Marvin Harris desmontaó el quince emeismo hace 32 años. (Tochazo)

O rianxeiro

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Fuente "Vacas, cerdos, guerras y brujas". Capítulo: El retorno de las brujas"



El retorno de las brujas
Después de ser tildada de superstición y sufrir años de ridículo, la brujería ha
vuelto como una fuente respetable de excitación. No sólo la brujería, sino toda
clase de especialidades ocultistas y místicas, desde la astrología al Zen,
pasando por la meditación, el Hare Krishna y el I Ching, un antiguo sistema
chino de magia. Captando el espíritu de los tiempos, un libro de texto titulado
Modern Cultural Anthropology alcanzó recientemente un éxito inmediato al
declarar: «La libertad humana incluye la libertad de creer».
El resurgimiento inesperado de actitudes y teorías consideradas durante largo
tiempo como incompatibles con la expansión de la tecnología y la ciencia
occidentales se asocia al desarrollo de un estilo de vida conocido bajo el
nombre de «contracultura». Según Theodore Roszak, uno de los profetas
adultos del movimiento, la contracultura salvará al mundo de los «mitos de la
conciencia objetiva». «Subvertirá el punto de vista científico del mundo» y lo
sustituirá por una nueva cultura en la que predominarán «las capacidades no
intelectivas». Charles A. Reích, otro profeta menor de los últimos tiempos,
habla de un estado de ánimo milenario que denomina Conciencia III. Alcanzar
la Conciencia III supone «desconfiar profundamente de la lógica, la
racionalidad, el análisis y los principios»
En el estilo de vida contracultural, son buenos los sentimientos, la
espontaneidad, la imaginación; la ciencia, la lógica y la objetividad son malos.
Sus miembros se jactan de huir de la «objetividad» como de un lugar habitado
por la peste, Un aspecto central de la contracultura es la creencia de que la
conciencia controla la historia. La gente es lo que acontece en sus mentes;
para que sea mejor, todo lo que hay que hacer es proporcionarle ideas mejores.
Las condiciones objetivas cuentan poco. El mundo entero ha de ser alterado
como consecuencia de una «revolución de la conciencia». Todo lo que
necesitamos hacer para detener el crimen, acabar con la pobreza, embellecer
las ciudades, eliminar la guerra, vivir en paz y en armonía con nosotros
mismos y la naturaleza es abrir nuestra mente a la “Conciencia III”, es decir:
cambiar la conciencia. «La conciencia es anterior a la estructura... todo el
Estado corporativo sólo se asienta en la conciencia».
En la contracultura, se estimula la conciencia para que se aperciba de sus
potencialidades inexploradas. La gente de la contracultura realiza «viajes» -se
«coloca»- para ampliar su mente. Utilizan hongos, marihuana y LSD para
«enrollarse». Charlan, tienen encuentros con, o cantan para «flipar» con Jesús,
Buda, Mao-Tse-Tung. La finalidad es expresar la conciencia, demostrar la
conciencia, alterar la conciencia, aumentar la conciencia, ampliar la
conciencia, todo menos objetivar la conciencia. Para los acuarianos, pasotas y
alucinados partidarios de la Conciencia III, la razón es una invención del
complejo militar-industrial. Hay que acabar con ella lo mismo que con la
«pasma».
Las drojas psicodélicas son útiles porque permiten que las relaciones
«ilógicas» parezcan «perfectamente naturales». Son buenas porque, como dice
Reich, hacen «irreal lo que la sociedad toma más en serio: los horarios, las
conexiones racionales, la competencia, la cólera, la autoridad, la propiedad
privada, la ley, el status, la supremacía del Estado». Constituyen un «suero de
la verdad que expulsa la falsa conciencia». Quien ha alcanzado la Conciencia
III «no “conoce los hechos” No tiene que conocerlos porque “conoce” la
verdad que parece ocultarse a los demás».
La contracultura celebra la vida supuestamente natural de los pueblos
primitivos. Sus miembros llevan collares, cintas en la cabeza, se pintan el
cuerpo y se visten con ropas andrajosas llenas de tonalidad; anhelan ser una tribu.
Creen que los pueblos tribales no son materialistas, sino espontáneos, y se
hallan en contacto reverente con fuentes ocultas de encantamiento.
En la antropología de la contracultura, la conciencia primitiva se resume en el
chamán, una figura que tiene luz y poder pero que nunca paga los recibos de la
luz. Se admira a los chámanes porque son expertos en «cultivar estados de
conciencia exóticos» y en vagar «entre los poderes ocultos del universo». El
chamán posee «superconciencia». Tiene «ojos de fuego cuyas llamaradas se
abren paso a través de la mediocridad del mundo y perciben los prodigios y
terrores del más allá». Utilizando alucinógenos y otras técnicas como la
autoasfixia, tambores hipnóticos y ritmos de danza, el chamán, según Roszak,
«cultiva su relación con las fuerzas no intelectivas de la personalidad tan
asiduamente como un científico se adiestra en la objetividad».
