Gurney
Purasangre de la sangre más pura
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Ya ha sido dicho, pero conviene repetirlo y difundirlo ampliamente:
Empezaré por examinar al PSOE, debido a su importancia determinante en la época. A la llegada de la república solo existe un partido organizado, masivo y disciplinado, y es justamente el PSOE, y ello ocurre debido a su anterior cooperación con la dictadura de Primo de Rivera. Solo otro partido, el Radical de Lerroux, llegaba a aquellas fechas con cierta solera y prestigio de masas. Los demás, republicanos, y Esquerra catalana, se fundaron apresuradamente en unos pocos meses. El PNV se rehízo con bastante rapidez tras haber quedado en muy poca cosa durante la citada dictadura, después de haber amenazado, en vísperas de esta, con emprender la lucha armada. Algo parecido ocurrió a la CNT, que, a pesar de su extrema peligrosidad en tiempos anteriores y de ser sus continuos atentados una de las causas principales del derrumbe de la Restauración, mantuvo durante la dictadura en actividad muy discreta; pero inesperadamente creció con ímpetu al marcharse Primo de Rivera. En cuanto a la derecha, estaba casi desarticulada, aunque pronto tomó cierto impulso Acción Popular, eje de la CEDA que no se fundaría hasta 1933.
En 1930, cuando Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, hasta poco antes políticos monárquicos, deciden coordinar un frente general por la república y convocan el Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930, el PSOE estaba dividido entre quienes deseaban colaborar con los republicanos y una mayoría que lo rechazaba o se desentendía del asunto. Los dirigentes Largo Caballero y Besteiro tenían un amargo recuerdo de la huelga insurreccional de agosto de 1917, cuando se habían visto desasistidos por sus aliados republicanos, y consideraban que las conjuras de estos eran dignas de un vodevil, por lo cual rehusaban mezclarse en ellas. Pero Indalecio Prieto pensaba de otro modo, y asistió al Pacto de San Sebastián, aunque sin mandato oficial. A partir de ahí, consiguió enredar a Largo Caballero mediante hechos consumados. Besteiro, en cambio, permaneció reticente y con poco respeto hacia los republicanos. El Pacto de San Sebastián acordó llevar a cabo un golpe militar que liquidara el proceso de tras*ición emprendido por Alfonso XIII, e impusiera la república. Al intentarse el golpe, con mala coordinación, en diciembre de 1930, Besteiro, encargado de la huelga general en Madrid, la saboteó, algo que Largo Caballero y Prieto no le perdonarían.
Después, la monarquía entró en una acelerada crisis jovenlandesal cuyo último episodio sería la entrega del poder a los republicanos después de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, elecciones ganadas muy mayoritariamente por los monárquicos. Entonces el PSOE pareció volverse, a su vez, republicano, Largo Caballero, Prieto y Fernando de los Ríos tendrían cargos ministeriales, y Besteiro presidiría las Cortes. A menudo leemos que la postura del PSOE se volvió entonces moderada y socialdemócrata, pero, como veremos, fue al revés. Solo bajo la dictadura de Primo de Rivera respondieron los socialistas a esos calificativos, mientras que en la república se radicalizarían de modo acelerado, y solo Besteiro y su grupo, cada vez más aislados, seguirían moderados.
