Certera descripción del enterrador de la Moncloa y su nefasto gobierno, peor incluso que el de zetapé.
Sí, hay miedo a un pucherazo de Sánchez
Desalojar a Sánchez a voto limpio es ya una cuestión de Estado: empezó con un intento de pucherazo y debe acabar con otro
Sánchez comenzó su carrera con una urna de pega escondida tras un biombo en la sede del PSOE y el plagio obsceno de su tesis doctoral; y puede terminarla entre intentos de pucherazos, alianzas con etarras, secuestros frustrados y palizas en plena calle, protagonizado todo ello por compañeros suyos que han mimetizado su falta de escrúpulos y su máxima, grabada a fuego, de que el fin siempre justifica los medios.
Los cinco años de sanchismo, que figurarán en los libros de historia en el mismo capítulo que las plagas de Egipto, han supuesto el mayor deterioro en todos los órdenes de un sistema democrático auténtico: ha destrozado la convivencia y la reconciliación, claves de la tras*ición para enterrar el guerracivilismo vigente desde los años 30 del siglo pasado.
Ha invertido los términos razonables en una sociedad decente: primero el okupa, el forzador, el malversador, el golpista, el terrorista, el vago y el liberado y luego ya, si acaso, el propietario, la víctima, el inocente, el autónomo, el empresario y el español corriente, que pagan las rondas a las que él invita con dinero ajeno, como un cacique de pueblo con un fajo de billetes atados con cuerda.
Ha colonizado las instituciones del Estado entrando en ellas como elefante armado en cacharrería: el CIS, Correos, RTVE, el Tribunal Constitucional, la Fiscalía General, el INE o el SEPE se comportan, al igual que en los regímenes de partido único, como meras extensiones del poder autocrático y caprichoso de un timonel que, cuando la realidad le desafía, la esconde, manipula y adapta a sus oscuros intereses para intentar que nadie crea en lo que ve con sus propios ojos.
Ha legislado para dividir, anteponiendo la fin a la vida, el aborto a la maternidad, la demagogia a la memoria, el proselitismo a la educación, el derroche al ahorro, el clientelismo al esfuerzo, la confiscación a la solidaridad y la fractura a la unidad.
Y ha preferido entenderse y pactar con partidos populistas, xenófobos, filoterroristas y antiespañoles que con formaciones que, desde la distancia ideológica enriquecedora en una sociedad plural, defienden el marco constitucional y entienden que las razones de Estado están, en no pocos frentes, por encima de los intereses de partido.
Sánchez ha elegido siempre lo peor para todos para conseguir lo mejor para él, y a todas esas tropelías contrarias a la decencia, el sentido común y el progreso le ha añadido un balance económico ruinoso, resumido en el peor paro de Europa, el mayor aumento de la presión fiscal y la caída más terrible de poder adquisitivo de todo Occidente.
De un dirigente que es más duro con el Rey Juan Carlos que con Otegi, con Ortega Lara que con Txapote, con Feijóo que con Junqueras o con Inditex que con la UGT de los ERES solo puede esperarse miseria, división, enfrentamiento, y trampas.
Pero el amargo final de la campaña electoral, que está siendo un fantástico ejemplo de justicia poética, ofrece un punto a la esperanza: quien se estrenó con un pucherazo va a acabarlo con otro, fallido, que solo debe permitirle aspirar ya a que este domingo le voten Txapote, Mustafá, el Tito Berni y los secuestradores de Maracena.
Nadie en su sano juicio, ni siquiera los socialistas si quieren salvar al PSOE, pueden ya justificar la supervivencia ni un minuto más del mayor peligro público que ha tenido España en casi medio siglo, capaz ya hasta de poner bajo sospecha el alma de una democracia, que son unas elecciones limpias, a pocos meses de unas Generales que exigen desde ya una fiscalización extrema: todo lo que no podía pasar, ha pasado con Sánchez.
Lo imposible, por da repelúsnte que sea, con él siempre es probable. Sí, incluso ya un pucherazo.
