Un trocito de historia de la ciencia, refutando el principal argumento ateo

zocoyula

Cuñado nija
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El principal argumento ateo es que el Universo es estático, estaconario, eterno.

Pero esta hipótesis ha sido refutada por la ciencia más moderna que, invalida igualmente, lo que durante tantas décadas han enseñado en todas las escuelas del mundo: “la materia no se crea ni se destruye, solo se tras*forma

De un lado, por la Termondinámica hoy sabemos que el Universo tendrá un final cuando las estrellas se queden sin combustible y se apaguen, para entonces además, el Universo se habrá estirado tanto qe los átomos se romperán y todo quedará inerme y paralizado.

Por eso los ateos no quieren aceptar que el Universo tuvo un inicio y tendrá un final. Porque como sabemos desde Parménides: “nada puede venir de la nada”. Y si el Universo no es eterno tuvo que ser creado.

Sabemos que estamos en el Universo, que existe, y ante este hecho irrefutable solo hay dos alternativas:

a) es eterno

b) fue creado

Los ateos necesitan, por tanto, que el Universo sea eterno. De hecho la URSS persiguió a los matemáticos, físicos, cosmólogos, etc. que estudiaban el Big Bang porque es contrario al ateísmo marxista, muchos de esos científicos acabaron en el Gulag.


En el siglo pasado algunos de los más prestigiosos cosmólogos y astrofísicos rechazaban la entonces original y novedosa teoría del Big Bang cegados por el prejuicio de considerar que dicha teoría se acercaba demasiado a la religión pero finalmente tuvieron que rendirse ante el enorme peso de las evidencias que se fueron aportando.

Para que un Creador no fuera necesario estos científicos partían de una suposición: que el Universo era fijo, inmutable, inmenso, sin límites temporales ni espaciales.

Entonces en 1922 un joven cosmólogo ruso: Alexander Friedmann publica la primera teoría de un Universo en expansión, algunos científicos como Einstein consideraban la idea del Universon en expansión inconcebible, más aún cuando habían postulado una “constante cosmológica” que sostenía el modelo de Universo estático, por lo que rechazaban las conclusiones de Friedmann. Cuando éste le escribe para cuestionar dónde estaba su error, Einstein le responde que no había error alguno en sus cálculos pero se negaba a aceptar la expansión del universo.

Lamentablemente el joven ruso murió prematuramente y su testigo lo recoge, en 1927, otro joven científico, Georges Lemaître que además era sacerdote católico y que expone su teoría de la expansión del Universo. Einstein y colegas se burlaban llamándolo “física de curas”.

Pero Lemaître publicó un artículo que Einstein leyó maravillado pero seguía atrapado en sus prejuicios contra la expansión del Universo y afirmaba: “sus cálculos son exactos pero su “intuición” física es abominable”.

Posteriormente, en 1929 otro astrónomo: Edwin Hubble hace un descubrimiento que lo cambiaría todo: “la luz proveniente de las galaxias más lejanas quedaba, sistemáticamente, desviada hacia la parte roja del espectro electromagnético”, es decir, encotró la prueba física, empírica, de que las galaxias efectivamente se estaban alejando unas de otras como habían predicho Friedmann y Lemaître sobre la base de la teoría general de la relatividad de Einstein.

Ante la irrefutable evidencia los científicos tienen que aceptar las ideas de Lemaître confirmando la expansión del Univeso y de forma tan convincente que en pocos años se produce un vuelco completo en la posición científica. Einstein, para convencerse, conversa con Edwin Hubble (1931) y queda convencido confesando que la introducción de su constante cosmológica en sus cálculos debido a sus prejuicios apriorísticos fue el mayor error de su vida. Definitivamente se reconoce la gloria de Lemaître y a partir de 1933 la prensa lo elogia.

Posteriormente Lemaître aún va más allá y formula una hipótesis más difícil de admitir por los científicos del momento: según sus investigaciones el Universo tenía un principio y provendría en el origen de un átomo primitivo que apareció repentinamente concentrado toda la materia y toda la energía del Universo creando así la materia y el tiempo, luego entró en una fase de expansión.

En resumen, el espacio comenzó con el átomo primitivo y fue el comienzo del espacio lo que condujo al inicio del tiempo.

Esto causó gran revuelo y aunque lo habían denominado genio por haber descubierto la expansión del Universo la idea del átomo primitivo llevó a que nuevamente lo rechazaran y tacharan de loco.

La nueva teoría de Lemaître era tan “escandalosa” que todo su reconocimiento anterior se puso en entredicho, nadie quería aceptar la idea del átomo primitivo.

Fue el astrónomo Arthur Eddington dijo: “me resulta filosóficamente da repelúsnte la noción de un comienzo al orden presente de la naturaleza” y calificaba de “tediosa” la hipótesis de Lemaître.