Al revés que otros partidos socialistas europeos, el PSOE mantenía con bastante pureza, y también simplicidad, los principios de Marx en torno a la lucha de clases y la desembocadura revolucionaria de esta en un régimen de dictadura del proletariado o en un socialismo algo indefinido pero siempre ajeno a cualquier régimen democrático burgués. No obstante, al llegar la república existen en dicho partido tres orientaciones divergentes. La de Besteiro se volvió favorable a una colaboración estrecha y prolongada con el nuevo régimen, considerando que abría las puertas a una evolución pacífica que, mediante la educación de las masas, llevaría casi por sí sola al socialismo. Prieto, nada teórico, voluble y muy personalista, se inclinaba asimismo por la colaboración, ante todo para mantenerse en el poder, sin poner plazos ni objetivos generales más allá del desmantelamiento de la derecha y de las tradiciones. En esto seguía a Azaña, hacia quien sentía más amistad que la recíproca. Largo Caballero, si hemos de creer sus declaraciones posteriores, consideró desde el primer momento que la república burguesa solo podía ser utilizada durante un tiempo no muy largo, para desengañar a las masas de las "ilusiones democráticas" y crear condiciones propicias para pasar al socialismo, concebido como poder absoluto del PSOE. Dentro de las filas socialistas, educadas en un marxismo simple, pero efectivo, predominaba la orientación de Largo. El 1 de julio de 1931 el órgano oficial del partido, El socialista,exponía la doctrina: "Ante todo somos marxistas. Nuestros enemigos son todos los partidos burgueses. Sin embargo, por ineficaz, no por otro motivo, renunciamos a la pretensión de imponer nuestra política violentamente y sin dilaciones". No especificaba cuándo empezaría a ser eficaz dicha pretensión, pero los sucesos la harían madurar pronto. Un dirigente, Wenceslao Carrillo, lo expuso a su vez: "Nos interesa afianzar la República para seguir hacia la instauración de la República social". La opinión común en el partido era la marxista: la república burguesa tenía un valor meramente instrumental.
Por lo demás, la república no acababa de afianzarse. Los desórdenes crecían, también el hambre y los encontronazos entre las propias izquierdas, lo cual abonaba la impresión de muchos socialistas de que se acercaba con rapidez la ocasión de liquidar la etapa de colaboración con los burgueses de izquierda, es decir, con el gobierno de Azaña. En octubre de 1932, en el XIII Congreso del partido, la impaciencia se expresó con claridad: "El ciclo revolucionario que ha significado plenamente la colaboración socialista va rápidamente hacia su terminación. Se aproxima y se desea, sin plazo fijo pero sin otros aplazamientos que los que exija la vida del régimen, el momento de terminar la colaboración ministerial. Estabilizada la República, el Partido Socialista (...) encaminará sus esfuerzos a la conquista plena del Poder para realizar el socialismo". La república no estaba en modo alguno estabilizada, pero precisamente su inestabilidad favorecería la radicalización del partido. La tesis expuesta en el congreso alarmó a Prieto, y en aquellos días también a Largo, pues les parecían precipitadas. Prieto calificó de "verdadera locura" y "suicidio" el intento de tomar inmediatamente el poder. Aunque su postura ganó, una minoría considerable exigió que el PSOE saliera cuanto antes del gobierno.
Los socialistas se sentían presionados, además, por la actitud anarquista, que les acusaba de colaborar con un régimen capitalista y explotador, y temían estar perdiendo apoyo de masas. No debe olvidarse que una de las razones de su anterior colaboración con Primo de Rivera había sido la de aprovechar la benevolencia del dictador para sustituir la influencia de los sindicatos anarquistas por la de la UG T (oficialmente colaboró la UGT, no el PSOE, pero a efectos prácticos era exactamente igual). En enero de 1933 se presentó al PSOE una situación difícil, por la matanza de campesinos anarquistas en Casas Viejas. De la matanza fue responsabilizado el gobierno de Azaña y, por tanto, los socialistas, que formaban parte del mismo. El desconcierto ayudó a extremar las posturas cuando en abril, las candidaturas de derecha ganaban unos comicios municipales parciales. Un supuesto, casi un dogma de la izquierda, era que las derechas solo representaban a una ínfima minoría de explotadores, clérigos y militares, y por tanto no podían ganar las elecciones; pero ocurría lo contrario, y la sensación popular de que las izquierdas en el poder lo estaban haciendo muy mal sería percibida con creciente preocupación a lo largo de ese año.
