MORENOFILO DE PRO
Madmaxista
El norte de España es tierra abonada para gentes que han sido consideradas «malditas». jovenlandesan en las cumbres o en el fondo de valles milenarios los vaqueiros de alzada, los maragatos, los agotes y los pasiegos. Y, si todos tienen un pasado sombrío y enigmático, tal vez el de los últimos se lleve la palma. Muy poco, por no decir nada, se conoce acerca de su origen. Además, otras rarezas los convierten en un verdadero reto para los antropólogos más avezados.
Comencemos por situar geográficamente la localización de este pueblo. Al contrario de lo que muchos creen, no es exclusivo de la jurisdicción del Ayuntamiento de Vega de Pas, en Cantabria, donde se encuentra el valle del río que da nombre al lugar: Pas. No, no es allí sólo, aunque allí, desde luego, también.
El pueblo pasiego tiene tres villas fundamentales en Cantabria: Vega de Pas, San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera. Añádase al zurrón de la búsqueda el mapa del resto de las montañas que unen y separan Cantabria de Burgos y no se deje de visitar Las Machorras (con los barrios de Trueba, La Sía, Lunada y Rioseco), amén del entorno de Selaya.
No es el territorio, por tanto, un valle por donde discurre el río Pas a lo largo de sus 62 kilómetros tras nacer en el lugar llamado del Haya. Ni tampoco se puede cerrar el límite siguiendo el otro gran río de la comarca, el Miera, con sus 35,5 kilómetros. En realidad, es una comarca llena de escarpaduras y valles de unos 180 kilómetros cuadrados. Prados de suave hierba y picos altivos que provocaron estas líneas, en el siglo XVIII, a Gaspar Melchor de Jovellanos: «Emprendimos a caballo la subida, no es ponderable su aspereza, altura y fragosidad; a pie, perdimos el aliento».
Hemos dibujado el terreno de juego, pero lo más difícil viene ahora: nadie sabe el origen de este pueblo. Es cierto que hay mil conjeturas, pero ninguna certeza. ¿Cómo es posible tal cosa en pleno siglo XXI?
El término Pas se ha querido explicar a veces de un modo romántico argumentando que en las viejas guerras que los cántabros sostuvieron contra el emperador Augusto (28-18 a.C.), ambos contendientes celebraron una conferencia en el Puerto de Las Estacas, en la pradera de Trueba. Allí, dice la leyenda, se gestó una paz, una pax latina. Y de ahí, de pax, llegaría a nosotros Pas. Pero es pura quimera y más le parece a los expertos, como Adriano García-Lomas, que el término procede de los pasos o puertos de montaña que unen Cantabria con Castilla (Lunada, La Sía, Estacas de Trueba).
¿Y sus habitantes? ¿Por qué son incluso genéticamente peculiares? ¿Y sus costumbres distintas? ¿De dónde llegaron? ¿Pésicos, semitas o celtas?.
De ellos se ha dicho que son los antiguos pésicos, viejos pobladores de ciertas zonas de Asturias en la España primitiva. Pero durante mucho tiempo cuajó una idea popularizada, entre otros, por Lasaga Larreta o por Mateo Escagedo Salmón, que los presentaban como semitas. ¿Por qué?
Lasaga diferenciaba el tipo jafético en los cántabros y el semítico en los pasiegos. Sus costumbres (hábiles comerciantes, la facilidad con que sus mujeres llevan cargas inverosímiles sobre la cabeza y a la espalda) o su indumentaria, le ofrecía, según él, pruebas.
Respecto a la indumentaria, ciertamente peculiar en los pasiegos y muy diferente de la del maragato y también del resto de los cántabros, se ha dicho mucho. El viejo traje es ya arqueología, pero los ejemplos más antiguos, que datan del siglo XVIII, llegan a nosotros en forma de litografías. Por ellos podemos hoy rastrear cómo vestía esta gente sin par.
Decía Lasaga que «cubre el hombre su cabeza con una montera parecida al gorro de los antiguos egipcios», lo que para él era prueba de su ascendencia ismaelita. Pero en el resto del norte de España se ciñen los pueblos elementos similares, si bien el tocado pasiego es un tanto diferente. «El chaleco y la chaqueta eran semejantes a los de igual clase del jovenlandés, corta ésta y abrochado aquél», asegura el mismo autor, a quien el uso de un calzón corto le hace recordar al bombacho árabe.
