Delaney20
Madmaxista
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Algunos años después del final de la guerra, un pequeño grupo de supervivientes alemanes de la Batalla de Estalingrado (ahora llamado volgogrado), encontraron un grupo de veteranos del Ejército Rojo revisitando el lugar por primera vez desde el final de la Batalla en 1943. Las dos partidas coincidieron por casualidad cerca del centro de la ciudad, el escenario de algunas de los mas crueles combates del largo asedio.
Mientras relataba la terrorífica historia del asedio, la guía turística rusa que acompañaba al grupo alemán fue vencida por la emoción y se retiró, entre sollozos, incapaz de continuar traduciendo. Yo estaba, como agregado de la embajada, visitando la ciudad en aquella época, coincidiendo en el mismo "tour" que los veteranos alemanes. Los alemanes me pidieron que tradujera para ellos, ya que intentaban hablar con los veteranos del Ejército Rojo.
Repetí la pregunta formulada por el portavoz alemán: "¿No hay cementerios aquí para los caídos?
Un veterano ruso se giró hacia los alemanes para responder. Era alto, ligeramente encorvado, pero con un aire digno; de ojos oscuros y prominentes pómulos eslavos. Su oscura americana estaba adornada con varias filas de galones desteñidos y había dos medallas prendidas en su desgastada solapa. Sus arrugados pantalones de loneta marrón claro tenían cosidos dos pequeños parches. "No estoy seguro" dijo "Estamos de vuelta por primera vez desde el ´43, y solamente hemos visto el gran monumento en la colina, a la progenitora Rusia. ¿De dónde sois?" preguntó.
"München", contestó con fuerte acento el veterano alemán, un hombre ligeramente más bajo vestido con un traje Bávaro tonalidad ceniza, de solapas verdes, sin galones ni medallas. Llevaba, no obstante, un recordatorio de sus días de combatiente: una de las mangas de su abrigo estaba vacía, cuidadosamente doblada y sujeta con un alfiler en su hombro izquierdo. Llevaba un bastón con empuñadura tallada en asta de ciervo. "Estuvimos aquí en el ´43 también" dijo "hemos vuelto para visitar el lugar".
El ruso se quedó mirándolo con aire confuso. "Munich, Eso es Alemania ¿Verdad?"
"Ja" contestó el alemán orgulloso; su espalda se irguió casi imperceptiblemente. "¿Estuviste aquí ese invierno, aquel que hizo tanto frío?".
El ruso asintió. Entonces, asombrado, miró directamente hacia el alemán y le preguntó "¿Por qué has vuelto?"
"No lo se" dijo el alemán "Quería ver este lugar de nuevo, supongo, y visitar las tumbas. ¿Sabes donde están?
"No, no he visto ninguna tumba, solo los grandes hitos en la colina con los números de algunas unidades" contestó el ruso; seguía estudiando el rostro del alemán con cierto asombro, como si tratara de adivinar una razón oculta de porqué diantres un alemán volvería a un lugar que había sido el escenario de semejante destrucción y amargos combates. "¿Dónde estabas entonces?"
"Bueno, no estoy seguro" contestó el alemán "No se ve igual ahora que entonces. ¿Tu recuerdas dónde estabas" preguntó, mirando sobre el dique a través del Volga.
"Estaba dentro del sótano de la fábrica de tractores hacia el Norte" dijo el ruso, apuntando río arriba. "Estuvimos enterrados allí un largo tiempo mientras pensábamos que habíais tomado la ciudad. Ibamos a tomarla de vuelta" añadió, poniendo un poco más de énfasis en el tono.
El alemán miró alrededor del ruso en silencio. Después dijo "Nunca llegamos a tomarla, pero me parece que yo estaba cerca de aquí, en alguna parte." hizo una pausa y habló de nuevo "Hemos traído flores ¿Estás seguro de que no hay ningún cementerio?"
