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El el bichito da un vuelco al mapa de la prespitación en Madrid
Una mujer, con mascarilla y tacones, abre la puerta de un chalé en el barrio de El Viso. Bien podría ser una vivienda, pero el lugar se anuncia en internet como un centro de «masajes eróticos». Besos prohibidos, toma de temperatura, duchas antes y después... El protocolo «anticovid» también incluye un «Coronasutra»: las posturas sensuales recomendadas –no faciales– para evitar contagios. «Sí, cumplimos con todas las medidas», alcanza a decir la anfitriona, antes de cerrar la puerta apresuradamente: «Lo siento, no estoy autorizada a hablar». Sin embargo, aunque las precauciones contra el bichito alcancen este opaco mundo, los rincones de la prespitación están en el punto de mira.
Una joven limpia la ventana de una habitación del hotel Factory Air, en Barajas - De San Bernardo
La esa época en el 2020 de la que yo le hablo también ha hecho mella en los propios clubes, que tienen que asumir los gastos de los locales y de sus trabajadores en nómina. «Abrir hasta la una es la ruina, a partir de esa hora viene la gente», afirma Manuel (nombre ficticio), uno de los trabajadores de Private, en Alcalá de Henares. Según dice, la facturación se ha desplomado un 60 por ciento. Este local de alterne solo mantiene abierta la terraza, donde una decena de mujeres ven pasar el tiempo. De hecho, muchos clubes de la capital han preferido cerrar, como los ubicados en las calles perpendiculares a la Gran Vía (El Papillon, Poupee, New Girls...).
sesso, ¿sin contagio?
D’Angelo, en un costado del paseo de la Castellana, sirve copas a las meretrices y sus clientes desde 1977. A pocos metros de su puerta, un segundo local, del mismo propietario, da paso a un hotel de luz tenue y amplias habitaciones . «Lo que pedimos es seguir, de forma salubre. Si no, seguirá en las casas, en chalés, donde no hay medidas higiénicas», afirma su encargado, Aarón Collado.
Un bote de gel hidroalcohólico, una alfombrilla desinfectante, una mujer y su ceñido vestido neցro dan la bienvenida a sus puertas. Pero son las nueve de la noche y en la barra solo bebe un hombre, entre dos jóvenes que sonríen y acarician su camisa, mientras otras dos chicas descansan de brazos cruzados en un sofá. «Hay mucho desconocimiento con la prespitación, ellas vienen porque quieren, nadie las obliga», asevera Collado. La crisis sanitaria ha cambiado las cosas. «Ellas tienen miedo. Normalmente aquí hay treinta chicas», dice.
En un prostíbulo en pleno centro de Alcalá de Henares, que funciona con una licencia de espectáculo y hospedaje, una hilera de mujeres aguardan con mascarilla a clientes que no llegan. «Claro que tenemos miedo al bichito, pero en todos lados está complicado», dice una joven venezolana de 22 años.«Limpiamos más las habitaciones», dice otra. Su «profesión», no obstante, requiere contacto físico directo.
«Aquí hay que pasar por eso», asevera la camarera del local, al tiempo que señala una pistola para medir la temperatura. Los pocos que acuden estos días son «clientes habituales», afirma, como si eso evitase la propagación del bichito. Minutos después aparece uno de ellos, que pide una copa y se dispone a charlar con las mujeres. «Es la primera vez que vengo desde el confinamiento, a ver a una chica, pero hoy no está», se resigna.
«Tomamos las medidas higiénicas que podemos. Varias nos hemos comprado termómetros, limpiamos más a menudo... Igual que preservativos, nos podrían dar test rápidos», cuenta Sánchez, por teléfono. Pero no trabaja tanto como antaño. «La gente piensa que los clientes son unos insconcientes, que solo quieren... Pero son los hombres con los que convivimos todos los días, tienen familias y la mayoría de nuestros clientes son mayores y son población de riesgo», afirma.