Es de subrayar el calzado particular de estas gentes: «de cuero, en forma de alpargata, que dícenla ‘;chátara’ o ‘;coriza’, trasunto sin duda de la babucha moruna». Lomas concede que hay cierto parecido en la palabra chátara y el árabe xahtara, que significa barca, por el diseño de ese calzado, pero niega esa ascendencia. La chátara, dice el dicho pasiego, «dura tres meses con pelo; tres, sin ello; tres, rotas y tres, en espera de otras».
No se debe confundir la chátara con la albarca de madera, por supuesto. Y a ese peculiar calzado se añade un complemento: el chapín, una especie de escarpín de lana blanca que a Lasaga le pareció también moruno recordando una media de uso bastante frecuente en Andalucía.
Esa hipótesis semita se ha querido reforzar rememorando una provisión de Juana la Loca, dictada en Sevilla en 1511, en la que exigía el abandono de los muchos judíos conversos que había en Espinosa de los Monteros. ¿Significa que se fueron todos hacia Pas? Personalmente, creo que es una relación difícil de establecer.
Antolín Esperón dijo de los pasiegos que formaban «una nación aparte, como los judíos». Tal vez se excedió, pero quizá no. La historia oficial busca desterrar la polémica apelando a un documento histórico como explicación del enigma. Es el más antiguo que se posee y se trata de la donación de estas tierras que, en 1011 d.C., hizo el conde Sancho García de Castilla al monasterio de San Salvador de Oña. Se envían entonces pastores a esta comarca, pero se dice en el documento que se garantizará que «vayan todos seguros». ¿Quiere sugerir que ya había alguien por aquí? Nosotros creemos que sí, y tal vez llegaron esos pastores y tuvieron cierto trato con los pasiegos y de ahí las leves diferencias físicas que en ellos advertimos: uno enjuto, espigado; otro moreno, atezado (el que más se ajusta a la hipótesis semita), y otro rubio, de tez clara y típicamente celta (algunos lo han querido explicar como producto de las invasiones normandas de estas tierras en el medievo, pero creo que yerran).
Aislamiento ancestral.
Los doctores Francisco Leyva y Pablo Sánchez Velasco, del Departamento de Inmunología del Hospital Marqués de Valdecilla, hicieron un estudio genético de esta gente peculiar que desde tiempo inmemorial practica la endogamia y cuyos apellidos (Ortiz, Abascal, Saenz, Sainz, Mantecón, Sañudo, Setién, Diego…) se repiten sin cesar en estas tierras. Concluyeron que hay «diferencias significativas con el resto de la población de Cantabria, con la vasca y con otras muestras de diferentes localizaciones». No hay posibilidad de emparentarlos con agotes ni maragatos y «desde un punto de vista lingüístico y antropológico, sigue representando un enigma si todas estas poblaciones presentan un origen común».
Los investigadores recuerdan el ancestral aislamiento de estas gentes e indican que sólo se advierten en ellos tres haplotipos DRB1-DQA1-DQB1. Y lo más parecido que se puede encontrar, indican, son pueblos celtas del norte de Europa. Tal vez, se ha dicho, gentes desconocidas llegaron en tiempos remotos a estos riscos y la última glaciación les aisló aún más. Luego, su carácter reservado, huraño y desconfiado hizo el resto.
Pero cuando el pasiego sale de su nido de picos y valles suele triunfar, ya sea en los negocios –especialmente– ya en mil destrezas. Y descendientes de pasiegos fueron hombres como Marcelino Menéndez Pelayo, Lope de Vega, Manuel Ruiz de mujercita, Ángel Herrera Oria y otros muchos. Y jamás renegará de su origen, lo que lleva muy a orgullo, y lo canta la canción: «me llamaste pasieguca / pensando que era bajeza / me pusiste un ramillete / de los pies a la cabeza».
Nacer y morir con el cuévano.
El cuévano, cesto grande y hondo de sección cuadrangular, más ancho en la boca que en el fondo, es perenne en el pasiego y nadie puede imaginarse a una mujer o a un hombre de esta comarca sin él. Y las canciones lo recuerdan: «si te afincas en la Vega / y en ellas piensas vivir / el cuévano de trascolar / le dejarás al morir»).
Así es. El pasiego viaja en cuévano siendo bebé por las cumbres en la espalda de su progenitora; carga en él leña, carne y mil productos siendo adulto, y aún podrá regresar al valle dentro de uno si muere en las peñas. Pero no le nombrarán como usted o como yo, sino de manera en la que el diptongo «ue» suena elevado y la «o» final se cierra en «u». Porque el pasiego tampoco habla como los demás, pero ésa sería una historia digna de otro artículo.