Podemos aprender mucho sobre la contracultura si examinamos al popular
héroe de Carlos Castaneda Don Juan, indio yaqui y «hombre de
conocimiento» superconsciente y misterioso. Castaneda describe sus
experiencias como estudiante novato de antropología que quería penetrar la
realidad aparte, no ordinaria, del mundo chamánico. Don Juan aceptó a
Castaneda como aprendiz, y Castaneda empezó a escribir una tesis doctoral
basada en las enseñanzas de Don Juan. Para convertir a Castaneda en un
«hombre de conocimiento», Don Juan inició al ingenuo estudiante en
diferentes sustancias alucinógenas. Tras su encuentro con un perro
luminiscente y transparente y un jején de cien pies Castaneda empezó a dudar
de que su realidad normal fuera más real que la realidad no ordinaria en la que
su mentor le había introducido. Al principio Castaneda estaba resuelto a
descubrir la concepción del mundo de un «hombre de conocimiento». Pero el
aprendiz empezó gradualmente a sentir que aprendía algo sobre el mundo
mismo.
«Es menso e inútil», observaba otro antropólogo, Paul Riesman, en una
reseña en el New York Times, «pensar que los conocimientos de Don Juan y
de otros pueblos no occidentales sólo constituyen una concepción de alguna
realidad fija. Castaneda deja en claro que las enseñanzas de Don Juan nos
dicen algo de cómo es realmente el mundo».
Ambos planteamientos son incorrectos. Castaneda no esclarece nada. Y la
«realidad aparte» de Don Juan no es extraña a los «pueblos occidentales». El
viaje alucinógeno más famoso de Castaneda evoca cuestiones que ya
examinamos previamente. Don Juan y Castaneda pasaron varios días
preparando una pasta de «yerba del diablo», mezclada con manteca de lechón y
otros ingredientes. Bajo la supervisión de Don Juan, el aprendiz untó con la
pasta las plantas de sus pies y las partes interiores de sus piernas, reservando
la mayor parte para sus genitales. La pasta tenía un olor sofocante, acre,
«como una especie de gas». Castaneda se enderezó y empezó a pasear, pero
sintió que sus piernas eran «como de goma y largas, sumamente largas».
Bajé la mirada y vi a Don Juan sentado debajo de mí; muy por debajo de mí. El impulso, me hizo
dar otro paso, aún más elástico y más largo que el precedente, Y entonces me elevé. Recuerdo haber
descendido una vez; entonces di un empujón con ambos pies, salté hacia atrás y me deslicé sobre mi
espalda. Veía el cielo oscuro sobre mí y las nubes que pasaban a mi lado. Moví bruscamente mi
cuerpo para poder mirar hacia abajo. Vi la masa oscura de las montañas. Mi velocidad era
extraordinaria.
Después de aprender a maniobrar volviendo la cabeza, Castaneda experimentó
«tal libertad y velocidad como nunca había conocido antes». Finalmente se
creyó obligado a descender, Amanecía; estaba desnudo y se encontraba a
media milla de donde había partido. Don Juan le aseguró que practicando
volaría mejor:
Puedes volar por el aire cientos de millas para ver lo que sucede en cualquier lugar que desees, o
para asestar un golpe mortal a tus enemigos de muy lejos.
Castaneda preguntó a su maestro: «Don Juan, ¿he volado de verdad?» A
lo que el chamán respondió: «Esto es lo que tú me has dicho. ¿No es verdad?»
Entonces, Don Juan, no volé de verdad. Sólo volé en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba
mi cuerpo?
A lo que Don Juan respondió:
No crees que un hombre puede volar; y sin embargo, un brujo puede recorrer millares de millas en
un segundo para ver lo que sucede. Puede asestar un golpe a sus enemigos situados a gran distancia.
Por consiguiente, ¿vuela o no vuela?
¿Suena esto familiar? Así debería ser. ¿Qué debaten Don Juan y Castaneda si
no son los respectivos méritos del Canon Episcopi y de El Martillo de las
Brujas de Institor y Sprenger? ¿Las brujas vuelan sólo mentalmente o también
corporalmente? Finalmente, Castaneda le pregunta a Don Juan qué sucedería
si se atara a una piedra con una cadena pesada: «Me temo que tendrías que
volar sujetando la piedra con su cadena pesada».