Sí, hay miedo a un pucherazo de Sánchez
Desalojar a Sánchez a voto limpio es ya una cuestión de Estado: empezó con un intento de pucherazo y debe acabar con otro
Sánchez comenzó su carrera con una urna de pega escondida tras un biombo en la sede del PSOE y el plagio obsceno de su tesis doctoral; y puede terminarla entre intentos de pucherazos, alianzas con etarras, secuestros frustrados y palizas en plena calle, protagonizado todo ello por compañeros suyos que han mimetizado su falta de escrúpulos y su máxima, grabada a fuego, de que el fin siempre justifica los medios.
Los cinco años de sanchismo, que figurarán en los libros de historia en el mismo capítulo que las plagas de Egipto, han supuesto el mayor deterioro en todos los órdenes de un sistema democrático auténtico: ha destrozado la convivencia y la reconciliación, claves de la tras*ición para enterrar el guerracivilismo vigente desde los años 30 del siglo pasado.
Ha invertido los términos razonables en una sociedad decente: primero el okupa, el forzador, el malversador, el golpista, el terrorista, el vago y el liberado y luego ya, si acaso, el propietario, la víctima, el inocente, el autónomo, el empresario y el español corriente, que pagan las rondas a las que él invita con dinero ajeno, como un cacique de pueblo con un fajo de billetes atados con cuerda.
Ha colonizado las instituciones del Estado entrando en ellas como elefante armado en cacharrería: el CIS, Correos, RTVE, el Tribunal Constitucional, la Fiscalía General, el INE o el SEPE se comportan, al igual que en los regímenes de partido único, como meras extensiones del poder autocrático y caprichoso de un timonel que, cuando la realidad le desafía, la esconde, manipula y adapta a sus oscuros intereses para intentar que nadie crea en lo que ve con sus propios ojos.
Ha legislado para dividir, anteponiendo la fin a la vida, el aborto a la maternidad, la demagogia a la memoria, el proselitismo a la educación, el derroche al ahorro, el clientelismo al esfuerzo, la confiscación a la solidaridad y la fractura a la unidad.
Y ha preferido entenderse y pactar con partidos populistas, xenófobos, filoterroristas y antiespañoles que con formaciones que, desde la distancia ideológica enriquecedora en una sociedad plural, defienden el marco constitucional y entienden que las razones de Estado están, en no pocos frentes, por encima de los intereses de partido.
Sánchez ha elegido siempre lo peor para todos para conseguir lo mejor para él, y a todas esas tropelías contrarias a la decencia, el sentido común y el progreso le ha añadido un balance económico ruinoso, resumido en el peor paro de Europa, el mayor aumento de la presión fiscal y la caída más terrible de poder adquisitivo de todo Occidente.
De un dirigente que es más duro con el Rey Juan Carlos que con Otegi, con Ortega Lara que con Txapote, con Feijóo que con Junqueras o con Inditex que con la UGT de los ERES solo puede esperarse miseria, división, enfrentamiento, y trampas.
Pero el amargo final de la campaña electoral, que está siendo un fantástico ejemplo de justicia poética, ofrece un punto a la esperanza: quien se estrenó con un pucherazo va a acabarlo con otro, fallido, que solo debe permitirle aspirar ya a que este domingo le voten Txapote, Mustafá, el Tito Berni y los secuestradores de Maracena.
Nadie en su sano juicio, ni siquiera los socialistas si quieren salvar al PSOE, pueden ya justificar la supervivencia ni un minuto más del mayor peligro público que ha tenido España en casi medio siglo, capaz ya hasta de poner bajo sospecha el alma de una democracia, que son unas elecciones limpias, a pocos meses de unas Generales que exigen desde ya una fiscalización extrema: todo lo que no podía pasar, ha pasado con Sánchez.
Lo imposible, por da repelúsnte que sea, con él siempre es probable. Sí, incluso ya un pucherazo.
Sí, hay miedo a un pucherazo de Sánchez
Desalojar a Sánchez a voto limpio es ya una cuestión de Estado: empezó con un intento de pucherazo y debe acabar con otro
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