Azog el Profanador
Siervo de Sauron
Abro éste hilo para hablar de un episodio interesante de la historia, el tema surgió en un hilo del principal y para nos seguir desvirtuando dicho hilo, creo éste tema para debatir y aportar información. El usuario @SanRu sostiene que el emperador Carlos V no entró en batalla, en contra de lo que afirman las crónicas contemporáneas. Vamos allá.
Un poco de contexto.
El Mar mediterráneo en el S.XVI, fue un teatro de operaciones en el que el imperio de los Habsburgo y el imperio Otomano se disputaron el control del mismo. Otros actores lucharon también por sus aguas y las tierras que lo circundaban, tanto cristianos (El Papa, la Orden de Malta, Génova, Venecia) como fiel a la religión del amores (piratas berberiscos). Éstos dos bloques enemistados por temas de índole religioso y cultural, protagonizaron un sin fin de batallas y escaramuzas propias de toda guerra fronteriza, produciéndose las batallas navales más importantes de ese periodo de la historia. Entre los episodios más destacados está el tema que vamos a tratar, la conquista de Túnez por el emperador Carlos V en el año 1535.
La expedición.
Como si de un gigantesco cefalópodo se tratara, el imperio otomano se iba extendiendo con una pasmosa e incontestable habilidad tentacular. Recientemente había caído Túnez en manos del pirata Barbarroja y todas las alarmas habían saltado por los aires. Carlos V no había reparado lo suficiente en aquella amenaza que constantemente erosionaba las costas de la península asaltando indefensas poblaciones de pescadores, haciendo esclavos, pidiendo rescates sin rubor, y en definitiva, menoscabando la imagen del emperador.
Cientos de poblaciones costeras habían sido desalojadas por la acción del terror otomano. Vastas zonas del Adriático, Baleares, Cerdeña, Sicilia y Malta habían despoblado áreas comerciales vitales en pos de una seguridad ficticia. Los osados jenízaros de Barbarroja eran capaces de penetrar profundamente en las campiñas y arrasar con enteras poblaciones que se suponían a resguardo. Miles de cautivos engordaban los mercados de esclavos de Estambul, Argel y Túnez.
Reunido en Cortes en Madrid para obtener financiación -era el año 1534- el emperador más poderoso de su tiempo quería lanzar una advertencia incontestable para que se dejara de cuestionar su autoridad.
Para tal menester, los recursos económicos movilizados fueron inusuales. Desde América, Francisco Pizarro aportaría el oro conseguido por el rescate del inca Atahualpa -cerca de 1.200.000 ducados - que fueron gastados en pertrechar con una logística modélica para la época a aquella tropa. Para ello, se reunió la más vasta flota conocida hasta entonces -cerca de 400 navíos entre carracas, naos y galeras- y cerca de treinta mil hombres tremendamente experimentados en el arte de la guerra. La voluntad de barrer del mapa al turco era meridiana.
Carlos V zarpó de Barcelona con destino a Mahón, en Menorca, y de ahí a Cerdeña, donde se unió al resto de su poderosa flota. A bordo le acompañaban historiadores y poetas que debían documentar la campaña, además de su pintor de corte, el neerlandés Jan Cornelisz Vermeyen.
A mediados de junio del año 1535, la descomunal flota tomaría tierra en las playas de la fenecida Cartago, donde los restos de la antigua capital púnica, abrasados por el inclemente sol africano, hablaban en su muda elocuencia de los últimos estertores en su trágico pulso frente a Roma. El primer objetivo militar del ejército imperial fue La Goleta, un puerto fortificado, clave para dominar Túnez. Barbarroja dejo estacionada una potente guarnición compuesta de lo más granado de las tropas de asalto, los llamados jenízaros, que en numero de 5.000 resistieron hasta el último hombre tras un mes de combates.
El 14 de julio, los tercios de Nápoles, en el asalto decisivo y tras la durísima resistencia turca, causarían una de las mayores masacres conocidas. Mientras el flujo de asaltantes inundaba el interior de la fortaleza de La Goleta, el cuerpo a cuerpo era antológico. Al no haber rendición formal ni intención alguna, la escabechina se tornó apocalíptica. El Duque de Alba y Álvaro de Bazán debieron de terciar para que se hicieran algunos prisioneros que de manera testimonial pudieran relatar aquella descomunal carnicería.
Después de tomar y asegurar La Goleta lo que restaba era adentrarse en la región y capturar la capital de Túnez. Aproximadamente a unos dos kilómetros de la capital existía una vasta extensión, una llanura llamada Wassalli, abarcada por una gran masa de cereal en ciernes, ondulada por la cercana brisa marina. Según las crónicas de la época, mas allá de que los datos pudieran haber sido manipulados en beneficio de una mayor épica en la victoria de los vencedores, se estima, a la baja, un numero de combatientes locales superior a los sesenta mil entre jenízaros, infantería, guarnición y la marinería de la flota de Barbarroja, esto es, que en términos numéricos doblaban ampliamente a las tropas cristianas.