El descrédito de la coalición gubernamental republicano-socialista fue agravándose a lo largo de 1933, y dentro del PSOE cundió la impresión de que la república burguesa ya había dado de sí todo lo que podía en el papel que le adjudicaban como régimen cuya misión histórica sería crear condiciones para el socialismo. Esta orientación se manifestó con plena fuerza en el verano de ese año, cuando aún duraba la conjunción republicano-socialista en el poder. Largo Caballero habló el 26 de julio, en un mitin en el cine Pardiñas, de "la guerra civil que se está iniciando en España" y acusó a sus colegas ministros republicanos de abrir el camino al fascismo. El diario El socialista decía el 5 de agosto: "Los conceptos de democracia y libertad sobre los cuales descansa el llamado orden capitalista son unas perfectas mentiras". Once días después afirmaba que el PSOE era "más genuinamente marxista y revolucionario que los bolcheviques". La supuesta amenaza fascista se convirtió en eje de su propaganda.
La radicalización se expresó sin tapujos a mediados de agosto en la Escuela de verano socialista de Torrelodones, donde se formaban expertos políticos entre los jóvenes. Besteiro intervino para desechar tanto el pretendido peligro de fascismo en España como la "dictadura del proletariado", que calificó de "vana ilusión" y de "locura colectiva". Prieto, que habló al día siguiente, halagó demagógicamente a los extremistas sugiriendo que la república debía haberse impuesto mediante "un cortejo sangriento" para afianzarse desde el principio, pero que, no habiendo sido así, no se podía pensar en una revolución inmediata, aunque todo llegaría. Estos discursos no gustaron a los oyentes, que hicieron ir a Largo Caballero para que aclarase la política a seguir. Largo, que ya empezaba a ser llamado "el Lenin español", condenó la democracia burguesa y reivindicó la dictadura del proletariado, llamó a emplear métodos legales e ilegales y defendió la política interior soviética –que ya había causado montañas de muertos, como era bastante bien conocido—y afirmó: "Las circunstancias nos van conduciendo a una situación muy parecida a la que se encontraron los bolcheviques".
El debate, órgano oficioso de la CEDA, denunció: "¡Está en el poder un partido comunista!", a lo que el órgano del PSOE replicó con sarcasmo: "Sin duda nos tenían por socialdemócratas inofensivos, cargados de prejuicios seudodemocráticos".
Todo esto era una evolución natural a partir de las premisas ideológicas del partido, y ocurría, téngase en cuenta, cuando el PSOE todavía estaba en el gobierno. Dentro de la estrategia revolucionaria se contemplaban periodos de retroceso y tranquilidad, como había ocurrido bajo Primo de Rivera, y otros en que las circunstancias ofrecían oportunidades para avanzar resueltamente hacia la dictadura del proletariado, es decir, del partido. Tales circunstancias las estaba proporcionando la evolución de la república, según el análisis que hacían la mayoría de los dirigentes, y en particular Araquistáin, el analista y teórico del PSOE, que llevaba la voz cantante en estas cuestiones.
Aquí debe hacerse una observación importante: numerosos historiadores han concedido un peso importante, incluso decisivo en este proceso, a la alarma por sucesos exteriores como el triunfo de Hitler a principios de 1933 o, al año siguiente, el fracaso y la represión de un levantamiento socialista en Austria. Como lamentaba el dirigente socialista Vidarte, en el partido había poca preocupación y poco conocimiento sobre las cuestiones internacionales, y tales hechos fueron simplemente explotados por la propaganda con el doble fin de enardecer a las masas, y de paso paralizar a la derecha, poniéndola a la defensiva con acusaciones de fascismo. En España la única derecha que se oponía a la república era la muy minoritaria monárquica y, desde finales de 1933, el grupo casi insignificante de la Falange, más afín al fascismo. Pero el PSOE insistía en que el verdadero peligro venía de la CEDA, ciertamente mucho más poderosa, pero muy moderada en la acción, si bien a veces algo menos en las palabras. En su escalada de acusaciones, el PSOE llegó a tildar de fascistas a los propios republicanos de izquierda. El mismo valor nulo tenía la denuncia a Gil-Robles por no declararse republicano, a lo que no tenía ninguna obligación democrática, y menos siendo los denunciantes los socialistas.
