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Aniversario: Waterloo, la batalla que acabó con Napoleón | Cultura | EL PA
Hoy, hace dos siglos, se acabó un mito, Napoleón, y se estableció otro, Wellington. Se desmoronó un liderazgo mundial, el francés, y se afianzó otro, el británico. Encogieron las ideas liberales y se insuflaron nuevas fuerzas al orden de cosas del Antiguo Régimen -incluido el trono francés, recuperado para Luis XVIII-, aunque sus días estaban contados. El Viejo Mundo se hundiría definitivamente cien años después, en otra carnicería bélica que se pensó corta y duró cuatro años (1914-1918).
Lo ocurrido el 18 de junio de 1815, a no demasiados kilómetros de Bruselas, entre tropas de varias nacionalidades -a un lado Francia, al otro aliados ingleses, prusianos, holandeses, belgas, alemanes-, fue el fin del sueño imperial de Bonaparte, que había campado a sus anchas y victorioso por Europa hasta que comenzaron sus reveses en España. Todo lo que rodeó aquella jornada despierta una fascinación, que comparten tanto el mundo científico como los aficionados a la historia militar. "En Waterloo", sostiene el historiador italiano Alessandro Barbero, "Napoleón podría haber ganado, y quizá sea por eso por lo que nunca se dejarán de escribir libros sobre aquella jornada".
Libros sobre Waterloo
-Waterloo. La última batalla de Napoleón (Pasado y Presene). Alessandro Barbero.
-Waterloo (La esfera de los libros). relleniton Corrigan.
-El rostro de la batalla (Turner). John Keegan.
-El general Álava y Wellington: de Trafalgar a Waterloo. Gonzalo Serrats.
-Álava en Waterloo (Edhasa). Ildefonso Arenas.
En su libro sobre la batalla, Barbero defiende la idea de que, sin el refuerzo de tropas prusianas del mariscal de campo Von Blücher, los franceses habían derrotado al ejército de Wellington. Antes que Barbero, lo dijo Bonaparte en Santa Elena, la segunda -y definitiva- isla donde se exilió: "Sin él allí, no sé dónde estaría ahora Su Gracia [Wellington], pero con seguridad yo no estaría aquí".
En cuanto a la pasión que despierta entre aficionados no hay más que ver las cifras de los "reenactors" que participarán en el teatralización de Waterloo el viernes y el sábado: 6.200 figurantes procedentes de 52 países. A la verosimilitud histórica contribuirán 120 cañones (no muchos menos de los que movilizó en realidad Wellington, que tenía en la artillería uno de sus puntos débiles), 2.500 kilos de pólvora y 330 caballos y sus merecidas 30 toneladas de heno. La recreación no se realizará en la jornada propiamente dicha y se dividirá en dos sesiones, viernes y sábado. Se prevé que asistan 118.000 espectadores a ambos espectáculos históricos, que se desarrollan en el mismo lugar de los hechos donde se encontraron dos viejos enemigos, Bonaparte y Wellington.
Napoleón, que había sido desterrado a la isla de Elba, se fugó de su exilio mediterráneo. El 1 de marzo de 1815 desembarcó en la Costa Azul con una flotilla pra recuprar su poder. Veinte días después entraba triunfal en París y, sin mucha demora, envió cartas a unos y otros proclamando sus deseos de paz. Inútil diplomacia. Las cuatro potencias que le habían derrotado en 1814 (Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia) se comprometieron a invadir Francia tan pronto como pudieran. Dada la respuesta, Napoleón reaccionó poniéndose a la altura de su propia leyenda y movilizó a los franceses para tratar de actuar con rapidez e impedir que sus enemigos sumasen fuerzas. Calculó que por separado podría vencerles.
El 15 de junio de 1815 entran las primeras tropas francesas en Bélgica, sin que los espías de Wellington hayan logrado advertir lo que se avecinaba. Los planes del emperador se desarrollan a su gusto. Por separado, sus hombres derrotan a los prusianos y obligan a retirarse al variopinto ejército de Wellington (formado por británicos, alemanes, holandeses y belgas) hacia Bruselas. Waterloo, una pequeña aldea, es el lugar donde se producirá el último encontronazo entre tropas el 18 de julio. La superioridad francesa se evapora en cuanto llegan los refuerzos de Von Blücher, que pese a su derrota anterior decide acudir en apoyo de los ingleses y decanta la contienda hacia los aliados.
A pesar de la provindencial intervención de Prusia, el duque de Wellington (cuyo ayuda de campo fue el general español Miguel de Álava) se llevó casi todos los laureles de la victoria, aunque la carnicería le había dejado tan mal sabor de boca que, al día siguiente, dijo: "Espero no volver a ver ninguna otra batalla como ésta. Ésta ha sido demasiado chocante. Es demasiado ver a hombres valientes, tan dignos los unos de los otros, despedazándose de esa manera".
Después de Waterloo, la Europa bélica de los años anteriores se sosegó. Aunque el espejismo se evaporó antes de un siglo. De hecho, el centenario de Waterloo no pudo celebrarse. En 1915 una parte de los europeos estaba atrincherada y matándose en la Gran Guerra. Así que el bicentenario de la batalla, que significó el final de Napoleón, cobra un especial simbolismo. Pese a los conflictos diplomáticos, a puntuales corrimientos de tierras geopolíticos, a las crisis económicas y a los dramas migratorios, Europa vive un largo periodo de estabilidad que le permite celebrar la historia con espíritu festivo.
