Douglas MacArthur
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Artíuculo interesante y recomendable...
Se cumplen 500 años de la batalla de Bicoca, el mayor éxito de la tecnología militar española
Arcabucero junto a un infante armado con pica.
6:00 - 5/07/2022
Poco o nada se habla del quinto centenario que este año se cumple de la batalla de Bicoca, la confrontación militar más fácil y agradecida de la historia de este país. Fue un sinónimo de chollo o ganga, como así lo utilizó Benito Pérez Galdós siglos después, en referencia a un suceso que hasta ahora ha pasado sin casi pena ni gloria. El parte de guerra de aquello se resumió en 3.000 bajas franco-suizas frente a una sola víctima española. Y el éxito hubiera sido completo si una coz de mula no hubiera golpeado a un súbdito descuidado de Carlos V.
Las fuerzas estaban desigualmente repartidas entre los dos contendientes: en un lado se apostaron 15.000 hombres, entre franceses, mercenarios suizos mal pagados y milicianos de la república de Venecia. Enfrente esperaban entre 3.000 defensores del Sacro Imperio Romano Germánico, ayudados por infantes de los estados pontificios y del Ducado de Milán.
Unos y otros coincidieron a las 15.00 horas del domingo 27 de abril de 1522 en la localidad de Bicocca, ahora convertido en barrio milanés y conocido por su universidad y teatro de Arcimboldi. Se dirimía en aquella época la Guerra de los Cuatro Años (1521-1526) donde españoles y franceses resolvían sus diferencias geopolíticas y religiosas en Lombardía, con la reelección en juego del monarca español como emperador de Europa y de la cristiandad. Era conocido que los acólitos de Martín Lutero amenazaban el orden establecido y no quedaba otro argumento correctivo que el de las armas.
El éxito abrumador de los antecesores de los tercios, comandado por Prospero Colonna, se debió a dos recursos históricamente recurrentes y decisivos en las guerras: el eficaz uso del terreno y la supremacía tecnológica militar.
Respecto a la tecnología armamentística, los arcabuceros españoles supieron jubilar a tiempo a los espingarderos. El acierto consistió en reemplazar aquellas espingardas por armas más manejables de cargar. Frente al tosco fusil de larguísimo cañón que necesitaba sujetarse con una horquilla de madera, irrumpieron los arcabuces, de corto alcance, pero tan lacerantes como un cuchillo contra la mantequilla. La letalidad de aquella bola de plomo propulsada, capaz de perforar armaduras, bastó para cambiar el signo de los tiempos, tanto en el orden bélico, como en el económico y político. Aquella batalla también significó un 'sorpasso' sin vuelta atrás, desde las armas blancas a las de fuego, con un nuevo capítulo en el arte de la guerra.
Los piqueros helvéticos o esguízaros poco pudieron hacer ante el prodigio made in Spain, a pesar de que la pieza artillera era francamente mejorable. De hecho, cada recarga de arcabuz requeriría de casi un minuto, al exigir poner el cañón en vertical y verter en su interior cierta dosis de pólvora seguida de la bala. La chispa e inmediata explosión se producía con la ayuda de una mecha conocida como serpentín.
La operativa de los infantes y artilleros españoles resultó aplastante. Esperaron flemáticos hasta tener al enemigo a escasa distancia para descargar sus arcabuces en posición de rodilla en tierra. Al mismo tiempo, la segunda fila hacía lo propio en posición de pie. Agotado el primer fuego, esas dos líneas pasaban a ocupar la parte trasera para recargar sus armas, mientras las líneas tres y cuatro daban un paso al frente para sembrar de pólvora y metralla cuanto tenían por delante. Y así se repetía la maniobra con las sucesivas formaciones, sin un segundo de alto el fuego.
Para descanso de los antecesores de los tercios españoles, las primeras líneas de choque en Bicoca estaban formadas por el "cuerpo de los desesperados", es decir, por prisioneros a los que se les conmutaban sus penas si lograban sobrevivir. Les acompañaban otras personas sin oficio ni beneficio de todo pelaje, incluidos voluntarios sin apellidos y otros románticos del riesgo. No hacía falta mucha instrucción para propinar el primer embate al enemigo. Tras esas milicias aguardaban sabias proporciones de infantes, caballeros y artilleros, pertrechados entonces con el último grito en arma de fuego portátil.
Fuera del campo de batalla, los infantes españoles que defendían al Papa podían sufrir cualquier tipo de afrenta excepto que alguien les alzara la voz. El sentido del honor les conminaba a empuñar las armas ante el decibelio más destemplado. A lo anterior se añadía la inquebrantable autoestima de saberse protegido por la providencia. De esa forma, rara era la ocasión en la que no corría la sangre ante lo que pudiera interpretarse como una blasfemia, sin importar el idioma. Y precisamente en francés, bicoque significa lo contrario que la ganancia fácil del castellano: batalla o empeño infructuoso, de excesivo coste.
Se cumplen 500 años de la batalla de Bicoca, el mayor éxito de la tecnología militar española
Poco o nada se habla del quinto centenario que este año se cumple de la batalla de Bicoca, la confrontación militar más fácil y agradecida de la historia de este país. Fue un sinónimo de chollo o ganga, como así lo utilizó Benito Pérez Galdós siglos después, en referencia a un suceso que hasta...
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Se cumplen 500 años de la batalla de Bicoca, el mayor éxito de la tecnología militar española
- El arcabuz imperial sometió a las picas helvéticas en la contienda de 1522
- La batalla se saldó con 3.000 muertos franco-suizos y una baja española, por coz de mula
- Lo que en castellano significa 'ganancia fácil' en francés se traduce por justo lo contrario
Arcabucero junto a un infante armado con pica.
