noinversor
Madmaxista
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Los vendepueblos aseguran que la demanda de pueblos ha aumentado muchísimo y que 2014 está siendo un año realmente explosivo.::
Vender , lo que es vender, no han vendido ni uno porque a los interesados les echa para atrás el coste de la reconstrucción, pero hay días en que reciben hasta 150 correos electrónicos preguntando . El mercado está que arde , y cuando empiecen a comprarles de verdad , se van a forrar .
Extranjeros a la caza del pueblo ganga | Política | EL PAÍS
Vender , lo que es vender, no han vendido ni uno porque a los interesados les echa para atrás el coste de la reconstrucción, pero hay días en que reciben hasta 150 correos electrónicos preguntando . El mercado está que arde , y cuando empiecen a comprarles de verdad , se van a forrar .
Extranjeros a la caza del pueblo ganga | Política | EL PAÍS
Pavel clava el trípode de su cámara entre la maraña de matorrales y ruinas que un día fue Esblada, un pueblo de la provincia de Tarragona, en el que hoy cuelga el cartel de “se vende”. Pavel y un reportero de la televisión rusa han viajado hasta aquí para documentar un fenómeno que causa fascinación más allá de nuestras fronteras: la venta de pueblos abandonados a precio de saldo, en un país en crisis, con un campo crecientemente despoblado. Fuera, en la mayoría de los países los pueblos no se abandonan. Por eso, los cerca de 3.000 que hay en España y que un día tuvieron vida, representan para algunos extranjeros una oportunidad de inversión única; para otros, una exótica pieza de museo al alcance de sus bolsillos; casi un sueño.
Los reportajes emitidos en las televisiones de toda Europa, del mundo árabe y hasta de Australia sobre los pueblos fantasmas españoles han provocado una avalancha de potenciales compradores. Las noticias de que por la mitad de precio de una plaza de garaje en Londres –titular del Daily Mail de mayo- es posible comprarse un pueblo en España han permitido soñar a un ejército de urbanitas desencantados e inversores a la caza del chollo. Por el camino, han descubierto la España interior, en la que no se bebe sangría ni hay 365 días de sol al año; en la que se respiran siglos de historia y una belleza que cautiva. El ruidazo mediático ha reportado sin embargo escasas nueces por el momento y no paraece que vaya a resultar una solución a al despoblación del campo español.Mientras el campo español –y los herederos empobrecidos- esperan con los brazos abiertos el maná, los Mr. Marshall de este mundo no acaban de llegar. Excesiva burocracia, rehabilitaciones muy costosas e impedimentos para acceder al crédito es parte de la tozuda realidad con la que se topan soñadores e inversores.
“Recibimos una media de 150 correos electrónicos al día; la mayoría se interesan por la venta de pueblos”, informa Elvira Fafián, gerente de aldeasbandonadas.com, el portal de venta de pueblos que casi monopoliza este mercado. En torno al 70% de las consultas proceden de extranjeros. “En 2014 hemos notado una demanda muy fuerte. No damos abasto. Esto ha sido un boom”. Los principales interesados que les contactan son suizos, alemanes, mexicanos, rusos, chinos y estadounidenses. Dice Fafián que los extranjeros sienten que la crisis ha desplomado los precios y que si compran ahora poco menos que serán millonarios dentro de diez años. El cerca de un centenar de pueblos que se anuncian en el portal de Fafián oscilan entre los 60.000 euros y los dos millones.
Las 14 casas de Esblada, el pueblo donde graba Pavel, se venden por 280.000 euros. En su día, debió ser una preciosa aldea agrícola incrustada en la sierra de Ancosa, pero hoy es un conjunto de restos de muros de piedra recubiertos de jara, entre los que apenas se adivinan los senderos que fueron calles y los espacios que hace décadas fueron plazas. Esblada lleva medio siglo deshabitada, desde que cerró la fábrica de insecticidas y la producción de carbón vegetal se industrializó.
