david53
Madmaxista
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Felipe IV les daba el tiro de gracia desde su palco real, pero los combates entre fieras en plazas de toros se mantuvieron hasta entrado el siglo XX. No cabía un alma y el delirio popular elevó estas luchas a fin a la categoría de «fiesta nacional» en las que patriotero toro siempre debía salir victorioso
Los reyes clamaban. Incluso había asistido la infanta Isabel, que no se perdía detalle. Toda la plaza rugía: el tigre de bengala, apodado César, era embestido una y otra vez por un potente toro de cinco años de nombre «Regatero» ante la desconsolada cara del domador, muy célebre por aquellos años, Spessardys, que actuaba en el Circo de Parish.
Se atacaban en el interior de una inmensa jaula de hierro instalada en el centro de la plaza para que, de esta forma, no peligrase la vida de los asistentes, que llenaban el recinto. La lucha, que duraría como máximo doce minutos, había comenzado en el intervalo del segundo al tercer toro, todo ello acompañado por la banda de música del Hospicio. El resultado era evidente: el tigre agonizaba, mientras el público gritaba y, en algunos casos, hasta se pagaban las apuestas hechas hacía unas horas sobre quién ganaría a quién. Era noviembre de 1897 y, días antes, La Correspondencia de España se hacía eco del evento: «Este extraño y emocional espectáculo se celebrará el próximo domingo en la Plaza de Toros.
La empresa ha tenido la atención de invitar a varios periodistas y amigos para que pudieran ver de cerca al toro y al tigre y juzgar de las condiciones de seguridad que podría presentar la jaula. A decir verdad, no se puede pedir más. El toro es un gachó con toda la barba (léase edad), berrendo en neցro, muy bien armado y hondo. Es de la ganadería de Barrionuevo, y su historia es de las que hacen creer en su bravura. La jaula reúne toda clase de seguridades, pues está construida con raíles de tranvía admirablemente colocados.
Respecto del tigre César, voy a referir su historia, tal cual me la ha referido Mr. Spessardys, su propietario y domador. Mr. Spessardys compró a César en el Havre, a un capitán de un vapor que venía de Bengala […]. El próximo domingo veremos quién puede más, si el tigre feroz de Bengala o el toro clásico español. Mr. Spessardys tiene gran confianza y espera que su César saldrá vencedor, y son varias las apuestas que tiene hechas en favor de su ahijado, una de ellas con un compañero nuestro».
Cartel del combate entre un toro y un elefante (circa 1897)
Días más tarde, por supuesto, nos contó el desenlace. Como era de esperar, el público estaba a favor del toro, símbolo patriotero por excelencia: «La expectación en aquellos momentos era grandísima en toda la plaza, y subió de punto al ver que el toro pugnaba por soltarse de aquel cepo que le imposibilitaba de toda defensa. Pero bien pronto el temor que todos teníamos de ver vencido, trocóse en esperanzas de victoria. Regatero se vio libre de las garras de César, y la felina fiera volteó su humanidad por los aires, impulsada por los finos pitones de Begatero, iQué aplauso tan nutrido y cerrado resonó entonces en toda la plaza! Nueve veces más arremetíó el toro contra al tigre que, acobardado, se había echado en un rincón de la jaula y no quería más pelea. En la última embestida, la de la propina, el tigre hizo presa en el hocico del toro, pero bien pronto este le envió a hacer piruetas contra los hierros de la jaula».
Cartel del combate celebrado en noviembre de 1897 entre un tigre y un toro en Madrid. Biblioteca Regional
El domador Spessardy en acción. Circa 1905
A fin
«La lucha más emocionante y competida […], la apoteosis del toro tuvo caracteres de delirio patriótico»
Los combates a fin entre fieras fueron frecuentes en la España de fin de siglo y se celebraron hasta al menos la primera década. El fervor era tal que Cossio, en Los toros, se refiere a estos espectáculos como «la lucha más emocionante y competida […], la apoteosis del toro tuvo caracteres de delirio patriótico». No era nada nuevo. El 12 de mayo de 1849, en la antigua plaza de toros de Madrid, se enfrentaron un tigre de Bengala y un toro de lidia para entretener a un público, pero en otros casos se lanzó incluso a tigres contra elefantes, en el delirio absoluto.
