Nefersen
Nuncio Apostólico
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Zamor nació en 1762 en la ciudad de Chittagong en el principado de Bengala (actual Bangladés). En 1773, cuando tenía once años, fue capturado por traficantes de esclavos británicos, quienes lo tras*portaron a Francia y lo vendieron al Luis XV. El rey entregó el niño como regalo a su amante, Madame du Barry. La condesa desarrolló un cariño enorme por el niño, a quien solía vestir con elegantes prendas. Se preocupó de educarlo y que aprendiese a leer, como si fuera su propio hijo.
Zamor se aficionó a la lectura y se inspiró en las obras de Rousseau.
Los registros de la época sugieren que Zamor era extremadamente travieso cuando era niño. Ella anotó en sus memorias:
El segundo objeto de mi mirada fue Zamor, un joven africano, lleno de inteligencia y picardía; simple e independiente en su naturaleza, pero salvaje como su país. Zamor se creía igual a todos los que conocía, y apenas se dignaba reconocer al propio rey como su superior.
Zamor creció y se mantuvo al servicio de Jeanne de Barry, tratado con cariño y siendo consentido en un entorno de lujo. Nada hacía prever lo que más tarde sucedería.
El 9 de septiembre de 1792, tras el estallido de la Revolución Francesa, el último marido de Jeanne, el duque de Brissac fue capturado y asesinado por una turbamulta. Aquella misma noche, du Barry oyó el sonido de una muchedumbre ebria aproximándose a su castillo. Tras asomarse a una ventana, alguien arrojó a través de la misma un bulto envuelto en un paño manchado de sangre el cual resultó ser la cabeza decapitada del duque, provocando que Jeanne se desmayase al verla.
En 1789 cuidó, indistintamente, a los heridos republicanos y monárquicos tras los primeros motines de la Revolución. A este respecto, recibió una carta de María Antonieta agradeciéndole los cuidados prestados a los partidarios de la monarquía. Su pasado, a los ojos de los republicanos, la hacía sospechosa, si bien Jeanne había mostrado públicamente su aprobación a los cambios políticos, aunque se desconoce si lo hizo con convicción o por temor ante el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. Durante una estancia en Londres, ciudad a la que viajó durante la Revolución, du Barry se vistió de luto riguroso tras conocer la fin de Luis XVI.
Pese al buen trato que le había dado, Zamor detestaba a la condesa du Barry. Empezó a criticarla por el viaje a Inglaterra a intentar recuperar su joyas perdidas y le advirtió que no protegiera a los aristócratas exiliados.
Al regresar a Francia, Zamor se convirtió en informante del criminal Comité de Salvación Pública, denunciando el el detalle de que Jeanne había llevado luto por Luis XVI. Zamor consiguió que la policía arrestara a la condesa, sin embargo, ésta aseguró su liberación de la guandoca y descubrió que el arresto había sido obra de su esclavo, Zamorm quien pertenecía, al igual que otros miembros del servicio doméstico, al club jacobino. Du Barry dio tres días de plazo para renunciar a su relación con los revolucionarios o renunciar a su puesto como miembro de su servicio doméstico. Zamor renunció de inmediato, procediendo poco después a denunciarla de nuevo ante el Comité.
Con base en el testimonio de Zamor, du Barry era sospechosa de ayudar económicamente a los emigrados que habían huido de la Francia revolucionaria. Jeanne fue arrestada en 1793. El Tribunal Revolucionario de París la acusó de traición y la condenó a fin.
El 8 de diciembre de 1793, Jeanne fue ejecutada en la guillotina en la plaza de la Revolución (actual plaza de la Concordia). Durante el trayecto hasta el cadalso se derrumbó en el interior de la carreta en la que era tras*portada, gritando entre lágrimas: «¡Vais a hacerme daño! ¿Por qué?». Aterrada, du Barry imploró clemencia y suplicó ayuda a la multitud. Sus últimas palabras, dirigidas al verdugo, fueron: «¡Piedad, señor verdugo, un momento más!».
Zamor, este ser da repelúsnte a quien la condesa había protegido, educado, consentido y mantenido toda su vida, asistió complacido a la cruel injusta ejecución de su protectora. Sin embargo, poco después, él mismo fue arrestado por sus compañeros jacobinos bajo sospecha de ser cómplice de la condesa. Fue juzgado y encarcelado, pero pudo asegurar su liberación. Consiguió huir de Francia, reapareciendo en 1815 tras la caída de Napoleón. Por entonces Zamor alquiló un cuarto en la Rue Maître-Albert, cerca del Barrio Latino de París, y pasó unos años como maestro de escuela.