El ruso intercambió unas palabras con varios de sus compañeros, cada uno de ellos vestido de forma diferente. Claramente, todos se habían arreglado con cierto esmero para la ocasión, todos ellos con chaquetas de traje de mejor o peor calidad. Varios de ellos llevaban los coloridos gorros típicos de Asia Central; uno de ellos, más moreno, llevaba un Fedora de ala ancha y su amplia sonrisa dejaba ver varios dientes de oro bajo el poblado bigote neցro. Todos tenían galones de campaña y algunos, medallas. Varios usaban bastón, y uno de ellos se sostenía con dificultad sobre una muleta.
"Me dicen que hay una placa detrás del edificio en ruinas que menciona algunas unidades" dijo el portavoz de los rusos "pero creemos que no hay monumentos con nombres" Señaló un edificio en ruinas adyacente al museo de la batalla. Estaba agujereado y parcialmente destruído, no lo habían tocado desde el fin de los combates.
Caminé con los dos grupos de veteranos bajo el cálido sol hacia el edificio en ruinas. El Volga se atisbaba al fondo, marrón, con su plácido discurrir, su lejana ribera fundiéndose con el horizonte. Dos barcaza guiadas con cuerdas pasaron una junto a otra por el canal en direcciones opuestas. Según nos acercábamos al edificio, aumentaba el olor: un olor rancio como a sótano húmedo o antigüas catacumbas emanaba del edificio.
Los dos veteranos portavoces caminaron juntos, cerca el uno del otro, como si estuviesen sujetos por algún anclaje invisible. "¿Cuánto estuviste aquí?" preguntó el ruso.
"No estoy seguro cuánto fue, pero fue más que suficiente" contestó el alemán "Es como un sueño ruidoso y sucio, entre brumas, solamente recuerdo que era aterrador."
"Yo recuerdo también" dijo el ruso "fue terrible y duró demasiado"
La guía, recuperada la compostura, se unió de nuevo al grupo, que ahora estaba entremezclado. Alemanes y rusos caminando juntos. Empezó a recitar frases grandilocuentes y huecas sobre la batalla, apuntando aquí y allá y describiendo dónde estaban los alemanes al final. Sus palabras caían sobre nosotros, oleadas de frases memorizadas aderezadas con los términos patrióticos Soviéticos habituales: el sacrificio, la lucha socialista, el deber sagrado y la progenitora patria.
"Me gustaría que dejara la cháchara" dijo el portavoz ruso "Nosotros sabíamos bien dónde estaban, entonces." Aún miraba al portavoz alemán de cerca, como si ocultara una sonrisa secreta. El gran grupo llegó a la esquina del edificio agujereado y se detuvo.
"¿Dónde está la placa?" preguntó el alemán.
Los dos veteranos comenzaron a buscar entre la alta hierba cerca de los destrozados y neցros ladrillos, sin encontrar placa conmemorativa alguna.
La guía, alterada por la falta de oyentes espetó "debemos irnos, estamos fuera de la ruta."
"Silencio" dijo el ruso con voz ronca "¿No ves que estamos pensando juntos?" se giró hacia la guía y señaló al alemán con la mirada "Después de todo, nos combatimos unos a otros y ahora estamos pensando juntos, ¿No es algo a tener en cuenta?" preguntó. Sacudió su bastón frente a la guía que estaba a punto de perder de nuevo la compostura, las comisuras de los labios comenzando a estremecerse como si quisiera echarse de nuevo a llorar.
Los dos hombre permanecieron juntos en silencio por unos momentos. Un pájaro cantó en un arbol cercano. "No había muchos pájaros entonces, ¿Verdad?" dijo el alemán.
"No muchos pero, a veces se oían esas estúpidas perdices ¿Recuerdas?" el alemán asintió, divertido; el ruso continuó "Se sentaban y nos miraban durante los peores bombardeos, nunca se asustaban. No podía entenderlas" hizo una pausa "pero es verdad, no se oían muchos pájaros cantar entonces" despacio, se giró hacia el alemán "¿Como saliste de aquí?"