Muda el pasiego todo el año. No es lo suyo tras*humancia, aunque lo parezca. Éste tiene varias fincas (sel) a las que lleva al ganado para pastar. En cada una tiene una humildísima vivienda (cabaña). De una a otra van en la muda hombres, mujeres, niños y bestias. Cada uno tenía un trabajo que hacer. Todo el mundo es útil y valioso. Nada queda atrás.
En tiempos no muy lejanos, de antesdeayer, la leche de la vaca era su oro y la hierba la vitamina de su vida económica, por eso la mima y la siega con tiento y aún con más arte se la lleva a la cabaña. Por eso puede ser que el lector un día, si va por Pas, crea ver árboles andando, pero ha de saber que no, que es un pasiego cargando la hierba «a velorta» (mediante una vara de avellano, una vez hacinada la hierba en verano, la carga toda sobre su espalda con extraordinaria habilidad hasta quedar literalmente cubierto de verde, y así la lleva a la cabaña).
Pero la modernidad llegó vestida hace unos años de tasas lecheras europeas, y el pasiego, que ya maniobró con habilidad de corredor de bolsa en el siglo XIX comprando ganado holandés en perjuicio de la viejas reses porque las ubres nórdicas eran más generosas, de nuevo cambió. Adiós a las vacas, que cada vez son menos, y aún menos cabezas de caballos se van viendo mientras que a golpe de subvención europea prolifera ahora la oveja.
La cabaña fue antaño de madera, pero al ceder el arbolado y aparecer la piedra en los montes, se hizo más sólida. Además, la piedra podía rodar a gran distancia y ser llevada hasta el sel. Es, nos dice Arnaldo Leal, «de un único piso, con cuadra en la planta o en el sótano». Carmen Sarasúa diferencia un lugar de habitación y uno de trabajo, pero están prácticamente unidos y los animales y los hombres se dan calor mutuamente.
La estampa del pasiego se completa, además de con la vaca y el cuévano, con el palanco, un palo de avellano descortezado, flexible y resistente, que tiene que ser un tercio más alto que el dueño. Con él los pasiegos realizan proezas olímpicas, saltando con peculiar estilo ríos y quebradas.
Respeta el pasiego a los difuntos tal vez como nadie, y desde el mismo instante en que pasan a tal estado. Quizá por ello decía que la autopsia era hostigar el cadáver y, si podía, la evitaba. Y si después de muchos días aislado en las cumbres la fin le sorprendía al llegar al valle porque algún ser querido le había dejado, o quizá porque a él mismo le traían difunto en un cuévano, las plañideras acompañaban al séquito como seguramente el vino reconfortaba a los parientes en forma de Caridades: un par de vasos ofrecidos al séquito a la puerta de la iglesia.
Honrar a la tierra.
Y si se ha de rezar, se reza a Nuestra Señora. Tal vez sea, sin que lo sepamos ni ellos lo cuenten, su manera de honrar a la tierra que les ve nacer, vivir y morir. Es cierto que la Patrona se llamará Virgen de la Vega en Vega de Pas, pero el nombre quizá sea lo de menos. Y el día 8 de septiembre el pasiego se sacude el peso de la modernidad y da rienda suelta a sus ancestrales costumbres en una fiesta de reivindicación racial donde las competiciones del salto del pasiego o la carrera en albarcas son platos centrales.
Pero un mes antes, el día 15 de agosto, cientos o tal vez miles de pasiegos habrán caído de bruces ante la Virgen de Valvanuz, a unos pasos del pueblo de Selaya. Valvanuz (déjenme que les confiese que a mí me sabe a dios Lug) es un lugar de poder.
Un pastor fue testigo del milagro: la Señora se le apareció al pie del monte, a la fresca del árbol, en medio de un universo verde. Puso ésta el pie en una roca caliza y allí dejó su huella, después pidió un deseo: se hará aquí en mi honor un santuario.
Pero la Iglesia no siempre escucha a la Señora, tal vez porque tanta naturaleza junta le resulta sospechosa, y el cura del lugar dijo que aquel paraje estaba muy lejano, de modo que ordenó la construcción más cerca del pueblo. Pero cada noche desaparecía lo construido y milagrosamente se trasladaba a la pradera del milagro. Se dijo que unos ángeles ayudaron a la Virgen. Lo importante, ya se ve, no era el templo, sino el lugar. El poder está allí y allí se terminó por hacer el santuario. Primero fue modesta ermita, luego pasó el tiempo y llegaron los incendios y desgracias hasta convertirse en la iglesia que hoy verá el viajero allí donde nosotros la dejamos, al amparo de las nieblas, a la vera de los montes, a la espalda del pasiego que la lleva en el cuévano de su corazón.