Por su parte Einstein, cada vez que oía hablar del átomo primitivo gritaba: “No, eso no, sugiere demasiado la creación”. Pero Einstein acabaría dando la razón a Lemaître en una conferencia.

Lemaître tuvo que padecer también las consecuencias de su vocación sacerdotal que muchos achacaban como prueba de la parcialidad en sus teorías y le acusaban de querer concordar, a toda costa, las teorías del origen del Universo con el relato bíblico de la creación a partir de la nada como describe el Génesis.

A partir de 1947 el abanderado de la resistencia a la teoría del átomo primitivo de Lemaître, será el astrofísico Fred Hoyle, opositor a todo lo que suponga creación, retomando la tesis del Universo estacionario, afirmando que el Universo conservaría la misma densidad porque las nuevas galaxias que se forman lo harían átomo a átomo de … la nada. Y Hoyle inicia una campaña, nada científica, de descalificación mediática (Times, BBC, etc.) ridiculizando las tesis de Lemaître inventando la expresión Big Bang como mofa y el éxito del término tuvo un gran éxito ridiculizando las ideas de Lemaître.

Pero … había una teoría que respaldaba las tesis de Lemaître aunque permaneció largo tiempo en la sombra: “la radiación del fondo cósmico”.

Fue George Gamow, uno de los muchos discípulos de Alexander Friedmann, cuando logró escapar de la URSS y continuó sus investigaciones y publica (1948) un artículo fundamental en el que explicaba que los átomos de Hidrógeno, Helio y Deuterio no podrían haber sido creados excepto en los primerísimos instantes del comienzo del Universo, llegando a la conclusión de que la primera luz liberada por el Universo tras volverse tras*parente, unos 380.000 años tras el Big Bang, debería ser detectable aún hoy.

La mayoría de cosmólogos no dio importancia al artículo ni a sus conclusiones y durante muchos años la teoría del Big Bang cayó en el olvido. Los prejuicios de los reconocidos científicos acabó doblegando la tenacidad de los pocos investigadores que creían en el concepto. Para 1953 la batalla parecía una causa perdida para los de Lemaître. Desanimados, los tres pioneros: Friedmann, Lemaître y Gamow abandonaron sus investigaciones sobre el Big Bang. Ya casi nadie creía en la expansión que era una hipótesis delirante sin prueba alguna ….

Hasta que en 1964 un descubrimiento fortuito la hace renacer: la radiación del fondo cósmico. Dos ingeniero de los laboratorios Bell: Arnold Penzias y Robert Wilson, que intentaban poner en marcha la mayor antena direccional de la época, al intentar mejorar la recepción de las señales de los primeros satélites encuentran una extraña señal, un “parásito”, que provenía de todas las direcciones del Universo. Trataron, concienzudamente, de eliminar, una por una, todas las posibles causas de la señal parásito, incluso escalaron la enorme antena cónica para expulsar una pareja de palomas que allí habían anidado y que podrían ser el origen de la perturbación.

De esa manera, Penzias y Wilson, sin tener ni la menor idea y sin buscarla siquiera, acababan de descubrir la presencia residual de la señal electromagnética del Big Bang. Lemaître se enteró del descubrimiento pocos días antes de su fallecimiento (1966), esta radiación fue denominada “el resplandor” desaparecido de la formación de los mundos”. Ya internado en el hospital por la leucemia que padecía, Lemaître dijo: “ahora estoy contento, tenemos la prueba”.

Ante tal evidencia real y física la aceptación de la teoría del Big Bang fue unánime, la observación experimental fue confirmada totalmente y se acumularon las pruebas lo que obligó a los científicos a rendirse a Lemaître y sus teorías.

El astrofísico y profesor de dicha materia, Alexander Dauvillier, había dicho (respecto del Big Bang): “es una merluzez, el Universo no tuvo comienzo porque pensar que lo tuvo no es física, es metafísica”.

Hoy la teoría del Big Bang está aceptada unánimente y es el estandar de la ciencia cosmológica actual y hasta su más feroz detractor Fred Hoyle terminó sus críticas y tras décadas de ateísmo militante muy activo acabó sus días como deísta, otro notable científico que tuvo la honestidad intelectual de reconocer sus errores y convertirse. Realmente hubo realmente un Big Bang semejante a un comienzo absoluto.

Desde ese momento, década ‘70 se acumulan y confirman pruebas que validan lo que hoy se denomina: “el modelo estandar del Big Bang” y varios satélites han permitido establecer, cada vez de forma más precisa, la imagen del Universo en el momento de la liberación de la primera luz.

George Smooth fue el primero en pulbicar la imagen (1992) por lo que se le otorgó el Nobel (2006) y en su discurso de recepción del mismo mientras proyectaba en una pantalla la fotografía de la primera luz cósmica usó esta fórmula: “es como ver el rostro de Dios”.
 
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