Yo no soy Sherlock Holmes

Clavisto

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10 Sep 2013
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- ¿Qué tal? -dije a modo de saludo.
- Psé...Otro día en la vida. "Another day in paradise" -respondió el cliente.
- Phil Collins. ¿Una copa?
- Yes, por favor.

Sí, conocía al músico que compuso aquel bodrio pasteloso. También que formó parte de Génesis, aquella banda que no se hizo para mi. Sherlock Holmes no guardaba nada en su memoria de cosa que no le interesara de veras; y se jactaba de ello, puede que con razón. Pero yo no soy Sherlock Holmes.

"¡Tengo el regazo lleno de amor!" gritábamos por las calles entre carcajadas etílicas y estribillos de La platano Records para escándalo y espanto de las viejas sentadas al fresco.

La conversación derivó enseguida hacia el baloncesto. Iba a escribir que sin conocer el motivo pero ahora me viene a la cabeza.

- "Another day in the office" -prosiguió.
- Eso es de Jordan.

Nunca me gustó mucho el baloncesto, yo fui del fútbol, pero también hay espacio para él en mi disco duro.

Recordé haber leído ayer algo en la Red acerca de un récord de puntos a cargo de Lebron James en la NBA. Kareem Abdul Jabbar había dejado de ser el máximo anotador.

Y lo dije. Otro cliente que estaba entre medias, un chaval excepcional, se rió a cuenta de una foto del hecho.

- ¡Vais a ver! -dijo tecleando en su móvil- ¡Mirad!

Nos acercamos a él.

Era la foto del instante, de la canasta: toda la grada menos dos personas la vio a través de sus teléfonos móviles; había incluso quien estaba de espaldas para dejar un selfie del hecho.

Poco después el chico se fue a trabajar y del baloncesto pasamos al fútbol, de Jordan al Real Madrid sin solución de continuidad. Y siendo él del Barcelona y yo de la Real Sociedad coincidimos en su primacía por derecho casi natural, tal y como lo demuestra la historia. Claro que decir que yo soy de la Real Sociedad es como decir que sigo siendo de Hermann Hesse. Y él, divorciado y padre de tres hijos adultos...pues supongo que poco más o menos.

Pero los recuerdos tiran de las conversaciones y hacen más ameno el presente; mejor aún cuando va acompañado por los primeros tragos de la tarde. Tanto él como yo tiramos de recuerdos del Madrid, de su implacabilidad, de su sello divino. A ellos añadí aquella final de Copa de Europa con el Atleti y el gol de Ramos en el último segundo, la enfadadísima llamada telefónica que recibí de mi antimadridista padre mientras yo andaba cagándome en Dios a grandes voces, "¿lo has visto?", de las maldiciones que echamos y, cosa rara, del absoluto convencimiento de que ya no había nada que hacer, como así fue. Uno del Bilbao y otro de la Real convencidos del sobe que vendría con la prórroga. Y que llegó.

- Si hubieran tenido que marcarle seis -le dije al cliente- le habrían marcado seis, no tres.
- Seguro.

Es así. La vida es así. La vida tiene querencias, como los toros. Y hay que tenerlos muy bien puestos para hacerle frente. Y aunque se lo hagas y te cruces con ella a lo José Tomás te llevará por delante más temprano que tarde, como le pasó al mismo maestro.


¿Quien sabe? Si Arconada no hubiese existido me habría hecho del Madrid. Era lo normal, después de todo. Pero yo era un niño cuando la Real ganó dos Ligas.

Arconada; Celayeta, Górriz, Cortabarría, Olaizola; Perico Aloso, Diego, Zamora; Satrústegui, Idígoras, López Ufarte.

Han pasado más de treinta años y cito de corrido en mi memoria.


Y catorce menos un día desde que, medio borracho a las cinco de la tarde y tirado como una estrella del Rock en su sofá del camerino, ella se fue llorando del piso sin siquiera llevarse la cazadora.


La conservé durante algunos años. Había noches en las que la olía. Y otra en la que alguien la tiró a la sarama.


Ella era del Madrid.
 
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Salí a pasear, borracho. Estaba lloviendo por primera vez en meses. No me importó. Enseguida vino el dolor a mi talón. Tampoco le hice caso. Pensé en entrar a alguno de los bares que fui encontrándome, pero no lo hice.

De vuelta a casa, al doblar otra esquina, me topé con ella; "perdón" nos dijimos y seguimos nuestros caminos. Pero nos habíamos reconocido. Ella volvió y me llamó por mi nombre; la oí debajo de mis auriculares; puede que la estuviera esperando.

Nos miramos a las ojos, bajo la débil lluvia de la fría noche, y me preguntó por como me iba. Yo también. Nos mentimos durante menos tiempo del que tardo en escribirlo. Cogió mis manos y me dijo que siempre me había portado bien con ella; la yonki, la que nadie quiere ya. Siempre y bien no es apenas nada para quienes casi siempre han estado bien. Sonreí, le di dos besos y le acaricié la mejilla. Vi lagrimillas en sus ojos. Nos separamos.

Un rato después me decidí a mirar hacia atrás. No vi a nadie. No vi a nadie que deseara encontrar.

Y pensé en ir a buscarla.

Pero regresé a casa.

Todavía llueve.
 
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