Comencemos por situar geográficamente la localización de este pueblo. Al contrario de lo que muchos creen, no es exclusivo de la jurisdicción del Ayuntamiento de Vega de Pas, en Cantabria, donde se encuentra el valle del río que da nombre al lugar: Pas. No, no es allí sólo, aunque allí, desde luego, también.
El pueblo pasiego tiene tres villas fundamentales en Cantabria: Vega de Pas, San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera. Añádase al zurrón de la búsqueda el mapa del resto de las montañas que unen y separan Cantabria de Burgos y no se deje de visitar Las Machorras (con los barrios de Trueba, La Sía, Lunada y Rioseco), amén del entorno de Selaya.
No es el territorio, por tanto, un valle por donde discurre el río Pas a lo largo de sus 62 kilómetros tras nacer en el lugar llamado del Haya. Ni tampoco se puede cerrar el límite siguiendo el otro gran río de la comarca, el Miera, con sus 35,5 kilómetros. En realidad, es una comarca llena de escarpaduras y valles de unos 180 kilómetros cuadrados. Prados de suave hierba y picos altivos que provocaron estas líneas, en el siglo XVIII, a Gaspar Melchor de Jovellanos: «Emprendimos a caballo la subida, no es ponderable su aspereza, altura y fragosidad; a pie, perdimos el aliento».
Hemos dibujado el terreno de juego, pero lo más difícil viene ahora: nadie sabe el origen de este pueblo. Es cierto que hay mil conjeturas, pero ninguna certeza. ¿Cómo es posible tal cosa en pleno siglo XXI?
El término Pas se ha querido explicar a veces de un modo romántico argumentando que en las viejas guerras que los cántabros sostuvieron contra el emperador Augusto (28-18 a.C.), ambos contendientes celebraron una conferencia en el Puerto de Las Estacas, en la pradera de Trueba. Allí, dice la leyenda, se gestó una paz, una pax latina. Y de ahí, de pax, llegaría a nosotros Pas. Pero es pura quimera y más le parece a los expertos, como Adriano García-Lomas, que el término procede de los pasos o puertos de montaña que unen Cantabria con Castilla (Lunada, La Sía, Estacas de Trueba).
¿Y sus habitantes? ¿Por qué son incluso genéticamente peculiares? ¿Y sus costumbres distintas? ¿De dónde llegaron? ¿Pésicos, semitas o celtas?.
De ellos se ha dicho que son los antiguos pésicos, viejos pobladores de ciertas zonas de Asturias en la España primitiva. Pero durante mucho tiempo cuajó una idea popularizada, entre otros, por Lasaga Larreta o por Mateo Escagedo Salmón, que los presentaban como semitas. ¿Por qué?
Lasaga diferenciaba el tipo jafético en los cántabros y el semítico en los pasiegos. Sus costumbres (hábiles comerciantes, la facilidad con que sus mujeres llevan cargas inverosímiles sobre la cabeza y a la espalda) o su indumentaria, le ofrecía, según él, pruebas.
Respecto a la indumentaria, ciertamente peculiar en los pasiegos y muy diferente de la del maragato y también del resto de los cántabros, se ha dicho mucho. El viejo traje es ya arqueología, pero los ejemplos más antiguos, que datan del siglo XVIII, llegan a nosotros en forma de litografías. Por ellos podemos hoy rastrear cómo vestía esta gente sin par.
Decía Lasaga que «cubre el hombre su cabeza con una montera parecida al gorro de los antiguos egipcios», lo que para él era prueba de su ascendencia ismaelita. Pero en el resto del norte de España se ciñen los pueblos elementos similares, si bien el tocado pasiego es un tanto diferente. «El chaleco y la chaqueta eran semejantes a los de igual clase del jovenlandés, corta ésta y abrochado aquél», asegura el mismo autor, a quien el uso de un calzón corto le hace recordar al bombacho árabe.
Es de subrayar el calzado particular de estas gentes: «de cuero, en forma de alpargata, que dícenla ‘;chátara’ o ‘;coriza’, trasunto sin duda de la babucha moruna». Lomas concede que hay cierto parecido en la palabra chátara y el árabe xahtara, que significa barca, por el diseño de ese calzado, pero niega esa ascendencia. La chátara, dice el dicho pasiego, «dura tres meses con pelo; tres, sin ello; tres, rotas y tres, en espera de otras».
