Sangre española en la Cochinchina
Sangre española en la Cochinchina
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
El vasto mundo de los dichos populares nos dice que «irse a la Cochinchina», o referirse a alguna cosa que «está en la Cochinchina» es sinónimo de aludir a un sitio tan desconocido como lejano. Lo explica así la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA): «Uno se puede ir de viaje lejos. Luego puede irse de viaje más lejos aún. Pero sólo cuando se ha ido a la Cochinchina el interlocutor entenderá que está realmente en un sitio tan raro y lejano como para no seguir preguntando más». Todo el mundo asentirá tras leer esta definición, pero tal vez pocos sabrán que el nombre de Cochinchina (o Conchinchina, no se sabe cuándo ni por qué se le añadió una ene) es hoy el sur de Vietnam y, mucho menos, que España tuvo una relación directa con la zona al apoyar la iniciativa de Francia de anexionar ese territorio, en el delta del río Mekong y llamado originalmente Annam, que los galos rebautizaron como Cochinchine. Ahora, un libro escrito por un militar que presenció todo aquello y que se publicaría en Cartagena en 1869, el Mariscal de Campo Carlos Palanca Gutiérrez, titulado «Reseña histórica de la expedición de Cochinchina» (Miraguano Ediciones) reaviva ese episodio prácticamente olvidado. Tal olvido es denunciado por Alejandro Campoy Fernández, oficial del Ejército de Tierra en activo, en una breve pero muy completa nota al comienzo del extenso volumen, dado que semejante y exótica expedición apenas está reflejada en los libros de estudios secundarios, dedicándosele, como mucho, «algún párrafo a esta hazaña bélica que desgarró la vida de más de mil españoles en tierras ajenas y hostiles y que no tiene la conmemoración histórica que a todas luces merece».
Heroicidad sin réditos
Pero ,¿de dónde partió la decisión de que las tropas españolas alcanzaran una región tan lejana, tanto en lo geográfico como en lo que respecta a sus intereses políticos o económicos por aquel entonces, como el Reino de Annam durante la segunda mitad del siglo XIX y que, asimismo, iba a constituir el comienzo de la colonización gala de Indochina? El oficial Campoy lo resume del siguiente modo: «La participación de España en la guerra de la Cochinchina es consecuencia del compromiso internacional que adquirió nuestro país con la firma del Tratado de la cuádruple Alianza compuesta por Gran Bretaña, Portugal y Francia. Las ambiciones mercantiles y comerciales de este último país demandaron la colaboración del nuestro y requirió la cooperación de un contingente español acuartelado en Filipinas, compuesto por más de 1.500 soldados españoles y tagalos». Un acto valiente aquél, como lo refleja el hecho de que durante seis meses varias docenas de soldados españoles en Saigón resistieran tenazmente las embestidas del enemigo, a la espera de que llegaran refuerzos franceses, y un acto sacrificado sin rédito alguno de ninguna clase; todo lo contrario, pues el resultado sería sangriento por el número de bajas sufridas, que se añadirían a los asesinatos previos de diversos misioneros españoles por orden de los mandarines locales. Tampoco se extraería rédito político ni económico, ya que el tratado subsiguiente que se firmaría tras el conflicto daría ventajas a Francia pero dejaría totalmente fuera a España, cuyas tropas regresarían a las Filipinas de las que habían salido. Al mando de ellas había estado Palanca Gutiérrez, por entonces coronel y con una gran experiencia internacional, pues había llegado a ser gobernador de Santiago de Cuba. Su libro, que disfrutaría de una segunda edición en 1870, en Madrid, lo ha recuperado Ángel Luis Encinas jovenlandesal, profesor de la Universidad Complutense, añadiendo además la correspondencia que el mariscal de campo mantuvo, por un lado, con los jefes plenipotenciarios de las tropas francesas en Cochinchina, y por el otro, con los representantes gubernamentales de la reina Isabel II.
