La segunda ola del bichito dentro de una UCI: "Estamos agotados y muy cabreados con los pacientes"
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Hoy tenemos la UCI llena y anoche ingresamos a otro enfermo malísimo, la actividad es agobiante, pero no es nada comparado con la sensación que tuvimos el día del primer ingreso en verano, el 14 de agosto. Habíamos conseguido tener el hospital sin un solo enfermo el bichito en planta y aquello fue palpar de nuevo la realidad. Ese día supimos que esto no se había terminado, que estaba aquí de nuevo».
La última vez que estuvimos en la
Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Infanta Sofía de Madrid, hace seis meses, no había gel hidroalcohólico que tapara el olor a miedo. Los médicos se movían por allí disfrazados de artificieros, con monos de astronauta y sus nombres garabateados en la espalda como si fueran futbolistas, porque detrás de las máscaras empapadas en sudor todos los médicos parecían el mismo médico. El hospital era entonces como una
escape room, un laberinto lleno de puertas que no se podían cruzar porque al otro lado estaba el
bicho. Entonces,
las ocho camas de UCI se convirtieron en 40 y el hospital, en un monográfico.
Hoy, la presión ha bajado, el hospital se ha reorganizado. Los ingresados en la UCI son ahora la mitad que entonces y la mortalidad es bastante menor. Hay una raya roja en el suelo que separa la zona sucia de la limpia y ya no hay casi disfraces de artificiero, aunque la bomba sigue activa.
«
La situación no es la de marzo, pero tampoco es la que esperábamos», admite
Miguel Ángel González, jefe de la UCI del Infanta Sofía.
Este verano, se fue a la playa y duró dos días, hasta que aquel 14 de agosto el bichito le dijo que estaba aquí otra vez, que nunca se había ido.
«
La sensación fue de desconsuelo. Siempre supimos que iba a haber un rebrote, pero no esperábamos que fuera de esta intensidad. Creíamos que podríamos hacer frente con los recursos que teníamos, pero nos hemos vuelto a ver desbordados», se lamenta. «La gente pensó que había un armisticio, que la guerra había acabado y que podían salir a la calle a celebrar la vuelta a la normalidad. Pero esta guerra no se había acabado, el enemigo seguía dentro. La pesadilla no se ha ido».
-¿Cuál es la sensación ahora?
-Aquí el cabreo ahora es con los ciudadanos. Yo veía las playas en agosto y pensaba para mis adentros: «
Vamos a morir todos». Lo ves cada día.
Hay una enorme diferencia entre la realidad que vivimos aquí dentro, en el hospital, y la sensación de impunidad que hay en la calle. A todos esos que no se toman en serio lo que está pasando yo les traería aquí a conocer a Emilio.
La segunda ola del bichito dentro de una UCI
La última vez que estuvimos en el Hospital Infanta Sofía de Madrid, Emilio estaba ingresado en la UCI. Casi siete meses después aquí sigue, surfeando un
tsunami mientras los demás comparamos una ola con la otra bajo la sombrilla. Él tiene 66 años y es uno de los tres pacientes que siguen ingresados desde el primer pico, el único que sigue en intensivos.
Emilio era profesor en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Ahora es él al que están restaurando. Está sentado en un sillón de su habitación. Ya está libre del bichito, pero su salud -advierte el doctor González- aguanta «cogida con pinzas». Tiene un tubo que le sale de un agujero de la nariz y una vía que sale del otro. Se ha quedado en los huesos pero tiene las piernas hinchadas como un elefante después de tanto tiempo sin caminar.
Esta semana le sacaron por primera vez un rato a tomar el sol. El pecho, pálido y lleno de ventosas, recuerda al de E.T. cuando agonizaba en casa de Elliot. En la oreja izquierda le asoma un auricular.
Emilio habla con un hilo de voz apenas imperceptible.
Se tiene que presionar en la gasa que le cubre la traqueotomía para poder susurrar al oído de su mujer, que va haciendo de traductora.
«Dice que jamás pensó que acabaría en una situación así».
«Y dice que ha tenido la suerte de superar momentos muy malos».
«Dice que su objetivo es seguir resistiendo».
«Y también, que está muy enfadado con el Gobierno».
Su mujer se llama Alicia y ahora parece mucho más joven que él. Ella cumplía años el día que a Emilio le empezó a doler la garganta. Pensaron que era faringitis. Ocho días después estaba en Urgencias, dos días después, conectado al oxígeno y antes de que acabara marzo, en la UCI. Alicia no le volvió a ver hasta finales de junio. «
Era una angustia tremenda, esperábamos cada día la llamada con un sufrimiento... Pero nunca hemos perdido la esperanza».
Mientras usted se iba a la playa, los políticos peleaban y los niños volvían al cole, Emilio seguía aquí dentro. Alicia va ahora cada día al hospital. «
Dice el médico que es terapéutico, que si yo vengo él se encuentra mejor», explica. «
¿A que es verdad que estás mejor, Emilio?». Y él dice que sí con la cabeza.