No se debe confundir la chátara con la albarca de madera, por supuesto. Y a ese peculiar calzado se añade un complemento: el chapín, una especie de escarpín de lana blanca que a Lasaga le pareció también moruno recordando una media de uso bastante frecuente en Andalucía.
Esa hipótesis semita se ha querido reforzar rememorando una provisión de Juana la Loca, dictada en Sevilla en 1511, en la que exigía el abandono de los muchos judíos conversos que había en Espinosa de los Monteros. ¿Significa que se fueron todos hacia Pas? Personalmente, creo que es una relación difícil de establecer.
Antolín Esperón dijo de los pasiegos que formaban «una nación aparte, como los judíos». Tal vez se excedió, pero quizá no. La historia oficial busca desterrar la polémica apelando a un documento histórico como explicación del enigma. Es el más antiguo que se posee y se trata de la donación de estas tierras que, en 1011 d.C., hizo el conde Sancho García de Castilla al monasterio de San Salvador de Oña. Se envían entonces pastores a esta comarca, pero se dice en el documento que se garantizará que «vayan todos seguros». ¿Quiere sugerir que ya había alguien por aquí? Nosotros creemos que sí, y tal vez llegaron esos pastores y tuvieron cierto trato con los pasiegos y de ahí las leves diferencias físicas que en ellos advertimos: uno enjuto, espigado; otro moreno, atezado (el que más se ajusta a la hipótesis semita), y otro rubio, de tez clara y típicamente celta (algunos lo han querido explicar como producto de las invasiones normandas de estas tierras en el medievo, pero creo que yerran).
Aislamiento ancestral.
Los doctores Francisco Leyva y Pablo Sánchez Velasco, del Departamento de Inmunología del Hospital Marqués de Valdecilla, hicieron un estudio genético de esta gente peculiar que desde tiempo inmemorial practica la endogamia y cuyos apellidos (Ortiz, Abascal, Saenz, Sainz, Mantecón, Sañudo, Setién, Diego…) se repiten sin cesar en estas tierras. Concluyeron que hay «diferencias significativas con el resto de la población de Cantabria, con la vasca y con otras muestras de diferentes localizaciones». No hay posibilidad de emparentarlos con agotes ni maragatos y «desde un punto de vista lingüístico y antropológico, sigue representando un enigma si todas estas poblaciones presentan un origen común».
Los investigadores recuerdan el ancestral aislamiento de estas gentes e indican que sólo se advierten en ellos tres haplotipos DRB1-DQA1-DQB1. Y lo más parecido que se puede encontrar, indican, son pueblos celtas del norte de Europa. Tal vez, se ha dicho, gentes desconocidas llegaron en tiempos remotos a estos riscos y la última glaciación les aisló aún más. Luego, su carácter reservado, huraño y desconfiado hizo el resto.
Pero cuando el pasiego sale de su nido de picos y valles suele triunfar, ya sea en los negocios –especialmente– ya en mil destrezas. Y descendientes de pasiegos fueron hombres como Marcelino Menéndez Pelayo, Lope de Vega, Manuel Ruiz de mujercita, Ángel Herrera Oria y otros muchos. Y jamás renegará de su origen, lo que lleva muy a orgullo, y lo canta la canción: «me llamaste pasieguca / pensando que era bajeza / me pusiste un ramillete / de los pies a la cabeza».
Nacer y morir con el cuévano.
El cuévano, cesto grande y hondo de sección cuadrangular, más ancho en la boca que en el fondo, es perenne en el pasiego y nadie puede imaginarse a una mujer o a un hombre de esta comarca sin él. Y las canciones lo recuerdan: «si te afincas en la Vega / y en ellas piensas vivir / el cuévano de trascolar / le dejarás al morir»).
Así es. El pasiego viaja en cuévano siendo bebé por las cumbres en la espalda de su progenitora; carga en él leña, carne y mil productos siendo adulto, y aún podrá regresar al valle dentro de uno si muere en las peñas. Pero no le nombrarán como usted o como yo, sino de manera en la que el diptongo «ue» suena elevado y la «o» final se cierra en «u». Porque el pasiego tampoco habla como los demás, pero ésa sería una historia digna de otro artículo.
Muda el pasiego todo el año. No es lo suyo tras*humancia, aunque lo parezca. Éste tiene varias fincas (sel) a las que lleva al ganado para pastar. En cada una tiene una humildísima vivienda (cabaña). De una a otra van en la muda hombres, mujeres, niños y bestias. Cada uno tenía un trabajo que hacer. Todo el mundo es útil y valioso. Nada queda atrás.