"Algunas veces, cuando el tiempo lo permitía, nuestros aviones venían a por los heridos, pero no muy a menudo" contestó el alemán "fuí alcanzado varias veces, pero tuve suerte, cerca de donde me hirieron por última vez, había un hospital de campaña. Realmente no era más que un par de filas de trincheras excavadas y cubiertas con lonas. Un oficial nos habló acerca de un avión de evacuación que venía de camino, y dijo que cualquiera que llegara a la llanura que hay tras el Kurgan, donde está vuestra estatua ahora, quizá fuera evacuado de aquí. Habían contado cosas así antes, pero nadie había logrado llegar nunca tan lejos desde el centro de la ciudad en medio de los combates."
El alemán hizo una pausa, mirando cara a cara al ruso y esperó a ver su reacción mientras le traducía. Cuando termine con sus palabras, el alemán continuó su historia, más y más distante a medida que hablaba.
"Mi amigo Walther vino conmigo. También estaba herido, pero él podía caminar. Hicimos todo el camino hacia el aeródromo. No se cómo, pero lo hicimos. Al final, yo ya no podía andar. Cargó conmigo, cada vez más pálido, hacia un avión que esperaba, atestado de heridos, y despegó" hizo una pausa.
"¿Qué pasó con Walther?" preguntó el ruso.
"No pudo llegar hasta el avión" dijo el alemán, bajando el tono "cayó en la pista, entre los charcos, y no pudo levantarse. El avión comenzo a rodar por la pista y nos fuimos"
"Tuviste suerte" dijo el ruso.
Permanecieron de pie uno junto al otro. El pájaro silbó algunas notas. "¿Dónde debería poner las flores?" preguntó el alemán.
"No podemos encontrar la placa" respondió el ruso "asi que aquí, pongámoslas aquí, al sol. Estarán bien, al calor. Hacía tanto frío entonces, ¿Recuerdas?"
"Si, recuerdo" dijo el alemán "Pero debemos poner marcas aquí, para los soldados. Marcas con nombres. Las hay en otros campos de batalla. Yo he visto algunas nuestras en Francia. Conservadas con cuidado, además"
"Nosotros tenemos muchos monumentos por aquí también. Grandes además" dijo uno de los otros rusos.
"Los más grandes del mundo" intervino la guía. Sonaba más animada otra vez, quizá por la esperanza de ser util a la conversación "¿Veis allí, en la plaza? Es el Monumento a la victoria, y en lo alto de la colina, Mamaya, es la progenitora Rusia, el munomento más grande del mundo. Mide más de un centen-..."
"¡Por favor, déjanos en paz!" interrumpió el portavoz ruso. "El lugar está lleno de monumentos grandes, pequeños, feos, rellenitos, ninguno con el nombre de un soldado en él"
"No deberías hablar así delante de extranjeros" espetó la guía a su compatriota "Tenemos los más..."
Una vez más, el veterano ruso la cortó "Hay un montón de santuarios de piedra, grandes y pequeños, dedicados a ésta o aquella cosa gloriosa. La progenitora Patria, el valor de la Unión Sovietica, monumentos a la Victoria. Está bien. Pero no hay una maldita piedra en ésta ciudad con los nombres de los que murieron aquí. Eran amigos míos, muchachos valientes." Se giró hacia el alemán "Aquí, déjame ayudarte"
Los dos viejos soldados se agacharon y pusieron las flores entre dos piedras del edificio en ruinas. Se miraron el uno al otro, en silencio.
"Por Walther." Dijo el ruso. Se volvió hacia mi. Traduje.
"Ja" dijo el alemán "für Walther". Hizo una pausa, la mirada perdida entre los ladrillos rotos. Se volvió hacia el ruso: "y por tus amigos".
Siguiero en pie por largo rato, y súbitamente, se fundieron en un abrazo. Me alejé de allí, mientras permanecían juntos bajo el cálido sol.
El barco del tour alemán nos llevó aguas abajo del Volga desde Kazam hasta Volgogrado (el nuevo nombre de Estalingrado). Tras visitar las ruinas de la ciudad, viajamos a través del canal Volga-Don, hacia el río Don y a Rostov-on-Don. Visitamos fábricas, embalses, enormes centrales eléctricas, canales, el lugar dónde nació Lenin (ahora llamado Simbirsk), Saratov y Tolýatti. Vimos enormes monumentos, pero ninguna lápida. Ningún nombre.