En el prólogo, Encinas jovenlandesal recuerda cómo en 1954, «el general vietnamita Vo Nguyen Giap, al frente del Viet Minh, derrotó a las tropas coloniales francesas». Una victoria de gran trascendencia por cuanto era la primera vez que «un ejército colonial europeo era derrotado por un movimiento de liberación nacional», poniéndose fin a noventa y dos años de dominio francés, desde «el tratado de 5 de junio de 1862, firmado por Francia, España y el Reino de Annam por el que Francia recibía varias provincias annamitas y España recibía una indemnización de guerra por su participación en un conflicto bélico que se había iniciado en 1858». Luego, vendrá la guerra de Vietnam (1959-1975), hasta que el Acuerdo de París de 1973 facilite el alto el fuego y el Vietnam del Norte y el Vietnam del Sur enfrentados se reunifiquen dos años más tarde formando un solo Estado.
A mediados del siglo XIX, el Vietnam como ubicación naval estratégica y el Vietnam que perseguía a los cristianos eran sendos puntos de mira para los occidentales. Tras el apresamiento de un misionero dominico español de Tonkín (hoy parte norte del país), que luego sería salvajemente decapitado, se puso en acción la diplomacia, y Francia (con Napoleón III) y España (llena de corrupción interna y «el prestigio internacional perdido») resolvieron llevar a cabo una cooperación militar que sería aciaga para los hombres del mariscal Palanca, que en la dedicatoria a Juan Prim, «capitán general del Ejército, conde de Reus, marqués de los Castillejos», habla de cómo «allí padeció aquel puñado de valientes, que lejos de la progenitora patria, desnudos, sin víveres... respondieron tan bien a mi voz cuando el honor de su bandera y la noble emulación que con el Ejército francés sostuvieron, los puso frente a numerosas masas enemigas en un país tan insalubre, como inhospitalario». Con una prosa digna de resaltar por su amenidad y elegancia los informes de Palanca son un documento excepcional desde el punto de vista estrictamente militar y, sobre todo, político y organizativo; una lectura ya indispensable para todo aquel interesado en saber cómo se desarrolla una contienda desde dentro y cómo ésta puede convertirse en una crónica que haga justicia tanto al pueblo autóctono como aquel español que dio prueba de «su sufrimiento, su valor individual, su generosidad después de la victoria».
Sangre española en la Cochinchina
Sangre española en la Cochinchina
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
Este grabado recoge el asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859
El vasto mundo de los dichos populares nos dice que «irse a la Cochinchina», o referirse a alguna cosa que «está en la Cochinchina» es sinónimo de aludir a un sitio tan desconocido como lejano. Lo explica así la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA): «Uno se puede ir de viaje lejos. Luego puede irse de viaje más lejos aún. Pero sólo cuando se ha ido a la Cochinchina el interlocutor entenderá que está realmente en un sitio tan raro y lejano como para no seguir preguntando más». Todo el mundo asentirá tras leer esta definición, pero tal vez pocos sabrán que el nombre de Cochinchina (o Conchinchina, no se sabe cuándo ni por qué se le añadió una ene) es hoy el sur de Vietnam y, mucho menos, que España tuvo una relación directa con la zona al apoyar la iniciativa de Francia de anexionar ese territorio, en el delta del río Mekong y llamado originalmente Annam, que los galos rebautizaron como Cochinchine. Ahora, un libro escrito por un militar que presenció todo aquello y que se publicaría en Cartagena en 1869, el Mariscal de Campo Carlos Palanca Gutiérrez, titulado «Reseña histórica de la expedición de Cochinchina» (Miraguano Ediciones) reaviva ese episodio prácticamente olvidado. Tal olvido es denunciado por Alejandro Campoy Fernández, oficial del Ejército de Tierra en activo, en una breve pero muy completa nota al comienzo del extenso volumen, dado que semejante y exótica expedición apenas está reflejada en los libros de estudios secundarios, dedicándosele, como mucho, «algún párrafo a esta hazaña bélica que desgarró la vida de más de mil españoles en tierras ajenas y hostiles y que no tiene la conmemoración histórica que a todas luces merece».
