Rafael Alberti, un legado cultural en números gente de izquierdas

jorobar, vaya fruta cosa de ripios cochambrosos.

Todo en Alberti es así de malo. Mira los versos que escribió en homenaje a Garcilaso:

Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.

Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera,
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.

¡Qué dulce oírle, guerrero
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.

Sospecho que. cuando los publicó, la momia de Garcilaso, allí donde se encontrara, se levantó y volvió a tirarse de la torre de Provenza.
 
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Lo mejor que hizo son estos tres sonetos cuando tenía 22 años:


Día de coronación

Sobre el mar que le da su brazo al río
de mi país, te nombran capitana
de los mares, la voz de la mañana
y la sirena azul de mi navío.

Los faros verdes pasan su diana
por el quieto arenal del playerío.
Del fondo de la mar, el vocerío
sube, en tu honor -¡tin, tan!-, de una campana.

¡Campanita de iglesia submarina,
quién te tañera y bajo ti ayudara
una Misa a la Virgen del Carmelo,

ya generala y sol de la marina!
La cúpula del mar, como tiara,
y como nimbo la ilusión del cielo.


Día de amor y bonanza

Que eres loba de mar y remadora,
Virgen del Carmen, y patrona mía,
escrito está en la frente de la aurora,
cuyo manto es el mar de mi bahía.

Que eres mi timonel, que eres la guía
de mi oculta sirena cantadora,
escrito está en la frente de la proa
de mi navío, al sol del mediodía.

Que tú me salvarás, ¡oh marinera
Virgen del Carmen!, cuando la escollera
parta la frente en dos de mi navío,

loba de espuma azul en los altares,
con agua amarga y dulce de los mares
escrito está en el fiero pecho mío.


Día de tribulación

¡Oh, Virgen remadora, ya clarea
la alba luz sobre el llanto de los mares!
Contra mis casi hundidos tajamares,
arremete el mastín de la marea.

Mi barca, sin timón, caracolea
sobre el tumulto gris de los azares.
Deje tu pie, descalzo, sus altares,
y la mar de color verde pronto sea.

Toquen mis manos el cuadrado anzuelo
—tu escapulario—, Virgen del Carmelo,
y hazme delfín, Señora, tú que puedes…

Sobre mis hombros te llevaré a nado
a las más hondas grutas del pescado,
donde nunca jamás llegan las redes.
 
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