A estas alturas a nadie se le escapa que España, aun siendo un país europeo, presenta una serie de características propias que le dotan de una personalidad particular lo cual quedó recogido en el ya mítico eslogan Spain is diferent. Estas particularidades se dejan ver también dentro del amplio abanico de ideologías que componen patriotismo. Tal vez uno de los ejemplos que mejor muestran ésto es el eterno debate entre los defensores a ultranza de la Hispanidad y los que la aborrecen. Si bien es cierto que entre ambos postulados existe una infinidad de posturas intermedias, normalmente, y más hablando de españoles, la mayoría de se encasillan claramente a favor de uno u otro modelo.
Llegados a este punto convendría determinar exactamente qué cosa es la Hispanidad. Según la Real Academia Española se define como:
1. Carácter genérico de todos los pueblos hispánicos y cultura hispánica.
2. Conjunto y comunidad de todos los pueblos hispánicos.
El término hace referencia, por tanto, a una hermandad existente (En teoría aún en nuestros días) entre los pueblos hispánicos. Es decir que a partir del pueblo español todos los pueblos americanos adquirieron determinados elementos hispanos durante los años que duró el Imperio, conformando una cultura común a ambos lados del Atlántico.
Por tanto si debemos señalar un origen a esta hermandad conocida como Hispanidad, está en la configuración del Imperio americano por parte de los españoles (1492-1808) y en el cual, según los defensores de la Hispanidad, todos los habitantes gozaban de un clima de igualdad en tanto que eran súbditos de Castilla, se encontraban bajo el poder de un mismo Emperador y además eran fieles a la fe católica con lo que disfrutaban también de la protección del Papa. A lo largo de más de los 300 años de duración del Imperio, y teniendo esta igualdad como base, los pueblos amerindios irían adquiriendo la cultura española (El ethos), adaptándose con peculiaridades regionales por todos los rincones del ingente territorio, pero conformando en definitiva una unidad, una comunidad. Tras la oleada turística napoleónica a la Península Ibérica y las posteriores guerras de independencia azuzadas por los criollos, España perdería su Imperio, pero este espíritu y sentimiento de hermandad se mantendría en Sudamérica incluso hasta nuestros días encarnada básicamente en una lengua, una religión y ciertos principios culturales comunes.
Pero, ¿Hasta qué punto es cierto esto realmente?
Estos planteamientos tan románticos e idealistas brillan por su ausencia a lo largo de toda la historia de la humanidad, y éste no es un caso diferente. En primer lugar, hay que desmentir la extendida idea del Imperio universal, es decir, la voluntad de los Austrias, a partir de Carlos V, de incluir en el imperio los territorios de todo el orbe. Esto era más bien un recurso propagandístico utilizado por los monarcas o bien, dándole la vuelta, un argumento utilizado por sus enemigos para desprestigiarlos. Los reyes mal llamados absolutos de la época moderna no poseían la capacidad ni burocrática ni humana ni material para construir un imperio universal y eran conscientes de ello. Su política exterior se basaba básicamente en tapar agujeros y, en consonancia, no perdían su escaso y valioso tiempo en llevar a cabo proyectos imposibles como podría ser el de crear un Imperio universal o como es el caso que nos atañe fomentar una hermandad universal entre los pueblos integrados en el Imperio. Esto no excluye el esfuerzo evangelizador, pero recordemos que éste fue llevado a cabo por las órdenes religiosas y no por el poder civil.
Del mismo modo, si bien podían estar unidos por principios como la religión, las diferencias raciales existían en el imperio y eran vitales para comprender la sociedad que surgió en el Nuevo Mundo.