Pese a la inferioridad numérica de los cristianos, cabe recordar que los tercios españoles tenían una merecida fama de no dejar títere con cabeza. Su funcionamiento era el de una maquina de precisión -pero de apiolar a mansalva. Cuando los dos ejércitos se toparon frente a frente en una calurosa mañana de Julio, a los fiel a la religión del amores de Barbarroja no se les ocurrió nada mejor que entablar un duelo de proyectiles, arrojando todo tipo de venablos y flechas contra los cuadros de los tercios. Los prestigiosos arcabuceros españoles, rodilla en tierra y con una cadencia exterminadora, no erraban. Según disparaban los primeros tiradores, se retiraban solapados tras la segunda fila que ya estaba preparada para disparar y así, en una secuencia devastadora, los incondicionales de Allah iban entrando en el paraíso como quien no quiere la cosa.
A todo esto, hay que añadir una sorpresa de última hora. Mientras Barbarroja dirigía aquel nefasto planteamiento de batalla situado en lo alto de un palanquín, unos hastiados esclavos cristianos de longevas y desaliñadas barbas, corroídos por la oscuridad de las lóbregas mazmorras, se habían rebelado en la alcazaba de la ciudad en número de diez mil. Para los turcos el desastre, cogidos entre dos fuegos, pintaba peor que mal.
Habida cuenta de que la situación se tornaba irreversible y apuntalado por la cruda realidad, la mano derecha de Suleimán el Magnífico embarcaría sin mucha demora los restos de su diezmado ejército poniendo rumbo a Argel.
El prestigio del emperador había crecido enteros tras la debacle otomana de Túnez y los ecos de la batalla quedarían reflejados en el verbo de los bardos y trovadores. Los doce famosos tapices bocetados in situ por el pintor y topógrafo flamenco Jan Vermeyen sobre la marcha de los acontecimientos de aquella cruenta batalla dan fe en su espectacular confección narrativa de aquella gesta con una veracidad inusitada. Estos tapices confeccionados en Bruselas por Pannemaker y su tremendo relato de los hechos acaecidos durante aquel cruento asalto recorrieron varias capitales europeas testimoniando la épica de aquellos días y de su valedor, el emperador Carlos V, que combatiría en primera fila como uno más, de acuerdo a las crónicas.
Historia: La jornada de Túnez: cuando España venció a Barbarroja (elconfidencial.com)
Carlos I y la conquista de Túnez (nationalgeographic.com.es)
El emperador Carlos V pasa revista en Barcelona, al ejército destinado a la conquista de Túnez
Ataque a La Goleta
Un poco de contexto.
El Mar mediterráneo en el S.XVI, fue un teatro de operaciones en el que el imperio de los Habsburgo y el imperio Otomano se disputaron el control del mismo. Otros actores lucharon también por sus aguas y las tierras que lo circundaban, tanto cristianos (El Papa, la Orden de Malta, Génova, Venecia) como fiel a la religión del amores (piratas berberiscos). Éstos dos bloques enemistados por temas de índole religioso y cultural, protagonizaron un sin fin de batallas y escaramuzas propias de toda guerra fronteriza, produciéndose las batallas navales más importantes de ese periodo de la historia. Entre los episodios más destacados está el tema que vamos a tratar, la conquista de Túnez por el emperador Carlos V en el año 1535.
La expedición.
Como si de un gigantesco cefalópodo se tratara, el imperio otomano se iba extendiendo con una pasmosa e incontestable habilidad tentacular. Recientemente había caído Túnez en manos del pirata Barbarroja y todas las alarmas habían saltado por los aires. Carlos V no había reparado lo suficiente en aquella amenaza que constantemente erosionaba las costas de la península asaltando indefensas poblaciones de pescadores, haciendo esclavos, pidiendo rescates sin rubor, y en definitiva, menoscabando la imagen del emperador.
Cientos de poblaciones costeras habían sido desalojadas por la acción del terror otomano. Vastas zonas del Adriático, Baleares, Cerdeña, Sicilia y Malta habían despoblado áreas comerciales vitales en pos de una seguridad ficticia. Los osados jenízaros de Barbarroja eran capaces de penetrar profundamente en las campiñas y arrasar con enteras poblaciones que se suponían a resguardo. Miles de cautivos engordaban los mercados de esclavos de Estambul, Argel y Túnez.
Reunido en Cortes en Madrid para obtener financiación -era el año 1534- el emperador más poderoso de su tiempo quería lanzar una advertencia incontestable para que se dejara de cuestionar su autoridad.
Para tal menester, los recursos económicos movilizados fueron inusuales. Desde América, Francisco Pizarro aportaría el oro conseguido por el rescate del inca Atahualpa -cerca de 1.200.000 ducados - que fueron gastados en pertrechar con una logística modélica para la época a aquella tropa. Para ello, se reunió la más vasta flota conocida hasta entonces -cerca de 400 navíos entre carracas, naos y galeras- y cerca de treinta mil hombres tremendamente experimentados en el arte de la guerra. La voluntad de barrer del mapa al turco era meridiana.