Como nos ha enseñado el profesor Harner, las brujas europeas volaban
después de frotarse con ungüentos que contenían la atropina alcaloide que
penetra por la piel. El profesor Harner también nos relata que la atropina es un
ingrediente activo en el género de plantas Datura, conocidas en el Nuevo
Mundo como hierba Jimson, estramonío, trompeta de Gabriel o hierba del
diablo (la raíz de esta última variedad es la que transportó por el aire a
Castaneda). De hecho, Harner predijo que volaría como una bruja antes de que
Castaneda se frotara con la hierba del diablo:
Hace varios años encontré una referencia del empleo de un ungüento de Datura por los indios yaqui
del norte de Méjico, quienes según se dice se frotaban con él el estomago para «tener visiones».
Puse esto en conocimiento de mi compañero y amigo Carlos Castaneda, quien estaba estudiando
con un chamán yaqui, y le pedí que averiguara sí este yaqui empleaba el ungüento para volar y
determinara así sus efectos.
Por consiguiente, la superconciencia chamánica no es sino la conciencia de las
brujas considerada de modo favorable en un mundo que ya no se ve
amenazado por la Inquisición. La «realidad aparte» previamente ignorada por
los «pueblos occidentales», autosatisfechos de su objetividad, hasta tal punto
forma parte de la civilización occidental que apenas hace 300 años los
«objetívadores» eran quemados en la hoguera por negar que las brujas podían
volar.
En el primer capítulo citaba la afirmación de que la expansión de la
«conciencia objetiva» produce inevitablemente una pérdida de la «sensibilidad
jovenlandesal». La contracultura y la Conciencia III se autorrepresentan corno
corrientes humanizadoras que buscan el restablecimiento del sentimiento, la
compasión, el amor y la confianza mutua en las relaciones humanas.
Encuentro difícil reconciliar esta postura jovenlandesal con el interés expresado por la
brujería y el chamanismo. Por ejemplo, Don Juan sólo puede ser descrito
como amoral. Tal vez sepa cómo «vagar entre los poderes ocultos del
universo», pero no le preocupa la diferencia entre el bien y el mal en el sentido
de la jovenlandesalidad occidental tradicional. Sus enseñanzas están, de hecho,
desprovistas de «sensibilidad jovenlandesal».
Un incidente en el segundo libro de Castaneda resume mejor que ningún otro
la opacidad jovenlandesal de la superconciencia del chamán. Habiendo alcanzado
fama y fortuna con Las enseñanzas de Don Juan, Castaneda intentó encontrar
a su mentor para darle un ejemplar. Mientras esperaba que apareciera Don
Juan, Castaneda observó una pandilla de golfillos de la calle que vivían
comiendo las sobras dejadas en las mesas de su hotel. Después de observar
durante tres días a los niños que entraban y salían «como buitres», Castaneda
se «desalentó de verdad». Don Juan se sorprendió al oír 'esto. «¿De verdad te
dan lástíma?», inquirió. Castaneda insistió en que sí, y Don Juan le preguntó
«¿por qué?» Porque me preocupa el bienestar de mi prójimo. Son sólo niños y
su mundo es desagradable y ordinario. Castaneda no dice que los niños le den
lástima porque comen los residuos que ha dejado en la mesa. Lo que parece
preocuparle es que sus vidas son «desagradables y ordinarias». El hambre y la
pobreza suscitan malos pensamientos o pesadillas. Recogiendo la insinuación,
Don Juan amonestó a su alumno por suponer que estos golfillos no podían
madurar mentalmente y llegar a ser «hombres de conocimiento» ¿Crees que tu
riquísimo mundo te ayudará a llegar a ser un hombre de conocimiento?
Cuando Castaneda se ve obligado a admitir que su opulencia no le había
ayudado a convertirse en un gran brujo, Don Juan le agarra:
Entonces, ¿cómo te pueden dar lástima estos niños?... Cualquiera de ellos puede convertirse en un
hombre de conocimiento. Todos los hombres de conocimiento que conozco eran niños como los
que ves comer restos y sacar brillo mesas.
Para muchos de los miembros de la contracultura, el producto jovenlandesalmente
más poco equilibrado de la concepción científica del mundo es el tecnócrata, el
técnico despiadado, inescrutable, entregado al conocimiento especializado,
pero indiferente en lo que respecta a quién lo utiliza y para qué fin. Sin
embargo, Don Juan es precisamente uno de estos tecnócratas. El conocimiento
que él imparte a Castaneda no lleva ninguna connotación jovenlandesal. La principal
preocupación de Castaneda al convertirse en un «hombre de conocimiento» es
conseguir tomar algo o llegar a un estado que le ponga “en órbita” de un modo
permanente. En cuanto a la preocupación jovenlandesal sobre cómo han de aplicarse
los poderes extraordinarios de Don Juan Castaneda podía también haber
aprendido a pilotar un B-52. Su relación con Don Juan se revela un erial jovenlandesal
en el que la tecnología constituye el bien supremo, incluso si él y su maestro
comen «botones» en vez de apretarlos.
