MonteKarmelo
Madmaxista
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No está en la agenda política. Nadie lo ha mencionado en campaña. Bueno, sí. Lo hizo Juan Fernando López Aguilar en su debate televisado con Jaime Mayor, y fue para acusar al PP de haber mentido. Me refiero, ya lo habrán adivinado, al 11-M.
La habilidad mediática de los que quieren cerrar página ha consistido en situar la investigación sobre el mayor atentado terrorista de la Historia de España en la categoría de lo exótico, como los ovnis, los extraterrestres y cosas por el estilo. Los más condescendientes lo comparan a las teorías sobre el asesinato de John F. Kennedy.
En fin. Según los biempensantes, todo lo que no se corresponde con las explicaciones oficiales forma parte de teorías conspiratorias, tramas negras... Y, como colofón, sobre los que se atreven a cuestionar la versión que mantuvo la Fiscalía hasta el final se dejan caer unas gotitas de sospecha: ¡esto huele a extrema derecha!
Este país, y sobre todo algunos ideólogos formados en el estalinismo, es muy dado a la descalificación en base al juicio de intenciones.
Para la retroprogresía, lo peor que se puede decir de alguien es que es «franquista» o que tiene simpatías con el antiguo régimen.
Un ejemplo. Dos periódicos al mismo tiempo (El País y Público) han coincidido en atacar al magistrado del Supremo Adolfo Prego con el mismo tipo de acusación. La participación del juez como patrono en la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Danaes) le inhabilitaría, según esos medios, para ejercer como ponente de la Sala que admitió a trámite la querella contra Garzón. La mencionada Fundación (en la que participan Gustavo Bueno o Sabino Fernández Campo) tiene, dicen los citados diarios, conexiones con el «ultraderechista» sindicato Manos Limpias, que fue el que presentó la querella.
Vivimos en un país en el que está mejor visto ser un corrupto (siempre que se sea de izquierda) que ser sospechoso de comulgar con cierta ideología. Muchas veces, el acusado ni siquiera comulga con ella, pero cuestionar los planteamientos o privilegios de los que reparten los carnés de demócrata es razón suficiente como para entrar en la lista de color de los sospechosos.
Me recuerda los años de la Universidad, en pleno franquismo, cuando de alguien se decía que era rojo. Para los capitostes del régimen era lo peor que se podía decir de una persona. Era aniquilarle profesionalmente. Algo parecido sucedió en EEUU en los años en los que el senador McCarthy impuso su anticomunismo. Ahora es lo mismo, pero al revés.
Pero, ¿por qué molesta tanto el 11-M?
Hay un argumento que se maneja con frecuencia, como si fuera irrebatible. Se dice: «Ya ha habido una sentencia de la Audiencia, ratificada por el Supremo».
Lo primero que habría que decir es que la sentencia dejó sin resolver, al menos, dos cuestiones esenciales:
1º Con qué explosivo se cometió el atentado (la sentencia dice que «no se sabe con absoluta certeza la marca de dinamita que explotó en los trenes»).
2º No se ha establecido la autoría intelectual del atentado. Algo fundamental en este caso y base, por cierto, de la tesis que mantuvo la Fiscalía (es decir, el Gobierno), toda vez que los presuntos autores intelectuales le daban sentido político a la masacre. Según esa interpretación, los supuestos autores intelectuales eran los que conectaban orgánicamente a los jovenlandess de Lavapiés con Al Qaeda, lo que permitía establecer una relación causa/efecto entre la Guerra de Irak y el 11-M.
Con esas, al menos, dos grandes lagunas, cómo cruzarse de brazos, cómo hacer oídos sordos a las voces de las víctimas que siguen buscando una explicación razonable a su sufrimiento.
Lo paradójico de esta situación es que los que esgrimen la sentencia como una resolución de punto final son los mismos que, por ejemplo, no tienen inconveniente en resucitar memorias históricas o ignorar la Ley de Amnistía para reabrir una causa general contra el franquismo.
