de morir, es incierto cuándo y dónde moriremos, por ello debemos vivir y estar preparados como si en cualquier momento hubiésemos de morir“.

Isabel destinó numerosas partidas al culto divino: ornamentos, imágenes, lienzos para altares, cálices, custodias… Por ejemplo en los años 1500 y 1501, que Isabel residió en Granada, colaborando con el arzobispo Talavera, procuraron soluciones a las necesidades de los lugares destinados al culto en aquella diócesis recién creada.

En este ambiente granadino no se detuvo la espiritualidad de la Reina en lo externo y material, sino que, penetrada por lo profundo del misterio de la Eucaristía, dirige una real cédula, el 17 de agosto de 1501, a todos los obispos de sus Reinos sobre el cuidado del Sacramento.

“Isabel la Católica es la primera que reconoce que los habitantes de América son hombres como los demás”

2.- Compromiso con Dios y con el prójimo

Es la primera que reconoce, como afirma el historiador Luis Suárez, que los habitantes de América son hombres como los demás, que han sido redimidos por Cristo y tienen que ver reconocidos sus derechos humanos. Esta actitud marcó un importantísimo precedente en los debates que más adelante se desarrollarían, con consecuencias teológicas y políticas.

Sin esta postura de Isabel la Católica no se habría llegado a la Constitución de los Estados Unidos, que repite prácticamente lo que ella dijo, que Dios nos ha hecho a todos libres, iguales y en búsqueda de la felicidad, y ése es su testamento.

Doña Isabel la Católica dictando su testamento, por Eduardo Rosales. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado, Madrid.Doña Isabel la Católica dictando su testamento, por Eduardo Rosales. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado, Madrid.
3.- Magnanimidad

El comienzo del reinado de Isabel es el resultado de una guerra civil desencadenada por los nobles castellanos para suceder a Enrique IV. Tras ser coronada, la monarca reinará sin tomar represalias, pactando con quienes se sublevaron en su contra y garantizándoles que no sufrirían prejuicios, sino que seguirían desempeñando las funciones sociales y el nivel que hasta entonces ocupaban.

Puesto que en la historia universal pocos son los conflictos que se cierran sin el aplastamiento de los enemigos, este episodio dice mucho acerca del carácter extraordinario de Isabel.
4.- Austeridad

Isabel no hizo uso de su condición de reina para evitarse los sufrimientos o llevar una vida más cómoda: “Su modestia personal y mansedumbre admirables”, afirmaba Pedro Mártir de Anglería.

“Ni en los dolores que padecía de sus enfermedades, ni en los del parto, que es cosa de grande admiración, nunca la vieron quejarse, antes con increíble y maravillosa fortaleza los sufría y disimulaba”, atestiguaba Lucio Marineo Sículo.
5.- Humildad

En el trato con quienes la rodean, la Reina Católica da claras muestras de humildad al dejarse aconsejar. Lejos de la imagen de los reyes autoritarios, Isabel permite que Fernando de Talavera, su confesor y asesor, le aconseje antes de tomar sus decisiones.

La historia cuenta que la primera vez que el cardenal Cisneros le administra el sacramento de la penitencia le dice “de rodillas”. A pesar de que una vieja costumbre permitía a los reyes confesarse sentados, Isabel se arrodilla para recibir el perdón.

“La Península Ibérica ha gozado de los frutos del cristianismo gracias a esa epopeya de la Reconquista”

6.- Vocación hacia la evangelización

Una de las principales pruebas de esta vocación se encuentra de nuevo en América. Isabel de Castilla ve en el continente americano un reto para la extensión de la Buena Noticia a quienes hasta entonces no habían tenido oportunidad de conocerla. Gracias a ella, millones de personas en América han visto abiertas las puertas de la fe a lo largo de los siglos.

Igualmente, la conquista de territorios bajo dominio de la religión del amor comportó una suave política de conversión que tenía como objetivo la unificación del reino bajo la religión católica. Es de destacar que a diferencia del Norte de África donde la fe nunca se ha podido recuperar, la Península Ibérica ha gozado de los frutos del cristianismo gracias a esa epopeya de la Reconquista que culminaron los Reyes Católicos.