Los dirigentes del partido eran perfectamente conscientes de la falsedad de sus acusaciones. Largo Caballero declaró en junio de 1933 ante una delegación de representantes hispanoamericanos ante la Organización Internacional del Trabajo: "En España, afortunadamente no hay peligro de que se produzca ese nacionalismo exasperado (...) No hay un ejército desmovilizado (...) No hay millones de parados que oscilen entre la revolución socialista y el ultranacionalismo (...) No hay nacionalismo expansivo ni militarismo (...) No hay líderes". Ya en abril de 1934, cuando las acusaciones de fascismo llegaban a la histeria, Araquistáin exponía el mismo análisis que Largo, en un artículo para la revista useña Foreign Affairs: Al revés que en Alemania o Italia, señalaba, "en España no hay un ejército desmovilizado (...) No hay cientos de miles de universitarios sin futuro, no hay millones de parados. No hay un Mussolini, ni siquiera un Hitler; no hay ambiciones imperialistas ni sentimientos revanchistas (...) ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo? No puedo imaginar la receta".
Naturalmente, estas conclusiones podían exponerlas en el extranjero, pero dentro del país predicaban justamente lo contrario. Ellos sabían muy bien que la situación de España tenía muy poco que ver con la de Alemania o la de Austria, pero sus incesantes acusaciones a la derecha constituían un arma inapreciable para crear un ambiente revolucionario, esto es, de guerra civil.
El 2 de octubre de 1933, Prieto anunciaba en las Cortes que "la colaboración del Partido Socialista con gobiernos republicanos, cualesquiera que sean sus características, su matiz y su tendencia, ha concluido definitivamente", decisión que calificó de "indestructible e inviolable". Y cuando las izquierdas perdieron desastrosamente las elecciones de noviembre de ese año, a causa de sus desaciertos y demagogias anteriores, el proceso revolucionario del PSOE cobró el máximo empuje, los llamamientos a la guerra civil menudearon, y Besteiro y los suyos fueron desalojados de los puestos de influencia en medio de una virulenta lucha interna, mientras se creaba un comité insurreccional secreto. Prieto, demagogo habilidoso y sin principios, apoyó en primera línea esta radicalización, contribuyó de modo efectivo a neutralizar a Besteiro y tomó parte activa en la preparación de la guerra civil que estallaría en octubre de 1934.
Sería extenderse demasiado mencionar aquí la gran masa de declaraciones, medidas secretas y abiertas, etc., que por entonces realizó el PSOE. Las he citado más extensamente, y aun así resumiendo, en el libro Los orígenes de la guerra civil. Lo que me importa destacar es que, en contra de lo pretendido por algunos historiadores, como Paul Preston o Santos Juliá, no se trató en modo alguno de palabras sin intención ni de medidas puramente formularias y sin ganas, sino de un proceso deliberado y concienzudo de marcha a la guerra civil, nacido de unas premisas ideológicas y del análisis de la situación concreta republicana.
La verdadera causa de la decisión revolucionaria del PSOE la expuso con claridad el líder revolucionario Amaro del Rosal en discusión con besteiristas: "Pregunto si por encima de nuestra voluntad hay una situación objetivamente revolucionaria (...) Existe un espíritu revolucionario; existe un Ejército completamente desquiciado, hay una pequeña burguesía con incapacidad de gobierno (...) en descomposición. Tenemos un Gobierno que (...) es el de menor capacidad, el de menor fuerza jovenlandesal, el de menor resistencia (...) Ahora todo está propicio". Esa era la razón: estaban convencidos de que por entonces todo estaba propicio para hacerse con el poder absoluto.
Debe añadirse que si en octubre de 1934 no cayó por tierra definitivamente la república, se debió a la actitud moderada y legalista de la derecha, incluyendo a Franco. El fracaso de la insurrección fue la oportunidad para que el PSOE rectificase y se impusiera la línea de Besteiro. Como sabemos, no fue así, por causas que he examinado en otra ocasión. Por lo tanto, y pese a la moderación política de los vencedores, el régimen quedó malherido, y cuando se formó el Frente Popular y este llegó al poder en febrero de 1936, en unas elecciones anómalas, la legalidad republicana fue sistemáticamente demolida, ocasionando la guerra civil o, más propiamente, la reanudación de la guerra civil emprendida por la izquierda en octubre del 34.