Carlos V zarpó de Barcelona con destino a Mahón, en Menorca, y de ahí a Cerdeña, donde se unió al resto de su poderosa flota. A bordo le acompañaban historiadores y poetas que debían documentar la campaña, además de su pintor de corte, el neerlandés Jan Cornelisz Vermeyen.
A mediados de junio del año 1535, la descomunal flota tomaría tierra en las playas de la fenecida Cartago, donde los restos de la antigua capital púnica, abrasados por el inclemente sol africano, hablaban en su muda elocuencia de los últimos estertores en su trágico pulso frente a Roma. El primer objetivo militar del ejército imperial fue La Goleta, un puerto fortificado, clave para dominar Túnez. Barbarroja dejo estacionada una potente guarnición compuesta de lo más granado de las tropas de asalto, los llamados jenízaros, que en numero de 5.000 resistieron hasta el último hombre tras un mes de combates.
El 14 de julio, los tercios de Nápoles, en el asalto decisivo y tras la durísima resistencia turca, causarían una de las mayores masacres conocidas. Mientras el flujo de asaltantes inundaba el interior de la fortaleza de La Goleta, el cuerpo a cuerpo era antológico. Al no haber rendición formal ni intención alguna, la escabechina se tornó apocalíptica. El Duque de Alba y Álvaro de Bazán debieron de terciar para que se hicieran algunos prisioneros que de manera testimonial pudieran relatar aquella descomunal carnicería.
Después de tomar y asegurar La Goleta lo que restaba era adentrarse en la región y capturar la capital de Túnez. Aproximadamente a unos dos kilómetros de la capital existía una vasta extensión, una llanura llamada Wassalli, abarcada por una gran masa de cereal en ciernes, ondulada por la cercana brisa marina. Según las crónicas de la época, mas allá de que los datos pudieran haber sido manipulados en beneficio de una mayor épica en la victoria de los vencedores, se estima, a la baja, un numero de combatientes locales superior a los sesenta mil entre jenízaros, infantería, guarnición y la marinería de la flota de Barbarroja, esto es, que en términos numéricos doblaban ampliamente a las tropas cristianas.
Pese a la inferioridad numérica de los cristianos, cabe recordar que los tercios españoles tenían una merecida fama de no dejar títere con cabeza. Su funcionamiento era el de una maquina de precisión -pero de apiolar a mansalva. Cuando los dos ejércitos se toparon frente a frente en una calurosa mañana de Julio, a los fiel a la religión del amores de Barbarroja no se les ocurrió nada mejor que entablar un duelo de proyectiles, arrojando todo tipo de venablos y flechas contra los cuadros de los tercios. Los prestigiosos arcabuceros españoles, rodilla en tierra y con una cadencia exterminadora, no erraban. Según disparaban los primeros tiradores, se retiraban solapados tras la segunda fila que ya estaba preparada para disparar y así, en una secuencia devastadora, los incondicionales de Allah iban entrando en el paraíso como quien no quiere la cosa.
A todo esto, hay que añadir una sorpresa de última hora. Mientras Barbarroja dirigía aquel nefasto planteamiento de batalla situado en lo alto de un palanquín, unos hastiados esclavos cristianos de longevas y desaliñadas barbas, corroídos por la oscuridad de las lóbregas mazmorras, se habían rebelado en la alcazaba de la ciudad en número de diez mil. Para los turcos el desastre, cogidos entre dos fuegos, pintaba peor que mal.
Habida cuenta de que la situación se tornaba irreversible y apuntalado por la cruda realidad, la mano derecha de Suleimán el Magnífico embarcaría sin mucha demora los restos de su diezmado ejército poniendo rumbo a Argel.
El prestigio del emperador había crecido enteros tras la debacle otomana de Túnez y los ecos de la batalla quedarían reflejados en el verbo de los bardos y trovadores. Los doce famosos tapices bocetados in situ por el pintor y topógrafo flamenco Jan Vermeyen sobre la marcha de los acontecimientos de aquella cruenta batalla dan fe en su espectacular confección narrativa de aquella gesta con una veracidad inusitada. Estos tapices confeccionados en Bruselas por Pannemaker y su tremendo relato de los hechos acaecidos durante aquel cruento asalto recorrieron varias capitales europeas testimoniando la épica de aquellos días y de su valedor, el emperador Carlos V, que combatiría en primera fila como uno más, de acuerdo a las crónicas.
Historia: La jornada de Túnez: cuando España venció a Barbarroja (elconfidencial.com)
Carlos I y la conquista de Túnez (nationalgeographic.com.es)
El emperador Carlos V pasa revista en Barcelona, al ejército destinado a la conquista de Túnez
Ataque a La Goleta