Las trochas funcionaban bastante eficientemente desde la Guerra de los Diez Años (1868-1878), lo que no impidió que a Gutiérrez de la Concha se le colara Máximo Gómez y entrara en Las Villas como Perro por Moncloa. Luego Valmaseda, Jovellar y Martínez Campos tuvieron que tratar de dar la vuelta la situación durante cuatro largos años. De la mano de ése al que Ada Colau retiró la estatua en Barcelona en 2018.
En cuanto a Weyler tiene toda la razón. Su gran pecado fue la eficiencia como militar, lo que le llevó a ser diana de los periódicos yankis y del propio gobierno de Washington, que entendió que no se harían con Cuba mientras Weyler siguiera en la Capitanía General de La Habana. El problema, sin embargo, era más serio, pues el sostén de Weyler era Cánovas y el partido conservador, que no se iba a prestar a la farsa tan complacientemente como Sagasta y su tropa. Es entonces cuando desde la Casa Blanca se da la orden de asesinar a Cánovas, para lo cual el pringado de Michele Angiolillo es sólo un orate útil. La correa de tras*misión es el masón e independentista puertorriqueño Ramón Emeterio Betances, gran admirador de los USA y que se había exiliado en Nueva York durante un tiempo. Betances proporcionó a Angiolillo dinero y el arma para apiolar a Cánovas. Por si quedaba alguna duda.
Asesinado Cánovas en el balneario de Santa Águeda, en Mondragón, Weyler cayó como la fruta madura. Curioso lo poco que ha interesado en España el asesinato de su presidente del Gobierno y, probablemente, el mejor político español del siglo XIX (el nivel no estaba muy alto, cierto es). Mejor no meneallo más, no hablar de la guerra de Cuba, de la agresión americana ni de la traición de las élites españolas. Otra larga tradición.
No reabramos viejas heridas, como dicen ahora.
Aquí tenéis la soberanía española:
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