Sostengo que es totalmente imposible subvertir el conocimiento objetivo sin
subvertir la base de los juicios jovenlandesales. Si no podemos saber con certeza
razonable quién hizo qué cosa, cuándo y dónde, no podemos esperar
proporcionar una descripción jovenlandesal de nosotros mismos. Si no somos capaces
de distinguir entre el criminal y la víctima, el rico y el pobre, el explotador y el
explotado debemos defender la suspensión total de los juicios jovenlandesales, o
adoptar la posición inquisitorial y considerar responsable a la gente de lo que
hace en los sueños de los demás.
Como descubrieron los reporteros de la revista Time cuando intentaron
redactar un artículo sobre Carlos Castaneda, la “Conciencia III” puede rodear
de una niebla impenetrable los acontecimientos humanos más sencillos.
Invocando su libertad de creencia, Castaneda inventó, imaginó, o alucinó
partes extensas de su propia biografía: Nació en el Perú, no en el Brasil. Fecha
de nacimiento 1925, no 1935. Su progenitora falleció cuando tenía 6 años, no 24.
Su padre era joyero, no profesor de Literatura. Estudió pintura y escultura en
Líma, no en Milán. «Solicitarme que verifique mi vida presentando mis
estadísticas», dijo Castaneda, «es como utilizar la ciencia para validar la
hechicería. Le roba al mundo su magia.» Según Castaneda, Don Juan hace lo
mismo. El chamán más famoso del mundo no quiere que le fotografíen, le
graben en magnetófono o le interroguen, ni siquiera su aprendiz. Nadie, salvo
Castaneda, parece saber quién es Don Juan. Castaneda admite libremente:
«¡Oh, soy un mentiroso! ¡Oh, cómo me gusta contar trolas! » Y al menos un
amigo peruano le recuerda como un «gran embustero».
Tal vez Don Juan no exista. O quizá debamos decir que Castaneda tuvo un
encuentro «mental» pero no «corporal» con un brujo yaqui. Según la autoridad
de la Inquisición aun así este encuentro permitiría una exposición exacta de las
enseñanzas de Don Juan. O puede que Castaneda fuera algunas veces con la
«imaginación» y otras veces con el «cuerpo». Estas son ideas fascinantes, pero
no pueden hacer sino una contribución imaginaria a la elevación de nuestra
sensibilidad jovenlandesal.
La contracultura realiza afirmaciones que se extienden mucho más allá de la
supuesta conservación de la jovenlandesalidad individual. Sus defensores insisten en
que la superconciencia puede transformar el mundo en un lugar más amistoso
y más habitable; ven el rechazo de la objetividad como una manera
políticamente eficaz de alcanzar una distribución equitativa de la riqueza, el
reciclaje de los recursos, la abolición de las burocracias impersonales y la
corrección de otros aspectos deshumanizados de las modernas sociedades
tecnocráticas. Alegan que estos males provienen de las malas ideas que
tenemos sobre el status y el trabajo. Si hacemos cesar nuestros intentos de
presumir, y si dejamos de creer que el trabajo es un bien en sí mismo, ocurrirá
la transformación revolucionaria sin necesidad de hacer daño a nadie. Como
en un lugar de ensueño, «podemos hacer una nueva elección siempre que
estemos dispuestos a ello». El capitalismo, el Estado corporativo, la era de la
ciencia, la ética protestante: todas estas cosas representan tipos de conciencia
y pueden alterarse eligiendo una nueva conciencia. «Todo lo que tenemos que
hacer es cerrar nuestros ojos e imaginar que todos se han convertido en una
Conciencía III: el Estado corporativo desaparece... El poder del Estado
corporativo finalizará tan milagrosamente como un beso rompe el
encantamiento maligno de un brujo.»
Una conciencia tan desconectada de las realidades prácticas y mundanas es, de
hecho, brujería más que política. La gente puede modificar su conciencia
cuando así lo desee. Pero normalmente no lo desea. La conciencia está
adaptada a condiciones prácticas y mundanas. Estas condiciones no se pueden
imaginar dentro o fuera de la existencia a la manera en que un chamán hace
aparecer y desaparecer jejenes de cien pies. Como he indicado antes en el
capítulo sobre el potlatch, los sistemas de prestigio no se crean mediante
vibraciones desde el espacio exterior. La gente aprende la conciencia del
consumismo competitivo porque están constreñidos a actuar así por fuerzas
políticas y económicas muy poderosas. Estas fuerzas sólo se pueden modificar
mediante actividades prácticas enderezadas a cambiar la conciencia alterando
las condiciones materiales donde se desarrolla ésta.