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Mientras relataba la terrorífica historia del asedio, la guía turística rusa que acompañaba al grupo alemán fue vencida por la emoción y se retiró, entre sollozos, incapaz de continuar traduciendo. Yo estaba, como agregado de la embajada, visitando la ciudad en aquella época, coincidiendo en el mismo "tour" que los veteranos alemanes. Los alemanes me pidieron que tradujera para ellos, ya que intentaban hablar con los veteranos del Ejército Rojo.
Repetí la pregunta formulada por el portavoz alemán: "¿No hay cementerios aquí para los caídos?
Un veterano ruso se giró hacia los alemanes para responder. Era alto, ligeramente encorvado, pero con un aire digno; de ojos oscuros y prominentes pómulos eslavos. Su oscura americana estaba adornada con varias filas de galones desteñidos y había dos medallas prendidas en su desgastada solapa. Sus arrugados pantalones de loneta marrón claro tenían cosidos dos pequeños parches. "No estoy seguro" dijo "Estamos de vuelta por primera vez desde el ´43, y solamente hemos visto el gran monumento en la colina, a la progenitora Rusia. ¿De dónde sois?" preguntó.
"München", contestó con fuerte acento el veterano alemán, un hombre ligeramente más bajo vestido con un traje Bávaro tonalidad ceniza, de solapas verdes, sin galones ni medallas. Llevaba, no obstante, un recordatorio de sus días de combatiente: una de las mangas de su abrigo estaba vacía, cuidadosamente doblada y sujeta con un alfiler en su hombro izquierdo. Llevaba un bastón con empuñadura tallada en asta de ciervo. "Estuvimos aquí en el ´43 también" dijo "hemos vuelto para visitar el lugar".
El ruso se quedó mirándolo con aire confuso. "Munich, Eso es Alemania ¿Verdad?"
"Ja" contestó el alemán orgulloso; su espalda se irguió casi imperceptiblemente. "¿Estuviste aquí ese invierno, aquel que hizo tanto frío?".
El ruso asintió. Entonces, asombrado, miró directamente hacia el alemán y le preguntó "¿Por qué has vuelto?"
"No lo se" dijo el alemán "Quería ver este lugar de nuevo, supongo, y visitar las tumbas. ¿Sabes donde están?
"No, no he visto ninguna tumba, solo los grandes hitos en la colina con los números de algunas unidades" contestó el ruso; seguía estudiando el rostro del alemán con cierto asombro, como si tratara de adivinar una razón oculta de porqué diantres un alemán volvería a un lugar que había sido el escenario de semejante destrucción y amargos combates. "¿Dónde estabas entonces?"
"Bueno, no estoy seguro" contestó el alemán "No se ve igual ahora que entonces. ¿Tu recuerdas dónde estabas" preguntó, mirando sobre el dique a través del Volga.
"Estaba dentro del sótano de la fábrica de tractores hacia el Norte" dijo el ruso, apuntando río arriba. "Estuvimos enterrados allí un largo tiempo mientras pensábamos que habíais tomado la ciudad. Ibamos a tomarla de vuelta" añadió, poniendo un poco más de énfasis en el tono.
Ruinas de la planta de tractores al Norte de Estalingrado, Noviembre de 1942
El ruso intercambió unas palabras con varios de sus compañeros, cada uno de ellos vestido de forma diferente. Claramente, todos se habían arreglado con cierto esmero para la ocasión, todos ellos con chaquetas de traje de mejor o peor calidad. Varios de ellos llevaban los coloridos gorros típicos de Asia Central; uno de ellos, más moreno, llevaba un Fedora de ala ancha y su amplia sonrisa dejaba ver varios dientes de oro bajo el poblado bigote neցro. Todos tenían galones de campaña y algunos, medallas. Varios usaban bastón, y uno de ellos se sostenía con dificultad sobre una muleta.
