Proliferación de gayses.

Todas las teorías que voy a exponer aquí, carecen por completo de datos aportados a través del método científico que, por otra parte, con la edad, voy considerando cada vez más falible, como obra humana que es. Exactamente igual que las religiones, la literatura, la filosofía o las especulaciones de una portera sobre el vecino del quinto (o la física, más allá de la estrecha dimensión de la realidad de la que Newton nos dio unas reglas de funcionamiento que no parecen funcionar ni en nuestro mundo atómico, ni en nuestro mundo cósmico).


Más de quinientas especies de pez (y especies con otro lugar taxonómico, como la rana de los juncos del sur muy sur o el dragón barbudo australiano) son capaces de cambiar de sesso. De género, no. De género sólo cambian los sustantivos, los adjetivos, los determinantes y alguna que otra categoría gramatical; es decir, categorías lingüístisticas.

Y como el lenguaje es una convención, es decir, una norma o práctica admitida tácitamente, que responde a precedentes o a la costumbre (mientras que un constructo es una construcción teórica para permitir comprender un problema determinado, como los modelos atómicos de la física cuántica), parece ser que una serie de minorías están consiguiendo imponer un constructo (la construcción teórica que les sirve para explicarse a sí mismos algo tan anómalo como que una persona no se sienta identificada con su sesso, circunstancia ésta que va mucho más allá de la gaysidad y está, sin duda, más próxima al delirio que esta última condición) como si fuera una convención del lenguaje. Es decir: básicamente hay una minoría diciéndonos a los demás que nuestra convención sobre lo que es sesso no es correcta, y que debemos acatar la tras*posición del concepto de género del mundo lingüístico, al mundo biológico donde rige el concepto de sesso que se declara, con más o menos claridad proscrito y hasta perseguible penalmente. Esto es, en esencia, una dictadura. Y no es ni siquiera una dictadura de la mayoría, que ya es bastante mala. Es una dictadura de la minoría sobre la mayoría, a la que, además, convierte en mayoría silenciosa so pena de sufrir el anatema posmoderno.

Yo, después de ciertos devaneos juveniles con algo situado en algún lugar entre el agnosticismo escéptico y el ateísmo fanático, he llegado a la conclusión de que Dios existe. Pero no creo que sea un señor con barba que le manda un recado a Moisés. Ni siquiera, que sea una pléyade de deidades que, en realidad, son las múltiples manifestaciones de la deidad única. Es algo más próximo al Dios del islam pero sin su parafernalia, su rito absurdo y su fanatismo.

Un Dios origen, incognoscible, incomprensible para nuestra pobre mente, Un misterio que rige el universo desde el principio al fin. Un motor inmóvil e ignoto. Quizás el azar. Adoremos al azar pues. Pero no intentemos entenderlo. Ni desvelar cuál es la finalidad de sus actos, si es que la tiene.

No sabemos cuál es la causa por la que determinadas especies cambian de sesso. Quizás para mejorar su capacidad evolutiva y de supervivencia. En determinados entornos, por ejemplo un exceso de depredadores, un número menor de machos y un número mayor de hembras permite una expansión de la población de la especie para contrarrestar la merma que supone la presencia de numerosos cazadores (véase el ejemplo de la isla Pleasant). En otros entornos, es necesaria una disminución de la población para que la especie sobreviva (véase el ejemplo de la isla de St. Matthew).

No parece más descabellada que cualquier otra idea el pensar que la Naturaleza (o Dios, o todo el Olimpo, o los dioses védicos, o el logos de los estoicos, o quién sabe qué) regula a sus criaturas (o las criaturas que tiene a su cargo, o con las que juega...) para que no desaparezcan si no está en su designio (o en el guion del mundo, o en la rueda de la existencia que se repite una y otra vez...).

La energía necesaria para el cambio de sesso de un ser vivo, especialmente si este es voluminoso y evolucionado, no es desdeñable. Quizás la naturaleza ha encontrado sistemas más eficientes y menos costosos, como el cambio de la autopercepción y la autolisis del propio género (que no sesso) mediante sutiles mecanismos psicológicos y la automutilación, para evitar la reproducción humana llegado un punto de exceso de población con respecto a los recursos disponibles en el planeta y los hábitos de la especie humana.


Quizás la proliferación de disfóricos de sesso y, sobre todo de lesbianas (que es lo que más afecta a la reproducción de las poblaciones), no sea más que un mecanismo de regulación de la naturaleza, los dioses, el logos o el azar no tan casual como aparenta.

Quizás debamos, no digo tolerar el amplio número de invertidos que vemos alrededor, sino resignarnos a él como se resignan las generaciones a las que les toca la erupción del Krakatoa, la peste bubónica o una glaciación. No tiene por qué gustarnos, pero quizás Chueca y el Pride sean un mal necesario que hay que sufrir, con lamentos, pero con resignación cristiana (o estoica, o budista, o védica, o natural...).

Al fin y al cabo, no somos más que un personaje que se autodenomina evolucionado (no superior a una ameba, o a un pez augusto de género fluctuante). Afortunadamente, no soy uno de los elegidos por la naturaleza para el gran apagón.

Universo 25. No hace falta disir más.