Las buenas noticias de la contracultura referentes a la revolución mediante la
conciencia no son ni nuevas ni revolucionarias. El cristianismo ha intentado
realizar una revoluciono mediante la conciencia durante dos mil años ¿Quién
negará que la conciencia cristiana pudo haber cambiado el mundo? Sin
embargo, fue el mundo quien cambió la conciencia cristiana. Si todos
adoptaran un estilo de vida no competitivo, generoso, pacífico y lleno de
amor, podríamos tener algo mejor que la contracultura, podríamos tener “el
Reino de Dios”.
La política concebida según la imagen de la Conciencia III se realiza en la
mente, no en el cuerpo. La conveniencia de este tipo de política para los que
ya poseen riqueza y poder debe ser evidente. La reflexión filosófica de que la
pobreza es, después de todo, un estado mental siempre ha sido fuente de
confort para los que no son pobres. A este respecto, la contracultura
simplemente presenta en una forma algo modificada el desprecio tradicional
que los teóricos cristianos expresan por los bienes de este mundo. También la
garantía de que nada acaecerá por la fuerza es tradicionalista y se sitúa dentro
de la corriente principal de la política conservadora. La Conciencia III
destruirá el Estado corporativo «Sin violencia, sin apoderarse del poder
político, sin derrocar ningún grupo existente de personas». La contracultura
jura atacar las mentes, no los beneficios del capital
Por definición, la contracultura es el estilo de vida de la juventud alienada de
clase media educada en la universidad. Están excluidos específicamente los
que «continúan velando las cenizas de la revolución proletaria» y los «jóvenes
de tonalidad militantes». La esperanza de que la contracultura transforme la
sociedad en «algo que el ser humano pueda identificar como su hogar» se basa
en el hecho de que es un movimiento de la clase media. Lo que la hace tan
importante «es que un rechazo radical de la ciencia y los valores tecnológicos
aparezca tan próximo al centro de nuestra sociedad, en vez de en los márgenes
poco apreciables, y sean los jóvenes de clase media los que dirijan esta política de
la conciencia».
Aparte de la cuestión de si una política de la pura conciencia debe llamarse
política en vez de brujería o cualquier otra forma de magia, tenemos que
señalar otros dos puntos dudosos. Primero, la contracultura no rechaza los
valores tecnológicos in toto; segundo, el rechazo de un cierto tipo de ciencia
siempre ha estado presente en el mismo centro de nuestra civilización.
La contracultura no se opone a utilizar los productos tecnológicos de la
investigación científica «objetiva». Teléfonos, estaciones FM, equipos
estereofónicos, vuelos en reactores a precios económicos, píldoras de
estrógenos para el control de la natalidad, alucinógenos y antídotos químicos
son esenciales para la buena vida de la Conciencia III.
Es más, la dependencia de la música de alta fidelidad con muchos decibelios
ha creado el máximo grado de subordinación de un lenguaje popular a la
tecnología en la historia de las artes interpretativas. Por lo tanto, la
contracultura acepta, al menos tácitamente, la existencia de especialistas en las
ciencias físicas y biológicas cuya tarea es diseñar y mantener la infraestructura
tecnológica del estilo de vida.
Las formas de la ciencia más aborrecidas desde la perspectiva de la
Conciencia III no son las ciencias de laboratorio, sino las que buscan aplicar
los modelos de laboratorio al estudio de la historia y los estilos de vida. La
contracultura describe el rechazo del estudio científico de los estilos de vida y
la historia como si se tratara de una desviación de alguna pauta profundamente
arraigada. Pero incluso entre los llamados científicos sociales y de la
conducta, la forma predominante del conocimiento no es ni nunca ha sido lo
que dice la contracultura. ¿Cómo puede reaccionar alguien a una sobredosis de
ciencia de los estilos de vida cuando la ciencia de los estilos de vida insiste en
que los enigmas examinados en los capítulos anteriores de este libro carecen
de explicación científica? La extensa «objetivación» en el estudio de los
fenómenos de los estilos de vida sólo es un mito de la elaboración onírica
social de la contracultura. La conciencia predominante entre la mayor parte de
los profesionales interesados en explicar los fenómenos de los estilos de vida
no se distingue prácticamente de la conciencia III.
Si el retorno de las brujas implicara entregar los laboratorios de física, química
y biología a gente que desprecia la evidencia objetiva y el análisis racional,
poco tendríamos que temer. El ejercicio de la libertad de creencias en el
laboratorio sólo podría ser un inconveniente temporal hasta que los restos
carbonizados de los experimentadores superconscientes fueran barridos junto
con los escombros que originaran. Desafortunadamente, el oscurantismo
aplicado a los estilos de vida no se autodestruye. Las doctrinas que impiden a
la gente comprender las causas de su existencia social poseen gran valor
social. En una sociedad dominada por modos de producción e intercambio
injustos, los estudios sobre los estilos de vida que oscurecen y distorsionan la
naturaleza del sistema social son mucho más comunes y se valoran mucho
más que los míticos estudios «objetivos» tan temidos por la contracultura. El
oscurantismo aplicado a los estudios sobre los estilos de vida carece de la
«praxis» de la ingeniería de las ciencias de laboratorio. Falsificadores,
místicos y charlatanes no son barridos con los escombros; de hecho, no hay
escombros porque todo continúa como siempre ha sido.