Ese doble rasero sólo se justifica en función de un maniqueísmo infantil: de nuevo estamos ante la dicotomía de buenos y malos. Unos contra el pueblo, otros a favor del pueblo.
La verdad, como decía Marx, es testaruda. Y no se puede enterrar. Nadie está protegido contra la verdad.
El valor del informe Iglesias, publicado por La Esfera como libro, es que no contiene elucubraciones, teorías o autos de fe, sino datos. La actitud de un intelectual honesto es la que ha llevado a este químico a no abandonar el 11-M, a seguir indagando en los cromatogramas, a buscar una explicación a la testarudez de los experimentos que indicaban DNT (dinitrotolueno) donde no debía haberlo; que mostraban nitroglicerina donde era imposible que existiera.
No podían estar ahí, porque esos dos elementos eran incompatibles con la Goma 2 ECO; es decir, con la verdad oficial, con la verdad políticamente correcta.
El DNT y la nitroglicerina eran sinónimo de Titadyn, el explosivo que echaba por tierra la tesis oficial, según la cual un grupo de islamistas cometió el atentado con dinamita Goma 2 ECO traída desde Asturias.
Iglesias ha tenido el valor de decir e pur si muove, como una especie de Galileo moderno, enfrentado al tribunal de la Santa Inquisición que condena al averno mediático y profesional al que no comulga con sus teorías.
Hace ahora tres años, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore inspiró un documental, producido por la poderosa Paramount, sobre los peligros del calentamiento global. Su título: An Inconvenient Truth (que aquí fue titulado como Una verdad incómoda).
Gore ganó el Premio Nobel de la Paz, el Príncipe de Asturias e incluso un Oscar.
Para Gore, el calentamiento se convirtió en una verdad bastante conveniente porque tuvo la habilidad de subirse al carro de lo políticamente correcto. Parte de sus teorías se sostienen científicamente. Otras forman parte de la exageración propia de las superproducciones hollywoodienses.
La de Iglesias es una verdad inconveniente, pero, además, políticamente incorrecta. No le esperan premios, ni fama, ni dinero. Tan sólo el aliento de los que piden no olvidar lo inolvidable.
e-pesimo Auxiliar 1: 11-M: A FONDO: Una verdad inconveniente
La habilidad mediática de los que quieren cerrar página ha consistido en situar la investigación sobre el mayor atentado terrorista de la Historia de España en la categoría de lo exótico, como los ovnis, los extraterrestres y cosas por el estilo. Los más condescendientes lo comparan a las teorías sobre el asesinato de John F. Kennedy.
En fin. Según los biempensantes, todo lo que no se corresponde con las explicaciones oficiales forma parte de teorías conspiratorias, tramas negras... Y, como colofón, sobre los que se atreven a cuestionar la versión que mantuvo la Fiscalía hasta el final se dejan caer unas gotitas de sospecha: ¡esto huele a extrema derecha!
Este país, y sobre todo algunos ideólogos formados en el estalinismo, es muy dado a la descalificación en base al juicio de intenciones.
Para la retroprogresía, lo peor que se puede decir de alguien es que es «franquista» o que tiene simpatías con el antiguo régimen.
Un ejemplo. Dos periódicos al mismo tiempo (El País y Público) han coincidido en atacar al magistrado del Supremo Adolfo Prego con el mismo tipo de acusación. La participación del juez como patrono en la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Danaes) le inhabilitaría, según esos medios, para ejercer como ponente de la Sala que admitió a trámite la querella contra Garzón. La mencionada Fundación (en la que participan Gustavo Bueno o Sabino Fernández Campo) tiene, dicen los citados diarios, conexiones con el «ultraderechista» sindicato Manos Limpias, que fue el que presentó la querella.
Vivimos en un país en el que está mejor visto ser un corrupto (siempre que se sea de izquierda) que ser sospechoso de comulgar con cierta ideología. Muchas veces, el acusado ni siquiera comulga con ella, pero cuestionar los planteamientos o privilegios de los que reparten los carnés de demócrata es razón suficiente como para entrar en la lista de color de los sospechosos.