Cada mañana, a las 12 en punto Alicia está en la puerta de la UCI, con su bata verde y su mascarilla. «
Ahora me pongo de color cuando veo a alguien en la calle sin mascarilla. La gente no tiene ni idea de lo que pasa aquí dentro». Él le dice que diga que «
la gente tiene que ser sensata, que no se olviden que esta enfermedad rompe vidas, proyectos humanos, familias y trabajos».
-¿Qué es lo que más ganas tiene de hacer cuando salgas de aquí?
-Dice que abrazar a su familia.
Teresa Ramírez es jefa del Servicio de Neumología. La última vez que la vimos ella también llevaba meses sin abrazar a su familia. «
El hospital ha cambiado mucho desde entonces», cuenta ahora. «
En la primera ola se puso tanta gente a la vez en malas condiciones que eso nos obligó a pararlo todo y centrarnos sólo en el el bichito. Esta segunda ola ha hecho que tengamos un pico de contagios brutal, pero sin poder parar todo como antes. La situación es muy complicada».
-¿Esperaban este panorama?
-Yo esperaba que los ciudadanos fueran más obedientes. Creía que esto era un trabajo de equipo. El
bicho es el mismo que entonces, peligra la vida de la gente y no nos hemos portado bien.
O lo entendemos o la situación se complicará más porque la enfermedad nos sigue ganando por mucho. La adrenalina del primer momento ya ha pasado y estamos exhaustos mentalmente. Esta segunda ola, además, nos genera enfado... Yo estoy muy enfadada con el paciente que no hace caso. El político pasa, pero el que se queda en el camino es el que pierde a su padre, a su progenitora, a su hijo, el que cierra su negocio. Estamos en una guerra microbiológica que no es ajena a nadie. A veces te preguntas si vale la pena tanto esfuerzo...
-¿Por qué no somos conscientes de la gravedad después de 30.000 muertos?
-El ser humano es así. Vivíamos muy bien, todo era muy cómodo y muy guay, y esto nos ha puesto en nuestro sitio. Un bicho ha desmantelado el mundo y lo que tú creías que estaba sobre pilones de hormigón armado se ha derrumbado.
Somos tan frágiles que en tres días ingresas aquí y en siete, estás muerto. Pero eso no queremos aceptarlo. Queremos volver a la normalidad, pero la normalidad desapareció en marzo. Lo normal es esto.
En su unidad todavía hay un cartel con un arco iris que se empeña en decir que todo saldrá bien y en el pasillo, pegando folios con letras gigantes, han montado una frase que ocupa una pared entera y empieza así:
«Sólo en equipo saldremos adelante».
«
Hubo un momento entre marzo y abril de cierto entusiasmo», dice el doctor González. «
Trabajábamos bajo mucha presión, con miedo a caer enfermos, con falta de material y de espacios, protegiéndonos con bolsas de sarama. Era terrible, pero era la primera vez para todos y nos sentíamos implicados en una lucha contra un problema muy serio y con un gran apoyo social. Sabíamos que pasaríamos de héroes a villanos en cero coma, pero entonces ese apoyo se agradecía y llegamos a tener la sensación de victoria. Vernos así otra vez es desolador».
Rosa dice que no tiene tiempo ni energía para enfadarse. «
El enfado te quita mucha energía y yo la necesito para sobrevivir y tirar de los míos».
Rosa Sanz es la jefa de Urgencias. Lleva 30 años en esto. Estuvo en el 11-M y en las secuelas del huracán
Mitch, en el terremoto de Pakistán y en el de Argel. «
Yo ya sé que la gente se solidariza dos semanas y luego viene a saber qué hay de lo suyo».
Va colgada del móvil y tiene un mapa del hospital en la cabeza, que va retorciendo como si fuera un cubo de
rubik. El volumen de afectados por el bichito es mucho menor, pero la situación, dice, es «mucho más compleja» ahora.
«Cada día es como si se cayera un avión en Madrid», asegura una de las médicos del centro.
Antes todo estaba destinado al bichito, ahora tienen que hacer malabares con pacientes con el bichito, pacientes con el bichito y con otras patologías, pacientes con otras patologías pero sospechosos de el bichito... Aquí los leves, allá los graves, después los moderados...
«
Hemos estado desde febrero hasta finales de mayo trabajando de lunes a domingo, 14 horas diarias, sin librar un solo día. Cada día me despierto pensando cómo voy a levantar a mi gente. Y sigo creyendo que todos están dando la mejor versión de sí mismos», defiende Rosa.
María es médico de Urgencias. Tiene 30 años. Durante la primera ola colapsó. «
Me vine abajo. De repente tenía miedo a todo, fobia. No me veía capaz de ver a un paciente, ni de tocar el ordenador. Salía del hospital llorando, con ataques de ansiedad. No me veía capaz de seguir, pero Rosa me ayudó a superarlo. Poco a poco he vuelto».
«
Ya no es un cansancio físico, es cansancio mental», advierte la jefa de Urgencias. «
La gente tiene un miedo horrible a que vuelva la situación de marzo, sobre todo porque aún no nos hemos limpiado de todo aquello. Cada día me preguntan: Rosa, ¿cuándo se va a acabar esto?»