En tiempos no muy lejanos, de antesdeayer, la leche de la vaca era su oro y la hierba la vitamina de su vida económica, por eso la mima y la siega con tiento y aún con más arte se la lleva a la cabaña. Por eso puede ser que el lector un día, si va por Pas, crea ver árboles andando, pero ha de saber que no, que es un pasiego cargando la hierba «a velorta» (mediante una vara de avellano, una vez hacinada la hierba en verano, la carga toda sobre su espalda con extraordinaria habilidad hasta quedar literalmente cubierto de verde, y así la lleva a la cabaña).
Pero la modernidad llegó vestida hace unos años de tasas lecheras europeas, y el pasiego, que ya maniobró con habilidad de corredor de bolsa en el siglo XIX comprando ganado holandés en perjuicio de la viejas reses porque las ubres nórdicas eran más generosas, de nuevo cambió. Adiós a las vacas, que cada vez son menos, y aún menos cabezas de caballos se van viendo mientras que a golpe de subvención europea prolifera ahora la oveja.
La cabaña fue antaño de madera, pero al ceder el arbolado y aparecer la piedra en los montes, se hizo más sólida. Además, la piedra podía rodar a gran distancia y ser llevada hasta el sel. Es, nos dice Arnaldo Leal, «de un único piso, con cuadra en la planta o en el sótano». Carmen Sarasúa diferencia un lugar de habitación y uno de trabajo, pero están prácticamente unidos y los animales y los hombres se dan calor mutuamente.
La estampa del pasiego se completa, además de con la vaca y el cuévano, con el palanco, un palo de avellano descortezado, flexible y resistente, que tiene que ser un tercio más alto que el dueño. Con él los pasiegos realizan proezas olímpicas, saltando con peculiar estilo ríos y quebradas.
Respeta el pasiego a los difuntos tal vez como nadie, y desde el mismo instante en que pasan a tal estado. Quizá por ello decía que la autopsia era hostigar el cadáver y, si podía, la evitaba. Y si después de muchos días aislado en las cumbres la fin le sorprendía al llegar al valle porque algún ser querido le había dejado, o quizá porque a él mismo le traían difunto en un cuévano, las plañideras acompañaban al séquito como seguramente el vino reconfortaba a los parientes en forma de Caridades: un par de vasos ofrecidos al séquito a la puerta de la iglesia.
Honrar a la tierra.
Y si se ha de rezar, se reza a Nuestra Señora. Tal vez sea, sin que lo sepamos ni ellos lo cuenten, su manera de honrar a la tierra que les ve nacer, vivir y morir. Es cierto que la Patrona se llamará Virgen de la Vega en Vega de Pas, pero el nombre quizá sea lo de menos. Y el día 8 de septiembre el pasiego se sacude el peso de la modernidad y da rienda suelta a sus ancestrales costumbres en una fiesta de reivindicación racial donde las competiciones del salto del pasiego o la carrera en albarcas son platos centrales.
Pero un mes antes, el día 15 de agosto, cientos o tal vez miles de pasiegos habrán caído de bruces ante la Virgen de Valvanuz, a unos pasos del pueblo de Selaya. Valvanuz (déjenme que les confiese que a mí me sabe a dios Lug) es un lugar de poder.
Un pastor fue testigo del milagro: la Señora se le apareció al pie del monte, a la fresca del árbol, en medio de un universo verde. Puso ésta el pie en una roca caliza y allí dejó su huella, después pidió un deseo: se hará aquí en mi honor un santuario.
Pero la Iglesia no siempre escucha a la Señora, tal vez porque tanta naturaleza junta le resulta sospechosa, y el cura del lugar dijo que aquel paraje estaba muy lejano, de modo que ordenó la construcción más cerca del pueblo. Pero cada noche desaparecía lo construido y milagrosamente se trasladaba a la pradera del milagro. Se dijo que unos ángeles ayudaron a la Virgen. Lo importante, ya se ve, no era el templo, sino el lugar. El poder está allí y allí se terminó por hacer el santuario. Primero fue modesta ermita, luego pasó el tiempo y llegaron los incendios y desgracias hasta convertirse en la iglesia que hoy verá el viajero allí donde nosotros la dejamos, al amparo de las nieblas, a la vera de los montes, a la espalda del pasiego que la lleva en el cuévano de su corazón.