Heroicidad sin réditos
Pero ,¿de dónde partió la decisión de que las tropas españolas alcanzaran una región tan lejana, tanto en lo geográfico como en lo que respecta a sus intereses políticos o económicos por aquel entonces, como el Reino de Annam durante la segunda mitad del siglo XIX y que, asimismo, iba a constituir el comienzo de la colonización gala de Indochina? El oficial Campoy lo resume del siguiente modo: «La participación de España en la guerra de la Cochinchina es consecuencia del compromiso internacional que adquirió nuestro país con la firma del Tratado de la cuádruple Alianza compuesta por Gran Bretaña, Portugal y Francia. Las ambiciones mercantiles y comerciales de este último país demandaron la colaboración del nuestro y requirió la cooperación de un contingente español acuartelado en Filipinas, compuesto por más de 1.500 soldados españoles y tagalos». Un acto valiente aquél, como lo refleja el hecho de que durante seis meses varias docenas de soldados españoles en Saigón resistieran tenazmente las embestidas del enemigo, a la espera de que llegaran refuerzos franceses, y un acto sacrificado sin rédito alguno de ninguna clase; todo lo contrario, pues el resultado sería sangriento por el número de bajas sufridas, que se añadirían a los asesinatos previos de diversos misioneros españoles por orden de los mandarines locales. Tampoco se extraería rédito político ni económico, ya que el tratado subsiguiente que se firmaría tras el conflicto daría ventajas a Francia pero dejaría totalmente fuera a España, cuyas tropas regresarían a las Filipinas de las que habían salido. Al mando de ellas había estado Palanca Gutiérrez, por entonces coronel y con una gran experiencia internacional, pues había llegado a ser gobernador de Santiago de Cuba. Su libro, que disfrutaría de una segunda edición en 1870, en Madrid, lo ha recuperado Ángel Luis Encinas jovenlandesal, profesor de la Universidad Complutense, añadiendo además la correspondencia que el mariscal de campo mantuvo, por un lado, con los jefes plenipotenciarios de las tropas francesas en Cochinchina, y por el otro, con los representantes gubernamentales de la reina Isabel II.
En el prólogo, Encinas jovenlandesal recuerda cómo en 1954, «el general vietnamita Vo Nguyen Giap, al frente del Viet Minh, derrotó a las tropas coloniales francesas». Una victoria de gran trascendencia por cuanto era la primera vez que «un ejército colonial europeo era derrotado por un movimiento de liberación nacional», poniéndose fin a noventa y dos años de dominio francés, desde «el tratado de 5 de junio de 1862, firmado por Francia, España y el Reino de Annam por el que Francia recibía varias provincias annamitas y España recibía una indemnización de guerra por su participación en un conflicto bélico que se había iniciado en 1858». Luego, vendrá la guerra de Vietnam (1959-1975), hasta que el Acuerdo de París de 1973 facilite el alto el fuego y el Vietnam del Norte y el Vietnam del Sur enfrentados se reunifiquen dos años más tarde formando un solo Estado.
A mediados del siglo XIX, el Vietnam como ubicación naval estratégica y el Vietnam que perseguía a los cristianos eran sendos puntos de mira para los occidentales. Tras el apresamiento de un misionero dominico español de Tonkín (hoy parte norte del país), que luego sería salvajemente decapitado, se puso en acción la diplomacia, y Francia (con Napoleón III) y España (llena de corrupción interna y «el prestigio internacional perdido») resolvieron llevar a cabo una cooperación militar que sería aciaga para los hombres del mariscal Palanca, que en la dedicatoria a Juan Prim, «capitán general del Ejército, conde de Reus, marqués de los Castillejos», habla de cómo «allí padeció aquel puñado de valientes, que lejos de la progenitora patria, desnudos, sin víveres... respondieron tan bien a mi voz cuando el honor de su bandera y la noble emulación que con el Ejército francés sostuvieron, los puso frente a numerosas masas enemigas en un país tan insalubre, como inhospitalario». Con una prosa digna de resaltar por su amenidad y elegancia los informes de Palanca son un documento excepcional desde el punto de vista estrictamente militar y, sobre todo, político y organizativo; una lectura ya indispensable para todo aquel interesado en saber cómo se desarrolla una contienda desde dentro y cómo ésta puede convertirse en una crónica que haga justicia tanto al pueblo autóctono como aquel español que dio prueba de «su sufrimiento, su valor individual, su generosidad después de la victoria».
Sangre española en la Cochinchina