He mostrado en los capítulos anteriores que la conciencia profundamente
mistificada es a veces capaz de galvanizar la disensión convirtiéndola en
movimientos de masas efectivos. Hemos visto cómo formas sucesivas de
mesianismo en Palestina, Europa y Melanesia canalizaron enormes impulsos
revolucionarios que pretendían una distribución más justa de la riqueza y el
poder. También hemos visto cómo la Iglesia y el Estado renacentistas
utilizaron la locura de las brujas para encantar y confundir a los partidarios
radicales de la comunidad.
¿Dónde encaja la contracultura dentro de este panorama? ¿Es una fuerza
conservadora o radical? En su propia elaboración onírica la contracultura se
identifica con la tradición de la transformación milenaria. Theodore Roszak
afirma que la finalidad principal de la contracultura es proclamar «un nuevo
cielo y una nueva tierra», y, en su fase de formación, la Conciencia III reunirá
muchedumbres de jóvenes disidentes en conciertos de rock y protestas contra
la guerra. Pero incluso en la cumbre de su eficacia organizativa, la
contracultura careció de los fundamentos del mesianismo. No tenía líderes
carismáticos ni una visión de un orden jovenlandesal bien definido. Para la Conciencia
III el liderazgo es otro truco del complejo militar-industrial, y corno he
indicado hace un momento, un conjunto de fines jovenlandesales bien definidos se
puede reconciliar con el relativismo amoral de chamanes como Don Juan.
El rechazo de la objetividad, el relativismo amoral y la aceptación de la
omnipotencia del pensamiento hablan de la bruja, pero no del salvador. La
Conciencia III presenta todos los síntomas clásicos de la elaboración onírica
de un estilo de vida cuya función social es disolver y fragmentar las energías
de la disensión. Esto debería haber sido claro por la gran importancia dada a
«hacer lo que le venga a uno en gana». No se puede hacer una revolución si
cada uno hace lo que le da la gana. Para hacer una revolución todos deben
realizar la misma cosa.
Así, el retorno de las brujas no es un simple capricho inescrutable. La
moderna reaparición de la brujería tiene puntos claros de similitud con la
locura medieval. Naturalmente hay muchas e importantes diferencias. Se
admira a la bruja moderna mientras se teme a la bruja de antaño. Nadie en la
contracultura quiere quemar a otro por creer o no creer en las brujas; Reich y
Roszak no son Institor ni Sprenger; y 4a contracultura no se ha comprometido
afortunadamente con ningún cuerpo específico de dogmas. Sin embargo, nos
queda el hecho de que la contracultura y la Inquisición están hombro con
hombro en la cuestión del vuelo de las brujas. Dentro de la libertad de
creencia de la contracultura, las brujas son una vez más tan verosímiles como
cualquier otra cosa, Esta creencia contribuye claramente a la consolidación o
estabilización de las desigualdades contemporáneas merced a toda su
inocencia alegre. Millones de jóvenes educados creen seriamente que la
proposición de eliminar con besos al Estado corporativo como si fuera un
«encantamiento maligno» es tan eficaz o realista como cualquier otra forma de
conciencia política. Como su predecesor medieval, nuestra manía actual de las
brujas embota y confunde a las fuerzas de la disensión, Como el resto de la
contracultura, pospone el desarrollo de un conjunto racional de compromisos
políticos. Y ésta es la razón por la que es tan popular entre los grupos más
opulentos de nuestra población. Esta es la razón por la que ha vuelto la bruja.
Epílogo
Si la bruja ya está aquí, ¿puede estar muy lejos el salvador?