Ilustración de la época de un combate entre un tigre y un toro
Tipo de jaula como las colocadas en Madrid y San Sebastián
«Felipe IV incluso los remataba con su arcabuz: un disparo limpio desde su palco y, seguidamente, recibía la gran ovación»
Madrid, Barcelona, San Sebastián o Sevilla, entre otras ciudades, se hicieron célebres por este tipo de combates sangrientos, aunque la tradición violenta venía de mucho atrás, desde los tiempos de Felipe II, monarca de gustos oscuros, fascinación por lo oculto y, en este caso, también por la sangre. Las bestias enfrentadas y las discusiones sobre quién devoraría a quién eran un divertimento para la Casa Real y para el vulgo, desde luego. Sus sucesores heredaron la afición.
Felipe IV incluso los remataba con su arcabuz: un disparo limpio desde su palco y, seguidamente, recibía la gran ovación. Éramos continuadores de un salvajismo ancestral que se remontaba, como mínimo, a la época romana y que Cicerón narró: «El anfiteatro se había vuelto tan quieto, que la clara melodía de la flauta era claramente audible sobre todo el vasto espacio. Tan pronto como la perturbación cesó, el rey de la bestia, aparentemente sin problemas por el nuevo visitante, volvió a su comida.
Pero la cobardía propia de bestias nocturnas en la luz del día, se despertó en el tigre. Se veía en la multitud chillando y el jugador-flauta, y al ver la consumición del león, cogió la pieza más cercana de la carne. Pero con un solo salto del león saltó hacia adelante, rugiendo en voz alta, para defender su propiedad. Las garras del tigre apretaron el león y comenzaron una lucha feroz. El león dirigió terribles golpes a su antagonista, que el tigre evitó con destreza maravillosa; los dientes del tigre incautaron la melena del león, pero en el mismo instante de la última arrancó con sus garras la parte superior de la cabeza del tigre, la mitad de la piel, de la que un amplio rastro de sangre sobre la arena, el tigre volvió a su jaula, donde aullaba lastimeramente. La rejilla se elevó, y poco más que un oscuro lloriqueo era audible. Ya sea que el animal estaba muriendo, o los guardianes se habían resignado a que fueran capaz de curarlo. El león se quedó fuertemente sobre su presa, que hoy ya nadie discute».
El toro voltea por los aires al tigre. Ilustración de finales del XIX
SIN SUFICIENTE SANGRE
«Gran mosqueo en los tendidos porque el espectáculo se había quedado en nada. El empresario tuvo que prometer otro encierro de toro y fiera para que no le quemaran la plaza»
La periodista Nieves Concostrina describe así un combate celebrado en Sevilla: «En la jaula, instalada en el centro de la plaza, se juntaron Señorito, de la ganadería sevillana de José María Benjumea , y un real tigre de Bengala sin divisa. Los dos bichos se miraron, Señorito se fue a por el tigre y diez minutos después, el de Bengala ya era historia. Gran mosqueo en los tendidos porque el espectáculo se había quedado en nada. El empresario tuvo que prometer otro encierro de toro y fiera para que no le quemaran la plaza. Meses después llegó Carmelo, un cinqueño colorado y pantaletado. Y en la parte contraria, se optó por un león de nombre Julio y un tigre que hizo de sobrero. Al final, el toro también ganó, pero el espectáculo duró más».
Una de las últimas luchas entre bestias en nuestro país tuvo lugar en 1904 en la antigua plaza de toros del Chofre de San Sebastián. Tras la lidia llegó el «plato fuerte» (en la publicidad del evento se describe como «sugestionador, atrayente y esperado espectáculo de la lucha del tigre y el toro»), la lucha entre un tigre de bengala de nombre César y el toro Hurón de cinco años. Ganó este último, pero al parecer el público protestó defraudado. La sangre, según dijeron algunos, había sido exigua.
