El sentido de Canadá, como el de otros como Australia, está por construirse.
Independientemente de su origen absurdo, o de su característica hipocresía en tanto sociedad depredadora que se las da y vende como avanzada, la existencia de Canadá permite la partición de la Norteamérica anglosajona prácticamente por la mitad (la mejor partición posible) en dos entidades nacionales. Y esto nos interesa en lo geopolítico, como le interesa a cuatro quintas partes de la especie humana.
Quizá, hoy, la existencia de ese país no pueda alimentarse de suficientes mitos, pero en el futuro, podríamos hacerlo: la totalidad del Canadá, o al menos el 90% de su territorio excluyendo alguna pequeña franja al sur e incluyendo todo su bioma de taiga y tundra y todas las islas árticas, y por qué no, también Alaska y Groenlandia, podría declararse, como ellos dicen y quieren de la Amazonía, alta mar, la Antártida o la Luna, como un espacio común de reserva natural para toda la Humanidad. Y, así, su naturaleza salvaje y aún sin domar se conectaría con una condición jurídica más adecuada, internacional, humana y honesta.