las pijillas se agarran a Taylor Swift como alternativa a las chonis que van al Guarreton

latinito , el guarreton lo creasteis vosotros , sucios monos lascivos . luego lo venderian las multinacionales pero inventarlo lo "inventasteis" vosotros . esas letras mongolas machistas guarretonas no salieron mas que de vuestros lubricos delirios..
latinito serás tú, mono de zoo. El guarretón es un derivado de los bailes sudamericanos.
 
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En 1986 se estrenó una película titulada Los inmortales. Protagonizada por Sean Connery y Christopher Lambert, narra la historia de unos personajes que habitan este mundo desde tiempos inmemoriales y que solo pueden morir decapitados por otros inmortales. Deben luchar entre ellos hasta que solo quede uno. La recompensa es el poder de llevar el mundo hacia una era de luz o de oscuridad, lo que más le apetezca al inmortal triunfante. La historia del pop de los últimos 15 años ha sido una reproducción del argumento de esta película. En la cima de la industria, dos o tres géneros y media docena de artistas, todos ellos surgidos hace ya varios lustros, han batallado por dominar el planeta. Y tras años de lucha ha quedado solo una en lo más alto, una chica de 34 años nacida en Pensilvania llamada Taylor Alison Swift, que ha decidido llevar al mundo hacia una era de luz. Y lo ha hecho con tanta fuerza que corremos el riesgo de quedarnos ciegos para siempre.

“Su éxito no tiene precedentes”, apunta por correo electrónico W. David Marx, autor del ensayo de referencia Status and Culture (estatus y cultura), “por su longevidad y por dominar la escena del pop con cada uno de sus lanzamientos. En ella se revela la profunda paradoja de nuestros tiempos. En la Red vivimos vidas fragmentadas, pero en el mundo real Taylor Swift tiene una posición central que hace que hoy la cultura de masas se sienta algo más monótona que nunca”. Marx cree que la autora de The Tortured Poets Department es “demasiado grande para fracasar”, un concepto que se aplica a la economía y que sugiere que hay instituciones financieras que jamás quebrarán porque los gobiernos jamás lo permitirán, pues las repercusiones económicas de su caída serían devastadoras. Eso es hoy la autora de Champagne Problems: el sistema, con sus fuerzas, sus debilidades y sus contradicciones, y a la vez, lo que sostiene al sistema. Trabajadora incansable, emprendedora y ubicua, hasta el punto de que parece estar testando los límites del capitalismo a base de saturarlo con su presencia. La responsabilidad de sostener la maltrecha hegemonía cultural estadounidense, casi toda cargada sobre sus blancos hombros. Taylor Swift está en todas partes. Todo es Taylor Swift.

Ver archivo adjunto 1916299Taylor Swift, durante la nueva era que incluye la gira, la dedicada a su último disco, 'The Tortured Poets Department'.Manuel Vázquez
Desde la distancia que se le supone necesaria a cualquier análisis más o menos ponderado, el triunfo sin precedentes de la cantante puede parecer, como nos indica el escritor Eloy Fernández Porta, autor de Afterpop, el resultado de “un exceso de músicos fascinantes y abracadabrantes. Hacía falta una pausa: una persona simple, tan simple como puede ser una estrella mundial. Nos toca una fase de recesión y conservadurismo”. El periodista inglés Mark Simpson, el hombre que en los noventa acuñó el término “metrosexual”, experto en pop, estilo de vida y cultura LGTBI, va un paso más allá: “El pop se ha consolidado del mismo modo que lo hizo la literatura a finales del pasado siglo, Swift es la J. K. Rowling del pop. En nuestras vidas saturadas, hoy solo hay espacio para una autora y una cantante. Y eso sucede porque la música y la literatura ya no son tan importantes como antes”. Pero ¿no habíamos quedado en que Swift era el triunfo de la luz frente a las tinieblas? Para comprobarlo hay que acercarse a la luz, porque a diferencia de prácticamente cualquier gran estrella del pasado y cualquier gran producto de consumo masivo, Taylor Swift tal vez tenga un mal lejos, pero posee un cerca muy bueno. Es el único alimento de supermercado que, tras leer en la etiqueta su composición, aún te apetece comer.

Bajo un sol de justicia, tres muchachas de 15 años sostienen unos carteles pidiendo entradas para el concierto de Taylor Swift a la puerta de La Défense Arena, de París. Ninguna de ellas habitaba este mundo cuando la estadounidense debutó con su disco homónimo en 2006. El porcentaje de público cuyas fechas de nacimiento coinciden con el segundo, el tercero o incluso el cuarto álbum de la de Pensilvania es considerable, algo muy común en, digamos, un concierto de The Roling Stones o Bruce Springsteen, pero más raro de ver en el de una artista (no infantil) que aún no ha alcanzado el ecuador de la treintena.

Hoy es la segunda de las cuatro fechas de la gira europea de la estadounidense, que tendrá lugar en este recinto con una capacidad para 40.000 personas. Swift actuará —aquí y en el resto de su The Eras Tour— con todo el papel vendido, como cualquiera que no haya pasado el último año en una guandoca norcoreana sabe. En los rostros de las niñas, una mezcla de emoción y desesperación. Una es hija de Ramtin, un coach alemán de 54 años, y las otras dos, amigas del colegio. Hay una segunda hija, menor, que observa desde la distancia. Es fan de Beyoncé. “Tengo dos entradas bloqueadas en el mercado secundario para que entren mi esposa y mi hija”, informa Ramtin. Le han sacado de la tarjeta de crédito 700 euros por los dos pases, pero estos aún no le han llegado. Cada poco tiempo, alguien se para frente a las chicas y ellas llaman a la progenitora. Las negociaciones se frustran una media docena de veces, hasta que aparece una familia estadounidense y les venden sus entradas a 150 euros cada una. Aliviado, Ramtin invita a una cerveza. Su hija mayor llora de emoción. “Ahora vamos a esperar a ver si me dan las entradas. Si nos han timado, vamos a sentarnos en este bar y vas a ver cómo tu padre bebe cerveza toda la tarde. Y si nos las dan, entraremos tú y yo, que no somos fans, pero, como se ha podido comprobar en el viaje en coche, nos sabemos todas las canciones”, informa a su hija fan de Beyoncé. “Yo vi a Michael Jackson en 1992 y no es comparable a esta locura”, sentencia. Su hija mayor sigue llorando de felicidad. “Estoy en contra de la música sosa, pero a favor de las listas de reproducción pensadas para impedir que las adolescentes se corten las venas”, concede Fernández Porta.
ponte a trabajar
 
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