EL LINCHAMIENTO DE LA PRINCESA DE LAMBALLE
María Teresa Luisa de Saboya-Carignano, princesa de Lamballe (8 de septiembre de 1749 - 3 de septiembre de 1792), fue una aristócrata miembro de la
Casa de Saboya. Contrajo matrimonio a los diecisiete años con
Luis Alejandro, príncipe de Lamballe, heredero de la mayor fortuna de Francia, convirtiéndose poco después en amiga y confidente de la reina
María Antonieta. Murió asesinada durante las
masacres de septiembre en el marco de la
Revolución francesa.
De Lamballe siguió al servicio de la reina hasta el asalto a las Tullerías el
10 de agosto de 1792, cuando la princesa y la marquesa de Tourzel, gobernanta de los hijos de los monarcas, acompañaron a la familia real con el fin de pedir asilo a la Asamblea Legislativa. Madame de la Rochefoucauld, testigo del acontecimiento, escribió: «Estaba en el jardín, lo suficientemente cerca para ofrecer mi brazo a Madame la princesa de Lamballe, quien era la más pesimista y asustada del grupo; lo tomó. [...] Madame la princesa de Lamballe me dijo: "no volveremos nunca al palacio"».
Durante su estancia en el habitáculo reservado para los escribanos en la Asamblea Nacional, la salud de la princesa empeoró y debió ser conducida al convento de los Feuillants; María Antonieta le pidió no regresar, si bien
María Teresa decidió volver con la familia real tan pronto empezó a sentirse mejor. De Lamballe acompañó también a los monarcas cuando abandonaron la Asamblea y se dirigieron al convento, así como cuando partieron rumbo a la
torre del Temple.
El 19 de agosto, la princesa de Lamballe, la marquesa de Tourzel y su hija
Pauline fueron separadas de la familia real y tras*feridas a la
prisión de La Force, donde se les permitió compartir una celda. Las tres mujeres fueron tras*feridas al mismo tiempo que dos
valets y tres doncellas debido a la decisión de no permitir a la familia real disponer de servidumbre.
fin
Condena de la princesa de Lamballe. Grabado de Samuel Sartain a partir de una obra de Louise Desnos (1849)
Retrato de la princesa de Lamballe en la prisión de La Force el día de su fin, por Gabriel (3 de septiembre de 1792)
Durante las masacres de septiembre, las prisiones fueron atacadas por los habitantes, siendo los prisioneros conducidos ante tribunales improvisados compuestos por ciudadanos revolucionarios, quienes los juzgaron y ejecutaron sumariamente. A cada prisionero se le formulaban una serie de preguntas, tras lo cual era liberado con las palabras «
vive la nation» («viva la nación») o
sentenciado a fin con la expresión «conducidlo a la Abadía» o «dejadlo ir», tras lo cual el condenado era llevado a un patio y asesinado por una multitud compuesta por hombres, mujeres y niños. Las masacres contaron no obstante con la oposición de los trabajadores de las prisiones, quienes permitieron escapar a muchos de los presos, particularmente a las mujeres. De aproximadamente doscientas mujeres encarceladas, sólo dos fueron asesinadas en prisión.
El 3 de septiembre, de Lamballe y de Tourzel fueron llevadas a un patio junto con otros prisioneros a la espera de ser conducidas ante el tribunal. Tras ser llevada ante el mismo, a María Teresa se le pidió «jurar amar la libertad y la igualdad y jurar repruebo al rey, a la reina y a la monarquía». La princesa accedió a jurar libertad pero rechazó denunciar a los monarcas. En este punto, su juicio finalizó con las siguientes palabras:
«Emmenez Madame» («llevaos a Madame»). El juicio consistió en el siguiente interrogatorio:
De Lamballe fue inmediatamente conducida a la calle, donde un grupo de hombres la asesinó en cuestión de minutos.
El suplicio de la princesa de Lamballe, por Gaetano Ferri (siglo XIX)
Existen diferentes versiones acerca de la forma exacta en que murió la princesa debido a que su asesinato fue un acontecimiento que atrajo gran atención y fue empleado como propaganda tras la Revolución, siendo los hechos modificados y exagerados. Algunos informes, por ejemplo, sostienen que María Teresa fue amada sin consentimiento y sus pechos cortados junto con otras mutilaciones corporales. No obstante, no existen evidencias que indiquen que la princesa fuese expuesta a ninguna mutilación u atrocidad de carácter sensual, algo que fue ampliamente difundido por historias sensacionalistas sobre su fin.