"Me dicen que hay una placa detrás del edificio en ruinas que menciona algunas unidades" dijo el portavoz de los rusos "pero creemos que no hay monumentos con nombres" Señaló un edificio en ruinas adyacente al museo de la batalla. Estaba agujereado y parcialmente destruído, no lo habían tocado desde el fin de los combates.
Caminé con los dos grupos de veteranos bajo el cálido sol hacia el edificio en ruinas. El Volga se atisbaba al fondo, marrón, con su plácido discurrir, su lejana ribera fundiéndose con el horizonte. Dos barcaza guiadas con cuerdas pasaron una junto a otra por el canal en direcciones opuestas. Según nos acercábamos al edificio, aumentaba el olor: un olor rancio como a sótano húmedo o antigüas catacumbas emanaba del edificio.
Los dos veteranos portavoces caminaron juntos, cerca el uno del otro, como si estuviesen sujetos por algún anclaje invisible. "¿Cuánto estuviste aquí?" preguntó el ruso.
"No estoy seguro cuánto fue, pero fue más que suficiente" contestó el alemán "Es como un sueño ruidoso y sucio, entre brumas, solamente recuerdo que era aterrador."
"Yo recuerdo también" dijo el ruso "fue terrible y duró demasiado"
Edificio en ruinas adyacente al muse de la batalla de Estalingrado, en la actualidad.
La guía, recuperada la compostura, se unió de nuevo al grupo, que ahora estaba entremezclado. Alemanes y rusos caminando juntos. Empezó a recitar frases grandilocuentes y huecas sobre la batalla, apuntando aquí y allá y describiendo dónde estaban los alemanes al final. Sus palabras caían sobre nosotros, oleadas de frases memorizadas aderezadas con los términos patrióticos Soviéticos habituales: el sacrificio, la lucha socialista, el deber sagrado y la progenitora patria.
"Me gustaría que dejara la cháchara" dijo el portavoz ruso "Nosotros sabíamos bien dónde estaban, entonces." Aún miraba al portavoz alemán de cerca, como si ocultara una sonrisa secreta. El gran grupo llegó a la esquina del edificio agujereado y se detuvo.
"¿Dónde está la placa?" preguntó el alemán.
Los dos veteranos comenzaron a buscar entre la alta hierba cerca de los destrozados y neցros ladrillos, sin encontrar placa conmemorativa alguna.
La guía, alterada por la falta de oyentes espetó "debemos irnos, estamos fuera de la ruta."
"Silencio" dijo el ruso con voz ronca "¿No ves que estamos pensando juntos?" se giró hacia la guía y señaló al alemán con la mirada "Después de todo, nos combatimos unos a otros y ahora estamos pensando juntos, ¿No es algo a tener en cuenta?" preguntó. Sacudió su bastón frente a la guía que estaba a punto de perder de nuevo la compostura, las comisuras de los labios comenzando a estremecerse como si quisiera echarse de nuevo a llorar.
Los dos hombre permanecieron juntos en silencio por unos momentos. Un pájaro cantó en un arbol cercano. "No había muchos pájaros entonces, ¿Verdad?" dijo el alemán.
"No muchos pero, a veces se oían esas estúpidas perdices ¿Recuerdas?" el alemán asintió, divertido; el ruso continuó "Se sentaban y nos miraban durante los peores bombardeos, nunca se asustaban. No podía entenderlas" hizo una pausa "pero es verdad, no se oían muchos pájaros cantar entonces" despacio, se giró hacia el alemán "¿Como saliste de aquí?"
"Algunas veces, cuando el tiempo lo permitía, nuestros aviones venían a por los heridos, pero no muy a menudo" contestó el alemán "fuí alcanzado varias veces, pero tuve suerte, cerca de donde me hirieron por última vez, había un hospital de campaña. Realmente no era más que un par de filas de trincheras excavadas y cubiertas con lonas. Un oficial nos habló acerca de un avión de evacuación que venía de camino, y dijo que cualquiera que llegara a la llanura que hay tras el Kurgan, donde está vuestra estatua ahora, quizá fuera evacuado de aquí. Habían contado cosas así antes, pero nadie había logrado llegar nunca tan lejos desde el centro de la ciudad en medio de los combates."