Norman Cohn, en su libro The Pursuit of the Millennium, vincula los
movimientos mesiánicos que precedieron a la Reforma protestante con las
convulsiones seculares del siglo xx. Pese a su desprecio de los mitos y
leyendas específicos del mesianismo ****ocristiano, la conciencia de estilo de
vida de figuras como Lenin, Hitler y Mussolini tuvo su origen en un conjunto
de condiciones prácticas y mundanas similares a las responsables del
surgimiento de salvadores religiosos tales como Juan de Leyden, Müntzer, o
incluso Manahem, Bar Kochva y Yali. Los mesías militares ateos y seculares
comparten con sus predecesores religiosos una «promesa milenaria ilimitada,
realizada con una convicción de tipo profético ilimitada». Al igual que los
salvadores ****ocristianos, afirman estar encargados personalmente de la
misión de llevar la historia a una consumación predeterminada. Para Hitler se
trataba del Reich milenario purificado del pólipo de los judíos y otras brujas y
diablos domésticos; para Lenin se trataba de la Jerusalén Comunista cuyo
lema era el de la primera comuna cristiana: «y todos los que habían abrazado
la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común», o como dice Trotskí:
«Dejad que los sacerdotes de todas las confesiones religiosas hablen de un
paraíso en el más allá; nosotros decimos que crearemos un verdadero paraíso
para los hombres en esta tierra». Para las masas alienadas, inseguras,
marginales, depauperadas, endemoniadas y hechizadas, el mesías secular
promete redención y realización a escala cósmica. No sólo la oportunidad de
mejorar la propia existencia cotidiana, sino el compromiso total en una misión
de «importancia única y maravillosa».
Medida por las visiones grandiosas de la conciencia militar-mesiánica la
contracultura parece ser una afirmación relativamente inofensiva de la
futilidad de la lucha política, sea de derechas, de izquierdas o de centro. Pero
la complacencia sólo es una respuesta apta para la Conciencia III a corto plazo
y en ausencia de una disciplina bien formada capaz de explicar los procesos
causales de la historia.
La pretendida «subversión de la concepción científica del mundo» no es
peligrosa porque amenace realmente alguna parte de la infraestructura
tecnológica de nuestra civilización. Los entusiastas de la contracultura
dependen tanto del transporte de alto consumo energético, de la electrónica
transistorizada y de la producción masiva de tejidos y alimentos como el resto
de nosotros, pero les faltan la voluntad y el conocimiento necesarios para una
reversión a formas de producción y comunicación más primitivas. De todas
formas, nada hay que temer de una secta, clase o nación que no participe en el
progreso de la tecnología nuclear, cibernética y biofísica. Tales grupos
sufrirán inevitablemente el destino de los otros pueblos de la Edad de Piedra
del siglo XX. Tal vez sobrevivan, pero sólo precariamente y bajo la tolerancia
de vecinos enormemente más poderosos, en reservas o en comunas protegidas
por su valor como atracciones turísticas. La regresión a etapas tecnológicas
más primitivas o incluso el mantenimiento del nivel alcanzado en la actualidad
por las potencias industrializadas sólo puede aparecer como la proposición
más ridícula y descabellada para la mayor parte de la humanidad que cada día
está más decidida a mejorar su estilo de vida rompiendo el monopolio
euroamericano y japonés sobre la ciencia y la tecnología. Un millón de Reíchs
y Roszaks entonando cánticos afectan al progreso y propagación de la ciencia
y la tecnología tanto como el chirrido de un solo grillo vagabundo al
funcionamiento de un alto horno automatizado. La amenaza de la
contracultura está en otra parte.
Creemos que los gurús de la Conciencia III no pueden detener o aminorar el
progreso de la tecnología; pero pueden aumentar el nivel de la confusión
popular en lo que atañe a los modos en que se ha de desarrollar esta tecnología
para reducir, en lugar de intensificar, las injusticias y la explotación, a los
modos en que se ha de desarrollar para que sirva a fines humanos y
constructivos en vez de intensificar la producción pero mantener la
explotación o sembrar el terror y la destrucción. La intensificación de la
confusión, la involución psíquica y la amoralidad sintetizadas en el retorno de
las brujas acarrean para cualquier persona consciente de la historia de nuestra
civilización la amenaza inminente del retorno del mesías. El desprecio de la
razón, la evidencia y la objetividad -la superconsciencia y la embriagadora
libertad de creencia- no cesan de privar a una generación entera de los medios
intelectuales para resistir a la próxima petición de una «lucha final y decisiva»
para alcanzar la redención y la salvación a escala cósmica.
Los estados mentales alucinatorios no pueden alterar la base material de la
explotación y la alienación. La Conciencia III no cambiará nada que sea
fundamental o causativo en la estructura del capitalismo o imperialismo. Por
tanto, lo que nos espera no es la quimera de la libertad individual absoluta,
sino alguna nueva pero más maligna forma de mesianismo militar, provocada
por las payasadas de una clase media que intentó domesticar a sus generales
con mensajes telepáticos y creyó poder humanizar a la mayor concentración
de riqueza corporativa que jamás ha visto el mundo caminando descalza y
comiendo mantequilla de cacahuete sin homogeneizar.
Como he dicho al principio de este libro, la mentira más perniciosa perpetrada
en nombre de la libertad de creencia es la afirmación de que estamos
amenazados por una sobredosis de «objetividad» sobre las causas de nuestros
propios estilos de vida. El estilo de vida de grupos como los yanomamo y los
maring deja en claro que es pura tontería suponer que la objetividad científica
constituye el pecado original de la humanidad. La sola historia de Europa
evidencia que la mutilación, el destripamiento, el descuartizamiento, el
suplicio, el ahorcamiento, la crucifixión y la quema de gente inocente han
precedido durante mucho tiempo al surgimiento de la ciencia y tecnología
modernas.