La Rendición de Granada, por Francisco Pradilla. Óleo sobre lienzo. Palacio del Senado, Madrid. La Rendición de Granada, por Francisco Pradilla. Óleo sobre lienzo. Palacio del Senado, Madrid.
7.- Lucha por los derechos humanos

La España de los Reyes Católicos no consideró los territorios del otro lado del Atlántico como colonias. Sus habitantes eran ciudadanos y, según el decreto de 1500, ningún indio podía ser hecho esclavo. Determinó que los indios seguirían siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles.

“Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien”, señaló la Reina en su testamento.

“Isabel establece que no hay diferencia en cuanto a la capacidad de gobierno entre hombre y mujer, y así educa a sus hijas”

8.- Responsabilidad jovenlandesal como gobernante

En su guía para gobernar, Isabel tenía claro que todos los poderes del Estado y toda la legislación tienen que someterse al orden jovenlandesal. Siguiendo la tradición del derecho medieval, la jovenlandesal se encuentra por encima de cualquier otra consideración.

Isabel era consciente de su responsabilidad como reina. Según cuenta el historiador Luis Suárez, en una carta dirigida a su marido, que había sufrido un atentado y se encontraba grave, le dice: “Acuérdate de que tenemos que rendir cuentas ante Dios, y las cuentas que nos va a pedir a nosotros, los reyes, son mucho más estrechas que las que pide a ninguno de nuestros súbditos”.
9.- Mujer y progenitora

Isabel fue mujer y progenitora. Vuelve a ratificar Luis Suárez que “aplicó el sentido de la feminidad, la intuición, el afecto, la capacidad comprensiva, a todas sus empresas”. Y lo que establece de una manera clara Isabel es el derecho de la mujer a reinar. Isabel establece que no hay diferencia en cuanto a la capacidad de gobierno entre hombre y mujer, y así educa a sus hijas, y así procede ella misma tam
10.- La caridad

Si bien esta virtud la hemos visto ya en la gran empresa que culmina en la Evangelización de América puede destacarse especialmente en cómo acoge a los hijos ilegítimos de la mujer de Enrique IV, Pedro y Andrés. Los educa y los cuida.

Cuida también de los ilegítimos de su marido, cuida de los hijos del cardenal Mendoza, y siente hacia todos ellos una obligación de afecto que va más allá del simple ejercicio de la caridad.

Una vez que fray Hernando de Talavera le criticó por esta conducta diciendo “da la impresión de que usted está legitimando el fruto del pecado”, ella respondió que lo importante era evitar que esas almas se perdieran, y llamando a uno de los niños, hijo del cardenal Mendoza, le gastó una broma a fray Hernando y le dijo: “¿Verdad que son muy bellos los pecados de mi cardenal?”.

* José Castro es presidente de la asociación Enraizados.


Infocatólica - Que no te la cuenten
 
Otra vez el mismo hilo? Algunas veces entramos en bucle, y encima mete copiapega más largo que el Nilo, no me espero ni a la peli

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Porque el vaticano no ha apoyado ni apoyará nunca un catolicismo que pueda ser interpretado en clave nacionalista española. Son nuestros enemigos y lo raro es que nadie se de cuenta.

Que va, la sacrosanta cruzada de hace 90 años fue en realidad una yihad fiel a la religión del amora con el apoyo del califa de bagdad.
 
Ha hecho más por el Catolicismo Isabel I que todos los Papas de la historia incluyendo a un tal Pedro, sino fuera por ella el Catolicismo ni existiría como religión de masas.

Sea Santa o no es lo de menos, el ****ncano es un elemento poco agradable que hay que mantener alejado de uno si no quieres acabar en el puñetero infierno.
 
Porque el vaticano no ha apoyado ni apoyará nunca un catolicismo que pueda ser interpretado en clave nacionalista española. Son nuestros enemigos y lo raro es que nadie se de cuenta.
Hasta los palurdos de pueblo empiezan ya a darse cuenta de que el vaticano ha sido uno de los mayores enemigos de este pais en toda su historia. Pero mientras tanto los jitanotoreros metiendose el rosario porel ojo ciego
 
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