Mi abuelo materno sí fue a la guerra de jovenlandia. Sabía leer y escribir, y le dijeron que si mejoraba la caligrafía se podía colocar en oficinas.
Pocas veces he visto mejor caligrafía que la suya. No en vano le iba la vida en ello.
Los relatos que me contaba de crío acerca de los francotiradores que en la noche estaban esperando a que encendieras un cigarro para volarte los sesos acojonaban. Mi abuelo murió cuando yo tenía siete años, hace casi cuarenta años, y aún hoy tengo vivo el recuerdo de sus relatos.