Primero hay que señalar el punto de partida: La Reconquista. En la sociedad surgida de ésta podemos encontrar claras diferencias raciales entre judíos, moriscos y cristianos, las cuales existieron tras la conversión forzosa al catolicismo e incluso me atrevería a decir que se intensificaron ante la desaparición de las barreras religiosas. La idea de cristianos nuevos y cristianos viejos es la que mejor representaría este fenómeno. Partiendo de este principio, no tenemos por qué pensar que en América iba a ocurrir de un modo diferente con los nuevos pueblos que allí se fueron descubriendo y sometiendo.
Entrando ya directamente en la sociedad del Nuevo mundo, muchos autores la han descrito con el término de pictocracia, que hace referencia al establecimiento de jerarquías sociales fundadas básicamente sobre la raza, atendiendo básicamente a elementos físicos como el tonalidad de la piel tal como muestran los célebres cuadros de castas. Fueron especialmente los criollos, cuyo linaje podía verse cuestionado al haber nacido varias generaciones en el Nuevo Mundo, los que más que se preocuparon por demostrar su ‘’limpieza de sangre’’.
Los citados cuadros de castas recogían detalladas descripciones de todos los posibles mestizajes que podían darse en el Nuevo mundo y se dio nombre al resultado de estas uniones interraciales. Los españoles, de hecho, fuimos pioneros en los estudios raciales que posteriormente se popularizarían en Europa en los siglos XIX y XX bastante más científicos. Los ejemplos son numerosísimos como es la moda entre los colonizadores de dejarse crecer la barba en tanto que era un elemento diferenciador respecto a los indios que eran completamente lampiños.
(Foto: Cuadro de castas analizando cruces raciales y sus resultados)
Por tanto, podemos afirmar categóricamente que las diferencias raciales existieron, se tenía conciencia de ello y se reivindicaba el linaje europeo como motivo de orgullo. El esfuerzo evangelizador y la legislación igualitaria como fueron las Leyes de Burgos, no evitaron que existiese una profunda conciencia racial heredara desde los tiempos medievales, al haber estado en contacto con pueblos extranjeros como los judíos y los fiel a la religión del amores, y que indudablemente se exportó a América desde el momento mismo del Descubrimiento.
Llegados a este punto y tras haber visto que la idea de esta hermandad universal en los siglos que duró el Imperio fue más ficticia que real toca preguntarse ¿Cuándo surgió la idea de Hispanidad?
Podemos señalar claramente el inicio de esta idea en los siglos XIX y XX, sobre todo tras el desastre del 98 y la pérdida de las últimas colonias americanas si bien existieron claros antecedentes como por ejemplo la Constitución de Cádiz que ya hace referencia a ‘’españoles de ambos hemisferios’’ en su intento de convertir un estado absoluto en un estado-nación. Volviendo a la segunda mitad del siglo XIX habría que tener en cuenta que nos encontramos en un contexto internacional en el cual las potencias europeas se repartían el mundo, mientras que España pasaba a ser paulatinamente una nación de segunda fila en relación con sus vecinos inmediatos. Este ambiente favoreció el surgimiento de un movimiento cultural importantísimo como fue el Regeneracionismo, que entre otras muchas cosas se cuestionaba las razones de la decadencia de España.
Fueron algunos de los filósofos y escritores que encarnaron este contexto cultural los principales impulsores del de la idea de Hispanidad, reclamando un ‘regreso’ de España a América no ya como metrópoli sino como pueblos hermanados basándose en los principios anteriormente explicados y que en definitiva vendría a suplir la ausencia de proyecto imperial que padecía España así como a mitigar los fracasos de las diferentes campañas coloniales africanas.
Habría que destacar autores como Rafael Altamira o Maetzu como los principales impulsores de estas corrientes que consideraban que la idea de ‘raza española’ debía responder a principios espirituales y no biológicos, y por tanto podían aplicarse más allá del océano.
Mientras esto se producía en España, en el resto de Europa se desarrollaba la raciología como nueva ciencia (de la que los españoles fuimos pioneros con los cuadros de castas como ya he dicho), siendo una base importante para los nuevos nacionalismos del siglo XX.