Yo disfruto como un gorrino en las hemerotecas digitales, especialmente con los anuncios y con las noticias más cotidianas, hace poco descubrí que una anciana vecina mía que ya murió se ofrecía para amamantar niños como "primeriza de 19 años con leche fresca" en un anuncio de prensa de 1934. Más atrás de mediados del XIX tengo que aferrarme a coleccionar monedas de nuestro pasado, a las lecturas y sobre todo, recorriendo los caminos, las ciudades y los pueblos. Eso creo que construye un vínculo emocional más intenso que el habitual “cuentecito” para las masas.
Pero cuidado porque esa vinculación emocional puede ser fruto de matrix.
En Estados Unidos su cuentecito matrix es un hilo de mitos populares que van desde sus orígenes como pueblo y pasan por la infancia, adolescencia, familia, vejez… en una secuencia están iconos como Jefferson, Lincoln, Mark Twain, Frank Capra, John Ford, Harper Lee o hasta Jack Lemmon en El Apartamento. Que aunque todos sean productos irreales creados por la TV les dan un vínculo fantasioso que les hace partícipes de su pasado. Todos tienen en común un vínculo individuo-familia-comunidad, de fácil identificación por cualquiera. Es una mera portada superficial y falsa sobre todo por lo que omite, desde Matrix, pero crea la ilusión de pertenencia, de adhesión sentimental, una historia que el americano acepta como propia aunque su padre sea polaco.
Para nuestro Matrix en España nos faltan mitos, no tenemos el mito de los fundadores de la patria y un continuo desde ahí que enlace con el presente, sino que somos una secuencia de infames descarrilamientos históricos. Esto no es leyendanegrismo, nuestros últimos siglos son terribles, cargados de episodios vergonzantes, no hay demasiados logros a los que vincularse salvo para los que toman las pastillas de colores suministradas por las comunidades autónomas.
Así que por aquí hacerse partícipe de ese mito superificial para las masas es muy estropeado, tenemos que utilizar una vía más trabajosa para involucrarnos emocionalmente con los tiempos de los que nos anteceden, aunque también esto proporciona una experiencia más intensa y más sincera. Es una vinculación emocional sin banderas en el balcón, abocados a construir nuestro propio mito personal desde las migajas, en una labor casi silenciosa, aferrándonos a personajes anónimos y comprendiendo sus virtudes y sus defectos, asumiendo como propios los pasajes que no son agradables, sin finales felices, de alguna manera, aceptando al ser humano como es.