Zamor murió en la pobreza y fue enterrado en París. Al respecto, Jacques Levron escribe:
"Vivía en un cuartito sórdido, reprobado y odiado por todo el barrio. Murió en 1820. Su cuerpo fue arrojado a la fosa común. Nadie siguió su entierro."
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Esta historia revela verdad que subyace en el dicho cubano: "El neցro es traicionero. ¡Jamás de fíes de un neցro!"
Zamor se aficionó a la lectura y se inspiró en las obras de Rousseau.
Los registros de la época sugieren que Zamor era extremadamente travieso cuando era niño. Ella anotó en sus memorias:
El segundo objeto de mi mirada fue Zamor, un joven africano, lleno de inteligencia y picardía; simple e independiente en su naturaleza, pero salvaje como su país. Zamor se creía igual a todos los que conocía, y apenas se dignaba reconocer al propio rey como su superior.
Zamor creció y se mantuvo al servicio de Jeanne de Barry, tratado con cariño y siendo consentido en un entorno de lujo. Nada hacía prever lo que más tarde sucedería.
El 9 de septiembre de 1792, tras el estallido de la Revolución Francesa, el último marido de Jeanne, el duque de Brissac fue capturado y asesinado por una turbamulta. Aquella misma noche, du Barry oyó el sonido de una muchedumbre ebria aproximándose a su castillo. Tras asomarse a una ventana, alguien arrojó a través de la misma un bulto envuelto en un paño manchado de sangre el cual resultó ser la cabeza decapitada del duque, provocando que Jeanne se desmayase al verla.
En 1789 cuidó, indistintamente, a los heridos republicanos y monárquicos tras los primeros motines de la Revolución. A este respecto, recibió una carta de María Antonieta agradeciéndole los cuidados prestados a los partidarios de la monarquía. Su pasado, a los ojos de los republicanos, la hacía sospechosa, si bien Jeanne había mostrado públicamente su aprobación a los cambios políticos, aunque se desconoce si lo hizo con convicción o por temor ante el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. Durante una estancia en Londres, ciudad a la que viajó durante la Revolución, du Barry se vistió de luto riguroso tras conocer la fin de Luis XVI.
Pese al buen trato que le había dado, Zamor detestaba a la condesa du Barry. Empezó a criticarla por el viaje a Inglaterra a intentar recuperar su joyas perdidas y le advirtió que no protegiera a los aristócratas exiliados.
Al regresar a Francia, Zamor se convirtió en informante del criminal Comité de Salvación Pública, denunciando el el detalle de que Jeanne había llevado luto por Luis XVI. Zamor consiguió que la policía arrestara a la condesa, sin embargo, ésta aseguró su liberación de la guandoca y descubrió que el arresto había sido obra de su esclavo, Zamorm quien pertenecía, al igual que otros miembros del servicio doméstico, al club jacobino. Du Barry dio tres días de plazo para renunciar a su relación con los revolucionarios o renunciar a su puesto como miembro de su servicio doméstico. Zamor renunció de inmediato, procediendo poco después a denunciarla de nuevo ante el Comité.
Con base en el testimonio de Zamor, du Barry era sospechosa de ayudar económicamente a los emigrados que habían huido de la Francia revolucionaria. Jeanne fue arrestada en 1793. El Tribunal Revolucionario de París la acusó de traición y la condenó a fin.
El 8 de diciembre de 1793, Jeanne fue ejecutada en la guillotina en la plaza de la Revolución (actual plaza de la Concordia). Durante el trayecto hasta el cadalso se derrumbó en el interior de la carreta en la que era tras*portada, gritando entre lágrimas: «¡Vais a hacerme daño! ¿Por qué?». Aterrada, du Barry imploró clemencia y suplicó ayuda a la multitud. Sus últimas palabras, dirigidas al verdugo, fueron: «¡Piedad, señor verdugo, un momento más!».
Zamor, este ser da repelúsnte a quien la condesa había protegido, educado, consentido y mantenido toda su vida, asistió complacido a la cruel injusta ejecución de su protectora. Sin embargo, poco después, él mismo fue arrestado por sus compañeros jacobinos bajo sospecha de ser cómplice de la condesa. Fue juzgado y encarcelado, pero pudo asegurar su liberación. Consiguió huir de Francia, reapareciendo en 1815 tras la caída de Napoleón. Por entonces Zamor alquiló un cuarto en la Rue Maître-Albert, cerca del Barrio Latino de París, y pasó unos años como maestro de escuela.
Zamor murió en la pobreza y fue enterrado en París. Al respecto, Jacques Levron escribe:
"Vivía en un cuartito sórdido, reprobado y odiado por todo el barrio. Murió en 1820. Su cuerpo fue arrojado a la fosa común. Nadie siguió su entierro."
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Esta historia revela verdad que subyace en el dicho cubano: "El neցro es traicionero. ¡Jamás de fíes de un neցro!"