Empezaré por examinar al PSOE, debido a su importancia determinante en la época. A la llegada de la república solo existe un partido organizado, masivo y disciplinado, y es justamente el PSOE, y ello ocurre debido a su anterior cooperación con la dictadura de Primo de Rivera. Solo otro partido, el Radical de Lerroux, llegaba a aquellas fechas con cierta solera y prestigio de masas. Los demás, republicanos, y Esquerra catalana, se fundaron apresuradamente en unos pocos meses. El PNV se rehízo con bastante rapidez tras haber quedado en muy poca cosa durante la citada dictadura, después de haber amenazado, en vísperas de esta, con emprender la lucha armada. Algo parecido ocurrió a la CNT, que, a pesar de su extrema peligrosidad en tiempos anteriores y de ser sus continuos atentados una de las causas principales del derrumbe de la Restauración, mantuvo durante la dictadura en actividad muy discreta; pero inesperadamente creció con ímpetu al marcharse Primo de Rivera. En cuanto a la derecha, estaba casi desarticulada, aunque pronto tomó cierto impulso Acción Popular, eje de la CEDA que no se fundaría hasta 1933.
En 1930, cuando Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, hasta poco antes políticos monárquicos, deciden coordinar un frente general por la república y convocan el Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930, el PSOE estaba dividido entre quienes deseaban colaborar con los republicanos y una mayoría que lo rechazaba o se desentendía del asunto. Los dirigentes Largo Caballero y Besteiro tenían un amargo recuerdo de la huelga insurreccional de agosto de 1917, cuando se habían visto desasistidos por sus aliados republicanos, y consideraban que las conjuras de estos eran dignas de un vodevil, por lo cual rehusaban mezclarse en ellas. Pero Indalecio Prieto pensaba de otro modo, y asistió al Pacto de San Sebastián, aunque sin mandato oficial. A partir de ahí, consiguió enredar a Largo Caballero mediante hechos consumados. Besteiro, en cambio, permaneció reticente y con poco respeto hacia los republicanos. El Pacto de San Sebastián acordó llevar a cabo un golpe militar que liquidara el proceso de tras*ición emprendido por Alfonso XIII, e impusiera la república. Al intentarse el golpe, con mala coordinación, en diciembre de 1930, Besteiro, encargado de la huelga general en Madrid, la saboteó, algo que Largo Caballero y Prieto no le perdonarían.
Después, la monarquía entró en una acelerada crisis jovenlandesal cuyo último episodio sería la entrega del poder a los republicanos después de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, elecciones ganadas muy mayoritariamente por los monárquicos. Entonces el PSOE pareció volverse, a su vez, republicano, Largo Caballero, Prieto y Fernando de los Ríos tendrían cargos ministeriales, y Besteiro presidiría las Cortes. A menudo leemos que la postura del PSOE se volvió entonces moderada y socialdemócrata, pero, como veremos, fue al revés. Solo bajo la dictadura de Primo de Rivera respondieron los socialistas a esos calificativos, mientras que en la república se radicalizarían de modo acelerado, y solo Besteiro y su grupo, cada vez más aislados, seguirían moderados.