Me recuerda los años de la Universidad, en pleno franquismo, cuando de alguien se decía que era rojo. Para los capitostes del régimen era lo peor que se podía decir de una persona. Era aniquilarle profesionalmente. Algo parecido sucedió en EEUU en los años en los que el senador McCarthy impuso su anticomunismo. Ahora es lo mismo, pero al revés.
Pero, ¿por qué molesta tanto el 11-M?
Hay un argumento que se maneja con frecuencia, como si fuera irrebatible. Se dice: «Ya ha habido una sentencia de la Audiencia, ratificada por el Supremo».
Lo primero que habría que decir es que la sentencia dejó sin resolver, al menos, dos cuestiones esenciales:
1º Con qué explosivo se cometió el atentado (la sentencia dice que «no se sabe con absoluta certeza la marca de dinamita que explotó en los trenes»).
2º No se ha establecido la autoría intelectual del atentado. Algo fundamental en este caso y base, por cierto, de la tesis que mantuvo la Fiscalía (es decir, el Gobierno), toda vez que los presuntos autores intelectuales le daban sentido político a la masacre. Según esa interpretación, los supuestos autores intelectuales eran los que conectaban orgánicamente a los jovenlandess de Lavapiés con Al Qaeda, lo que permitía establecer una relación causa/efecto entre la Guerra de Irak y el 11-M.
Con esas, al menos, dos grandes lagunas, cómo cruzarse de brazos, cómo hacer oídos sordos a las voces de las víctimas que siguen buscando una explicación razonable a su sufrimiento.
Lo paradójico de esta situación es que los que esgrimen la sentencia como una resolución de punto final son los mismos que, por ejemplo, no tienen inconveniente en resucitar memorias históricas o ignorar la Ley de Amnistía para reabrir una causa general contra el franquismo.
Ese doble rasero sólo se justifica en función de un maniqueísmo infantil: de nuevo estamos ante la dicotomía de buenos y malos. Unos contra el pueblo, otros a favor del pueblo.
La verdad, como decía Marx, es testaruda. Y no se puede enterrar. Nadie está protegido contra la verdad.
El valor del informe Iglesias, publicado por La Esfera como libro, es que no contiene elucubraciones, teorías o autos de fe, sino datos. La actitud de un intelectual honesto es la que ha llevado a este químico a no abandonar el 11-M, a seguir indagando en los cromatogramas, a buscar una explicación a la testarudez de los experimentos que indicaban DNT (dinitrotolueno) donde no debía haberlo; que mostraban nitroglicerina donde era imposible que existiera.
No podían estar ahí, porque esos dos elementos eran incompatibles con la Goma 2 ECO; es decir, con la verdad oficial, con la verdad políticamente correcta.
El DNT y la nitroglicerina eran sinónimo de Titadyn, el explosivo que echaba por tierra la tesis oficial, según la cual un grupo de islamistas cometió el atentado con dinamita Goma 2 ECO traída desde Asturias.
Iglesias ha tenido el valor de decir e pur si muove, como una especie de Galileo moderno, enfrentado al tribunal de la Santa Inquisición que condena al averno mediático y profesional al que no comulga con sus teorías.
Hace ahora tres años, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore inspiró un documental, producido por la poderosa Paramount, sobre los peligros del calentamiento global. Su título: An Inconvenient Truth (que aquí fue titulado como Una verdad incómoda).
Gore ganó el Premio Nobel de la Paz, el Príncipe de Asturias e incluso un Oscar.
Para Gore, el calentamiento se convirtió en una verdad bastante conveniente porque tuvo la habilidad de subirse al carro de lo políticamente correcto. Parte de sus teorías se sostienen científicamente. Otras forman parte de la exageración propia de las superproducciones hollywoodienses.
La de Iglesias es una verdad inconveniente, pero, además, políticamente incorrecta. No le esperan premios, ni fama, ni dinero. Tan sólo el aliento de los que piden no olvidar lo inolvidable.
e-pesimo Auxiliar 1: 11-M: A FONDO: Una verdad inconveniente
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