1. Fabrica de Tractores.
2. Fabrica de Cañones "Barrikady".
3. Metalurgia "Octubre Rojo" .
4. Area llamada la "raqueta de tenis".
5. Colina Mamaev Kurgan.
6. Aeródromo.
El alemán hizo una pausa, mirando cara a cara al ruso y esperó a ver su reacción mientras le traducía. Cuando termine con sus palabras, el alemán continuó su historia, más y más distante a medida que hablaba.
"Mi amigo Walther vino conmigo. También estaba herido, pero él podía caminar. Hicimos todo el camino hacia el aeródromo. No se cómo, pero lo hicimos. Al final, yo ya no podía andar. Cargó conmigo, cada vez más pálido, hacia un avión que esperaba, atestado de heridos, y despegó" hizo una pausa.
"¿Qué pasó con Walther?" preguntó el ruso.
"No pudo llegar hasta el avión" dijo el alemán, bajando el tono "cayó en la pista, entre los charcos, y no pudo levantarse. El avión comenzo a rodar por la pista y nos fuimos"
"Tuviste suerte" dijo el ruso.
Permanecieron de pie uno junto al otro. El pájaro silbó algunas notas. "¿Dónde debería poner las flores?" preguntó el alemán.
"No podemos encontrar la placa" respondió el ruso "asi que aquí, pongámoslas aquí, al sol. Estarán bien, al calor. Hacía tanto frío entonces, ¿Recuerdas?"
"Si, recuerdo" dijo el alemán "Pero debemos poner marcas aquí, para los soldados. Marcas con nombres. Las hay en otros campos de batalla. Yo he visto algunas nuestras en Francia. Conservadas con cuidado, además"
"Nosotros tenemos muchos monumentos por aquí también. Grandes además" dijo uno de los otros rusos.
"Los más grandes del mundo" intervino la guía. Sonaba más animada otra vez, quizá por la esperanza de ser util a la conversación "¿Veis allí, en la plaza? Es el Monumento a la victoria, y en lo alto de la colina, Mamaya, es la progenitora Rusia, el munomento más grande del mundo. Mide más de un centen-..."
"¡Por favor, déjanos en paz!" interrumpió el portavoz ruso. "El lugar está lleno de monumentos grandes, pequeños, feos, rellenitos, ninguno con el nombre de un soldado en él"
"No deberías hablar así delante de extranjeros" espetó la guía a su compatriota "Tenemos los más..."
Una vez más, el veterano ruso la cortó "Hay un montón de santuarios de piedra, grandes y pequeños, dedicados a ésta o aquella cosa gloriosa. La progenitora Patria, el valor de la Unión Sovietica, monumentos a la Victoria. Está bien. Pero no hay una maldita piedra en ésta ciudad con los nombres de los que murieron aquí. Eran amigos míos, muchachos valientes." Se giró hacia el alemán "Aquí, déjame ayudarte"
Los dos viejos soldados se agacharon y pusieron las flores entre dos piedras del edificio en ruinas. Se miraron el uno al otro, en silencio.
"Por Walther." Dijo el ruso. Se volvió hacia mi. Traduje.
"Ja" dijo el alemán "für Walther". Hizo una pausa, la mirada perdida entre los ladrillos rotos. Se volvió hacia el ruso: "y por tus amigos".
Siguiero en pie por largo rato, y súbitamente, se fundieron en un abrazo. Me alejé de allí, mientras permanecían juntos bajo el cálido sol.
El barco del tour alemán nos llevó aguas abajo del Volga desde Kazam hasta Volgogrado (el nuevo nombre de Estalingrado). Tras visitar las ruinas de la ciudad, viajamos a través del canal Volga-Don, hacia el río Don y a Rostov-on-Don. Visitamos fábricas, embalses, enormes centrales eléctricas, canales, el lugar dónde nació Lenin (ahora llamado Simbirsk), Saratov y Tolýatti. Vimos enormes monumentos, pero ninguna lápida. Ningún nombre.
Peter A. Huchthausen
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