Al revés que otros partidos socialistas europeos, el PSOE mantenía con bastante pureza, y también simplicidad, los principios de Marx en torno a la lucha de clases y la desembocadura revolucionaria de esta en un régimen de dictadura del proletariado o en un socialismo algo indefinido pero siempre ajeno a cualquier régimen democrático burgués. No obstante, al llegar la república existen en dicho partido tres orientaciones divergentes. La de Besteiro se volvió favorable a una colaboración estrecha y prolongada con el nuevo régimen, considerando que abría las puertas a una evolución pacífica que, mediante la educación de las masas, llevaría casi por sí sola al socialismo. Prieto, nada teórico, voluble y muy personalista, se inclinaba asimismo por la colaboración, ante todo para mantenerse en el poder, sin poner plazos ni objetivos generales más allá del desmantelamiento de la derecha y de las tradiciones. En esto seguía a Azaña, hacia quien sentía más amistad que la recíproca. Largo Caballero, si hemos de creer sus declaraciones posteriores, consideró desde el primer momento que la república burguesa solo podía ser utilizada durante un tiempo no muy largo, para desengañar a las masas de las "ilusiones democráticas" y crear condiciones propicias para pasar al socialismo, concebido como poder absoluto del PSOE. Dentro de las filas socialistas, educadas en un marxismo simple, pero efectivo, predominaba la orientación de Largo. El 1 de julio de 1931 el órgano oficial del partido, El socialista,exponía la doctrina: "Ante todo somos marxistas. Nuestros enemigos son todos los partidos burgueses. Sin embargo, por ineficaz, no por otro motivo, renunciamos a la pretensión de imponer nuestra política violentamente y sin dilaciones". No especificaba cuándo empezaría a ser eficaz dicha pretensión, pero los sucesos la harían madurar pronto. Un dirigente, Wenceslao Carrillo, lo expuso a su vez: "Nos interesa afianzar la República para seguir hacia la instauración de la República social". La opinión común en el partido era la marxista: la república burguesa tenía un valor meramente instrumental.
Por lo demás, la república no acababa de afianzarse. Los desórdenes crecían, también el hambre y los encontronazos entre las propias izquierdas, lo cual abonaba la impresión de muchos socialistas de que se acercaba con rapidez la ocasión de liquidar la etapa de colaboración con los burgueses de izquierda, es decir, con el gobierno de Azaña. En octubre de 1932, en el XIII Congreso del partido, la impaciencia se expresó con claridad: "El ciclo revolucionario que ha significado plenamente la colaboración socialista va rápidamente hacia su terminación. Se aproxima y se desea, sin plazo fijo pero sin otros aplazamientos que los que exija la vida del régimen, el momento de terminar la colaboración ministerial. Estabilizada la República, el Partido Socialista (...) encaminará sus esfuerzos a la conquista plena del Poder para realizar el socialismo". La república no estaba en modo alguno estabilizada, pero precisamente su inestabilidad favorecería la radicalización del partido. La tesis expuesta en el congreso alarmó a Prieto, y en aquellos días también a Largo, pues les parecían precipitadas. Prieto calificó de "verdadera locura" y "suicidio" el intento de tomar inmediatamente el poder. Aunque su postura ganó, una minoría considerable exigió que el PSOE saliera cuanto antes del gobierno.
Los socialistas se sentían presionados, además, por la actitud anarquista, que les acusaba de colaborar con un régimen capitalista y explotador, y temían estar perdiendo apoyo de masas. No debe olvidarse que una de las razones de su anterior colaboración con Primo de Rivera había sido la de aprovechar la benevolencia del dictador para sustituir la influencia de los sindicatos anarquistas por la de la UG T (oficialmente colaboró la UGT, no el PSOE, pero a efectos prácticos era exactamente igual). En enero de 1933 se presentó al PSOE una situación difícil, por la matanza de campesinos anarquistas en Casas Viejas. De la matanza fue responsabilizado el gobierno de Azaña y, por tanto, los socialistas, que formaban parte del mismo. El desconcierto ayudó a extremar las posturas cuando en abril, las candidaturas de derecha ganaban unos comicios municipales parciales. Un supuesto, casi un dogma de la izquierda, era que las derechas solo representaban a una ínfima minoría de explotadores, clérigos y militares, y por tanto no podían ganar las elecciones; pero ocurría lo contrario, y la sensación popular de que las izquierdas en el poder lo estaban haciendo muy mal sería percibida con creciente preocupación a lo largo de ese año.