Algunas de las formas específicas de injusticia y alienación características de
la sociedad industrial son, claro está, producto de los instrumentos y técnicas
específicos introducidos por los progresos en las ciencias naturales y de la
conducta. Pero una sobredosis de objetividad científica en lo que concierne a
comprender las causas de los fenómenos de los estilos de vida no es
responsable de ninguna de las patologías de la vida contemporánea. La
objetividad científica sobre las causas fundamentales del racismo no es lo que
lleva a disturbios étnicos, vuelca los autobuses escolares y bloquea la
construcción de apartamentos para familias pobres. La objetividad científica
no es la causa del machismo o del «chauvinismo» femenino u gays. No
es una sobredosis de objetividad científica sobre los estilos de vida la que
originó las prioridades escoradas en favor de alunizajes y mísiles en vez de
hospitales y viviendas. Ni es una sobredosis de objetividad científica sobre los
estilos de vida la que ha creado la crisis de la población, ¿Y qué tiene que ver
la objetividad científica con el deseo infinito de consumismo, el consumo y
despilfarro conspicuos, la obsolescencia de la mercancía, la sed de status, el
erial cultural de la televisión y todas las demás misteriosas fuerzas
conductoras de nuestra competitiva economía capitalista? ¿Fue una falta de
libertad de creencia la que condujo al saqueo de minerales, bosques y suelos, a
las cloacas a cielo abierto y al alquitrán en las playas? ¿Qué había de racional,
razonable, «objetivo» o «científico» en todo esto? ¿Cómo puede explicar una
sobredosis de objetividad sobre los estilos de vida una guerra para la que tres
presidentes de los Estados Unidos no pudieron ofrecer una razón racional pero
que tampoco pudieron detener?
También se podría creer que la objetividad era el estilo de vida dominante en
la Alemania de 1932, que el bestial culto ario de la humanidad rubia, la
anatematización de semitas, etnianos y eslavos, el culto a la progenitora patria y el
canto wagneriano, el desfile al paso de oca y el Sieg-Heil ante el Führer, todos
provenían del atrofiamiento de los sentimientos y «capacidades intelectivas»
del pueblo alemán. Lo mismo podemos decir del stalinismo, con su culto al
Tío José, sus genuflexiones ante el cadáver de Lenin, sus intrigas en el
Kremlin, sus campos siberianos de esclavos y su dogmatismo de la línea del
partido.
Naturalmente, tenemos nuestros especialistas en juegos de suma cero del Dr.
Strangelove, nuestros super-objetivadores en potencia, que objetivan la vida
humana contando cadáveres y automatizando la fin. Pero el error jovenlandesal de
estos tecnólogos y sus manipuladores políticos es un déficit de objetividad
científica sobre las causas de las diferencias en los estilos de vida, no un
excedente. El derrumbamiento jovenlandesal de Vietnam no fue provocado por una
sobredosis de conciencia objetiva sobre lo que hacíamos. Consistió en el
fracaso en extender la conciencia más allá de las tareas puramente
instrumentales al significado práctico y trivial de nuestros programas políticos
y fines nacionales. Mantuvimos la guerra en Vietnam porque nuestra
conciencia estaba mistificada por símbolos de patriotismo, sueños de gloria,
un orgullo inquebrantable y visiones de imperio. Nuestro estado de ánimo era
exactamente lo que la contracultura deseaba que fuéramos. Nos creíamos
amenazados por diablos con ojos rasgados y pequeños hombres amarillos
poco apreciables; estábamos cautivados por visiones de nuestra propia majestad
inefable. En síntesis, estábamos drojados.
No veo razón alguna por la que la nueva tolerancia de modos de conciencia
involutivos, etnocéntricos, irracionales y subjetivos vaya a originar algo
netamente diferente de lo que siempre hemos tenido: brujas y mesías. No
necesitamos más vibraciones mágicas, mayores cultos psicotrópicos y «rollos»
más extravagantes. No afirmo que una mejor comprensión de las causas de los
fenómenos de los estilos de vida vaya a producir esplendores milenarios. Sin
embargo, hay una base bien fundada para suponer que si luchamos por
desmitificar nuestra conciencia ordinaria, mejoraremos las perspectivas de paz
y justicia económica y política. Por pequeño que sea este cambio potencial de
las probabilidades a nuestro favor, creo que debemos considerar la expansión
de la objetividad científica en el dominio de los enigmas de los estilos de vida
como un imperativo jovenlandesal. Es, por lo demás, la única cosa que jamás se ha
intentado.
 
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