Clavisto
Será en Octubre
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Era una tarde primaveral cuando un joven salió de la casa paterna para montarse en el coche de segunda mano que compartía con uno de sus numerosos hermanos. Soltó la bolsa sobre el otro asiento, introdujo la llave y sin esperar el apagado de testigo luminoso alguno lo arrancó.
El Renault 7 no protestó. "Espera hasta que se apague el testigo, espera hasta que se apague el testigo...¡Qué testigo, viejo iluso!" Y con una sonrisa burlona apuró las dos primeras marchas.
"¡joróbate!"
Una vez arriba, ya en la cima de la manchega montaña y apartado en su lado más solitario, echó mano a la bolsa y se lió un canuto de hachís. Una vez encendido cogió el libro y empezó a leerlo entre caladas y tragos de agua.
Era un libro de los llamados clásicos, uno de los difíciles, y por encima de todo en forma teatral, cosa que el joven odiaba. No podía creer en el teatro. Era superior a sus fuerzas. Para él todo aquello era cosa. Nadie hablaba así. Eso no era real. Teatro era la vida de lo teatreros; en cierto sentido también la suya; y estaba hasta los bemoles.
Yo había leído a Julio Verne y todos esos; yo creí con todas mis fuerzas en los Reyes Magos hasta el último momento.
El costo era tan bueno como de costumbre y tuve un globo del cojón. Y me metí en la historia. Tanto que aún hoy, treinta años después, lo recuerdo.
Había un erudito viejo desesperado por su malgastada juventud; había un malo y la promesa del amor de una mujer joven y hermosa...
Y no sé como fue pero tuve que salir del coche para coger aire.
La Mancha se expandía hasta el infinito.
Cogí aire, cogí aire...
Y de pronto vi una cosa enorme.
Todo era La Mancha.
El Renault 7 no protestó. "Espera hasta que se apague el testigo, espera hasta que se apague el testigo...¡Qué testigo, viejo iluso!" Y con una sonrisa burlona apuró las dos primeras marchas.
"¡joróbate!"
Una vez arriba, ya en la cima de la manchega montaña y apartado en su lado más solitario, echó mano a la bolsa y se lió un canuto de hachís. Una vez encendido cogió el libro y empezó a leerlo entre caladas y tragos de agua.
Era un libro de los llamados clásicos, uno de los difíciles, y por encima de todo en forma teatral, cosa que el joven odiaba. No podía creer en el teatro. Era superior a sus fuerzas. Para él todo aquello era cosa. Nadie hablaba así. Eso no era real. Teatro era la vida de lo teatreros; en cierto sentido también la suya; y estaba hasta los bemoles.
Yo había leído a Julio Verne y todos esos; yo creí con todas mis fuerzas en los Reyes Magos hasta el último momento.
El costo era tan bueno como de costumbre y tuve un globo del cojón. Y me metí en la historia. Tanto que aún hoy, treinta años después, lo recuerdo.
Había un erudito viejo desesperado por su malgastada juventud; había un malo y la promesa del amor de una mujer joven y hermosa...
Y no sé como fue pero tuve que salir del coche para coger aire.
La Mancha se expandía hasta el infinito.
Cogí aire, cogí aire...
Y de pronto vi una cosa enorme.
Todo era La Mancha.