El descrédito de la coalición gubernamental republicano-socialista fue agravándose a lo largo de 1933, y dentro del PSOE cundió la impresión de que la república burguesa ya había dado de sí todo lo que podía en el papel que le adjudicaban como régimen cuya misión histórica sería crear condiciones para el socialismo. Esta orientación se manifestó con plena fuerza en el verano de ese año, cuando aún duraba la conjunción republicano-socialista en el poder. Largo Caballero habló el 26 de julio, en un mitin en el cine Pardiñas, de "la guerra civil que se está iniciando en España" y acusó a sus colegas ministros republicanos de abrir el camino al fascismo. El diario El socialista decía el 5 de agosto: "Los conceptos de democracia y libertad sobre los cuales descansa el llamado orden capitalista son unas perfectas mentiras". Once días después afirmaba que el PSOE era "más genuinamente marxista y revolucionario que los bolcheviques". La supuesta amenaza fascista se convirtió en eje de su propaganda.
La radicalización se expresó sin tapujos a mediados de agosto en la Escuela de verano socialista de Torrelodones, donde se formaban expertos políticos entre los jóvenes. Besteiro intervino para desechar tanto el pretendido peligro de fascismo en España como la "dictadura del proletariado", que calificó de "vana ilusión" y de "locura colectiva". Prieto, que habló al día siguiente, halagó demagógicamente a los extremistas sugiriendo que la república debía haberse impuesto mediante "un cortejo sangriento" para afianzarse desde el principio, pero que, no habiendo sido así, no se podía pensar en una revolución inmediata, aunque todo llegaría. Estos discursos no gustaron a los oyentes, que hicieron ir a Largo Caballero para que aclarase la política a seguir. Largo, que ya empezaba a ser llamado "el Lenin español", condenó la democracia burguesa y reivindicó la dictadura del proletariado, llamó a emplear métodos legales e ilegales y defendió la política interior soviética –que ya había causado montañas de muertos, como era bastante bien conocido—y afirmó: "Las circunstancias nos van conduciendo a una situación muy parecida a la que se encontraron los bolcheviques".
El debate, órgano oficioso de la CEDA, denunció: "¡Está en el poder un partido comunista!", a lo que el órgano del PSOE replicó con sarcasmo: "Sin duda nos tenían por socialdemócratas inofensivos, cargados de prejuicios seudodemocráticos".
Todo esto era una evolución natural a partir de las premisas ideológicas del partido, y ocurría, téngase en cuenta, cuando el PSOE todavía estaba en el gobierno. Dentro de la estrategia revolucionaria se contemplaban periodos de retroceso y tranquilidad, como había ocurrido bajo Primo de Rivera, y otros en que las circunstancias ofrecían oportunidades para avanzar resueltamente hacia la dictadura del proletariado, es decir, del partido. Tales circunstancias las estaba proporcionando la evolución de la república, según el análisis que hacían la mayoría de los dirigentes, y en particular Araquistáin, el analista y teórico del PSOE, que llevaba la voz cantante en estas cuestiones.
Aquí debe hacerse una observación importante: numerosos historiadores han concedido un peso importante, incluso decisivo en este proceso, a la alarma por sucesos exteriores como el triunfo de Hitler a principios de 1933 o, al año siguiente, el fracaso y la represión de un levantamiento socialista en Austria. Como lamentaba el dirigente socialista Vidarte, en el partido había poca preocupación y poco conocimiento sobre las cuestiones internacionales, y tales hechos fueron simplemente explotados por la propaganda con el doble fin de enardecer a las masas, y de paso paralizar a la derecha, poniéndola a la defensiva con acusaciones de fascismo. En España la única derecha que se oponía a la república era la muy minoritaria monárquica y, desde finales de 1933, el grupo casi insignificante de la Falange, más afín al fascismo. Pero el PSOE insistía en que el verdadero peligro venía de la CEDA, ciertamente mucho más poderosa, pero muy moderada en la acción, si bien a veces algo menos en las palabras. En su escalada de acusaciones, el PSOE llegó a tildar de fascistas a los propios republicanos de izquierda. El mismo valor nulo tenía la denuncia a Gil-Robles por no declararse republicano, a lo que no tenía ninguna obligación democrática, y menos siendo los denunciantes los socialistas.