Hoy, hace dos siglos, se acabó un mito, Napoleón, y se estableció otro, Wellington. Se desmoronó un liderazgo mundial, el francés, y se afianzó otro, el británico. Encogieron las ideas liberales y se insuflaron nuevas fuerzas al orden de cosas del Antiguo Régimen -incluido el trono francés, recuperado para Luis XVIII-, aunque sus días estaban contados. El Viejo Mundo se hundiría definitivamente cien años después, en otra carnicería bélica que se pensó corta y duró cuatro años (1914-1918).
Lo ocurrido el 18 de junio de 1815, a no demasiados kilómetros de Bruselas, entre tropas de varias nacionalidades -a un lado Francia, al otro aliados ingleses, prusianos, holandeses, belgas, alemanes-, fue el fin del sueño imperial de Bonaparte, que había campado a sus anchas y victorioso por Europa hasta que comenzaron sus reveses en España. Todo lo que rodeó aquella jornada despierta una fascinación, que comparten tanto el mundo científico como los aficionados a la historia militar. "En Waterloo", sostiene el historiador italiano Alessandro Barbero, "Napoleón podría haber ganado, y quizá sea por eso por lo que nunca se dejarán de escribir libros sobre aquella jornada".
Libros sobre Waterloo
-Waterloo. La última batalla de Napoleón (Pasado y Presene). Alessandro Barbero.
-Waterloo (La esfera de los libros). relleniton Corrigan.
-El rostro de la batalla (Turner). John Keegan.
-El general Álava y Wellington: de Trafalgar a Waterloo. Gonzalo Serrats.
-Álava en Waterloo (Edhasa). Ildefonso Arenas.
En su libro sobre la batalla, Barbero defiende la idea de que, sin el refuerzo de tropas prusianas del mariscal de campo Von Blücher, los franceses habían derrotado al ejército de Wellington. Antes que Barbero, lo dijo Bonaparte en Santa Elena, la segunda -y definitiva- isla donde se exilió: "Sin él allí, no sé dónde estaría ahora Su Gracia [Wellington], pero con seguridad yo no estaría aquí".
En cuanto a la pasión que despierta entre aficionados no hay más que ver las cifras de los "reenactors" que participarán en el teatralización de Waterloo el viernes y el sábado: 6.200 figurantes procedentes de 52 países. A la verosimilitud histórica contribuirán 120 cañones (no muchos menos de los que movilizó en realidad Wellington, que tenía en la artillería uno de sus puntos débiles), 2.500 kilos de pólvora y 330 caballos y sus merecidas 30 toneladas de heno. La recreación no se realizará en la jornada propiamente dicha y se dividirá en dos sesiones, viernes y sábado. Se prevé que asistan 118.000 espectadores a ambos espectáculos históricos, que se desarrollan en el mismo lugar de los hechos donde se encontraron dos viejos enemigos, Bonaparte y Wellington.
Napoleón, que había sido desterrado a la isla de Elba, se fugó de su exilio mediterráneo. El 1 de marzo de 1815 desembarcó en la Costa Azul con una flotilla pra recuprar su poder. Veinte días después entraba triunfal en París y, sin mucha demora, envió cartas a unos y otros proclamando sus deseos de paz. Inútil diplomacia. Las cuatro potencias que le habían derrotado en 1814 (Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia) se comprometieron a invadir Francia tan pronto como pudieran. Dada la respuesta, Napoleón reaccionó poniéndose a la altura de su propia leyenda y movilizó a los franceses para tratar de actuar con rapidez e impedir que sus enemigos sumasen fuerzas. Calculó que por separado podría vencerles.
El 15 de junio de 1815 entran las primeras tropas francesas en Bélgica, sin que los espías de Wellington hayan logrado advertir lo que se avecinaba. Los planes del emperador se desarrollan a su gusto. Por separado, sus hombres derrotan a los prusianos y obligan a retirarse al variopinto ejército de Wellington (formado por británicos, alemanes, holandeses y belgas) hacia Bruselas. Waterloo, una pequeña aldea, es el lugar donde se producirá el último encontronazo entre tropas el 18 de julio. La superioridad francesa se evapora en cuanto llegan los refuerzos de Von Blücher, que pese a su derrota anterior decide acudir en apoyo de los ingleses y decanta la contienda hacia los aliados.
A pesar de la provindencial intervención de Prusia, el duque de Wellington (cuyo ayuda de campo fue el general español Miguel de Álava) se llevó casi todos los laureles de la victoria, aunque la carnicería le había dejado tan mal sabor de boca que, al día siguiente, dijo: "Espero no volver a ver ninguna otra batalla como ésta. Ésta ha sido demasiado chocante. Es demasiado ver a hombres valientes, tan dignos los unos de los otros, despedazándose de esa manera".
Después de Waterloo, la Europa bélica de los años anteriores se sosegó. Aunque el espejismo se evaporó antes de un siglo. De hecho, el centenario de Waterloo no pudo celebrarse. En 1915 una parte de los europeos estaba atrincherada y matándose en la Gran Guerra. Así que el bicentenario de la batalla, que significó el final de Napoleón, cobra un especial simbolismo. Pese a los conflictos diplomáticos, a puntuales corrimientos de tierras geopolíticos, a las crisis económicas y a los dramas migratorios, Europa vive un largo periodo de estabilidad que le permite celebrar la historia con espíritu festivo.