A su amigo hay que levantarle un monumento.
Ha hecho en cada momento lo que el sistema decía que había que hacer: consumir a lo loco para que subiera la producción de videoconsolas, coches y motos, hipotecarse en plena burbuja para que los bancos lucieran aquellos hermosos balances, drojarse para no hacerse demasiadas preguntas, buscarse novia para garantizar la procreación de la siguiente generación de esclavos, agachar la cabeza cuando vino la crisis, reformar el piso en cuanto pudo para reanimar el alicaído pero vital sector de la construcción, y planear vacaciones y cenas en restaurantes para apoyar el otro puntal del PIB (turismo y hostelería).
Este país necesita millones de remeros obedientes y su amigo es el ejemplo perfecto.