Tigres contra toros y elefantes o la España que se deleitaba con la sangre — Agente Provocador
Los reyes clamaban. Incluso había asistido la infanta Isabel, que no se perdía detalle. Toda la plaza rugía: el tigre de bengala, apodado César, era embestido una y otra vez por un potente toro de cinco años de nombre «Regatero» ante la desconsolada cara del domador, muy célebre por aquellos años, Spessardys, que actuaba en el Circo de Parish.
Se atacaban en el interior de una inmensa jaula de hierro instalada en el centro de la plaza para que, de esta forma, no peligrase la vida de los asistentes, que llenaban el recinto. La lucha, que duraría como máximo doce minutos, había comenzado en el intervalo del segundo al tercer toro, todo ello acompañado por la banda de música del Hospicio. El resultado era evidente: el tigre agonizaba, mientras el público gritaba y, en algunos casos, hasta se pagaban las apuestas hechas hacía unas horas sobre quién ganaría a quién. Era noviembre de 1897 y, días antes, La Correspondencia de España se hacía eco del evento: «Este extraño y emocional espectáculo se celebrará el próximo domingo en la Plaza de Toros.
La empresa ha tenido la atención de invitar a varios periodistas y amigos para que pudieran ver de cerca al toro y al tigre y juzgar de las condiciones de seguridad que podría presentar la jaula. A decir verdad, no se puede pedir más. El toro es un gachó con toda la barba (léase edad), berrendo en neցro, muy bien armado y hondo. Es de la ganadería de Barrionuevo, y su historia es de las que hacen creer en su bravura. La jaula reúne toda clase de seguridades, pues está construida con raíles de tranvía admirablemente colocados.
Respecto del tigre César, voy a referir su historia, tal cual me la ha referido Mr. Spessardys, su propietario y domador. Mr. Spessardys compró a César en el Havre, a un capitán de un vapor que venía de Bengala […]. El próximo domingo veremos quién puede más, si el tigre feroz de Bengala o el toro clásico español. Mr. Spessardys tiene gran confianza y espera que su César saldrá vencedor, y son varias las apuestas que tiene hechas en favor de su ahijado, una de ellas con un compañero nuestro».
Cartel del combate entre un toro y un elefante (circa 1897)
Días más tarde, por supuesto, nos contó el desenlace. Como era de esperar, el público estaba a favor del toro, símbolo patriotero por excelencia: «La expectación en aquellos momentos era grandísima en toda la plaza, y subió de punto al ver que el toro pugnaba por soltarse de aquel cepo que le imposibilitaba de toda defensa. Pero bien pronto el temor que todos teníamos de ver vencido, trocóse en esperanzas de victoria. Regatero se vio libre de las garras de César, y la felina fiera volteó su humanidad por los aires, impulsada por los finos pitones de Begatero, iQué aplauso tan nutrido y cerrado resonó entonces en toda la plaza! Nueve veces más arremetíó el toro contra al tigre que, acobardado, se había echado en un rincón de la jaula y no quería más pelea. En la última embestida, la de la propina, el tigre hizo presa en el hocico del toro, pero bien pronto este le envió a hacer piruetas contra los hierros de la jaula».
Cartel del combate celebrado en noviembre de 1897 entre un tigre y un toro en Madrid. Biblioteca Regional
El domador Spessardy en acción. Circa 1905
A fin
«La lucha más emocionante y competida […], la apoteosis del toro tuvo caracteres de delirio patriótico»
Los combates a fin entre fieras fueron frecuentes en la España de fin de siglo y se celebraron hasta al menos la primera década. El fervor era tal que Cossio, en Los toros, se refiere a estos espectáculos como «la lucha más emocionante y competida […], la apoteosis del toro tuvo caracteres de delirio patriótico». No era nada nuevo. El 12 de mayo de 1849, en la antigua plaza de toros de Madrid, se enfrentaron un tigre de Bengala y un toro de lidia para entretener a un público, pero en otros casos se lanzó incluso a tigres contra elefantes, en el delirio absoluto.