Los dirigentes del partido eran perfectamente conscientes de la falsedad de sus acusaciones. Largo Caballero declaró en junio de 1933 ante una delegación de representantes hispanoamericanos ante la Organización Internacional del Trabajo: "En España, afortunadamente no hay peligro de que se produzca ese nacionalismo exasperado (...) No hay un ejército desmovilizado (...) No hay millones de parados que oscilen entre la revolución socialista y el ultranacionalismo (...) No hay nacionalismo expansivo ni militarismo (...) No hay líderes". Ya en abril de 1934, cuando las acusaciones de fascismo llegaban a la histeria, Araquistáin exponía el mismo análisis que Largo, en un artículo para la revista useña Foreign Affairs: Al revés que en Alemania o Italia, señalaba, "en España no hay un ejército desmovilizado (...) No hay cientos de miles de universitarios sin futuro, no hay millones de parados. No hay un Mussolini, ni siquiera un Hitler; no hay ambiciones imperialistas ni sentimientos revanchistas (...) ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo? No puedo imaginar la receta".
Naturalmente, estas conclusiones podían exponerlas en el extranjero, pero dentro del país predicaban justamente lo contrario. Ellos sabían muy bien que la situación de España tenía muy poco que ver con la de Alemania o la de Austria, pero sus incesantes acusaciones a la derecha constituían un arma inapreciable para crear un ambiente revolucionario, esto es, de guerra civil.
El 2 de octubre de 1933, Prieto anunciaba en las Cortes que "la colaboración del Partido Socialista con gobiernos republicanos, cualesquiera que sean sus características, su matiz y su tendencia, ha concluido definitivamente", decisión que calificó de "indestructible e inviolable". Y cuando las izquierdas perdieron desastrosamente las elecciones de noviembre de ese año, a causa de sus desaciertos y demagogias anteriores, el proceso revolucionario del PSOE cobró el máximo empuje, los llamamientos a la guerra civil menudearon, y Besteiro y los suyos fueron desalojados de los puestos de influencia en medio de una virulenta lucha interna, mientras se creaba un comité insurreccional secreto. Prieto, demagogo habilidoso y sin principios, apoyó en primera línea esta radicalización, contribuyó de modo efectivo a neutralizar a Besteiro y tomó parte activa en la preparación de la guerra civil que estallaría en octubre de 1934.
Sería extenderse demasiado mencionar aquí la gran masa de declaraciones, medidas secretas y abiertas, etc., que por entonces realizó el PSOE. Las he citado más extensamente, y aun así resumiendo, en el libro Los orígenes de la guerra civil. Lo que me importa destacar es que, en contra de lo pretendido por algunos historiadores, como Paul Preston o Santos Juliá, no se trató en modo alguno de palabras sin intención ni de medidas puramente formularias y sin ganas, sino de un proceso deliberado y concienzudo de marcha a la guerra civil, nacido de unas premisas ideológicas y del análisis de la situación concreta republicana.
La verdadera causa de la decisión revolucionaria del PSOE la expuso con claridad el líder revolucionario Amaro del Rosal en discusión con besteiristas: "Pregunto si por encima de nuestra voluntad hay una situación objetivamente revolucionaria (...) Existe un espíritu revolucionario; existe un Ejército completamente desquiciado, hay una pequeña burguesía con incapacidad de gobierno (...) en descomposición. Tenemos un Gobierno que (...) es el de menor capacidad, el de menor fuerza jovenlandesal, el de menor resistencia (...) Ahora todo está propicio". Esa era la razón: estaban convencidos de que por entonces todo estaba propicio para hacerse con el poder absoluto.
Debe añadirse que si en octubre de 1934 no cayó por tierra definitivamente la república, se debió a la actitud moderada y legalista de la derecha, incluyendo a Franco. El fracaso de la insurrección fue la oportunidad para que el PSOE rectificase y se impusiera la línea de Besteiro. Como sabemos, no fue así, por causas que he examinado en otra ocasión. Por lo tanto, y pese a la moderación política de los vencedores, el régimen quedó malherido, y cuando se formó el Frente Popular y este llegó al poder en febrero de 1936, en unas elecciones anómalas, la legalidad republicana fue sistemáticamente demolida, ocasionando la guerra civil o, más propiamente, la reanudación de la guerra civil emprendida por la izquierda en octubre del 34.