De Lamballe fue escoltada por dos guardias hasta la puerta del patio donde la masacre tuvo lugar; durante el trayecto, los agentes enviados por su suegro la siguieron y la alentaron nuevamente a prestar juramento, pero aparentemente sus palabras no fueron escuchadas.
Cuando se abrió la puerta y la princesa vio varios cadáveres ensangrentados en el suelo del patio, gritó, según informes, «¡horror!» o «¡estoy perdida!», cayendo hacia atrás y siendo empujada por los guardias hacia la muchedumbre. Los agentes de su suegro, quienes se introdujeron entre la turbamulta, gritaron «¡clemencia!», pero sus palabras pronto fueron silenciadas por gritos de «¡fin a los lacayos disfrazados del duque de Penthièvre!».
Uno de los asesinos, quien sería juzgado años después, describió a la princesa como «una pequeña dama vestida de blanco».
Según informes, fue inicialmente golpeada en la cabeza con una pica por un hombre, lo que provocó que su pelo cayese sobre sus hombros y dejase al descubierto una carta de María Antonieta que la princesa había ocultado entre sus cabellos; fue entonces golpeada en la frente, a consecuencia de lo cual empezó a sangrar, siendo rápidamente apuñalada hasta la fin por la turba.
Tratamiento de sus restos
fin de la princesa de Lamballe, por Leon Maxime Faivre (1908)
El tratamiento dado a sus restos ha sido también objeto de especulación. Tras su fin, su cadáver fue, según informes, desvestido, eviscerado y decapitado, siendo su cabeza clavada en la punta de una pica.
Un gran número de testigos confirmaron que su cabeza fue hecha desfilar por las calles en una pica mientras su cuerpo era arrastrado por la turbamulta al grito de «¡la Lamballe!». Esta procesión fue presenciada por Madame de Lamotte, quien se hizo con un mechón de su cabello el cual entregó posteriormente a su suegro.
Algunos informes sostienen que la cabeza fue llevada a una cafetería cercana y colocada frente a los clientes, a quienes se pidió brindar por la fin de la princesa. Algunos documentos afirman que la cabeza fue llevada a un peluquero para que arreglase su cabello con el fin de hacerla reconocible. Tras esto, la cabeza fue colocada nuevamente en la pica y situada frente a la ventana de María Antonieta en el Temple.
La reina y su familia no estaban presentes en la habitación desde la cual se podía divisar la cabeza, motivo por el cual no la vieron. No obstante, la esposa de uno de los oficiales de prisión, Madame Tison, la vio y profirió un grito el cual la muchedumbre asumió como de María Antonieta. Quienes portaban la cabeza deseaban que la reina se asomase y besase en los labios a su favorita debido a que durante años se había divulgado en los libelos que ambas eran amantes, si bien no se permitió que la cabeza fuese introducida en el interior del edificio.
En su biografía histórica sobre María Antonieta, Antonia Fraser sostiene que la reina no llegó a ver la cabeza de María Teresa, pero sí era consciente de lo que estaba ocurriendo. Según Fraser: «los oficiales municipales habían tenido la decencia de cerrar las persianas y los comisarios los mantuvieron lejos de las ventanas... uno de esos oficiales dijo al rey "están intentando mostraros la cabeza de Madame de Lamballe"... Afortunadamente, la reina se desmayó».
Tras esto, la cabeza y el cuerpo fueron llevados por la muchedumbre hasta el
Palacio real, donde el duque de Orleans y su amante
Madame de Buffon se encontraban celebrando una cena con un grupo de caballeros ingleses. Al ver la cabeza, el duque comentó: «Oh, es la cabeza de Lamballe: lo sé por su pelo largo. Sentémonos a cenar». Por su parte, de Buffon lloraba mientras decía: «¡Oh Dios! ¡Llevarán mi cabeza así algún día!».
Los agentes de su suegro, a quienes se había pedido recuperar los restos mortales para ser enterrados temporalmente hasta poder ser sepultados en Dreux, se introdujeron entre la multitud con el fin de poder tomar posesión de ellos. Lograron persuadir a la muchedumbre de no depositar los restos ante la casa de María Teresa y su suegro en el
Hôtel de Toulouse argumentando que la princesa nunca había vivido allí, aunque sí en las Tullerías o en el
Hôtel Louvois. Cuando el portador de la cabeza, Charlat, entró en una taberna dejando la cabeza fuera, un agente, Pointel, la tomó y la enterró en un cementerio próximo al
Hôpital des Quinze-Vingts.
Sus restos, al igual que los de su cuñado el duque de Orleans, nunca fueron encontrados, motivo por el cual no se hallan sepultados en la necrópolis de la familia Orleans en Dreux.