TYRELL
Madmaxista
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La poca vergüenza
JOAN BARRIL
Es un tema menor, pero de consecuencias significativas. Ya saben: al cineasta Albert Solé le premiaron con un Goya al mejor documental por su filme Bucarest. Subió el bueno de Solé al estrado, le dieron la estatua con la efigie del gran sordo de Fuendetodos, y el hombre se fue con gente del mundo del cine a celebrar el éxito a un bar céntrico de Madrid, ese lugar donde la noche es fría; los abrigos, gruesos, y a todos los hombres se les trata de caballeros. Cuando el local estaba a punto de cerrar, Albert Solé se dirigió al guardarropa a por su abrigo y su pedazo de gloria. Le dieron el primero, pero se quedó sin el segundo. Albert Solé no es tan conocido como Woody Allen o Coppola, y otro asistente a la fiesta le dijo a la chica del guardarropa: "Dame mi abrigo y el Goya". Y la chica se lo dio. Se había consumado el gran golpe.
Ayer, el diario El Mundo, en un alarde de onanismo periodístico, publicaba la foto del ladrón de goyas en la primera página, y, en su interior, una doble página contaba las circunstancias del usurpador de trofeos. Lo que sin duda no fue más que el despropósito de la euforia etílica fue revestido por el periódico en cuestión como un acto de heroísmo reivindicativo. El delincuente, pues, entregó su botín al periódico y con- tó que era un crítico de cine en paro y que estaba harto de ver que todos los premios Goya iban a parar siempre a los mismos. Debió de ser por este glorioso motivo por lo que decidió incautarse del Goya perteneciente a alguien tan lejano de la farándula madrileña cinematográfica como Albert Solé. Y también debió de ser por su condición de parado por lo que no dudó en engañar a la chica del guardarropa para llevarla un poco más cerca del paro.
El trofeo se lleva en el alma, y tal vez por eso Albert no se preocupó en exceso, porque el reconocimiento es un material más noble que el bronce. Pero la desvergüenza también se lleva en algunas páginas. El diario beneficiado por esa rocambolesca entrega se hizo cargo del galardón, se jactó de ser un refugio de pecadores y acabó su crónica diciendo que el Goya estaba a buen recaudo en la caja fuerte de El Mundo a la espera que su legítimo propietario pasara a recogerlo.
Me lo confirmaba ayer personalmente el bueno de Albert Solé: si quería el busto de Goya había de regresar a la redacción del periódico a por él. Una vez más se demuestra que ser catalán no es ninguna ganga, porque incluso cuando te roban en Madrid has de regresar a Madrid a recuperar lo robado.
Fascismo íntimo
Cuentan que los italianos están sembrando de mensajes xenófobos los portales de internet. Era más difícil ir a pintar frases amedentadoras por los muros, pero también más escandaloso. Internet permite el fascismo íntimo y la siembra del repruebo hacia los distintos. Sin duda, internet es una buena herramienta para muchas cosas. Todo se comparte y se expande, sin lí- mites físicos, y menos, jovenlandesales. La red es una destilación de la sociedad, lugar de virtudes, informaciones, engaños e intransigencias. Al fin y al cabo, en la sociedad sabemos que hay mucha gente buena y alguna gente mala. Pero algo es seguro: todos los malos están en internet.
JOAN BARRIL
Es un tema menor, pero de consecuencias significativas. Ya saben: al cineasta Albert Solé le premiaron con un Goya al mejor documental por su filme Bucarest. Subió el bueno de Solé al estrado, le dieron la estatua con la efigie del gran sordo de Fuendetodos, y el hombre se fue con gente del mundo del cine a celebrar el éxito a un bar céntrico de Madrid, ese lugar donde la noche es fría; los abrigos, gruesos, y a todos los hombres se les trata de caballeros. Cuando el local estaba a punto de cerrar, Albert Solé se dirigió al guardarropa a por su abrigo y su pedazo de gloria. Le dieron el primero, pero se quedó sin el segundo. Albert Solé no es tan conocido como Woody Allen o Coppola, y otro asistente a la fiesta le dijo a la chica del guardarropa: "Dame mi abrigo y el Goya". Y la chica se lo dio. Se había consumado el gran golpe.
Ayer, el diario El Mundo, en un alarde de onanismo periodístico, publicaba la foto del ladrón de goyas en la primera página, y, en su interior, una doble página contaba las circunstancias del usurpador de trofeos. Lo que sin duda no fue más que el despropósito de la euforia etílica fue revestido por el periódico en cuestión como un acto de heroísmo reivindicativo. El delincuente, pues, entregó su botín al periódico y con- tó que era un crítico de cine en paro y que estaba harto de ver que todos los premios Goya iban a parar siempre a los mismos. Debió de ser por este glorioso motivo por lo que decidió incautarse del Goya perteneciente a alguien tan lejano de la farándula madrileña cinematográfica como Albert Solé. Y también debió de ser por su condición de parado por lo que no dudó en engañar a la chica del guardarropa para llevarla un poco más cerca del paro.
El trofeo se lleva en el alma, y tal vez por eso Albert no se preocupó en exceso, porque el reconocimiento es un material más noble que el bronce. Pero la desvergüenza también se lleva en algunas páginas. El diario beneficiado por esa rocambolesca entrega se hizo cargo del galardón, se jactó de ser un refugio de pecadores y acabó su crónica diciendo que el Goya estaba a buen recaudo en la caja fuerte de El Mundo a la espera que su legítimo propietario pasara a recogerlo.
Me lo confirmaba ayer personalmente el bueno de Albert Solé: si quería el busto de Goya había de regresar a la redacción del periódico a por él. Una vez más se demuestra que ser catalán no es ninguna ganga, porque incluso cuando te roban en Madrid has de regresar a Madrid a recuperar lo robado.
Fascismo íntimo
Cuentan que los italianos están sembrando de mensajes xenófobos los portales de internet. Era más difícil ir a pintar frases amedentadoras por los muros, pero también más escandaloso. Internet permite el fascismo íntimo y la siembra del repruebo hacia los distintos. Sin duda, internet es una buena herramienta para muchas cosas. Todo se comparte y se expande, sin lí- mites físicos, y menos, jovenlandesales. La red es una destilación de la sociedad, lugar de virtudes, informaciones, engaños e intransigencias. Al fin y al cabo, en la sociedad sabemos que hay mucha gente buena y alguna gente mala. Pero algo es seguro: todos los malos están en internet.