6:00 - 5/07/2022
Poco o nada se habla del quinto centenario que este año se cumple de la batalla de Bicoca, la confrontación militar más fácil y agradecida de la historia de este país. Fue un sinónimo de chollo o ganga, como así lo utilizó Benito Pérez Galdós siglos después, en referencia a un suceso que hasta ahora ha pasado sin casi pena ni gloria. El parte de guerra de aquello se resumió en 3.000 bajas franco-suizas frente a una sola víctima española. Y el éxito hubiera sido completo si una coz de mula no hubiera golpeado a un súbdito descuidado de Carlos V.
Las fuerzas estaban desigualmente repartidas entre los dos contendientes: en un lado se apostaron 15.000 hombres, entre franceses, mercenarios suizos mal pagados y milicianos de la república de Venecia. Enfrente esperaban entre 3.000 defensores del Sacro Imperio Romano Germánico, ayudados por infantes de los estados pontificios y del Ducado de Milán.
Unos y otros coincidieron a las 15.00 horas del domingo 27 de abril de 1522 en la localidad de Bicocca, ahora convertido en barrio milanés y conocido por su universidad y teatro de Arcimboldi. Se dirimía en aquella época la Guerra de los Cuatro Años (1521-1526) donde españoles y franceses resolvían sus diferencias geopolíticas y religiosas en Lombardía, con la reelección en juego del monarca español como emperador de Europa y de la cristiandad. Era conocido que los acólitos de Martín Lutero amenazaban el orden establecido y no quedaba otro argumento correctivo que el de las armas.
El éxito abrumador de los antecesores de los tercios, comandado por Prospero Colonna, se debió a dos recursos históricamente recurrentes y decisivos en las guerras: el eficaz uso del terreno y la supremacía tecnológica militar.
Sobre lo primero, los soldados españoles se situaron en el campo de batalla en una zona elevada, tras el parapeto de una cornisa. La avanzadilla de los suizos chocó con el terraplén desde donde los españoles propelían ira de arcabuzazo a diestro y siniestro. De hecho, ningún enemigo superó la línea defensiva y todos los que no huyeron dejaron la vida a los pies del talud.Poco o nada se habla del quinto centenario de la confrontación más fácil y agradecida de la historia militar de España
Respecto a la tecnología armamentística, los arcabuceros españoles supieron jubilar a tiempo a los espingarderos. El acierto consistió en reemplazar aquellas espingardas por armas más manejables de cargar. Frente al tosco fusil de larguísimo cañón que necesitaba sujetarse con una horquilla de madera, irrumpieron los arcabuces, de corto alcance, pero tan lacerantes como un cuchillo contra la mantequilla. La letalidad de aquella bola de plomo propulsada, capaz de perforar armaduras, bastó para cambiar el signo de los tiempos, tanto en el orden bélico, como en el económico y político. Aquella batalla también significó un 'sorpasso' sin vuelta atrás, desde las armas blancas a las de fuego, con un nuevo capítulo en el arte de la guerra.
Los piqueros helvéticos o esguízaros poco pudieron hacer ante el prodigio made in Spain, a pesar de que la pieza artillera era francamente mejorable. De hecho, cada recarga de arcabuz requeriría de casi un minuto, al exigir poner el cañón en vertical y verter en su interior cierta dosis de pólvora seguida de la bala. La chispa e inmediata explosión se producía con la ayuda de una mecha conocida como serpentín.
La puntería era lo de menos porque el disparo se producía a escasos 50 metros de distancia, suficiente como para abatir a las picas rivales, lanzas de madera de entre tres y cinco metros, aunque también abundaban las medias picas, de poco menos de dos metros. Mientras que los suizos necesitaban buscar el cuerpo a cuerpo, los españoles realizaban sus escabechinas con cierta distancia de seguridad, sin que la sangre rival les salpicara.Las primeras líneas de choque en Bicoca estaban formadas por el "cuerpo de los desesperados", es decir, por prisioneros
La operativa de los infantes y artilleros españoles resultó aplastante. Esperaron flemáticos hasta tener al enemigo a escasa distancia para descargar sus arcabuces en posición de rodilla en tierra. Al mismo tiempo, la segunda fila hacía lo propio en posición de pie. Agotado el primer fuego, esas dos líneas pasaban a ocupar la parte trasera para recargar sus armas, mientras las líneas tres y cuatro daban un paso al frente para sembrar de pólvora y metralla cuanto tenían por delante. Y así se repetía la maniobra con las sucesivas formaciones, sin un segundo de alto el fuego.
Para descanso de los antecesores de los tercios españoles, las primeras líneas de choque en Bicoca estaban formadas por el "cuerpo de los desesperados", es decir, por prisioneros a los que se les conmutaban sus penas si lograban sobrevivir. Les acompañaban otras personas sin oficio ni beneficio de todo pelaje, incluidos voluntarios sin apellidos y otros románticos del riesgo. No hacía falta mucha instrucción para propinar el primer embate al enemigo. Tras esas milicias aguardaban sabias proporciones de infantes, caballeros y artilleros, pertrechados entonces con el último grito en arma de fuego portátil.
Fuera del campo de batalla, los infantes españoles que defendían al Papa podían sufrir cualquier tipo de afrenta excepto que alguien les alzara la voz. El sentido del honor les conminaba a empuñar las armas ante el decibelio más destemplado. A lo anterior se añadía la inquebrantable autoestima de saberse protegido por la providencia. De esa forma, rara era la ocasión en la que no corría la sangre ante lo que pudiera interpretarse como una blasfemia, sin importar el idioma. Y precisamente en francés, bicoque significa lo contrario que la ganancia fácil del castellano: batalla o empeño infructuoso, de excesivo coste.