El caso de Esblada ilustra bien una de las grandes dificultades a la hora de vender estos pueblos. Puede que tengan precios de risa, pero el coste de las reconstrucciones es varias veces superior al de la venta. Cuando los extranjeros que aterrizan en España cargados de ilusión sacan la calculadora y el pragmatismo se impone. El desfile de potenciales es continuo, certifica Ramón Martín, un vinatero afincado al otro lado de la carretera, junto a la iglesia. Un grupo de jóvenes catalanes y un chino son los que de momento han mostrado un mayor interés. El vendedor es un banco que se lo embargó al anterior propietario que quiso montar un negocio rural y fracasó.
Hay pocas cifras disponibles en un mercado en el que reina la opacidad, pero parece claro que, mientras la compraventa de todo tipo de viviendas por extranjeros ha registrado un máximo histórico este segudno trimestre, según los datos más recientes del colegio de registradores, en el caso de los pueblos, la fiebre inversora no acaba de prender. En aldeasabandonadas.com cifran en “uno o dos pueblos” las ventas anuales, pero se niegan a ofrecer más detalles para preservar la privacidad de sus clientes. Para Mark Adkinson, un inglés afincado en Galicia desde hace 40 años, que tiene cinco aldeas a la venta, el principal obstáculo es la falta de acceso al crédito para este tipo de propiedades. Cuenta que en varias ocasiones él cerró tratos, que al final quedaron en papel mojado porque los bancos sólo dan créditos si hay escritura y muchos de estos pueblos no tienen las escrituras en regla. Confirma que hay un creciente interés por las aldeas fantasma, pero también que de momento no ha vendido ni un solo pueblo. Estos días espera la respuesta de un posible cliente checo y de otro inglés. Aún así, Adkinson es de los que tiene la sensación de estar sentado encima de una mina de oro. Piensa que el futuro de este mercado es muy prometedor y que “Esto solo puede ir a más. Hay mucha gente con dinero en el mundo. En cuanto se les pase el miedo de la crisis financiera, vendrán. La gente esta harta de la ansiedad de las grandes ciudades. Quiere ser dueña de su tiempo y elegir a sus vecinos. Eso en España es posible”.
Javier Vázquez Renedo, un joven arquitecto, recién aterrizado en el mundillo de la venta de pueblos abandonados confía como Adkinson en el futuro del negocio. Lleva meses buscando una población abandonada, con la idea de poner en pie una aldea geriátrica para jubilados extranjeros después de recibir asesoría de varios inversores de otros países. “Esto es solo el inicio. Es ahora cuando el mercado empieza ahora a moverse. Por un lado han bajado los precios, por otro, la gente vende más ahora porque tienen necesidades económicas”. Como otros de los personajes que pululan por el mundillo de los pueblos fantasmas, está convencido que hay infinidad de pueblos abandonados en los que sus vendedores aún no han asomado la cabeza. Esos pueblos por descubrir son los que Vázquez, Adkinson y el resto buscan a golpe de kilómetros con el coche por toda España.
A unos mil kilómetros al oeste de Esblada, en la Ribeira Sacra gallega, José Ramón Castro (62) y su progenitora Alicia López (88) no comparten el optimismo de los vendedores. Son los únicos pobladores de una preciosa aldea que lleva años deshabitada y que ahora se vende. La vida es tan dura en medio de este monte, que uno de los últimos vecinos vendió su casa a cambio de un traje y se fue. progenitora e hijo resisten a duras penas y a la fuerza. “No hemos tenido suerte en la vida, por eso estamos aquí”, informa la octogenaria. Viven de lo que da la huerta, de los frutales y de la pensión. Viven resignados a no tener vecinos que les ayuden a apiolar un lechón y luego celebrarlo, sin nadie con quién echar el rato al pie del río o con quien reducir al jabalí que se hizo fuerte en el pueblo durante un mes sin que nadie viniera a socorrerles.
“Hace años a este pueblo daba gusto verlo. Si viera lo felices que fuimos aquí de niños… Ahora esto es una selva. Como no lo compren, esto se viene abajo”, vaticina Castro, con un jersey roído, barba crecida y unos pantalones empercudidos que se le caen. La pareja trata de no entusiasmarse cada vez que un extranjero se deja caer por la escondida aldea en la que viven solo ellos desde hace años. Muchos son lo que han pasado por aquí y han quedado obnubilados ante la belleza de este paraíso frondoso, cuajado de melocotones, de castañas y de cerezas. Les enamora, pero al final, no pican. Los forasteros se van para no volver.