El el bichito da un vuelco al mapa de la prespitación en Madrid
Una mujer, con mascarilla y tacones, abre la puerta de un chalé en el barrio de El Viso. Bien podría ser una vivienda, pero el lugar se anuncia en internet como un centro de «masajes eróticos». Besos prohibidos, toma de temperatura, duchas antes y después... El protocolo «anticovid» también incluye un «Coronasutra»: las posturas sensuales recomendadas –no faciales– para evitar contagios. «Sí, cumplimos con todas las medidas», alcanza a decir la anfitriona, antes de cerrar la puerta apresuradamente: «Lo siento, no estoy autorizada a hablar». Sin embargo, aunque las precauciones contra el bichito alcancen este opaco mundo, los rincones de la prespitación están en el punto de mira.
La esa época en el 2020 de la que yo le hablo también ha hecho mella en los propios clubes, que tienen que asumir los gastos de los locales y de sus trabajadores en nómina. «Abrir hasta la una es la ruina, a partir de esa hora viene la gente», afirma Manuel (nombre ficticio), uno de los trabajadores de Private, en Alcalá de Henares. Según dice, la facturación se ha desplomado un 60 por ciento. Este local de alterne solo mantiene abierta la terraza, donde una decena de mujeres ven pasar el tiempo. De hecho, muchos clubes de la capital han preferido cerrar, como los ubicados en las calles perpendiculares a la Gran Vía (El Papillon, Poupee, New Girls...).
sesso, ¿sin contagio?
D’Angelo, en un costado del paseo de la Castellana, sirve copas a las meretrices y sus clientes desde 1977. A pocos metros de su puerta, un segundo local, del mismo propietario, da paso a un hotel de luz tenue y amplias habitaciones . «Lo que pedimos es seguir, de forma salubre. Si no, seguirá en las casas, en chalés, donde no hay medidas higiénicas», afirma su encargado, Aarón Collado.
Un bote de gel hidroalcohólico, una alfombrilla desinfectante, una mujer y su ceñido vestido neցro dan la bienvenida a sus puertas. Pero son las nueve de la noche y en la barra solo bebe un hombre, entre dos jóvenes que sonríen y acarician su camisa, mientras otras dos chicas descansan de brazos cruzados en un sofá. «Hay mucho desconocimiento con la prespitación, ellas vienen porque quieren, nadie las obliga», asevera Collado. La crisis sanitaria ha cambiado las cosas. «Ellas tienen miedo. Normalmente aquí hay treinta chicas», dice.
En un prostíbulo en pleno centro de Alcalá de Henares, que funciona con una licencia de espectáculo y hospedaje, una hilera de mujeres aguardan con mascarilla a clientes que no llegan. «Claro que tenemos miedo al bichito, pero en todos lados está complicado», dice una joven venezolana de 22 años.«Limpiamos más las habitaciones», dice otra. Su «profesión», no obstante, requiere contacto físico directo.
«Aquí hay que pasar por eso», asevera la camarera del local, al tiempo que señala una pistola para medir la temperatura. Los pocos que acuden estos días son «clientes habituales», afirma, como si eso evitase la propagación del bichito. Minutos después aparece uno de ellos, que pide una copa y se dispone a charlar con las mujeres. «Es la primera vez que vengo desde el confinamiento, a ver a una chica, pero hoy no está», se resigna.
«Tomamos las medidas higiénicas que podemos. Varias nos hemos comprado termómetros, limpiamos más a menudo... Igual que preservativos, nos podrían dar test rápidos», cuenta Sánchez, por teléfono. Pero no trabaja tanto como antaño. «La gente piensa que los clientes son unos insconcientes, que solo quieren... Pero son los hombres con los que convivimos todos los días, tienen familias y la mayoría de nuestros clientes son mayores y son población de riesgo», afirma.
El el bichito da un vuelco al mapa de la prespitación en Madrid