Ilustración de la época de un combate entre un tigre y un toro
Tipo de jaula como las colocadas en Madrid y San Sebastián
«Felipe IV incluso los remataba con su arcabuz: un disparo limpio desde su palco y, seguidamente, recibía la gran ovación»
Madrid, Barcelona, San Sebastián o Sevilla, entre otras ciudades, se hicieron célebres por este tipo de combates sangrientos, aunque la tradición violenta venía de mucho atrás, desde los tiempos de Felipe II, monarca de gustos oscuros, fascinación por lo oculto y, en este caso, también por la sangre. Las bestias enfrentadas y las discusiones sobre quién devoraría a quién eran un divertimento para la Casa Real y para el vulgo, desde luego. Sus sucesores heredaron la afición.
Felipe IV incluso los remataba con su arcabuz: un disparo limpio desde su palco y, seguidamente, recibía la gran ovación. Éramos continuadores de un salvajismo ancestral que se remontaba, como mínimo, a la época romana y que Cicerón narró: «El anfiteatro se había vuelto tan quieto, que la clara melodía de la flauta era claramente audible sobre todo el vasto espacio. Tan pronto como la perturbación cesó, el rey de la bestia, aparentemente sin problemas por el nuevo visitante, volvió a su comida.
Pero la cobardía propia de bestias nocturnas en la luz del día, se despertó en el tigre. Se veía en la multitud chillando y el jugador-flauta, y al ver la consumición del león, cogió la pieza más cercana de la carne. Pero con un solo salto del león saltó hacia adelante, rugiendo en voz alta, para defender su propiedad. Las garras del tigre apretaron el león y comenzaron una lucha feroz. El león dirigió terribles golpes a su antagonista, que el tigre evitó con destreza maravillosa; los dientes del tigre incautaron la melena del león, pero en el mismo instante de la última arrancó con sus garras la parte superior de la cabeza del tigre, la mitad de la piel, de la que un amplio rastro de sangre sobre la arena, el tigre volvió a su jaula, donde aullaba lastimeramente. La rejilla se elevó, y poco más que un oscuro lloriqueo era audible. Ya sea que el animal estaba muriendo, o los guardianes se habían resignado a que fueran capaz de curarlo. El león se quedó fuertemente sobre su presa, que hoy ya nadie discute».
El toro voltea por los aires al tigre. Ilustración de finales del XIX
SIN SUFICIENTE SANGRE
«Gran mosqueo en los tendidos porque el espectáculo se había quedado en nada. El empresario tuvo que prometer otro encierro de toro y fiera para que no le quemaran la plaza»
La periodista Nieves Concostrina describe así un combate celebrado en Sevilla: «En la jaula, instalada en el centro de la plaza, se juntaron Señorito, de la ganadería sevillana de José María Benjumea , y un real tigre de Bengala sin divisa. Los dos bichos se miraron, Señorito se fue a por el tigre y diez minutos después, el de Bengala ya era historia. Gran mosqueo en los tendidos porque el espectáculo se había quedado en nada. El empresario tuvo que prometer otro encierro de toro y fiera para que no le quemaran la plaza. Meses después llegó Carmelo, un cinqueño colorado y pantaletado. Y en la parte contraria, se optó por un león de nombre Julio y un tigre que hizo de sobrero. Al final, el toro también ganó, pero el espectáculo duró más».
Una de las últimas luchas entre bestias en nuestro país tuvo lugar en 1904 en la antigua plaza de toros del Chofre de San Sebastián. Tras la lidia llegó el «plato fuerte» (en la publicidad del evento se describe como «sugestionador, atrayente y esperado espectáculo de la lucha del tigre y el toro»), la lucha entre un tigre de bengala de nombre César y el toro Hurón de cinco años. Ganó este último, pero al parecer el público protestó defraudado. La sangre, según dijeron algunos, había sido exigua.
Tigres contra toros y elefantes o la España que se deleitaba con la sangre — Agente Provocador